Historia de Países Bajos

Considerando la tranquilidad que parece reinar hoy en los Países Bajos, cuesta creer lo azaroso de su pasado. La codicia y la guerra ocupan un lugar preeminente en la historia de los neerlandeses, junto con los piratas y las aventuras en alta mar. Es la historia de un territorio que ha sufrido muchas invasiones por tierra y por mar. Sin embargo, de todas estas turbulencias ha surgido una sociedad con una confianza hondamente arraigada en los derechos humanos, la tolerancia y −lo más sorprendente quizá dadas las vicisitudes de su existencia− el consenso.

Invasores

Los primeros invasores de los Países Bajos fueron los romanos, que en tiempos de Julio César conquistaron en el 59 a.C. una ancha región a orillas del Rin y sus afluentes. Las tribus celtas y germánicas se sometieron inicialmente al dominio de César y Utrecht se convirtió en avanzadilla del Imperio.

Cuando el poder romano empezó a declinar, entraron en escena los francos, una tribu germana del este. A fines del s. VIII, los francos habían terminado la conquista de los Países Bajos y comenzaron a convertir a la población al cristianismo, empleando la fuerza cuando era necesario. Carlomagno, primero de una larga lista de emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, fue el más poderoso de los soberanos francos; construyó un palacio en Nimega, pero a su muerte en el 814 el Imperio se fragmentó.

Durante los 200 años posteriores, los vikingos remontaron los ríos neerlandeses, dedicándose al saqueo y el pillaje. Los caudillos locales levantaron poblaciones fortificadas y establecieron un gobierno y unas leyes propios.

Con el tiempo, los señores feudales, vasallos en teoría de un rey germano, empezaron a acumular poder. Cuando un señor le disputaba territorio a otro, sus connaturales le prestaban invariablemente ayuda, pero a cambio de obtener determinadas libertades, que se establecían en fueros. A principios del s. XII, las ciudades neerlandesas con salida al mar, como Deventer y Zwolle, se unieron a la Liga Hanseática (un grupo de poderosas ciudades comerciales de la actual Alemania, como Hamburgo y Rostock). Mientras tanto, los señores menos poderosos quedaron sometidos a los duques de Borgoña, que poco a poco se adueñaron de los Países Bajos.

El duque Felipe el Bueno, soberano de 1419 a 1467, demostró a las ciudades de los Países Bajos su poder suprimiendo sus fueros. Aunque esta imposición limitó la libertad de las ciudades, al mismo tiempo trajo a la región una estabilidad de la que había carecido durante la época de los conflictos entre los señores. El s. XV inició en los Países Bajos el primero de muchos períodos de gran prosperidad. Los neerlandeses se convirtieron en expertos constructores navales para apoyar el comercio hanseático y los mercaderes hicieron fortuna vendiendo artículos de lujo como tapices, ropa suntuosa y pinturas, amén de mercaderías más cotidianas como arenques salados y cerveza.

La lucha por la independencia

El rey español Felipe II, católico ferviente, había heredado de su padre los Países Bajos en 1555. El conflicto con los Países Bajos era inevitable; la Reforma protestante se había expandido por toda la colonia, impulsada por las ideas de Erasmo y las acciones de Martín Lutero. Sin embargo, antes de la llegada de los españoles el paisaje religioso de los Países Bajos era muy variado: los luteranos ganaron gran influencia, pero también había sitio para confesiones con menor implantación, como los anabaptistas. Al final fue el calvinismo surgido en los Países Bajos el principal opositor de la Iglesia católica y el poder de Felipe II.

Firme defensor de la Inquisición, el rey cargó contra los protestantes. La situación llegó a un punto crítico en 1566 cuando los calvinistas se lanzaron a destruir las obras de arte y los símbolos religiosos de las iglesias católicas. Entonces Felipe II entró en acción. El duque de Alba fue elegido para comandar un ejército de 10 000 hombres que reprimiera a los súbditos levantiscos; sus fuerzas mataron a miles de rebeldes y así empezó la guerra de independencia de los Países Bajos, que duró 80 años.

Uno de los contados nobles que no se alinearon con Felipe II fue el príncipe de Orange, Guillermo el Taciturno (lo apodaban así porque se negaba a discutir sobre cuestiones religiosas), que encabezó la revuelta neerlandesa contra el dominio español, aunque su empeño se vio entorpecido por otros nobles que se contentaron con esperar a ver por dónde soplaban los vientos políticos. En 1572 el príncipe Guillermo contrató a una partida de piratas ingleses para que combatieran por su causa; conocidos como los watergeuzen (Mendigos del Mar), estos mercenarios remontaron los ríos del país y arrebataron por sorpresa a las fuerzas españolas ciudades como Leiden.

En 1579, las provincias protestantes más rebeldes del norte formaron la Unión de Utrecht, una alianza abiertamente antiespañola que daría origen a las Provincias Unidas, fundamento histórico de la nación actual. Las regiones sureñas de los Países Bajos, católicas y más dispuestas a transigir con España, se convertirían con el tiempo en Bélgica.

Las batallas continuaron hasta la firma en 1648 del Tratado de Westfalia, por el que España reconocía la independencia de las Provincias Unidas. Así terminó la Guerra de los Ochenta Años.

La Edad de Oro

Durante las turbulencias de los ss. XV y XVI, las ciudades mercantiles, y en particular Ámsterdam, habían conseguido mantener vivo el comercio. Era tan notable su habilidad para el comercio y la navegación que, incluso en el apogeo de la rebelión, a los españoles no les quedó más remedio que utilizar barcos neerlandeses para transportar grano. Esta época de prosperidad económica y logros culturales dio en llamarse la Edad de Oro, que alumbró obras maestras del arte y la arquitectura.

La riqueza de la clase mercantil sirvió de apoyo a numerosos artistas, como Jan Vermeer, Jan Steen, Frans Hals y Rembrandt, permitió excesos como la ‘tulipomanía’ y no se olvidó de la ciencia: el físico y astrónomo neerlandés Christiaan Huygens descubrió los anillos de Saturno e inventó el reloj de péndulo; el filósofo Baruch de Spinoza escribió una tesis en la que afirmaba que el universo era idéntico a Dios; y el francés René Descartes, famoso por su frase “Pienso, luego existo”, encontró libertad de pensamiento en los Países Bajos, donde se quedó dos décadas.

La tolerancia religiosa de la Unión de Utrecht trajo aparejada una libertad de culto rara en la Europa de la época. El calvinismo era la religión oficial, pero a los protestantes, judíos y católicos se les permitía igualmente practicar su fe. Sin embargo, y como herencia de los conflictos con España, los católicos se vieron obligados a celebrar sus oficios en privado, lo que originó iglesias clandestinas. Muchos de estos edificios han sobrevivido.

Colonialismo neerlandés

La riqueza –y la necesidad de más riqueza– llevó a los neerlandeses a ensanchar sus horizontes. En 1602 se fundó la flota mercante conocida como Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que pronto monopolizó las principales rutas marítimas y comerciales al este del cabo de Buena Esperanza en África y al oeste del estrecho de Magallanes en América del Sur, convirtiéndose en la mayor casa de comercio del s. XVII, casi tan poderosa como un estado soberano y con la facultad de reclutar su propio ejército y establecer colonias.

Su hermana, la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, comerciaba con África y América y estaba en el meollo de la trata de esclavos. Los marineros que trabajaban para ambas compañías ‘descubrieron’ tierras como parte de Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Sri Lanka y Mauricio. Mientras estaba empleado por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, el explorador inglés Henry Hudson desembarcó en la isla de Manhattan en 1609 cuando buscaba el Paso del Noroeste, y los colonos neerlandeses la llamaron Nueva Ámsterdam.

Naturalmente, el conflicto internacional era inminente. En 1652 las Provincias Unidas declararon la guerra a su vieja amiga Inglaterra, principalmente por el poderío creciente de la flota mercante neerlandesa. Los dos países concertaron una maraña de alianzas con España, Francia y Suecia en un intento de obtener ventaja. Durante una de aquellas rondas de tratados, los neerlandeses cedieron Nueva Ámsterdam a los ingleses (que la rebautizaron como Nueva York) a cambio de Surinam en América del Sur y el control absoluto de las islas de las Especias en Indonesia.

La vida muelle que llevaba la clase adinerada en el país provocó una cierta pérdida de contacto con la realidad. En 1672 el ejército francés invadió los Países Bajos y, como los neerlandeses habían consagrado casi todos sus recursos a la Marina, los franceses encontraron poca resistencia en tierra. Durante las décadas posteriores, los neerlandeses ya no podían permitirse su armada ni sus aventuras en ultramar. Los ingleses se convirtieron en amos de las rutas comerciales y en administradores de la riqueza que estas generaban.

Los neerlandeses conservaron las Indias Orientales (la actual Indonesia) y algunas islas del Caribe. La eficacia de su dominio de las Indias Orientales fluctuaba dependiendo de la situación nacional; aunque nunca llegaron al colonialismo intensivo de los británicos. En casi toda la Indonesia actual cuesta trabajo encontrar huellas del dominio neerlandés o de su legado.

Las Indias Orientales se declararon independientes en 1945 y, tras cuatro años de luchas y negociaciones, la independencia de Indonesia fue reconocida a finales de 1949. Surinam se independizó también en 1975. En el Caribe, las Antillas Neerlandesas se disolvieron como estado autónomo en el 2010, pero ninguna de las islas cortó por completo los lazos con la metrópoli.

Fundación de los actuales Países Bajos

La guerra con Francia supuso la perdición de los neerlandeses en el s. XVIII. Las alianzas fluctuantes entre neerlandeses, ingleses, españoles y varios estados alemanes intentaron contener a los franceses; pero aquella era una empresa costosa y los lazos que ligaban a las Provincias Unidas se deshicieron. La población menguó por la disminución de la riqueza y los diques se deterioraron; había poco dinero para repararlos y las inundaciones devastaron el país. La Edad de Oro había terminado.

Políticamente, las Provincias Unidas eran tan inestables como los diques. Las sucesivas luchas entre la Casa de Orange y sus opositores demócratas desembocaron en una guerra civil en 1785. La situación degeneró al máximo cuando Napoleón impuso al país el nombre de Reino de Holanda e instaló a su hermano Luis Bonaparte en el trono en 1806. La fallida invasión de Rusia por Napoleón permitió a los neerlandeses instituir una monarquía. El príncipe Guillermo VI desembarcó en Scheveningen en 1813 y fue nombrado príncipe soberano de los Países Bajos; al año siguiente fue coronado rey como Guillermo I, fundándose una dinastía que ha perdurado hasta hoy.

En 1815 se formó el Reino de los Países Bajos –los Países Bajos en el norte y una Bélgica embrionaria en el sur–, pero aquel matrimonio estaba condenado a disolverse desde el principio. Los contrayentes no tenían en común ni las religiones dominantes (calvinismo y catolicismo) ni los idiomas (neerlandés y francés) ni la manera de ganar dinero (el comercio y las manufacturas). Tampoco ayudaba mucho el rey Guillermo, que por lo general se alineaba con sus coterráneos norteños.

En 1830 se rebelaron los estados meridionales y nueve años después Guillermo se vio obligado a permitir la secesión del sur. A cambio del reconocimiento de Bélgica, se aseguró la recuperación de la parte oriental de Limburgo, poniendo fin a los nueve años de Maastricht como un aislado enclave neerlandés. Curiosamente, el rey abdicó un año después para poder casarse con una católica belga.

En 1848, su hijo el rey Guillermo II otorgó al pueblo de los Países Bajos una Constitución nueva y más liberal que recogía varios principios democráticos e incluso hacía del monarca un servidor del Gobierno legítimamente elegido. Este documento sigue siendo el fundamento del Gobierno neerlandés en nuestros días. Agotada mucho tiempo atrás su capacidad de influencia en el escenario mundial, los Países Bajos desempeñaron un papel muy modesto en los asuntos europeos y se concentraron en aplicar el liberalismo dentro de sus fronteras. El país no entró en la I Guerra Mundial, pero sacó provecho comerciando con los dos bandos.

En la década de 1920, la riqueza creciente de la clase media alentó los deseos de un mayor liberalismo. Los Países Bajos acometieron innovadores programas sociales centrados en la pobreza, los derechos de las mujeres y los niños, y la educación. Róterdam se convirtió en uno de los puertos más importantes de Europa y en 1932 se puso en marcha el ambicioso proyecto de ganar el Zuiderzee al mar del Norte.

II Guerra Mundial

Los neerlandeses intentaron mantener la neutralidad durante la II Guerra Mundial, pero en mayo de 1940 los alemanes invadieron el país. Durante su avance, los nazis arrasaron casi todo el centro de Róterdam en un ataque aéreo que pretendía forzar a los neerlandeses a rendirse, como en efecto hicieron.

La reina Guillermina lanzó al país una proclamación de “encendida protesta” y escapó con su familia a Inglaterra. La soberana, que había sido clave para mantener la neutralidad neerlandesa en la I Guerra Mundial, se encontraba ahora en una situación bien distinta y dirigió mensajes radiofónicos de aliento a sus súbditos a través de la BBC y Radio Orange. Los alemanes pusieron la industria y la agricultura neerlandesas al servicio del empeño bélico nazi y el país sufrió muchas privaciones. La resistencia neerlandesa fue mayoritariamente pasiva y solo cobró cierta fuerza cuando miles de neerlandeses fueron trasladados a Alemania y obligados a trabajar en fábricas nazis. Un destino mucho peor aguardaba a los judíos de los Países Bajos.

El “Invierno del Hambre” de 1944-1945 fue un período de desesperación en los Países Bajos. La Operación Market Garden dirigida por los británicos había sido un desastre absoluto y los aliados renunciaron a liberar a los neerlandeses. Los alemanes despojaron al país de gran parte de sus provisiones alimenticias y recursos naturales, y al final sobrevino la hambruna. Mucha gente se vio obligada a comer bulbos de tulipanes para subsistir. Por último, las tropas canadienses liberaron el país en mayo de 1945.

Después de la guerra, los Países Bajos estaban económica y políticamente destrozados. Unas 66 000 personas fueron declaradas culpables de colaborar con los nazis (900 fueron condenados a muerte). Pero el número de colaboracionistas era muy superior y muchos de ellos –como el grupo o los grupos que delataron a Ana Frank y su familia– jamás se enfrentaron con la justicia. Por contra, muchos neerlandeses lo arriesgaron todo para salvar a judíos durante la guerra.

Prosperidad y estabilidad

Los neerlandeses se dedicaron a poner la casa en orden después de las privaciones materiales y mentales de la II Guerra Mundial y durante la década de 1950 empezó a emerger de nuevo un país próspero. Tras las desastrosas inundaciones en Zelanda y el sur en 1953, se puso en marcha un plan para remodelar el territorio y mantener a raya el mar para siempre.

La misma agitación social que estremeció al mundo en la década de 1960 se dejó sentir en los Países Bajos, y estudiantes, trabajadores, jipis y otros sectores contestatarios se echaron a la calle para protestar. Entre los más conspicuos estaba un grupo que llegaría a ser conocido como los “provos”. Ámsterdam se convirtió en el magisch centrum (centro mágico) de Europa. Los jipis invadieron la ciudad durante las décadas de 1960 y 1970; por la escasez de viviendas los especuladores dejaban los edificios vacíos y la ocupación se generalizó. Las autoridades neerlandesas convirtieron el Vondelpark en un dormitorio provisional al aire libre.

De aquellos años datan también la tolerancia con el consumo de drogas y los derechos de los gais. La política del país en materia de drogas vino dictada por consideraciones prácticas, cuando la influencia del flower power en Ámsterdam hizo impracticable la aplicación de las leyes sobre drogas. El Gobierno apoyó oficialmente las relaciones entre personas del mismo sexo y en el 2001 los Países Bajos se convirtieron en la primera nación del mundo que aprobó el matrimonio homosexual.

La prosperidad económica aumentó a cada década que pasaba, permitiendo que a finales de la década de 1980 predominara en la sociedad una clase media exenta de tensiones.

Todos los gobiernos desde 1945 han sido coaliciones, con partidos que diferían principalmente en política económica. Sin embargo, las coaliciones varían en función del clima político y en los últimos años han soplado vientos de cambio. Las tensiones entre los distintos colores políticos y creencias religiosas nunca habían sido un problema en los Países Bajos, hasta que los asesinatos de Pim Fortuyn y Theo van Gogh excitaron las emociones y sembraron el miedo entre algunos.

En el 2006 el Gobierno aprobó una polémica ley de inmigración que exigía a los recién llegados adquirir competencia en lengua y cultura neerlandesas antes de obtener el permiso de residencia.

Los provos

La década de 1960 fue un semillero de descontento y actividad antisistema, y en los Países Bajos este movimiento condujo a la formación de los provos. Este pequeño grupo de anarquistas montaba happenings callejeros o provocaciones lúdicas y creativas (de aquí el nombre), en torno al Lieverdje en el Spui de Ámsterdam.

En 1962, un limpiacristales de Ámsterdam que se proclamaba brujo, Robert Jasper Grootveld, empezó a pintar carteles publicitarios de cigarrillos con una enorme K de kanker (cáncer) para denunciar la influencia de la publicidad en el consumismo adictivo. Disfrazado de hechicero, celebraba fiestas en su garaje donde todo el mundo cantaba mantras contra el consumo de cigarrillos después de haber fumado marihuana. El movimiento fue creciendo.

El grupo adquirió fama internacional en marzo de 1966 por sus protestas contra el matrimonio de la princesa (después reina) Beatriz con el alemán Claus von Amsberg. Los manifestantes abuchearon a los novios cuando desfilaban por las calles de Ámsterdam.

Aquel mismo año los provos alcanzaron apoyo suficiente para ganar una concejalía en el ayuntamiento de Ámsterdam. Los programas ecologistas y sociales (como regalar a todo el mundo una bicicleta) se demostraron complicados de llevar a la práctica y el movimiento se disolvió en la década de 1970.

Política moderna

Una de las cualidades que distinguen a los Países Bajos es la tolerancia. Pero esta idea de “tú no me molestas y yo no te molesto” se vio amenazada en el 2010 cuando los neerlandeses viraron a la derecha. De la coalición de gobierno de aquel año formaba parte Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad, un movimiento de extrema derecha con posturas duras sobre los extranjeros residentes en los Países Bajos y la inmigración.

El primer ministro Mark Rutte presentó varias propuestas que se apartaban de las políticas centristas practicadas anteriormente: relajamiento de la normativa medioambiental, recorte de las subvenciones al arte y la cultura, y aprobación de una ley que representaba casi una sentencia de muerte para las coffeeshops que vendían marihuana. El compromiso antes inamovible con la Unión Europa pasó a ser objeto de debate.

Pero cuando se convocaron elecciones anticipadas en septiembre del 2012, la aguja política neerlandesa pareció regresar al centro. El partido de Wilder pasó de 24 a 15 escaños en el Parlamento y el Partido Liberal de centroderecha de Rutte tuvo que pactar con el izquierdista Partido Laborista (dirigido por un antiguo activista de Greenpeace) para formar por fin –tras 49 días de negociaciones– un gobierno de coalición con Rutte como primer ministro.

En el 2016 un tribunal neerlandés condenó a Wilders por incitación a la discriminación contra los marroquíes, pero no dictó sentencia. Wilder se había comprometido en el 2014 a reducir el número de marroquíes en los Países Bajos.

En época reciente, los Países Bajos han ayudado a refugiados de países devastados por la guerra, como Siria. En el 2015 el Gobierno neerlandés se comprometió a acoger a 7000 de los 120 000 solicitantes de asilo en Europa durante un período de dos años, albergándolos en campamentos provisionales y antiguas cárceles.

El legado de Fortuyn y Van Gogh

Si el asesinato de Theo van Gogh en el 2004 estremeció el país, fue el asesinato de Pim Fortuyn dos años antes el que le había dado el golpe inicial.

La carrera política de Fortuyn duró apenas cinco meses, pero dejó en los Países Bajos una huella indeleble. Su campaña para las elecciones generales del 2002 es recordada sobre todo por sus discursos sobre la inmigración, en los que sostenía que los Países Bajos estaban ‘llenos’ y que no debía permitirse que los inmigrantes se quedaran sin aprender el idioma o integrarse en la sociedad.

Pocos días antes de las elecciones de mayo del 2002, Fortuyn fue asesinado por un activista de los derechos de los animales en Hilversum, a unos 20 km de Ámsterdam. El partido político de Fortuyn, el Lijst Pim Fortuyn (LPF), contaba con varios parlamentarios y fue incluido en la siguiente coalición, pero sin la presencia carismática del líder se disolvió en el 2007.

Entonces entró en escena Theo van Gogh, un cineasta provocador que había realizado un cortometraje en el que se afirmaba que los versos coránicos podían interpretarse como justificación de la violencia contra las mujeres. La película contó con la colaboración de Ayaan Hirsi Ali, una musulmana que había emigrado desde Somalia huyendo de un matrimonio forzoso y acabó ocupando un escaño en el Parlamento nacional.

La película fue emitida en la televisión neerlandesa en el 2004 y Van Gogh fue asesinado mientras montaba en bicicleta por una calle de Ámsterdam: le clavaron en el pecho un puñal con una carta en la que se amenazaba a la nación, a los políticos y a Hirsi Ali en particular. El atentado impresionó especialmente a la población porque el autor, un joven de 27 años de origen marroquí, había nacido y se había criado en Ámsterdam; proclamó que había actuado en defensa del islam y que haría lo mismo de nuevo si se le presentaba la ocasión (fue condenado a cadena perpetua). Hirsi se trasladó a EE UU y se convirtió en una figura muy popular entre los conservadores estadounidenses.

Mientras tanto, los políticos de extrema derecha como Geert Wilders han intentado sacar provecho del legado de Fortuyn y Van Gogh alentando sentimientos antiislámicos.

 

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