Fue en el Gran Valle del Rift de África donde los humanos caminaron erguidos por primera vez sobre la Tierra. Desde entonces, la historia de Kenia se ha desarrollado como un fascinante cuento de uniones ancestrales por mar, los estragos de la esclavitud y una ocupación colonial que sigue marcando el país. Ahora, independiente y con posibilidades de trazar su propio camino, Kenia se ha convertido en una potencia de África oriental, cuya asombrosa diversidad ha demostrado ser una suerte y una maldición a partes iguales.
En 1959, la paleoantropóloga británica Mary Leakey descubrió en la garganta de Olduvai, Tanzania, el fósil homínido más antiguo registrado. Más adelante, los paleontólogos que excavaban en las colinas Tugen, al oeste del lago Baringo, destaparon una de las acumulaciones de huesos fósiles más diversas y densas de África. Se trataba de un hito arqueológico en el continente: los lechos fósiles, acomodados en capas de lava, integraban el período más elusivo de la historia, hace entre 14 y 4 millones de años, cuando el Kenyapithecus, en gran medida un primate, evolucionó a nuestro primer ancestro bípedo, el Australopithecus afarensis.
En la arcilla arenosa se hallaron 7 de los 18 especímenes homínidos conocidos de ese período. El fragmento de mandíbula de 5 millones de años representa el ancestro más cercano de A. afarensis, un grupo familiar que dejó sus huellas en el molde de barro de Laetoli (Tanzania) hace 3,7 millones de años, mientras que un trozo de cráneo de hace 2,4 millones de años es el espécimen más antiguo conocido de nuestro género Homo.
En 1969, Richard Leakey –hijo de los veteranos arqueólogos Louis y Mary– dirigió su atención al lago Turkana, en el norte de Kenia, donde halló docenas de yacimientos de fósiles, incluido un espécimen homínido totalmente nuevo: el Homo habilis.
Antes del descubrimiento de Leakey, se pensaba que solo existían dos especies de protohumanos: los homínidos “robustos” y los “gráciles”, que terminaron dando paso a los humanos modernos. Sin embargo, los hallazgos de Turkana demostraron que las diferentes especies coexistieron e incluso compartieron recursos, adelantando así la teoría de Leakey de que la evolución era más compleja que una simple progresión lineal.
En 1984, Kamoya Kimeu (miembro de la expedición de Leakey) descubrió los espectaculares restos del esqueleto de un joven con 1,6 millones de años. Con una altura de 1,6 m, el joven era notablemente más grande que su contemporáneo el H. habilis. Las extremidades más largas y las zancadas también eran más características de la fisiología humana moderna, y el tamaño mayor del cerebro sugería una capacidad cognitiva superior. El H. erectus era el homínido más grande y con más cerebro hasta la fecha, y fue el que más tiempo sobrevivió, y el que más se dispersó, de todos los antiguos fabricantes de herramientas. No desapareció de los registros fósiles hasta hace 70 000 años.
Desde esos notables saltos evolutivos solo quedaba un pasito hasta nuestro ancestro más cercano, el H. sapiens, que apareció hace unos 130 000 años.
Hace 10 000 años, África estaba irreconocible: el Sáhara era una tierra verde y agradable, y buena parte de Kenia era inhabitable, pues en los bosques tropicales y las ciénagas vivía la mortífera mosca tse-tse, mortal para ganado y humanos. A lo largo de los cinco milenios siguientes, los cambios en el clima obligaron a la tse-tse a trasladarse al sur, las praderas de Kenia se fueron expandiendo y los pueblos migrantes del norte empezaron a ocupar lo que ahora se conoce como Kenia. Al poco, los pueblos del continente comenzaron a converger en África oriental.
Primero llegó al sur, desde Etiopía, una población de habla cushita con su ganado doméstico. Al mismo tiempo, una población de habla nilótica de Sudán se trasladó a las tierras altas del oeste en el Valle del Rift (las tribus masáis, luos, samburus y turkanas son sus descendientes modernos). Estos pastores compartieron la región con los khoikhois indígenas (ancestros de los modernos san), que llevaban miles de años en esa tierra.
La cuarta familia lingüística de África, la bantú, llegó del delta del Níger en torno al 1000 a.C. Al poco, se convirtieron en la familia etnolingüística más grande de África oriental, y lo siguen siendo. La mayor tribu de Kenia, los kikuyus, junto a las tribus gusii, akamba y meru, son sus descendientes.
Fue en el s. viii cuando los dhows árabes empezaron a amarrar en puertos de África oriental como parte de su migración comercial anual. A continuación, los árabes fijaron puestos comerciales en el litoral, celebraron matrimonios mixtos con africanos y crearon una cultura cosmopolita que, con el tiempo, terminó conociéndose como suajili. Más pronto que tarde, había ciudades-estado árabes suajilis por toda la costa, desde Somalia hasta Mozambique, como Gede.
En el s. x, “la tierra de Zanj” (la actual región costera de Kenia y Tanzania) exportaba pieles de leopardo, caparazones de tortuga, cuernos de rinoceronte, marfil y, lo más importante, esclavos y oro a Arabia y la India. Entre los puertos estaban Shanga, Gede, Lamu y Mombasa, así como Zanzíbar (Tanzania). Kilwa, 300 km al sur de Zanzíbar, marcaba el límite más meridional para los dhows árabes. Durante más de 700 años, hasta 1450, el mundo islámico fue casi la única influencia externa en el África subsahariana.
La dominación árabe suajili en la costa sufrió su primer gran desafío con la llegada de los portugueses en el s. xv, espoleada por los relatos de oro y riquezas que contaban los comerciantes tras sus viajes; por ejemplo, en 1497, en su travesía pionera por el litoral del sur y el este de África, Vasco da Gama encontró dhows árabes en el delta del Zambeze cargados con polvo de oro. En ese período, Europa estaba muy falta de mano de obra, y luchaba por recuperarse de los efectos de la peste negra (1347-1351). Las plantaciones del sur de Europa empezaron a trabajar con musulmanes y pueblos eslavos cautivos (de ahí el término esclavo), pero el acceso a África abría un nuevo mercado de mano de obra.
Los portugueses consolidaron su posición en la costa de África oriental mediante la fuerza bruta y el terror. Introducían sus navíos armados en los puertos de importantes ciudades suajilis, exigiendo la sumisión al dominio de Portugal y el pago de grandes tributos anuales. Las ciudades que se negaban sufrían sus ataques, el saqueo y el asesinato de quienes se resistían. Zanzíbar fue la primera ciudad suajili que los portugueses tomaron de este modo (en 1503). Malindi formó una alianza con los lusos, lo que aceleró la caída de Mombasa en 1505.
En 1884, las potencias europeas se reunieron en Alemania para la Conferencia de Berlín, donde, a puerta cerrada, decidieron el destino del continente africano sin contar con ningún africano.
La ocupación colonial de Kenia data de 1885, cuando Alemania creó un protectorado sobre las posesiones costeras del sultán de Zanzíbar. En 1888, sir William Mackinnon recibió un decreto real y derechos concesionales para desarrollar actividad comercial en la región bajo tutela de la Compañía Británica de África Oriental. Para consolidar sus territorios en África oriental, Alemania intercambió sus terrenos costeros por derechos exclusivos sobre Tanganyika (Tanzania) en 1890. Aun así, no fue hasta que la Compañía Británica se vio en dificultades económicas en 1895 cuando el Gobierno británico intervino para fijar un control formal a través del Protectorado de África Oriental.
Al principio, la influencia británica se limitaba a la zona costera, y la presencia en el interior se reducía a colonos y exploradores aislados. La resistencia masái empezó a quebrarse tras una brutal guerra civil entre los grupos ilmasai e iloikop, y la llegada simultánea de la peste bovina (una enfermedad del ganado), el cólera, la viruela y la hambruna. Los británicos consiguieron negociar con los masáis para llevar el ferrocarril Mombasa-Uganda por el corazón de las tierras de pastoreo masáis.
La finalización de la línea permitió a la Administración británica trasladarse desde Mombasa a la más templada Nairobi. Aunque los masáis sufrieron las peores anexiones de tierras, y se vieron recluidos a reservas, los kikuyus del monte Kenia y los Aberdare (zonas de ocupación blanca) terminaron sometidos a un agravio especial por su aislamiento de la tierra.
Para 1912, los colonos se habían establecido en las tierras altas y habían creado granjas agrícolas mixtas, lo que les permitió sacar beneficios de la colonia por primera vez. Esos primeros puestos de avanzada, Naivasha y las colinas Ngong, siguen siendo zonas muy pobladas por blancos.
El proceso colonial se vio interrumpido por la II Guerra Mundial, cuando dos tercios de los 3000 colonos blancos de Kenia formaron unidades de caballería improvisadas y marcharon contra los alemanes en la vecina Tanganyika. La colonización se reanudó tras la guerra, cuando los veteranos blancos de la campaña en Europa recibieron un terreno subvencionado en las tierras altas en torno a Nairobi. El efecto global fue un aumento enorme de la población blanca de Kenia, de 9000 blancos en 1920 a 80 000 en la década de 1950.
Pese a ser una época bastante pacífica y de crecimiento económico, en los años de entreguerras se instigaron las primeras aspiraciones nacionalistas. Las reclamaciones por la apropiación de tierras y los desplazamientos se agravaron en 1920, cuando Kenia pasó a ser una colonia de la Corona. Se creó un Consejo Legislativo, pero a los africanos se les negó la participación política (hasta 1944). Como respuesta a su exclusión, la tribu kikuyu, el grupo más numeroso de Kenia y el más presionado por los colonos europeos, fundó la Young Kikuyu Association, liderada por Harry Thuku, que se convertiría en la Unión Nacional Africana de Kenia (UNAK), organización nacionalista que exigía el acceso a las tierras de propiedad blanca.
Un defensor apasionado de este movimiento fue el joven Johnstone Kamau, conocido luego como Jomo Kenyatta, que más tarde se uniría a la Kikuyu Central Association, pronto ilegalizada.
En 1929, con dinero de comunistas indios, Kenyatta acudió a Londres a defender la causa kikuyu ante el ministro británico para las Colonias, que se negó a recibirlo. Una vez allí, Kenyatta se reunió con un grupo llamado League Against Imperialism, que lo llevó a Moscú y a Berlín, de vuelta a Nairobi y luego otra vez a Londres, donde pasó los siguientes 15 años. Durante ese tiempo, estudió tácticas revolucionarias en Moscú y creó la Federación Panafricana con Hastings Banda (posterior presidente de Malaui) y Kwame Nkrumah (posterior presidente de Ghana).
Aunque los nacionalistas africanos hicieron un avance impresionante, lo que terminó provocando la rápida caída del colonialismo en África fue la II Guerra Mundial. En 1941, en un intento desesperado por resistir ante el empuje nazi, el primer ministro británico Winston Churchill cruzó el Atlántico para suplicar la ayuda de EE UU. La resultante Carta del Atlántico recogía el final del colonialismo en su tercera cláusula, que establecía la autodeterminación para todas las colonias como uno de los objetivos de posguerra.
En octubre de 1945 se convocó el sexto Congreso Panafricano en Manchester, Inglaterra. Por primera vez, en el congreso predominaron los jóvenes líderes de África. Asistieron Kwame Nkrumah y Jomo Kenyatta, junto a sindicalistas, abogados, profesores y escritores de toda África. Para cuando Kenyatta regresó a Kenia en 1946, era el auténtico líder del movimiento de liberación nacional.
Pese a que Kenyatta parecía dispuesto a actuar como el representante keniano acreditado del Gobierno británico dentro de un marco de desarrollo constitucional, las facciones militantes de la UNAK tenían una agenda más radical. En 1951, Ghana se convirtió en el primer país africano en alcanzar la independencia.
Grupos de guerrillas empezaron a intimidar a colonos blancos con acciones de terror a pequeña escala, amenazando sus granjas y a cualquiera considerado colaboracionista. El objetivo era sacar a los colonos blancos de sus tierras y reclamar las propiedades. El papel de Kenyatta en la rebelión Mau Mau, como terminó llamándose, fue equívoco. En una reunión pública en 1952, denunció el movimiento, pero fue arrestado junto con otros políticos kikuyus y sentenciado a siete años de trabajos forzados por “planear” la conspiración.
Siguieron cuatro años de intensas operaciones militares. Las diversas unidades Mau Mau se unieron bajo el escudo del Kenya Land Freedom Army, liderado por Dedan Kimathi, y se desencadenó una auténtica guerra de guerrillas. En 1952, los británicos declararon el estado de emergencia.
Para 1956, el movimiento Mau Mau estaba sofocado y Dedan Kimathi fue ahorcado por orden del policía británico y coronel Henderson (deportado más tarde por crímenes contra la humanidad). Pero Kenyatta iba a continuar luchando tras su liberación en 1959, y en 1960 el Gobierno británico anunció sus planes de transferir el poder a un Ejecutivo africano elegido democráticamente. La independencia se fijó para diciembre de 1963, acompañada por cesiones y préstamos de 100 millones de US$ para permitir a la Asamblea keniana comprar a los granjeros europeos las parcelas de las tierras altas y devolvérselas a las tribus locales.
Tras un camino muy largo, por fin Kenia alcanzó su independencia el 12 de diciembre de 1963.
El traspaso político empezó en 1962, con la elección de Kenyatta para un Parlamento recién constituido. Para facilitar la transición del poder, el partido de Kenyatta, la Unión Nacional Africana de Kenia (UNAK), que defendía un gobierno unitario y centralizado, aunó fuerzas con la Unión Democrática Africana de Kenia (UDAK), que favorecía un sistema majimbo, o federal. La harambee, es decir, “cooperación”, se consideró más importante que la división política, y la UDAK se disolvió voluntariamente en 1964, lo que dejó a Kenyatta y la UNAK el control absoluto.
Cuesta exagerar el optimismo de esos primeros días de independencia poscolonial. Kenyatta se esforzó por apaciguar los temores de los colonos blancos al declarar: “Yo he sufrido la cárcel y la detención, pero eso se acabó, y no voy a guardarlo en la memoria. Cojámonos de las manos y trabajemos juntos en beneficio de Kenia”. Pero la economía emergente era vulnerable y el paisaje político apenas estaba desarrollado. Como resultado, la consolidación del poder a cargo de una nueva élite dirigente nutrió un régimen autoritario.
Pese a verse como un éxito africano, el régimen de Kenyatta no logró asumir la tarea esencial de desmontar el Estado colonial y crear un sistema que diese más relevancia a las aspiraciones del keniano medio. El poder no solo iba a centralizarse en Nairobi, sino que iba a estar cada vez más en manos del presidente, con una serie de enmiendas constitucionales que culminaron con la no 16, de 1969, que daba al jefe de estado el control del funcionariado.
Los efectos fueron desastrosos. Durante los años siguientes, hubo una discriminación extendida en favor de la tribu de Kenyatta, los kikuyus. La ley de disputas sindicales ilegalizó las acciones sindicales, y cuando la UDAK trató de resurgir como la Unión del Pueblo Keniano (UPK), la prohibieron. La corrupción fue pronto un problema en todos los niveles del poder y la arena política se estrechó. Apenas diez años después de la independencia, gran parte del optimismo se había evaporado.
A Kenyatta lo sucedió en 1978 su vicepresidente, Daniel arap Moi, un kalenjin visto por los poderosos del establishment como buen testaferro para sus intereses, ya que la tribu de Moi era relativamente pequeña e iba a la zaga de los kikuyus. Moi trató de consolidar su régimen marginando a quienes habían hecho campaña contra él. A falta de una base propia de capital sobre la que construir y mantener una red clientelista, y ante las pocas oportunidades económicas, Moi recurrió a la política de la exclusión: reconfiguró las instituciones financieras, jurídicas, políticas y administrativas.
En 1982, una enmienda constitucional convirtió a Kenia en un Estado unipartidista de facto, y en 1986 otra enmienda eliminó la titularidad fija del fiscal general, del auditor, del auditor general y de los jueces del Tribunal Supremo, cargos que pasaron a depender personalmente del presidente. Con todo ello, Kenia pasó de “Estado imperial” bajo el dominio de Kenyatta a “Estado personal” con Moi.
Hacia finales de la década de 1980, muchos kenianos estaban hartos. Tras unas elecciones muy disputadas en 1988, Charles Rubia y Kenneth Matiba unieron fuerzas para exigir la libertad de formar partidos políticos alternativos y expresaron su intención de celebrar un mitin sin autorización en Nairobi el 7 de julio. Ambos fueron detenidos antes de la reunión, pero la gente se presentó igualmente y la represión policial fue brutal. Veinte personas murieron y la policía arrestó a un montón de políticos, activistas por los derechos humanos y periodistas.
El mitin fue un acontecimiento crucial en la lucha por una Kenia multipartidista. El año siguiente se creó el Foro para la Restauración de la Democracia (FORD), liderado por Jaramogi Oginga Odinga, un poderoso político luo y antiguo vicepresidente con Jomo Kenyatta. Al principio, prohibieron el FORD y arrestaron a Odinga, pero las protestas derivadas condujeron a la liberación del líder y, al final, a un cambio en la Constitución que permitía la creación de partidos en la oposición.
Con una deuda exterior de casi 9000 millones de US$ y la suspensión absoluta de la ayuda del exterior, Moi se vio obligado a celebrar elecciones multipartidistas a principios de 1992, pero los observadores independientes advirtieron una letanía de irregularidades electorales; además, unas 200 personas murieron durante unos conflictos étnicos en el Valle del Rift, provocados por el propio Gobierno según la opinión mayoritaria.
En 1992, Moi solo obtuvo el 37% de los votos, frente al 63% logrado por toda la oposición, pero se mantuvo en el poder. Los mismos resultados se repitieron en las elecciones de 1997, cuando Moi volvió a asegurarse la victoria con un 40% de los votos, frente al 60% para la oposición. Tras las elecciones de 1997, la UNAK se vio obligada a ceder a la presión creciente e introducir ciertos cambios y se revocaron algunas leyes coloniales draconianas.
El 7 de agosto de 1998, extremistas islámicos colocaron bombas en las embajadas de EE UU en Nairobi y Dar es Salaam en Tanzania, y mataron a más de 200 personas, atrayendo por primera vez la atención internacional sobre Al-Qaeda y Osama bin Laden. El efecto en la economía keniana fue devastador. Se tardarían cuatro años en recuperar la dañada industria turística.
Tras dos derrotas en las elecciones de 1992 y 1997 por falta de unidad, los 12 grupos de la oposición se unieron en la Coalición Nacional del Arcoíris. La presidencia de Moi acababa en el 2002 y muchos temían que volviese a cambiar la Constitución para mantenerse en el poder. Pero en esa ocasión, anunció su intención de retirarse.
Moi apoyó firmemente a Uhuru Kenyatta, hijo de Jomo Kenyatta, como su sucesor. No obstante, la Coalición obtuvo una victoria rotunda, con el 62% de los votos. Mwai Kibaki se convirtió en el tercer presidente de Kenia el 30 de diciembre del 2002.
Cuando asumió el cargo en enero del 2003, los donantes apoyaron plenamente el nuevo gobierno y sus promesas de acabar con la corrupción. En el 2003-2004, contribuyeron con miles de millones de dólares para luchar contra la corrupción, incluido el respaldo a la oficina de un recién nombrado “zar” anticorrupción.
Pese a los primeros indicios positivos, hacia mediados del 2004 estaba claro que la corrupción a gran escala seguía siendo un problema considerable en Kenia. Según diplomáticos occidentales, la corrupción había costado al Tesoro público 1000 millones de US$ desde la llegada a la presidencia de Kibaki.
En febrero del 2005, el alto comisionado británico, sir Edward Clay, denunció el “saqueo a gran escala” de los recursos nacionales a cargo de políticos gubernamentales de alto rango, incluidos ministros en ejercicio. A los pocos días, el “zar” anticorrupción de Kibaki, John Githongo, dimitió y se exilió entre rumores de amenazas de muerte relacionadas con su investigación a políticos de alto nivel. Más adelante, regresó al país como líder de una ONG anticorrupción. Cuando Githongo publicó un informe detallado e irrecusable en febrero del 2006, Kibaki tuvo que retirar a tres ministros de sus puestos en el Gobierno.
En la raíz de las dificultades para luchar contra la corrupción estaban las condiciones en las que Kibaki había llegado al poder. La lenta marcha hacia la democratización de Kenia se había atribuido al carácter personalizado de la política, centrada en los individuos con bases de apoyo étnico más que en las instituciones.
Para aumentar sus opciones electorales, la coalición de Kibaki había incluido a una serie de funcionarios de la UNAK implicados hasta el fondo en los peores delitos cometidos por el régimen de Moi; deudor de ellos, Kibaki solo pudo reestructurar su gabinete a medias. Además, dio a sus ministros un amplio margen de maniobra para garantizarse su apoyo.
Pero el Gobierno de Kibaki sí logró mejorar el acceso a la educación primaria y secundaria para los kenianos de a pie, mientras el control estatal sobre la economía se relajaba.
El 27 de diciembre del 2007, Kenia celebró elecciones presidenciales, parlamentarias y locales. Las elecciones parlamentarias y locales resultaron en gran medida creíbles, pero las presidenciales estuvieron empañadas por graves y flagrantes irregularidades. En cualquier caso, la Comisión electoral declaró ganador a Mwai Kibaki, lo que desencadenó una ola de violencia en todo el país.
El Valle del Rift, las tierras altas occidentales, la provincia de Nyanza y Mombasa –zonas afectadas por años de engaños políticos, violencia preelectoral y desplazamientos a gran escala– estallaron en confrontaciones étnicas horribles que dejaron más de 1000 muertos; más de 600 000 personas perdieron su hogar.
Ante el temor por la estabilidad del eje más firme de África oriental, el antiguo secretario general de la ONU, Kofi Annan, y un comité de eminencias africanas acudieron a Kenia para mediar en el conflicto.
Se alcanzó un acuerdo para compartir el poder el 28 de febrero del 2008 entre el presidente Kibaki y Raila Odinga, líder de la oposición, el ODM. La coalición fijaba la creación de un puesto de primer ministro (ocupado por Odinga) y un reparto de puestos en el gabinete de acuerdo con la representación parlamentaria de los partidos.
Pese a ciertos momentos difíciles, el frágil gobierno de coalición pasó la prueba del tiempo. Sin duda, su logro más importante fue la Constitución progresista del 2010, aprobada en referéndum por el 67% de los votantes kenianos. Entre sus elementos clave estuvieron la devolución de poderes a las regiones kenianas, la introducción de una Carta de Derechos y la separación de los poderes judicial, ejecutivo y legislativo.
En el 2013, Uhuru Kenyatta ganó unas elecciones presidenciales muy disputadas, con el 50,07% de los votos, evitando una última vuelta contra Raila Odinga. A pesar de amplias informaciones sobre irregularidades en las elecciones, el Tribunal Supremo mantuvo los resultados y la violencia poselectoral fue mínima.
En el 2017, unas elecciones presidenciales en gran medida pacíficas dieron lugar a otra victoria de Kenyatta. Sin embargo, cuando la oposición recurrió los resultados, el Tribunal Supremo anuló las elecciones y mandó celebrar comicios nuevos, que la oposición boicoteó.
Pese a la victoria del presidente Kenyatta, la participación fue baja y surgió una considerable inseguridad respecto al futuro camino político.