Bienvenidos a Bélgica

Los canales de Brujas, la moda de Amberes, las cervezas trapenses, el chocolate, las patatas fritas, los campanarios, los castillos, los locos carnavales… Pese a su reducida extensión, Bélgica tiene mucho a ofrecer.

Además de su centro histórico, hay cuevas cuajadas de estalactitas, un gran patrimonio postindustrial, ríos en los que se puede remar en kayak a través de tupidos bosques, castillos rurales y playas en el mar del Norte. Los museos de vanguardia y las galerías revelan la compleja historia de lo que ha sido un crisol del arte europeo, desde los primitivos flamencos a las voluptuosas ninfas de Rubens y las sinuosas curvas del art nouveau hasta el surrealismo, los cómics y la moda del s. XXI. Y no hay que perderse algunos de los carnavales más curiosos del mundo.

Cicatrices bélicas

Desde época romana, lo que hoy se conoce como Bélgica ha sido tierra conquistada, sobre todo en los últimos dos siglos. La estatua de un león en lo alto de una colina artificial preside el famoso campo de batalla de Waterloo, donde Napoleón vio declinar su estrella. Una infinita sucesión de tumbas blancas en los campos de Flandes recuerda los cuatro años de infierno de la Gran Guerra y muchos museos honran a las víctimas de la ocupación nazi y de la devastadora batalla de las Ardenas, la última ofensiva de Hitler en la zona al final de la II Guerra Mundial.

La ciudad y el campo

Con sus mágicas plazas, sus campanarios, canales y casas con hastiales escalonados, la mayor parte de las ciudades belgas más encantadoras se hallan en Flandes, muy cerca unas de otras y comunicadas por una eficiente red de transporte público. Sin embargo, buena parte de la montañosa y francófona Valonia es profundamente rural, por lo que para llegar a los destinos de las Ardenas es mejor contar con transporte propio. 

Patatas fritas, chocolate y cerveza

Bruselas y Lieja compiten por el gofre perfecto, y hay infinidad de tiendas especializadas en chocolates. Los enormes mejillones se acompañan de crujientes patatas fritas. La elaboración de cerveza es todo un arte en Bélgica, con un sinnúmero de tipos, entre ellos seis trapenses magníficas, creadas en monasterios aún en funcionamiento. 

 

Por qué me gusta Bélgica

por Mark Elliott, escritor

Una de las cosas que recuerdo más vívidamente de mis viajes de niño es el desconcertante Atomium de Bruselas, que parecía sacado de mis clases de química y no de la mente de un arquitecto. Luego, tras vivir 15 años en Bélgica, acabé dándome cuenta de que el amor por el surrealismo del país va más allá de la pipa de Magritte o los gilles que lanzan naranjas en el carnaval de Binche. Los belgas tienen tal sentido del humor, que incluso afirman que la propia creación de su país, allá por 1830, fue una broma geopolítica.

 

 

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