La tierra que ocupan Israel y los Territorios Palestinos ha estado habitada –y disputada– desde los albores de la civilización. La letanía de imperios y reinos que la gobernaron abarca los pueblos más importantes de Occidente y Oriente Próximo, incluidos egipcios, cananeos, israelitas, filisteos, griegos, judíos, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, mongoles (brevemente), otomanos y británicos, y todos dejaron fascinantes pruebas de sus aspiraciones y locuras para que las exploren los viajeros de hoy.
La tierra en la que se sitúan Israel y los Territorios Palestinos en la actualidad ha estado habitada por el ser humano y sus antepasados durante unos 2 millones de años. Entre el 10 000 y el 8000 a.C., un poco después que en la cercana Mesopotamia, los habitantes de lugares como Jericó pasaron de la caza al cultivo de grano y la domesticación de animales.
Durante el tercer milenio a.C., la zona estuvo ocupada por tribus seminómadas de pastores. A finales del segundo milenio a.C. surgieron centros urbanos y, por algunos documentos egipcios, se sabe que los faraones tenían gran interés e influencia en la zona. Alrededor del 1800 a.C. se cree que Abraham condujo a su tribu nómada desde Mesopotamia hasta una tierra que la Biblia llama Canaán, por las tribus cananeas locales. Sus descendientes se vieron forzados a trasladarse a Egipto debido a la sequía y las malas cosechas, pero, según la Biblia, Moisés los liberó de la esclavitud y los condujo de vuelta a la Tierra de Israel hacia el 1250 a.C. Los problemas con los cananeos y filisteos forzaron a los israelitas a abandonar su flexible sistema tribal y a unificarse, gracias al rey Saúl (1050-1010 a.C.) y sus sucesores, David y Salomón.
El mito y la historia se entremezclan en la ancha y plana piedra que hay debajo de la dorada Cúpula de la Roca de Jerusalén. Originalmente fue un altar a Baal o a alguna otra deidad pagana y los judíos la llaman la Piedra Fundacional, en la que comenzó el universo y Adán fue creado del polvo. También es el supuesto lugar en el que Abraham ató a su hijo Isaac para sacrificarlo en prueba de obediencia a Dios. El rey Salomón construyó allí mismo el Primer Templo (templo de Salomón) en el s. X a.C. como centro del culto sacrificial judío.
Tras el reinado de Salomón [965-928 a.C.], los judíos sufrieron un período de división y subyugación. Surgieron dos entidades rivales: el reino de Israel, en lo que hoy es la parte norte de Cisjordania y Galilea; y el meridional reino de Judá, con capital en Jerusalén. Cuando Sargón II de Asiria (722-705 a.C.) destruyó el primero en el 720 a.C., las 10 tribus del norte desaparecieron (incluso hoy algunos grupos afirman ser descendientes de las “tribus perdidas”).
Los babilonios capturaron Jerusalén en el 586 a.C., destruyeron el Primer Templo y exiliaron a Babilonia (hoy Iraq) al pueblo de Judá. Cincuenta años más tarde, Ciro II, rey de Persia, derrotó a Babilonia y permitió el retorno de los judíos a la Tierra de Israel. A su regreso, los judíos comenzaron a construir el Segundo Templo, consagrado en el 516 a.C.
A la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.), Ptolomeo, uno de sus generales, reclamó Egipto para sí y fundó un linaje que finalizaría con Cleopatra. También conquistó la Tierra de Israel, pero en el 200 a.C. los seléucidas, una dinastía descendiente de otro de los generales de Alejandro, Seleuco i Nicátor la invadieron.
El período “helenístico” (llamado así por el origen macedonio de los seléucidas y los cultos olímpicos que propiciaban) estuvo marcado por el conflicto entre los saduceos, en su mayoría judíos urbanos de clase alta, abiertos a la refinada cultura griega, y los fariseos, que se resistían a la helenización. Cuando el rey seléucida Antíoco iv Epífanes prohibió los sacrificios en el Templo, el sabbat y la circuncisión, los judíos, acaudillados por Judas Macabeo, se sublevaron. Capturaron Jerusalén con tácticas de guerrilla y volvieron a dar al Templo su antiguo uso.
Los asmoneos (tal como se conoce a la dinastía fundada por los macabeos) se convirtieron en un útil freno del Imperio romano contra los asaltantes partos, cuyo imperio se hallaba en el actual Irán. Pero los asmoneos pugnaron entre ellos y en el 63 a.C. llegó Roma. En ocasiones los romanos gobernaron la zona, que se convirtió en la provincia romana de Judea (también llamada Judaea o Iudaea), a través de un procurador, el más famoso de los cuales fue Poncio Pilatos, pero preferían gobernantes subordinados más firmes como Herodes el Grande [37-4 a.C.], cuyas construcciones más importantes incluyeron la ampliación del Templo.
En el s. I se produjo una gran agitación en la provincia romana de Judea, en especial entre los años 26 y 29, cuando se cree que Jesús de Nazaret ejerció su apostolado. La tensión llegó a su punto culminante en el año 66, cuando los judíos emprendieron la Gran Revuelta Judía contra los romanos, también conocida como Primera Guerra Judeo-Romana. Cuatro años más tarde el futuro emperador Tito aplastó a los rebeldes y destruyó el Segundo Templo, del que quedó solo un muro externo, hoy conocido como Muro de las Lamentaciones. Masada cayó en el 73, con lo que se puso fin a una soberanía nominal judía durante casi dos milenios. Sin embargo, a pesar de que se expulsó a los judíos de Jerusalén, muchos permanecieron en otras partes de la Tierra de Israel.
Justo 60 años después de que Flavio Josefo escribiera La guerra de los judíos, su relato abiertamente prorromano de la Gran Revuelta Judía, se produjo otra insurrección: la Rebelión de Bar Kojba (132-135 d.C.), liderada por Simón Bar Kojba, cuyas guerrillas vivieron en cuevas cerca del Mar Muerto y al que algunos judíos consideraban el Mesías. Los romanos al mando de Adriano neutralizaron la rebelión con gran dificultad y ferocidad, y aniquilaron a la población judía de Judea.
Tras la victoria, Adriano intentó borrar el judaísmo y todo resto de independencia judía; colocó estatuas de Júpiter y suyas propias en el Templo, prohibió que los judíos vivieran en Aelia Capitolina (el nuevo nombre de Jerusalén) y llamó Syria Palaestina a la provincia romana de Judea, por los filisteos, un pueblo griego micénico de la costa enemigo de los judíos desde hacía mil años.
Con el Templo destruido y suspendidos los complejos sacrificios de animales que prescribía la Torá, la vida religiosa judía se vio abocada a la espera. En un esfuerzo por adaptarse a las nuevas circunstancias, los sabios judíos fundaron academias alrededor de la Palestina y la Galilea romanas y reorientaron el judaísmo hacia la oración y el culto en la sinagoga, aunque la dirección en la que se hacía la oración judía aún era (como hoy) de cara a Jerusalén. El judaísmo rabínico que se practica hoy es el resultado de los principios, preceptos y precedentes establecidos por los sabios y rabinos tras la destrucción del Segundo Templo.
En los años posteriores a la crucifixión de Jesús, que según la tradición se produjo en el año 33, tanto los judíos que creían que era el Mesías como los que no, solían rezar juntos y observaban los ritos hebreos con igual meticulosidad. Pero cuando se escribieron los Evangelios (fin s. I) se produjeron discrepancias teológicas y políticas, y las dos comunidades se separaron. Los polémicos versículos contra la fe judía de aquel tiempo, escritos en una situación de debilidad (en ese momento los romanos veían el cristianismo como una secta ilegal, aunque no al judaísmo), se usarían para justificar el antisemitismo en los siglos posteriores.
Los romanos reprimieron el cristianismo hasta el 313, cuando el Edicto de Milán aseguró la tolerancia a las religiones anteriormente perseguidas en el Imperio romano, incluido el cristianismo. Poco después, Helena, madre de Constantino el Grande, empezó a identificar y consagrar emplazamientos asociados con la vida de Jesús. Muchos de los lugares cristianos, incluida la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, datan de ese período.
El Imperio bizantino, sucesor cristiano de la parte oriental del Imperio romano, gobernó Palestina del s. IV a comienzos del s. VII. Durante ese tiempo hubo tres revueltas (una de los judíos de Galilea y dos de los samaritanos), pero tal como indican las opulentas ruinas de Beit She’an y las hermosas sinagogas de la era bizantina, el país fue próspero y, la mayor parte del tiempo, estuvo en paz.
En el año 611 se produjo la invasión de los persas, que tomaron Jerusalén, destruyeron las iglesias y se apoderaron de la Vera Cruz. El gobierno bizantino se restauró en el 628, pero no por mucho tiempo.
El islam y la civilización árabe llegaron a Palestina entre el 636 y el 638, cuando el califa Omar, segundo de los sucesores del Profeta, aceptó la rendición de Jerusalén por parte de Bizancio. Aquello sucedió seis años después de la muerte de Mahoma, a cuyos seguidores se les había dicho que rezaran de cara a Jerusalén; en el 624 se cambió por La Meca.
El Monte del Templo era sagrado para los recién llegados musulmanes porque creían que era el punto desde donde Mahoma había realizado el viaje nocturno (miraj) para contemplar la gloria celestial. El Corán describe la ascensión como si sucediera en un “lugar lejano” que los musulmanes interpretan como Jerusalén, razón por la cual se la considera la tercera ciudad sagrada en el islam suní (después de La Meca y Medina).
Los sucesores de Omar construyeron la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al-Aqsa en el Monte del Templo, que en tiempos bizantinos había sido un vertedero. Se permitió que los judíos volvieran a instalarse en Jerusalén y, al respetarse el cristianismo como precursor del islam, se conservaron los santuarios de las generaciones precedentes, aunque, con el tiempo, muchos cristianos se convirtieron al islam y empezaron a hablar en árabe.
Omar hizo la famosa promesa a los cristianos de Jerusalén de que se garantizaría “su seguridad, la de sus bienes, sus iglesias y sus cruces”, que se cumplió en gran parte hasta el 1009, cuando el perturbado califa fatimí Al-Haakim destruyó muchas iglesias y persiguió a cristianos y judíos.
Las peregrinaciones cristianas a los lugares santos de Jerusalén fueron posibles hasta el 1071, cuando los turcos selyúcidas capturaron la ciudad y los viajes se volvieron difíciles y peligrosos debido a la agitación política. En 1095, el papa Urbano II hizo un llamamiento para que una cruzada restableciera el cristianismo en el lugar en el que sucedió la Pasión de Cristo. Para cuando comenzaron las Cruzadas, la dinastía fatimí, dispuesta a que se volvieran a abrir las rutas de peregrinación, había sustituido a los selyúcidas, pero era demasiado tarde para que regresaran los ejércitos cristianos. En el 1099 los cruzados aplastaron las defensas de Jerusalén, masacraron a los musulmanes y judíos, y así pasaron 200 años hasta que el baño de sangre se detuvo.
Cuando los cruzados tomaron Jerusalén fundaron lo que incluso los cronistas árabes reconocieron como un próspero Estado, con una administración eficiente, basado en el sistema feudal que imperaba en Europa. El primer rey de Jerusalén fue Balduino I (1100-1118), que se imaginó como restaurador del reino del bíblico David y se hizo coronar el día de Navidad en Belén, pueblo natal de David.
En 1187 el famoso general kurdo-musulmán Saladino derrotó a los cruzados en los Cuernos de Hattin, en Galilea (cerca de Arbel), y capturó Jerusalén. Incluso los enemigos de Saladino reconocieron su buen trato a los prisioneros y el honor con el que respetaba las treguas, algo que no puede decirse de los jefes cruzados.
La última cruzada abandonó Oriente Próximo tras la caída de Acre en 1291, pero su sangriento símbolo perduró. Cuando el general británico Edmund Allenby entró en Jerusalén en 1917 para convertirse en su primer gobernante cristiano desde la victoria de Saladino, declaró: “Ahora han acabado las Cruzadas”.
Los turcos otomanos capturaron Constantinopla en 1453 y construyeron un imperio que se extendía hasta los Balcanes, Oriente Próximo y el norte de África. En 1516 añadieron Palestina y dos décadas más tarde el sultán Solimán el Magnífico (1520-1566) erigió las murallas del casco antiguo de Jerusalén. Palestina fue un lugar apartado, regido por pachás más preocupados por la recaudación de impuestos que por la buena regencia durante gran parte de los 400 años de gobierno otomano.
La falta de una administración eficaz en Palestina era el reflejo del declive del Imperio otomano, que dejaría de existir al finalizar la I Guerra Mundial. Con todo, durante las últimas décadas de ese imperio en Palestina se dio forma a otras fuerzas, aún hoy poderosas. El sionismo apareció como respuesta al nacionalismo posnapoleónico de Europa occidental y la oleada de pogromos en Europa del Este. Un reducido número de judíos había permanecido en Palestina desde tiempos romanos (p. ej., en el pueblo galileo de Peki’in) y los judíos piadosos habían inmigrado cuando la situación política lo permitía, pero la inmigración sionista organizada en asentamientos agrícolas no comenzó hasta 1882; los judíos de Yemen empezaron a llegar ese mismo año por razones ligeramente distintas. A ese grupo, conocido como primera aliya (palabra hebrea para designar la emigración a la Tierra de Israel, literalmente “ascensión”), se le unió la segunda aliya a partir de 1903, compuesta en gran medida por jóvenes socialistas laicos. Pero hasta después de la I Guerra Mundial la mayoría de los judíos de Palestina pertenecían a la comunidad tradicional ortodoxa, prácticamente desinteresados por el sionismo, y vivían en cuatro ciudades santas para el judaísmo: Hebrón, Safed, Tiberíades y Jerusalén, con mayoría judía desde 1850.
En 1896, Theodor Herzl, un periodista judío nacido en Budapest, convencido por el degradante trato al capitán Alfred Dreyfus (sometido a consejo de guerra en París por cargos inventados) de que los judíos jamás conseguirían la igualdad y los derechos civiles sin autodeterminación, formuló sus ideas en El Estado judío. Al año siguiente organizó el primer Congreso Sionista Mundial en Basilea (Suiza). Inspirados por el sionismo político, los jóvenes judíos, muchos de ellos laicos y socialistas, empezaron a emigrar a Palestina, en especial desde Polonia y Rusia.
En noviembre de 1917 el Gobierno británico hizo pública la Declaración de Balfour, que declaraba que “El Gobierno de su majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. Al mes siguiente las tropas británicas al mando del general Edmund Allenby se hacían con Jerusalén.
Justo después de la I Guerra Mundial los judíos reanudaron la inmigración a Palestina, en esa ocasión a un territorio bajo el Mandato británico, aprobado por la Liga de Naciones, amistoso, moderno y competente. La tercera aliya (1919-1923) estaba compuesta mayoritariamente por jóvenes socialistas idealistas, que en gran parte se establecieron en kibutzs (asentamientos comunales) en tierras poco rentables compradas a propietarios árabes ausentes y que a veces propiciaban el desplazamiento de granjeros árabes. La cuarta aliya (1924-1929) estaba compuesta de comerciantes y empresarios de clase media y no exactamente por los comprometidos pioneros que esperaba la autoridad sionista. En la década de 1930 se les unió la quinta aliya, formada en su mayoría por refugiados de la Alemania nazi, muchos de familias burguesas.
El aumento de la inmigración judía enojó a los árabes palestinos, que empezaban a verse a sí mismos en términos nacionalistas y a la creciente población judía de Palestina como una amenaza para sus intereses. Los disturbios antisionistas convulsionaron el país en 1921 y 1929, pero llegaron más judíos, en especial tras la subida al poder de Hitler en 1933. En 1931, los 174 000 judíos de Palestina constituían el 17% de la población del país y en 1941 ya eran 474 000, el 30%.
La creciente oposición árabe palestina al sionismo y a la política del Mandato británico, sobre todo a la inmigración judía, provocó la Revuelta Árabe (1936-1939), en la que murieron unos 400 civiles judíos y 200 soldados británicos. El Gobierno del Mandato suprimió la sublevación con gran violencia y mató a unos 5000 árabes palestinos. Los judíos palestinos aprovecharon el boicot económico a los árabes para aumentar su autonomía económica; p. ej., establecieron un puerto independiente en Tel Aviv. Sin embargo, la Revuelta Árabe logró convencer a los británicos (que en el caso de guerra con Alemania necesitarían petróleo árabe y buena voluntad política) de que era necesario limitar seriamente la inmigración judía a Palestina. Justo cuando los judíos de Europa empezaban a huir desesperadamente de Hitler (los nazis permitieron a los judíos salir de Alemania hasta finales de 1941, siempre que encontraran un país de acogida), las puertas de Palestina se cerraron. Incluso después de la II Guerra Mundial, los británicos impidieron que los supervivientes del Holocausto llegaran a Palestina, lo que escandalizó a la opinión pública judía de Palestina y EE UU; los refugiados que intentaban burlar el bloqueo eran encarcelados en la cercana isla de Chipre.
En 1947, el Gobierno británico, agotado por la II Guerra Mundial y cansado de la violencia árabe y judía en Palestina, remitió el problema a las Naciones Unidas, que apenas contaba con dos años de existencia. En noviembre de 1947, en un insólito caso de acuerdo entre EE UU y la Unión Soviética, la Asamblea General de la ONU votó a favor de que se dividiera Palestina en dos Estados independientes, uno judío y otro árabe, y que Jerusalén disfrutara de un “régimen internacional especial”. Los judíos palestinos aceptaron el plan, pero los árabes palestinos y países árabes cercanos lo rechazaron. Los árabes empezaron a atacar objetivos judíos. La protección de las comunidades judías palestinas, intereses económicos y transporte estuvo a cargo de Haganá, una organización militar clandestina que pronto se convertiría en las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF).
En cuanto los británicos se retiraron la medianoche del 14 de mayo de 1948, los judíos establecieron un Estado judío independiente y los ejércitos de Egipto, Siria, Jordania, el Líbano e Iraq invadieron Palestina. El mariscal de campo británico Bernard Montgomery, famoso por sus campañas en el desierto del norte de África durante la II Guerra Mundial, comentó que Israel no sobreviviría más de tres semanas. Pero para sorpresa de los Estados árabes –y del mundo– los 650 000 judíos palestinos no solo no fueron derrotados, sino que se hicieron con el control del 77% de la Palestina del Mandato (el plan de partición les ofrecía el 56%). Jordania ocupó (y se anexionó) Cisjordania y Jerusalén oriental, y expulsó a los residentes del barrio judío de la ciudad vieja, y Egipto se apoderó de una zona que se conocería como la Franja de Gaza.
La Guerra Árabe-Israelí de 1948 supuso la independencia de Israel, un refugio para los supervivientes del Holocausto y la garantía de que los judíos de todo el mundo que huyeran de la persecución siempre tendrían un país de acogida, si bien los árabes palestinos la recuerdan como la Al-Naqba (“La Catástrofe”).
A finales de ese año, unos 700 000 de los árabes que vivían en lo que se convertiría en Israel huyeron o fueron expulsados. El impacto de ese momento crucial en el conflicto no debe subestimarse, ya que supuso un desastre humanitario y provocó el problema de los refugiados palestinos, aún sin resolver.
Se han atribuido numerosas causas a ese gran éxodo. Los ataques militares judíos a ciudades y pueblos forzaron a los árabes a abandonar sus hogares. Se informó sobre ciudades tomadas y atrocidades como la masacre de Deir Yassin, en la que más de 200 civiles fueron asesinados por la milicia sionista. La intimidación y el miedo generalizado a padecer un destino similar obligaron a irse a otros, con la esperanza de regresar algún día. A finales de 1948, más del 80% de los palestinos eran refugiados. Poco después, el Gobierno israelí aprobó una serie de leyes que prohibían regresar a sus hogares a los árabes desplazados en la misma Palestina o el extranjero.
Cuando Israel se hizo independiente, los empobrecidos refugiados judíos empezaron a inundarlo, provenientes de los campos de internamiento británicos de Chipre, de los campamentos de “desplazados” de la Europa de la posguerra (cientos de supervivientes del Holocausto incl.), de países que pronto se encontrarían tras el telón de acero (como Bulgaria) y de países árabes cuyas antiguas comunidades judías se convirtieron en objetivo de la violencia (p. ej., Iraq, Yemen y Siria). En tres años, la población judía de Israel se duplicó.
En la primavera de 1967, las capitales árabes (en especial El Cairo) bullían con llamadas a la liberación de la Palestina histórica en nombre del nacionalismo panárabe de la que se consideraba una ocupación ilegítima por parte de Israel. El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser cerró los estrechos de Tirán a la navegación israelí (que incluía los envíos de petróleo de Irán, en aquel tiempo aliado de Israel), ordenó a las tropas de pacificación de la ONU que se retiraran del Sinaí y pronunció conmovedores discursos que millones de personas del mundo árabe escuchaban embelesados. Jordania y Siria concentraron tropas en sus fronteras con Israel. Los aterrorizados israelíes se tomaron en serio las palabras de Nasser, que el 3 mayo declaró: “Nuestro objetivo básico será la destrucción de Israel”.
El 6 de junio Israel lanzó un ataque preventivo sobre sus vecinos árabes que destruyó sus fuerzas aéreas y después inició una guerra en tres frentes contra Siria, Egipto y Jordania. En menos de una semana, que por eso se conoce como Guerra de los Seis Días (para conocer el punto de vista israelí, véase www.sixdaywar.co.uk), Israel capturó el Sinaí y Gaza a Egipto, Cisjordania y Jerusalén oriental a Jordania, y los Altos del Golán a Siria.
Los israelíes reaccionaron con euforia ante la victoria, que muchos la atribuyeron a la intervención divina. Otros entendieron el triunfo como una prueba de que el proceso mesiánico había comenzado y se asentaron en las tierras recién capturadas, pero pocos entrevieron los problemas demográficos, políticos y morales que entrañaba controlar los Territorios Palestinos.
En 1973, Egipto y Siria lanzaron un ataque sorpresa contra Israel en dos frentes durante el Yom Kippur, el día más sagrado del calendario judío. Desprevenidos debido a fallos en el servicio de inteligencia, propiciados por el orgullo desmedido posterior a 1967, Israel tuvo que retirarse, pero pronto se recuperó y, con enormes bajas en ambos lados, repelió a los ejércitos árabes. Sin embargo, los éxitos iniciales egipcios permitieron al presidente Anwar Sadat proclamar la Guerra del Yom Kippur como una victoria. A pesar de que táctica y estratégicamente Israel ganó en el campo de batalla, los israelíes nunca la consideraron una victoria.
La primera ministra Golda Meir acabó su carrera política en 1974 completamente desacreditada por los fracasos de la Guerra del Yom Kippur y la corrupción y laxitud del Partido Laborista. Tres años más tarde se reemplazó al Partido Laborista, que había liderado todos los gobiernos desde 1948, en parte debido a la oposición de los judíos mizrajíes (asiáticos y norteafricanos), descontentos por su marginación económica y política. Se nombró primer ministro a Menahem Beguín, líder del partido Likud, un antiguo combatiente clandestino de derechas (algunos lo tildarían de terrorista por los ataques a civiles árabes y a los centros de la ocupación británica cometidos por su organización). Sin embargo, cuando el presidente egipcio Anwar Sadat sorprendió al mundo al viajar a Jerusalén (1977) y ofrecer la paz a Israel a cambio de la retirada israelí del Sinaí y la promesa (nunca cumplida) de favorecer la autonomía palestina, Beguín aceptó. Beguín y Sadat firmaron los Acuerdos de Camp David en 1978 ante un sonriente Jimmy Carter, presidente de EE UU.
Israel finalizó la evacuación del Sinaí (7000 colonos incl.) en la primavera de 1982, seis semanas antes de que Ariel Sharón, ministro de defensa de Israel, utilizara la tensión existente entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) e Israel, y el intento de asesinato del embajador israelí en el Reino Unido a cargo de una facción palestina anti-OLP, para justificar la invasión del Líbano. Su intención era expulsar a la OLP del Líbano e instalar un Gobierno cristiano proisraelí. La guerra dividió profundamente a los israelíes pues se alargó hasta 1985 (las fuerzas israelíes ocuparon una zona de seguridad en territorio libanés hasta mayo del 2000). Muchos israelíes pensaron que la guerra se había comenzado sin la adecuada aprobación del Gobierno y otros, que su país quedó mancillado cuando los soldados de las IDF no evitaron que sus aliados cristianos libaneses masacraran en Beirut a los palestinos de los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila en septiembre de 1982. Una masiva manifestación contra la guerra y la masacre concentró a 400 000 personas en Tel Aviv (el trauma de Israel por la Primera Guerra del Líbano fue el tema de la película de animación nominada a los Oscar en el 2008 Vals con Bashir).
Mientras tanto, los refugiados palestinos esperaban en Cisjordania y Gaza, en campamentos en países vecinos y en todo el mundo árabe a que se solucionara su difícil situación. En 1964 el Consejo Nacional Palestino, bajo el auspicio de la Liga Árabe, compuesta por representantes de 22 países de habla árabe, fundó la OLP. Pero tras la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días de 1967 apareció un líder palestino dispuesto a desafiar a la Liga Árabe y a hacerse con el control de la OLP.
Nacido en El Cairo en 1929, Yasir Arafat trabajaba como ingeniero en Kuwait a finales de la década de 1950 cuando fundó Al-Fatah, un acrónimo inverso en árabe para el “Movimiento de Liberación de Palestina” y también palabra que significa “victoria”. En 1969 tomó el mando de la OLP gracias a la facción de Al-Fatah. Desde su exilio en Jordania y después en el Líbano y Túnez, puso en marcha una campaña de secuestros, bombas y ataques a civiles para debilitar a Israel (que respondió con una enérgica campaña que incluyó operaciones transfronterizas de sus comandos y asesinatos) y mantuvo el problema palestino en primera plana internacional.
En 1987 estalló una sublevación popular contra el Gobierno israelí en Cisjordania y Gaza. Conocida como la Primera Intifada (“Levantamiento” en árabe), fue un estallido espontáneo de huelgas, piedras y cócteles molotov. En un principio Arafat, en Túnez, no estuvo al corriente de los sucesos en los Territorios Palestinos, pero pronto asumió el mando y se granjeó la solidaridad mundial hacia la causa palestina.
En 1988 Arafat renunció públicamente al terrorismo y reconoció a Israel. Cinco años más tarde, Israel (con Isaac Rabin) y la OLP firmaron los Acuerdos de Oslo, llamados así porque las negociaciones secretas en la capital noruega sentaron las bases para un acuerdo por el que Israel devolvería de forma gradual el control de los Territorios a los palestinos, comenzando por las ciudades de Cisjordania y Gaza. Las cuestiones más delicadas (el futuro de Jerusalén y el “derecho al retorno” de los refugiados palestinos) se negociarían al final de un período de cinco años. La fórmula de Oslo era esencialmente “tierra a cambio de paz”, basada en la solución de dos Estados propuesta por la ONU en 1947.
Yasir Arafat llegó a Gaza para liderar la nueva Autoridad Palestina (AP) en julio de 1994. En los siguientes años Israel devolvió gran parte de Gaza y las ciudades más importantes de Cisjordania a los palestinos, pero los Acuerdos de Oslo no propiciaron la paz, sino que más bien incitaron a sus opositores a más violencia. Hamás y la Yihad Islámica recrudecieron sus ataques suicidas contra israelíes e Israel respondió con el asesinato de líderes de Hamás y la Yihad Islámica, a menudo junto al de víctimas civiles. Se intensificaron las incursiones militares y la violencia de los colonos contra los palestinos, que vieron truncadas sus expectativas.
Quizá el mayor golpe al proceso de paz se produjo en noviembre de 1995, cuando un israelí ortodoxo de derechas disparó al primer ministro Isaac Rabin en una concentración por la paz en Tel Aviv. Su asesinato fue la culminación de varios años de instigación por parte de los israelíes nacionalistas (en especial los colonos judíos) radicalmente opuestos a que Rabin devolviera parte de la histórica “Tierra de Israel”. Muchos judíos ortodoxos (aunque no los ultraortodoxos, que son antisionistas) creen que las tierras bíblicas a las que llaman Judea y Samaria (Cisjordania) y Gaza estaban bajo control israelí como parte de un proceso de disposición divina que anunciaba el comienzo de la era mesiánica. Renunciar a una tierra que consideraban patrimonio de Israel otorgado por Dios pondría fin al proceso mesiánico.
Para la mayoría de los israelíes el asesinato de Rabin fue una pesadilla nacional, pero en gran medida consiguió lo que el asesino esperaba: arrebatar el proceso de paz a un abogado cuyo pasado militar (comandante de brigada en 1948 y luego jefe del Estado Mayor en la guerra de 1967) inspiraba confianza a los israelíes en cuestiones de seguridad.
A la muerte de Rabin siguió una serie de atentados suicidas por parte de Hamás que facilitaron la subida al poder de una coalición de derechas liderada por Benjamín Netanyahu. En 1999 se eligió un Gobierno de coalición de centro-izquierda liderado por Ehud Barak, antiguo jefe del Estado Mayor. Barak y Arafat aceptaron reunirse con el presidente de EE UU Bill Clinton en Camp David, en pro de un acuerdo de paz. Las negociaciones, con el descontento que habían suscitado los Acuerdos de Oslo como telón de fondo, fracasaron. La controvertida visita de Ariel Sharón, líder del partido Likud de Israel, al Monte del Templo desató la violencia generalizada y se acusó a Sharón y a Arafat de provocadores.
En un principio Arafat utilizó la violencia para presionar a Israel e intentar que hiciera concesiones, pero los jóvenes líderes de Al-Fatah, que creían que no se les había concedido suficiente poder desde su regreso del exilio, asumieron rápidamente el control de la situación y le acusaron de haber entregado los cargos políticos y militares importantes a los corruptos y serviles miembros del partido que habían estado con él en Beirut y Túnez. Estos jóvenes líderes se aliaron con Hamás y la Yihad Islámica, y desataron una oleada de atentados suicidas.
La opinión pública israelí se endureció y en el 2001 Sharón, un antiguo general que describía la Intifada como un “peligro existencial” para Israel y que se había opuesto a los esfuerzos de Barak de alcanzar un acuerdo con Arafat, fue elegido primer ministro. Sharón envió tanques para que ocuparan las ciudades de Cisjordania cedidas a Arafat, realizó frecuentes y sangrientas incursiones en Gaza y llevó a cabo “asesinatos selectivos” de presuntos líderes terroristas. Confinó a Arafat en su recinto de Ramala y lo rodeó con tanques. Deprimido y enfermo, el dominio de la situación y –según algunos asesores– de la realidad de Arafat se debilitó hasta que finalmente fue trasladado a Francia para recibir tratamiento; murió en noviembre del 2004. Según el grupo israelí pro derechos humanos B’Tselem (www.btselem.org), durante la Segunda Intifada (2000-2005), más de un millar israelíes, el 70% de ellos civiles, perecieron a manos palestinas y los israelíes asesinaron a cerca de 4700 palestinos, incluidos más de dos millares de civiles.
Una vez desaparecido su antiguo enemigo, Sharón continuó con un plan radical para “separarse” de los palestinos, construyó el “muro de separación” alrededor de gran parte Cisjordania (a pesar de la furiosa oposición de los colonos judíos) y evacuó asentamientos aislados. En agosto del 2005 completó la polémica evacuación de los 8600 colonos israelíes de la Franja de Gaza y de cuatro asentamientos en el norte de Cisjordania. En enero del 2006 Sharón sufrió un derrame cerebral que los colonos judíos entendieron como castigo divino. Sharón permaneció en coma hasta su muerte en el 2014.
En marzo del 2006 Ehud Olmert, lugarteniente de Sharón, fue elegido 12º primer ministro de Israel, pero su programa de mayor retirada de Cisjordania nunca se cumplió. Unos meses antes Hamás había ganado las elecciones parlamentarias palestinas y al año siguiente sus soldados ocuparon la Franja de Gaza; los dirigentes de Al-Fatah que no consiguieron salir a tiempo fueron torturados y varios asesinados (a algunos se les arrojó desde edificios). EE UU y la UE continuaron con sus envíos de ayuda a la Autoridad Palestina liderada por Al-Fatah en Cisjordania, mientras que Irán, a pesar de su desacuerdo sobre la guerra civil en Siria, aún entregaba armas y dinero a Hamás en Gaza. En el 2014, Olmert fue condenado por corrupción y sentenciado a seis años de cárcel.
En el verano del 2006 las guerrillas de Hezbolá secuestraron a dos soldados israelíes que patrullaban la frontera entre Israel y el Líbano. Israel comenzó una corta guerra contra la milicia libanesa apoyada por Irán en la que esta última lanzó miles de cohetes contra ciudades, pueblos y aldeas israelíes, consiguió paralizar el norte de Israel y mató a 43 civiles. Los bombardeos israelíes sobre ciudades libanesas como represalia fueron ampliamente condenados y la guerra se convirtió en un desastre diplomático para Israel, si bien ocho años después el alto el fuego acordado seguía vigente.
En el 2001 Hamás y la Yihad Islámica comenzaron a lanzar cohetes desde Gaza a Israel. Esos ataques se intensificaron después de que Israel se retirara de Gaza en el 2006 y los cohetes caseros Qassam se reemplazaron por Grads de 122 mm suministrados por Irán, capaces de alcanzar Be’er Sheva, Rishon LeZion y hasta Tel Aviv. Con todo, los habitantes de Sderot y de los kibutzs cercanos fueron los más atacados. A finales del 2008 Israel lanzó una ofensiva a gran escala, llamada Operación Plomo Fundido con intención de frenar los ataques con cohetes. Tras tres semanas de combates, gran parte de la infraestructura de Gaza quedó destruida y miles de palestinos perdieron sus hogares. Según la organización israelí pro derechos humanos B’Tselem, durante la operación 1397 palestinos resultaron muertos por los israelíes, por solo cinco soldados israelíes a manos palestinas. Pero Hamás mantuvo el control y excavó nuevos túneles con los que burlar el muy criticado bloqueo israelí de Gaza (considerablemente suavizado para productos de uso civil en el 2010). Egipto cerró la frontera Gaza-Sinaí en el 2013 y el 2014 el ejército egipcio destruyó unos 1200 túneles de contrabando, con lo que cortó una importante fuente de ingresos a Hamás.
Las elecciones generales israelíes del 2013 pusieron en el poder a otro Gobierno de coalición liderado por Benjamín Netanyahu, que inicialmente se concentró en intentar obligar a la creciente comunidad ultraortodoxa de Israel a entrar en las IDF e integrarse en la población activa. Tras el fracaso de las conversaciones de paz israelíes-palestinas auspiciadas por EE UU, en parte debido a la continua construcción de asentamientos por el Gobierno de Netanyahu, la Autoridad Palestina solicitó su entrada como Estado independiente en varias organizaciones internacionales, lo que enfureció a Israel. En el 2014, el presidente israelí Simón Peres (90 años) fue reemplazado en el cargo prácticamente formulario por Reuven Ruby Rivlin, un derechista con un sólido historial en derechos civiles.
En el 2014 Al-Fatah, que gobierna gran parte de Cisjordania, y Hamás, que controla Gaza, establecieron un Gobierno de unidad nacional, pero las diferencias y el recelo siguen presentes entre ellos. El Gobierno del presidente Abdel Fattah al-Sisi en Egipto es implacablemente hostil con Hamás, en parte por la histórica oposición de los militares de su país a los Hermanos Musulmanes, organización islamista egipcia.
En junio del 2014 el secuestro y asesinato de tres adolescentes israelíes por palestinos desencadenó una rápida y violenta respuesta. Israel lanzó una importante ofensiva contra Hamás en Cisjordania, mató a 10 palestinos y detuvo a cientos más. Se dispararon cohetes hacia Gaza y desde Gaza a Israel. Esa guerra de 50 días entre Hamás e Israel dejó más de 2100 palestinos (69% de ellos civiles según la ONU) y 73 israelíes (67 de ellos soldados) muertos, gran parte de la Franja de Gaza (17 200 hogares incl.) en ruinas y cientos de miles de civiles, en especial niños, traumatizados. El escudo antimisiles Cúpula de Hierro de Israel prácticamente neutralizó la amenaza de Hamás.