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El hombre y la naturaleza han unido esfuerzos para producir una obra de arte de la arquitectura: la fortaleza de Galle. Los holandeses trazaron calles y edificios, los cingaleses le añadieron color y estilo, y la naturaleza hizo el resto: revestirla de vegetación tropical, humedad y aire salino. El resultado es un encantador casco antiguo con galerías de arte, tiendas singulares, cafés-boutique y pensiones, y algunos hoteles espléndidos. Para los turistas es el reclamo urbano número uno del país.