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Para saborear la decadencia y la grandeza de la vida romana en nuestra era, nada mejor que pasear entre las columnas del Cardo (arteria principal) y por las calles de piedra, los baños y los aseos públicos de la antigua Beit She’an, destruida –como Pompeya– por un cataclismo natural, en este caso, el gran terremoto del 749. El teatro, con 7000 asientos, y sus accesos en arco se conservan casi igual que en el s. II, cuando se representaban dramas (hoy conciertos).