No hay que dejarse engañar, la nación independiente más joven de Centroamérica no está precisamente falta de historia. Aunque la independencia no llegó hasta 1981 (pacíficamente) muchas familias beliceñas se remontan a muchas generaciones anteriores. Casi todos los beliceños tienen alguna historia que contar sobre el papel de sus antepasados en la creación de la nación que hoy es su hogar.
Belice albergó una de las grandes civilizaciones mesoamericanas de la antigüedad, los mayas. Estos crearon prósperos enclaves comerciales, templos religiosos monumentales y exquisitas obras de arte. Poseían sofisticados conocimientos sobre su entorno terrenal y cosmológico, en buena parte dejados por escrito. Prosperaron del 200 a.C. al 1500, cuando sucumbieron al declive y a los ataques externos. Los cimientos de piedra de su reino señorial se convirtieron en un mundo perdido bajo la densa jungla.
Los mayas se extendían por toda Centroamérica, desde el Yucatán hasta Honduras y del Pacífico al Caribe. No eran homogéneos en cuanto a etnia y estaban divididos por parentescos, regiones y dialectos. Las distintas comunidades a veces cooperaban y a veces competían, creando alianzas para el comercio y la guerra.
Los restos arqueológicos indican que los asentamientos mayas de Belice son de los más antiguos. En el oeste, Cahal Pech, importante centro comercial durante más de 2000 años, se data hacia el 1200 a.C. En el norte, la majestuosa Lamanai, un importante centro religioso durante más de 2000 años, se fundó hacia el 1500 a.C. Aún viven en Belice tres grupos mayas diferentes: los mopán al norte; los yucatecas, llegados desde México, también en el norte; y los kekchí, que emigraron desde Guatemala, en el oeste y el sur.
Los mayas se organizaban en reinos donde la vida social y económica era una extensión de una rígida jerarquía política. En lo más alto estaba el rey (o gran señor) y su familia real, seguidos por una élite de sacerdotes, guerreros y escribas; a continuación se situaban los artesanos y comerciantes ricos. En lo más bajo se hallaban los granjeros y sirvientes. El sistema se basaba en la creencia cultural de que el rey poseía cierta influencia sobre los poderosos y oscuros dioses del inframundo, que a veces se convertían en jaguares para intervenir en asuntos terrenales. La élite gobernante reforzaba esta creencia mediante elaboradas demostraciones de poder; un auténtico teatro del miedo.
Incluso antes de que llegaran los europeos cargados de gérmenes, los cimientos culturales de la sociedad maya empezaron a resquebrajarse. Una sequía prolongada había causado grandes penurias económicas y dejó la sensación de que los reyes y sacerdotes habían perdido su toque sobrenatural. Pero fueron los españoles quienes terminaron oficialmente con ellos.
El reino maya más espectacular de Belice estaba en Caracol, en Mountain Pine Ridge, al oeste. En pleno apogeo (ss. VI-VII), Contaba con más de 100 000 habitantes, entre ellos joyeros de gran categoría y hábiles artesanos, con un complicado sistema agrícola en terrazas, un próspero mercado comercial y 65 km de vías asfaltadas. Según la historia tallada en una estela, el rey de Caracol, Señor del Agua, derrotó a su rival, Doble Pájaro, rey de Tikal, en una decisiva batalla en el año 562, lo que inició un periodo de supremacía de Caracol sobre el altiplano central. Las inscripciones pictográficas parecen indicar que el Señor del Agua sacrificó personalmente a Doble Pájaro para recalcar el triunfo de Caracol. Tal vez esto tenga algo que ver con la enemistad que aún perdura entre Belice y Guatemala.
Hacia el 1500 los reyes jaguares se vieron obligados a refugiarse en la selva con la llegada de los españoles. La población maya de Belice en esa época era de cerca de un cuarto de millón de habitantes, pero la letal combinación de enfermedades y codicia de los españoles diezmaron la población en un 90%. En la década de 1540, un ejército de conquistadores con base en el Yucatán salió de expedición por buena parte del actual Belice, bajaron por la costa y atravesaron el altiplano central. Frustrados al no encontrar riquezas, dejaron a su paso un sangriento reguero de víctimas y aldeas abandonadas. Los centros religiosos como Lamanai se convirtieron al catolicismo.
A principios de la década de 1600 los mayas lanzaron una contraofensiva y expulsaron a los pocos colonos y misioneros españoles que habían decidido quedarse pero, debilitados y asustados, nunca volvieron a las antiguas ciudades arrasadas y permanecieron ocultos en el interior.
Cuando Colón tropezó con el continente que se conocería como América, sus regios mecenas, Isabel y Fernando, encontraron un filón. Al poco, el oro y sobretodo la plata rebosaban en las arcas reales, convirtiendo España en una superpotencia mundial. En 1494 el Tratado de Tordesillas estableció la jurisdicción exclusiva de la región a los españoles, declarando las riquezas del Nuevo Mundo prohibidas al resto de rivales del viejo mundo. Pero la tentación era demasiado grande y los escondites demasiado numerosos. El botín español fue saqueado por británicos, franceses y holandeses. En época de guerra eran contratados por la Corona, que les otorgaba patente de corso y los llamaba corsarios; el resto del tiempo eran simples piratas.
Belice se convirtió en una de las bases caribeñas de los maleantes marítimos británicos, que a principios de s. XVII empezaron a usar la bahía de Honduras como lugar de saqueo de los galeones españoles. Los británicos de la zona empezaron así a ser conocidos como baymen (hombres de la bahía).
La costa beliceña presentaba varias ventajas estratégicas para los piratas. La tierra era rica y estaba deshabitada, ya que los españoles habían expulsado a los mayas pero no se habían establecido. Quedaba a poca distancia del concurrido canal del Yucatán por donde, con un poco de suerte, la Flota de Indias podía dirigirse a La Habana o bien la Flota de Tierra Firme podía llegar desde Panamá. La costa ofrecía protección, escondida tras espesos manglares e islas litorales, mientras que la larga barrera de arrecife suponía una traicionera trampa que mantenía a los buques de guerra españoles a una cierta distancia.
En 1638 se registró la creación oficial de un asentamiento británico en la embocadura del río Belice. En esa época, un capitán pirata escocés, Peter Wallace, decidió fundar una nueva población portuaria. Se dice que construyó los cimientos de lo que sería la futura Ciudad de Belice con virutas de madera y botellas de ron, es de suponer que vacías.
Mientras, los baymen encontraron otra actividad con la que molestar a la Corona española: esquilmar sus bosques, ricos en maderas duras, sobre todo caoba, muy apreciada por los carpinteros, ebanistas y constructores de barcos británicos. Además, en los bosques de las tierras bajas abundaban los palos de tinte, árboles de los que se obtenía un valioso extracto para teñir telas de lana.
En el s. XVIII la monarquía británica logró una flota naval y mercante a la altura de la española. Los corsarios ya no eran necesarios, por lo que los piratas estorbaban. En 1765 el almirante Burnaby, comandante de la marina británica con base en Jamaica, visitó a los rudos baymen y les entregó las leyes de comportamiento imperiales: se prohibía el robo, el contrabandismo y la blasfemia; y se obligaba al pago de impuestos y la obediencia al soberano.
A medida que la colonia británica aumentaba sus beneficios, la Corona española se enfadaba cada vez más. La armada española intentó sin éxito en varias ocasiones echar a los pendencieros y bien aposentados ocupantes británicos. Con el Tratado de París de 1763, España lo intentó por la vía diplomática, negociando un acuerdo por el que los británicos podían quedarse y explotar los bosques siempre que pagaran por ello a la Corona española y prometieran no extender la colonia. Los baymen no cumplieron ninguna de las dos condiciones.
España acabó perdiendo la paciencia en 1779, incendío Ciudad de Belice en un ataque sorpresa y envió a los prisioneros como esclavos a Cuba. El conflicto terminó en 1798 en la Batalla de Cayo San Jorge, cuando un escuadrón de 30 buques de guerra españoles se enfrentó y perdió contra los baymen, que habían sido alertados y se movían en barcos más pequeños pero más rápidos. Los españoles dejaron de intentar expulsar a los británicos de Belice y la batalla se convirtió en una anécdota que terminó inspirando una fiesta nacional (el Día de la Batalla de Cayo San Jorge).
En el s. XIX, el Belice moderno empezaba a tomar forma, principalmente por su importancia económica y política en el Imperio británico, donde se lo bautizó como Honduras Británica. Al principio administrado desde Jamaica, pronto se convirtió en colonia de la Corona, con gobernador propio. La sociedad beliceña presentaba influencias británicas, africanas, mayas y españolas. Era un paraíso para los refugiados y un campo de trabajo para los esclavos, una multicultural y jerárquica colonia de la Corona.
En lo alto de la sociedad colonial estaban los descendientes de los baymen. En inicio, sus proscritos ancestros formaron una comunidad bastante democrática, formada por etnias diversas. Pero al crecer la colonia y al hacerse más fuertes los lazos con el imperio, apareció una oligarquía de familias destacadas. A pesar de descender de renegados del sistema, pretendieron ser aristócratas. Reivindicaron su linaje blanco y británico y usaron la autoridad de la Corona para reforzar su estatus. Por orden del gobernador de Su Majestad para Honduras Británica, tan solo ellos tenían derechos políticos en asuntos coloniales y derecho a la propiedad privada de tierras y bosques. Mantuvieron su dominio hasta principios del s. XX.
Como la economía se basada en la exportación de madera, se necesitaban cuerpos fuertes para la extenuante tarea de talar los árboles de la densa jungla. Como en el resto de las Américas, los esclavos africanos pusieron el músculo, el sudor y el dolor. En 1800, la colonia contaba con 4000 habitantes: 3000 esclavos negros, 900 mestizos y negros libres y 100 colonos blancos. Los amos sabían contar perfectamente, y actuaron muy hábilmente para permanecer al mando. A los esclavos se les dividía en pequeños equipos de trabajo según sus orígenes tribales. Se les obligaba a trabajar muchas horas en lejanos campos en mitad de la jungla, separados de otros equipos y de sus familias. Las esclavas realizaban tareas domésticas y trabajos agrícolas. La separación racial no supuso una segregación total, por lo que los criollos mestizos (descendientes de esclavos africanos) acabaron siendo un 75% de la población.
En 1838 se prohibió la esclavitud en el Imperio británico. Sin embargo, la difícil situación de los afrobeliceños no mejoró. Se les prohibió comprar tierras, lo que les hubiera permitido ser autosuficientes, por lo que siguieron dependiendo de la economía controlada por los blancos. Se les empezó a llamar “aprendices” y trabajaban a cambio de sueldos precarios.
Cuando el mercado maderero empezó a decaer en la década de 1860 los terratenientes introdujeron los frutales y la caña de azúcar. Un discurso muy repetido de la historia es que la vida de los esclavos en los campos madereros de Belice era mejor que la de las plantaciones de azúcar del Caribe. Podría ser verdad, pero en Belice se produjeron cuatro grandes revueltas de esclavos entre 1760 y 1820 y se registraron muchas huidas anuales, lo que indica que crueldad y represión se dieron en todas partes.
Hacia mediados de s. XIX los colonos británicos finalmente entraron en contacto, y en conflicto, con los mayas. A medida que las madereras se adentraban más en el interior, se empezaron a encontrar con esquivos nativos que respondían a los avances de los leñadores con ataques relámpago.
En esa época, en la península del Yucatán estalló un conflicto armado entre los humildes mayas, los mestizos y los privilegiados terratenientes mexicanos. La sangrienta Guerra de Castas duró cerca de una década y obligó a muchas familias a huir. Los refugiados doblaron la población de Belice, que pasó de menos de 10 000 habitantes en 1845 a 25 000 en 1861.
Este flujo de personas redefinió la diversidad étnica del norte de Belice. Los refugiados mestizos, medio mexicanos medio indios, introdujeron su lengua, el español, las tortillas de maíz y las iglesias católicas en pequeñas poblaciones aisladas. Los refugiados mayas del Yucatán se dirigieron a los bosques del noroeste, donde tuvieron problemas con la industria maderera. En 1872 los desesperados mayas lanzaron un quijotesco ataque sobre los colonos británicos de Orange Walk, en la que fue su última batalla. Reducidos y desalentados, los mayas que quedaron se dedicaron a sobrevivir en los límites territoriales y sociales de la colonia.
Belice continuó siendo colonia británica hasta 1981, algo tarde para las Antillas. España y Francia perdieron sus colonias caribeñas a finales del s. XIX y las colonias de las islas de Su Majestad se liberaron en la década de 1960. Debido a sus profundas divisiones étnicas, la identidad nacional se formó lentamente y el movimiento de independencia beliceño fue un proceso más de paciencia que de resistencia.
Al término del s. XIX las ordenadas costumbres de la vida colonial de la Honduras Británica mostraban síntomas de desgaste. La vieja élite estaba cada día más aislada y era menos temida, y sus conexiones con la madre patria se desmoronaban. En el 1900 EEUU había superado a Gran Bretaña como destino principal de la madera de caoba y en 1930 compraba el 80% de las exportaciones beliceñas.
La posición económica de la élite colonial se vio aún más mermada por la aparición de la British Estate and Produce Company, un consorcio con base en Londres que compró las tierras a los terratenientes locales y se hizo con el comercio de materias primas. Las grandes fortunas de la madera, en decadencia, impusieron a los capitalistas coloniales un recorte de los sueldos de los trabajadores de la caoba de Ciudad de Belice en un 50%, lo que provocó grandes protestas y los primeros pasos del movimiento social.
Durante la primera mitad del s. XX el nacionalismo beliceño se desarrolló a vaivenes. Durante la I Guerra Mundial se reclutó un regimiento de criollos para la causa aliada, una experiencia tan descorazonadora como esclarecedora. Maltratados a causa de su piel oscura, no se les permitió siquiera ir a luchar al frente junto a las tropas blancas. Se alistaron como patrióticos británicos pero se licenciaron como resentidos beliceños. Al volver, en 1919, convencieron a miles de personas para salir a las calles de la capital y protestar duramente contra el orden establecido.
Sin embargo, hasta la década de 1930 no se creó un movimiento anticolonialista. Empezó con la “Unemployed Brigade”, que organizaba mítines de fin de semana en el Battlefield Park, en Ciudad de Belice. El movimiento se alimentó de los malestares diarios de los trabajadores negros pobres y escupió su ira sobre los prósperos comerciantes blancos. Empezó a organizar boicots y huelgas y al poco tiempo sus líderes terminaron en prisión.
A principios de la década de 1950 se creó el Partido Popular Unido (PUP). Cuando la II Guerra Mundial causó el repentino cierre de los mercados de exportación, la colonia vivió una grave crisis económica que continuó hasta mucho tiempo después del fin de la guerra. Por todo Belice se sucedieron las manifestaciones antibritánicas, cada vez más militantes y, a veces, violentas. Las autoridades coloniales declararon el estado de emergencia, prohibieron las reuniones públicas e intimidaron a los defensores de la independencia.
Como respuesta, el PUP organizó una exitosa huelga general que finalmente obligó a Gran Bretaña a realizar concesiones políticas. El sufragio universal se amplió para todos los adultos y a la colonia se le concedió una cierta autonomía. Los cimientos imperiales de la antigua élite gobernante se desmoronaron al tiempo que las diferentes etnias de la colonia empezaban a bailar a un son beliceño común.
La independencia de Belice se pospuso hasta que se resolvió un molesto problema de seguridad. España nunca renunció formalmente a sus territorios beliceños, que con el tiempo pasaron a México y Guatemala. En el s. XIX Gran Bretaña firmó acuerdos con ambos países para reconocer las fronteras coloniales, pero el de Guatemala no acabó de cuajar.
A los caudillos guatemaltecos les preocupaba mucho la riqueza que percibían de la Honduras Británica. La Constitución de Guatemala de 1945 incluía explícitamente Belice dentro de su territorio. Por su parte, Gran Bretaña situó tropas en el oeste. Guatemala ladró pero no llegó a morder. En la década de 1960 los problemas fronterizos se estabilizaron y se volvió a poner en marcha la demanda de independencia.
Los beliceños esperaron pacientemente. En 1964 la colonia fue por fin autónoma e instauró un sistema parlamentario similar al de Westminster. En 1971 la capital se trasladó a Belmopán, un centro geográfico que unía simbólicamente todas las regiones y pueblos. En 1973 el nombre se cambió oficialmente de Honduras Británica a Belice. Y en septiembre de 1981 fue declarada nación-Estado independiente dentro de la Commonwealth británica. Incluso Guatemala reconoció Belice como nación soberana en 1991, aunque hoy en día mantiene su reclamación territorial.
La independencia resultó no ser la panacea universal. Los vehementes nacionalistas que condujeron al país a la emancipación se convirtieron en complacientes capitalistas. El país contaba con una pequeña economía cuyas fortunas dependían de los mercados internacionales. Los beliceños acabaron descubriendo que en vez de depender de las exportaciones tenían algo muy valioso que importar: el turismo. El aumento del ecoturismo y la resurrección de la cultura maya ha moldeado el Belice moderno y ha acicalado la jungla para el retorno del rey jaguar.
La política beliceña estuvo dominada durante mucho tiempo por el fundador del PUP, George Price. Su partido ganó casi todas las elecciones parlamentarias, consolidó la independencia política y promovió la aparición de una nueva clase media. En 1996, a los 75 años, Price abandonó la política con su estatus de héroe nacional intacto; sin embargo, el PUP empezaba a parecer vulnerable.
El partido se vio azotado por escándalos relacionados con la corrupción: fondos de pensiones desaparecidos, venta de terrenos públicos y sobornos. Sus defensores afirmaban que los políticos de otros partidos también habían cometido delitos similares.
La frágil economía heredada en el momento de la independencia costó mucho de recuperar. Muchos criollos empezaron a buscar trabajo fuera del país y crearon comunidades considerables en Nueva York y Londres. Cerca de un tercio de la población del país vive actualmente en el extranjero. A la vez, las guerras civiles y la pobreza rural de Guatemala y Honduras llevó más refugiados a Belice, por lo que el perfil demográfico cambió considerablemente y los mestizos de habla hispana se convirtieron en el principal grupo étnico. Desde la independencia, la población de Belice se ha multiplicado por dos, de los 150 000 habitantes de 1981 se pasó a 333 200 en el 2010.
Belice era el candidato ideal para la revolución verde. Las madereras habían dejado intactas grandes extensiones de selva de las llanuras y partes del interior del altiplano no habían sido nunca exploradas por los europeos. La jungla contaba con un auténtico tesoro de flora y fauna exótica y frente a la costa se hallaba el espectacular arrecife coralino y el misterioso Agujero Azul que Jacques Cousteau ya había hecho famoso.
En 1984 se creó el Ministerio de Turismo, pero hasta bien entrada la década de 1990 el Gobierno no fue capaz de ver el ecoturismo como una fuente viable de beneficios y, por tanto, empezar a invertir en su promoción y desarrollo. Se mejoró la infraestructura asociada con algunos lugares, se concedieron pequeños créditos empresariales, se organizaron programas de formación para guías y en la Universidad de Belice se creó la carrera de Turismo.
En la década siguiente se nombraron más de 20 parques nacionales, reservas de naturaleza, forestales y marinas desde las montañas occidentales hasta los cayos orientales. Más del 40% del territorio del país, incluido el 80% de su selva virgen, quedó así protegido. El número de visitantes creció sin parar, de 140 000 en 1988 a más de un millón en el 2010. A finales de la década de 1990 el turismo era el sector económico de mayor crecimiento del país, superando la exportación de materias primas.
La locura ecológica coincidió con los avances arqueológicos para estimular la recuperación de la cultura maya. En la década de 1980 se había avanzado mucho en descifrar los jeroglíficos mayas, lo que permitió a los investigadores adentrarse mucho más en el desconocido mundo de esta cultura mesoamericana. Además, los satélites de la NASA descubrieron casi 600 yacimientos y templos escondidos bajo la jungla beliceña. En el año 2000 el gobierno destinó casi 30 millones de dólares estadounidenses a excavaciones arqueológicas. La cultura perdida se convirtió en un producto de consumo. Los descendientes de los mayas recuperaron las ceremonias tradicionales, la artesanía, la preparación culinaria y las técnicas de curación, a menudo respondiendo a la curiosidad de los turistas. Sin embargo, los aspectos comerciales de esta recuperación cultural no están libres de polémica y no cuesta encontrar ejemplos de choque entre el turismo y lo sagrado. En la cueva Actun Tunichil Muknal de Cayo, a la vez un lugar sagrado para los mayas y un importante destino turístico, se prohibieron las cámaras después de que a un turista se le cayera la suya y rompiera un cráneo humano antiguo. Se trata de uno de los ejemplos que suscita la cuestión de cómo promover el turismo cultural y a la vez evitar un ambiente carnavalesco.
En el Belice moderno, los nuevos descubrimientos sobre el pasado de los mayas provocaron un cambio de actitud para con su presente. La cultura maya ya no se menosprecia y se aparta de la sociedad, sino que hoy supone fuente de orgullo y un rasgo característico de la identidad beliceña.