Cultura

Estilos de vida en Francia

Elegantes, sensuales, chic, encantadores, arrogantes, bruscos, burocráticos, chovinistas… Los franceses, también con fama de tercos, seguramente son los ciudadanos más estereotipados del mundo. A lo largo de los siglos se les ha atribuido un sinfín de etiquetas, más o menos ciertas, entre ellas la de comedores de ajo, portadores de boina (que ya no es el caso) o soeces (sacréble!). Entonces, ¿qué significa exactamente ser francés?

Complejo de superioridad

La mayoría de los franceses se sienten orgullosos de serlo y se muestran incondicionalmente nacionalistas en base a la tradición republicana del país, que sitúa la nacionalidad (en vez de la religión, p. ej.,) como rasgo fundamental de su identidad. Esto ha originado una nación segura de sí misma, tanto cultural como intelectualmente, aunque a veces eso puede traducirse en cierta actitud de superioridad.

Esa confianza natural es la espina dorsal de lo que significa ser francés. Y nunca antes se había demostrado de manera más apasionada o ferviente que durante los atentados terroristas que estremecieron la capital francesa en noviembre del 2015 y Niza durante las celebraciones del Día de la Bastilla en el 2016. Lejos de acobardarlos, los impactantes ataques movilizaron a los franceses, que blandieron desafiantes su cultura y orgullo nacional como principal arma contra el terrorismo: la etiqueta #JeSuisEnTerrasse se propagó como el fuego por internet, al tiempo que los parisinos optaron por instalarse en las terrazas de los cafés y en los espacios públicos con su habitual parsimonia.

Muchos franceses se desenvuelven bien en una segunda lengua y viajan. Ahora bien, si ni siquiera se intenta chapurrear el francés, ¡no habrá manera de que cedan!

Tradición frente a innovación

Reticentes al cambio, a los franceses les cuesta adoptar nuevas ideas y tecnologías; no en vano, el país tardó una eternidad en incorporar internet por querer aferrarse a su, entonces avanzado, sistema Minitel. Pese a ello, Francia es un país muy innovador; p. ej., sus ciudadanos utilizaban las tarjetas de crédito con microchip mucho antes que nadie, y el lapicero, el refrigerador, los alimentos enlatados, la calculadora, el nivel (para medir la horizontalidad) y el vestido corto negro (merci, Chanel) son inventos galos.

Sensuales por naturaleza

No todos los hombres destilan romanticismo ni se pasan el día encendiendo cigarrillos Gitanes. Tampoco son tan laxos frente al adulterio como el cine francés da a entender. El adulterio, penado hasta 1975, era suficiente justificante para obtener el divorcio automáticamente hasta el 2004. Hoy, alrededor del 45% de los matrimonios terminan en divorcio (lo que sitúa a Francia en el noveno puesto de los países con mayor porcentaje de separaciones), a instancias de la mujer en tres de cada cuatro casos. Como en el resto de Europa, las parejas cada vez se casan más tarde; la media actual es de 32 y 31 años para los hombres y mujeres, respectivamente, frente a los 30 y 28 años de hace una década. Por otro lado, casi el 60% de los bebés nace fuera del matrimonio, y uno de cada cinco se cría en familias monoparentales.

Por el contrario, besarse sí que es una costumbre muy arraigada. En todo el país es costumbre saludarse con un beso en cada mejilla. Aunque entre hombres, salvo en el sur o a menos que sean parientes o artistas, lo habitual es estrecharse la mano. Niños y niñas también adoptan la costumbre de besarse tan pronto como dejan de usar pañales.

Forma de vida

Cualquier pareja francesa moja cruasanes en el café con leche para desayunar, compra a diario una baguette en la boulangerie y recicla unas cuantas botellas de cristal y alguna que otra caja de cartón.

Va al cine una vez al mes, trabaja 35 h semanales (aunque muchos siguen atados a la semana laboral de 39 h o más, pues las empresas pueden imponerla a cambio de un salario extra negociable) y disfruta de cinco semanas de vacaciones y de casi una docena de festivos al año. Ve la start-up que su hijo de 24 años ha puesto en marcha en París con una mezcla de orgullo, escepticismo e incomprensión. Su hija de 20 años todavía estudia (las abarrotadas universidades públicas del país son gratis, y el único requisito que se exige es haber aprobado el bachillerato o baccalaureate). Luego está el pequeño, de 10 años, uno de tantos niños franceses que no tiene clase los miércoles por la tarde: la semana de cuatro días de clase es una gozada para los peques, pero una lata para los padres, pues no les queda otra que contratar a un canguro para ese día de la semana.

Mamá compra todas las semanas un cargamento de revistas del corazón. Papá queda con los amigos para jugar a la petanca. Y la primera quincena de agosto es la única época para tomarse las vacaciones de verano (como el resto del país, claro). Dejar la caca del perro en la acera es un deporte que se practica desde que se nace, y al ir de compras, todo se paga con la carte bleue (tarjeta de crédito o débito). La pareja tiene casero, pero aun así son minoría: el 65% de las familias son propietarios; el resto alquila.

Las mujeres

Francia aprobó el derecho al voto de las mujeres en 1945, pero no fue hasta 1964 que estas necesitaban el permiso de sus maridos para abrir una cuenta en un banco o para solicitar el pasaporte. Las jóvenes francesas, en particular, son bastante atrevidas e independientes. Pero esta autoconfianza aún no se ha traducido en igualdad en el puesto de trabajo, donde apenas hay mujeres que ostenten puestos directivos. La ley contempla multas económicas para los casos de acoso sexual. Un logro muy importante en la última década ha sido la parité, la ley de igualdad de género que establece la paridad entre hombres y mujeres en las listas electorales.

El aborto es legal durante las primeras 12 semanas de gestación, y las menores de 16 años no necesitan el consentimiento de sus padres siempre y cuando vayan acompañadas de un adulto (elegido por ellas mismas); en Francia, por cada 100 nacimientos se practican 30 abortos.

En particular, las francesas son conocidas por su sensualidad, estilo y clase, y no hay duda de que hoy son más atrevidas que nunca. Basta con tomar como ejemplo la moda de la parisina Sonia Rykiel (1930-2016), diseñadora en la década de 1970 de aquellos suéteres ceñidos y sugerentes que se llevaban sin sujetador. En el nuevo milenio, su hija Nathalie ha creado Rykiel Woman, una marca que abarca desde lencería hasta juguetes sexuales.

Luego, por supuesto, está la española Anne Hidalgo, primera alcaldesa de la historia de París, elegida en el 2014.

Patriotismo lingüístico

Hablar un idioma distinto del propio es una cuestión muy delicada para los franceses, y como tal quedó patente hace unos años cuando el entonces presidente francés Jacques Chirac abandonó una sesión plenaria de la UE después de que un compatriota suyo tuviera la osadía de dirigirse a los presentes en inglés. Al día siguiente, la prensa francesa y los blogs patrios bullían en torno al debate sobre el patriotismo lingüístico; los blogueros franceses señalaron, no sin razón, que el francés había dejado de ser desde hacía mucho tiempo la principal lengua internacional.

Desde la llegada de Emmanuel Macron a la arena política en el 2017, el inglés ha adquirido una nueva categoría en Francia, pues su elocuente capacidad para hablar con soltura, también en dicha lengua, le ha servido para ganarse a todo el mundo.

El francés fue la principal lengua vehicular de la UE hasta 1995, fecha de entrada de Suecia y Finlandia. La ley de medios de comunicación francesa restringe el tiempo que las emisoras de radio y canales de TV pueden dedicar a música que no sea en francés, pero nada puede hacer con internet. A tenor del uso diario en francés de anglicismos como weekend, jogging, stop y ok, podría decirse que los puristas del idioma han perdido la batalla.

Multiculturalismo

Francia es un país multicultural (los inmigrantes constituyen aproximadamente el 9% de la población); sin embargo, su código republicano, aunque inclusivo y no discriminatorio, ha recibido críticas por contribuir poco para satisfacer las demandas de una sociedad tan diversa (y, curiosamente, no hay un solo diputado en la Asamblea Nacional que represente a la población inmigrante, ni de primera ni de segunda generación). Nada refleja mejor esta dicotomía como la ley, en vigor desde el 2004, que prohíbe el velo islámico, el kipá judío, los crucifijos y otros símbolos religiosos en las escuelas francesas, o la más reciente prohibición del burkini (2017) en las playas del sur del país.

En torno al 90% de la comunidad musulmana francesa, que es la mayor de Europa, no tiene la ciudadanía francesa. Casi todos son inmigrantes ilegales que malviven en precarias bidonvilles (barriadas de chabolas) situadas en la periferia de París, Lyon, Marsella y otras urbes. Muchos están desempleados (el paro juvenil en muchos de esos barrios asciende al 40%) y, lo que es peor, con pocas perspectivas de encontrar un trabajo.

Deporte

Casi ningún francés bajaría ni loco a la calle en chándal y deportivas. Pero esto no significa que no les guste el deporte; al contrario, les encanta: ciclistas con las piernas depiladas suben el monte Ventoux, aficionados al fútbol llenan los estadios y todo aquel que puede va a esquiar el fin de semana.

Las 24 Horas de Le Mans y el Gran Premio de Fórmula 1 de Mónaco son las citas más señaladas del mundo del motor; Roland Garros, que se celebra en París a principios de verano, es el segundo de los cuatro torneos de Grand Slam del circuito de la ATP; y el Tour de Francia es sin duda la competición ciclista más prestigiosa del mundo, que cada año, en julio, reúne a 189 de los mejores ciclistas masculinos del mundo (21 equipos de nueve integrantes) y a 15 millones de telespectadores siguen esta espectacular ronda de más de 3000 km, que a lo largo de tres semanas recorre el país, con los Alpes y los Pirineos de por medio, antes de terminar en los Campos Elíseos. El recorrido de la carrera ciclista cambia cada edición, pero pase por donde pase, los franceses, provistos de mesas, sillas y cestas de pícnic, siempre están allí para animar. La caravana que precede a los ciclistas regala a los espectadores situados junto a la cuneta muestras de café, globos, bolígrafos y demás artículos publicitarios, y es casi tan divertido como ver pasar al pelotón en apenas 10 segundos.

El momento más memorable de la historia del fútbol francés se produjo en el Mundial de 1998, albergado y ganado por Francia. Hijo de inmigrantes argelinos, el centrocampista marsellés Zinedine Zidane (1972) encandiló al país entero con una exitosa carrera de goles de cabeza y un extraordinario juego de pies que por desgracia culminó con el cabezazo que propinó a un rival italiano durante la final de la Copa del Mundo del 2006. Pero era tal el poder de seducción de su humilde sonrisa sureña que el país no dudó en perdonar de inmediato al chico de oro del fútbol francés. También se convirtió entonces en la imagen publicitaria de marcas como Adidas, Volvic y Christian Dior.

Entre la nueva hornada de estrellas francesas está el centrocampista Paul Pogba (1993), que en el 2016 fue fichado por el Manchester United por la entonces cifra récord de 105 millones de euros, aunque igualado un año después por el delanteroOusmane Dembélé (1997), fichado por el FC Barcelona. Ese mismo año, el Paris Saint-Germain fichó por unos 180 millones de euros al parisino Kylian Mbappé (1998): una cifra que eclipsó cualquier operación previa y que sin duda ha renovado el interés por el fútbol francés.

El segundo momento más importante en la historia del fútbol galo ha sido reciente con la consecución del Mundial del 2018, casi 20 años después de alzarse con la primera estrella. Con apenas 19 años, Mbappé se convirtió en el jugador más joven en marcar en esta competición, tras Pelé, quien lo logró con solo 17 años en la final de 1958. Didier Deschamps, entrenador de la selección, también hizo historia al convertirse en la tercera persona del mundo en ganar el trofeo primero como jugador y luego como seleccionador.

 

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