Los aleutas la llamaron Alaxsxag, “donde el mar se rompe la espalda”. Los rusos la bautizaron Bolshaya Zemlya, “la Gran Tierra”, pero hoy es solo Alaska. La historia de este subcontinente (el mayor de los 50 estados de EE UU) tiene toda la épica de una epopeya: migraciones masivas, aniquilación cultural, una fiebre del oro y otra del petróleo. Desde la llegada de las colonias europeas, su historia ha estado ligada a la adquisición de vastos recursos naturales.
Parte de la historia antigua de Alaska sigue siendo objeto de debate y en el centro de esta cuestión está la manera en que se pobló Norteamérica. Hay quien dice que los primeros habitantes de Alaska llegaron de Asia a América hace 15 000-30 000 años, durante una glaciación que bajó el nivel del mar y creó un puente de tierra de 1500 km que unió Siberia con Alaska. Los nómadas que atravesaron el puente no lo hicieron por ansias de exploración sino que seguían a los animales que les proporcionaban alimentos y ropa. Otros proponen un contacto más continuado entre el Viejo y el Nuevo Mundo, con migraciones constantes y comercio en barco.
La primera gran migración, que llegó por el puente de tierra desde Asia, fue de los tlingit y los haida, que se establecieron en el sureste y en la actual Columbia Británica, y los atabascanos, una tribu nómada que se estableció en el interior. Los otros dos grupos mayoritarios fueron los iñupiat, que se quedaron en la costa norte de Alaska y Canadá (donde se les conoce como inuit), y los yupik, que colonizaron el suroeste de Alaska. El grupo de nativos de Alaska más pequeño fue el de los aleutas de las islas Aleutianas. Se cree que los iñupiat, los yupik y los aleutas llegaron hace 3000 años y estaban ya perfectamente establecidos cuando arribaron los europeos.
Las culturas matriarcales de los tlingit y los haida eran muy avanzadas. Las tribus tenían asentamientos permanentes y un sistema de clases con jefes, nobles, plebeyos y esclavos, aunque era posible subir (o bajar) de clase. Estas tribus eran famosas por sus tallas en madera, especialmente los tótems, que aún se ven en Ketchikan, Sitka y otros lugares del sureste. Los tlingit se repartían por el sureste en grupos numerosos y, de vez en cuando, llegaban hasta Seattle en sus enormes canoas.
Muchas tribus del noroeste del Pacífico, incluidos los tlingit y los haida, celebraban potlatches. Estas reuniones únicas estaban pensadas para redistribuir riquezas. Los nobles organizaban comilonas, hacían regalos, liberaban (o mataban) esclavos y, a veces, lanzaban al océano grandes objetos de cobre como símbolo de riqueza. Esta práctica fue eliminada por los europeos (e incluso se declaró ilegal durante un tiempo), pero hoy aún se produce, aunque de manera distinta. Los descubrimientos recientes indican que las tribus atabascanas también tenían su versión del potlatch, lo que indicaría el intercambio continuo de ideas y tecnologías entre las muchas tribus.
La vida no fue fácil para los aleutas, los iñupiat y los yupik. Con inviernos mucho más fríos y veranos más frescos, tuvieron que desarrollar una cultura de caza efectiva en el mar para poder sobrevivir en las duras regiones de Alaska. Es el caso de los iñupiat, que no podrían haber sobrevivido a los inviernos sin su gran técnica de caza sobre el hielo. En verano, armados solo con arpones con puntas de jade, los iñupiat, en kayaks cubiertos por pieles llamados bidarkas y umiaks, perseguían y mataban ballenas boreales de 60 toneladas. Aunque los barcos motorizados han sustituido a los kayaks y los arpones modernos a las lanzas con punta de jade, la tradición ballenera se conserva en lugares como Utqiaġvik (Barrow).
El frío y tormentoso Pacífico Norte hizo que Alaska fuera uno de los últimos lugares del mundo en ser topografiado por los europeos.
El almirante español Bartolomé de Fonte es considerado, para muchos, el primero en haber viajado desde Europa hasta aguas de Alaska en 1640, pero el primer documento escrito de la zona es de Vitus Bering, un navegante danés que viajaba para el zar de Rusia. En 1728 las exploraciones de Bering demostraron que América y Asia eran dos continentes separados. Trece años después, Bering se convirtió en el primer europeo en pisar Alaska, cerca de Cordova. Bering y buena parte de su tripulación murieron de escorbuto durante ese viaje, pero su teniente de navío volvió a Europa con pieles e historias sobre las fabulosas colonias de focas y nutrias, desencadenando la primera fiebre por Alaska. Las islas Aleutianas fueron rápidamente colonizadas, con asentamientos en Unalaska y la isla de Kodiak. Se desató el caos; los cazadores rusos se robaban y asesinaban mutuamente por las pieles, y los aleutas, que vivían cerca de las tierras de caza, fueron prácticamente aniquilados a base de masacres, enfermedades y trabajos forzados. En la década de 1790 Rusia había organizado la Russian-American Company para regular el comercio de pieles y frenar la violenta competencia.
Los británicos llegaron cuando el capitán James Cook empezó a buscar el Paso del Noroeste. En su tercer y último viaje, Cook navegó desde la isla de Vancouver hasta el centro-sur de Alaska en 1778, echando anclas en la actual ensenada de Cook, antes de continuar hasta las Aleutianas, el mar de Bering y el océano Ártico. Los franceses enviaron a Jean-François de Galaup, conde de La Pérouse, que en 1786 llegó hasta la bahía de Lituya, que hoy forma parte del Parque Nacional de la Bahía de los Glaciares. Las terribles mareas de la larga y estrecha bahía pillaron a la partida de exploración con la guardia baja, provocando la muerte de 21 marineros, lo que disuadió a los franceses de colonizar la zona.
Tras agotar las colonias de pieles de las Aleutianas, Aleksandr Baranov, que dirigía la Russian-American Company, trasladó su capital territorial de Kodiak a Sitka, donde construyó una espectacular ciudad, llamada “la París americana de Alaska”. Pero el control de Alaska por parte de los rusos siguió siendo limitado (en su momento álgido solo 800 rusos tenían allí su residencia permanente).
En la década de 1860 los rusos estaban desbordados: su participación en las guerras napoleónicas europeas, el descenso de la industria de las pieles y la gran distancia entre Sitka y el corazón de Rusia estaban vaciando las arcas nacionales. El país hizo varias propuestas a EE UU para que le comprara Alaska, pero no lo consiguió hasta 1867, cuando el secretario de estado, William H. Seward, firmó un tratado para comprar el estado por 7,2 millones de US$, menos de 2 centavos por acre.
Pero los estadounidenses estaba en contra de la compra de “la hielera de Seward” o “Walrussia” y, en el Senado, la batalla para ratificar el tratado duró seis meses. El 18 de octubre de 1867, en Sitka, se realizó el traspaso oficial de Alaska a EE UU, aunque siguió siendo un territorio sin ley ni organización durante los siguientes 20 años.
Esta gran tierra, aislada e inaccesible para la mayoría, fue aún un tiempo un misterio oscuro y helado para el gran público, pero al final se descubrieron sus riquezas. Primero fueron las ballenas y luego los espectaculares remontes de salmones; la primeras envasadoras se construyeron en 1878 en la isla del Príncipe de Gales.
Lo que verdaderamente puso a Alaska en el punto de mira fue el oro. La promesa de riqueza rápida y aventuras fue el mayor atractivo que haya tenido nunca. El oro se descubrió en el estrecho de Gastineau en la década de 1880 y de la noche a la mañana se crearon los núcleos de Juneau y Douglas. En 1896 se produjo una de las fiebres del oro más animadas en la región de Klondike del Yukon canadiense, al otro lado de la frontera.
A menudo llamada “la última gran aventura”, la fiebre del oro de Klondike llegó en un momento en que el país y buena parte del mundo vivía una grave recesión económica. Cuando los titulares del Seattle Post-Intelligencer
gritaron “¡ORO! ¡ORO! ¡ORO! ¡ORO!” el 17 de julio de 1897, miles de personas abandonaron sus trabajos y vendieron sus casas para pagar el viaje a la nueva ciudad de Skagway. Desde este poblado de tiendas de campaña, cerca de 30 000 prospectores se enfrentaron al empinado Chilkoot Trail hasta el lago Bennett, donde construyeron toscas balsas para recorrer el resto del camino hasta los campos auríferos. Prácticamente todos volvieron a casa por la misma ruta, arruinados y desilusionados.
El número de mineros que se hicieron ricos fue pequeño, pero las historias y leyendas que surgieron no tuvieron fin. La estampida del Klondike duró únicamente de 1896 a principios de 1900 y fue la época más animada de Alaska y la que le dio la fama de última frontera del país.
A los tres años de la estampida de Klondike la población de Alaska duplicó su número hasta los 63 592 habitantes, con más de 30 000 no nativos. Nome, otra ciudad del oro, era la más grande de todo el territorio, con 12 000 habitantes y, también debido al oro, la capital se trasladó de Sitka a Juneau. Políticamente, este fue también el inicio de la construcción del estado de Alaska: se hicieron carreteras, se crearon entes gubernamentales, se abrieron industrias auxiliares y, en 1906, se envió a un delegado sin derecho a voto al Congreso. Aún así seguía siendo un estado de paso, con una proporción de cinco hombres por mujer y muy poca gente decidida a quedarse a vivir para siempre.
En junio de 1942, seis meses después del ataque a Pearl Harbor, los japoneses iniciaron su campaña de las Aleutianas bombardeando Dutch Harbor durante dos días e invadiendo las islas de Attu y Kiska. Aparte de Guam, fue la única invasión extranjera de suelo estadounidense durante la II Guerra Mundial y suele llamarse “la Guerra Olvidada” porque la mayoría de los estadounidenses no tienen ni idea de lo que sucedió en Alaska. La batalla para recuperar la isla de Attu fue muy sangrienta. Tras 19 días y el desembarco de más de 15 000 tropas, EE UU recuperó su pedazo de tierra yerma, pero sufrió 3929 bajas y 549 muertes. De los más de 2300
japoneses de Attu, se rindieron menos de 30 y muchos se suicidaron.
Tras el ataque japonés sobre las Aleutianas en 1942, al Congreso le entró el pánico y corrió a proteger el resto de Alaska. Se establecieron enormes bases del Ejército de Tierra y de la Fuerzas Aéreas en Anchorage, Fairbanks, Sitka y Whittier, y se envió a ellas a miles de militares. Pero el gran proyecto de expansión militar fue la famosa Alcan (también llamada Alaska Hwy). La carretera fue construida por el Ejército pero todos los residentes de Alaska se vieron beneficiados ya que les permitía acceder a los recursos naturales del estado y hacer uso de ellos.
En 1916 la legislatura territorial de Alaska presentó su primer proyecto de ley, rechazado por la industria envasadora de salmón con base en Seattle, que querían evitar el control local de los recursos de Alaska. Luego, la caída de la bolsa de 1929 y la II Guerra Mundial mantuvieron ocupado al Congreso con problemas más apremiantes. Pero el crecimiento que trajo la Alcan y, en menor grado, las nuevas bases militares, empujaron a Alaska a la cultura estadounidense y renovaron su empuje para conseguir la categoría de estado. Cuando el Senado aprobó el proyecto de ley para la creación del estado de Alaska el 30 de junio de 1958, Alaska ya se había integrado en la Unión y, el enero siguiente, el presidente Dwight Eisenhower declaró oficialmente Alaska como estado número 49.
Alaska entró en la década de 1960 de manera prometedora, pero entonces llegó el desastre: el peor terremoto de Norteamérica (9,2 en la escala de Richter) azotó el centro-sur de Alaska la mañana del Viernes Santo de 1964. Aunque solo murieron poco más de 100 personas y los daños se estimaron en 500 millones de US$, la devastación natural fue enorme. En Anchorage, los edificios de oficinas se hundieron 3 m y las casas se deslizaron más de 365 m, cayendo al Knik Arm. Una ola prácticamente borró del mapa la comunidad de Valdez. En Kodiak y Seward, casi 10 m de costa cayeron al golfo de Alaska y Cordova perdió todo su puerto cuando el mar se alzó 4,8 m.
El devastador terremoto de 1964 dejó el recién nacido estado en ruinas, pero enseguida apareció un regalo de la naturaleza que permitió que Alaska se recuperara con creces. En 1968, Atlantic Richfield descubrió enormes depósitos de petróleo bajo la bahía de Prudhoe, en el océano Ártico. El valor del petróleo se duplicó tras el embargo del petróleo árabe de 1973. Sin embargo, no podía explotarse hasta que hubiera un oleoducto que lo transportara hasta el puerto de Valdez. Y el oleoducto no podía construirse hasta que el Congreso, que aún administraba buena parte de las tierras, solucionara la intensa polémica que existía entre la industria, los ecologistas y los nativos de Alaska sobre la propiedad histórica de las tierras.
La Alaska Native Claims Settlement Act de 1971 fue una ley sin precedentes que abrió el camino para que un consorcio de compañías petrolíferas construyera el oleoducto de 1269 km. La ley dio 962,5 millones de US$ y 44 millones de acres (así como derechos al subsuelo) a los nativos de Alaska. La mitad del dinero fue a parar directamente a las aldeas y la otra mitad sirvió para crear 12 corporaciones. Hoy existen 13 corporaciones de nativos de Alaska; gestionan la tierra, invierten en diversas empresas y dan dividendos a los pueblos nativos.
El oleoducto Trans-Alaska tardó tres años en ser construido, costó más de 8000 millones de US$ (en dólares de 1977) y, en la época, fue el proyecto de construcción privada más caro de la historia.
El petróleo empezó a recorrerlo el 20 de junio de 1977 y durante una década Alaska tuvo una base económica que era la envidia del resto de estados y representaba el 90% de los ingresos del gobierno estatal. Con ese dinero, el estado creó la Alaska Permanent Fund, que pasó de los 700 000 US$ iniciales a los más de 4400 millones de US$ actuales. Los residentes permanentes aún reciben cheques anuales sobre los dividendos, aunque con las últimas crisis presupuestarias el dinero de esos cheques se ha recortado.
En el período de crecimiento de mediados de la década de 1980 los alasqueños tuvieron los mayores ingresos per cápita del país. Los diputados de Juneau transformaron Anchorage en una ciudad espectacular, con estadios deportivos, bibliotecas y centros de artes escénicas, y construyeron escuelas de millones de dólares en casi todas las poblaciones rurales. De 1980 a 1986 el estado, con solo medio millón de residentes, tuvo unos ingresos de 26 000 millones de US$.
La abundancia de petróleo hizo que muchos alasqueños no vieran más allá del brillo del dólar. La realidad asestó un terrible golpe en 1989 cuando el Exxon Valdez, un petrolero de 300 m de Exxon, chocó con el arrecife Bligh, a pocas horas de distancia del puerto de Valdez. El barco vertió casi 41 millones de litros de crudo en las ricas aguas del Prince William Sound. Los alasqueños, junto al resto del mundo, vieron con horror cómo el vertido, demasiado grande para ser contenido con barreras, se extendió 965 km desde el punto de impacto. Los habitantes del estado se conmocionaron al ver que el petróleo aparecía por todas partes, desde los acantilados glaciales de los fiordos de Kenai hasta las colonias de aves del Parque Nacional de Katmai. El vertido acabó contaminando 2570 km de costa y mató a unas 100 000-250 000 aves y 2800 nutrias marinas, diezmando también las poblaciones de peces. Hoy, los caladeros se empiezan a recuperar, al igual que las poblaciones animales, aunque en muchas playas aún puede verse petróleo bajo la arena.
El petróleo, al igual que otros recursos del pasado, se está agotando. El caldero de oro de la bahía de Prudhoe empezó su declive en 1988 y hoy produce menos de la mitad de los dos millones de barriles al día que se extraían en su momento álgido, en 1987. El final de la Guerra Fría y la consecuente reducción de las fuerzas militares a principios de la década de 1990 también repercutieron en la economía. Los ingresos estatales, que habían sido la envidia del resto de gobernadores del país, se fueron a pique al bajar las regalías del petróleo. Con cerca del 90% del presupuesto estatal derivado de los ingresos del petróleo, Alaska vivió en números rojos desde principios de la década de 1990 hasta el 2004, con solo dos años de equilibrio presupuestario.