Una visita a Jordania implica interactuar con la historia, la cual cobra vida y es de actualidad al instante. Tropezarse con una ruina, encontrar una moneda romana u oír la llamada a la oración, puede resultar especial gracias al contexto en el que ocurre esa experiencia. Los grandes acontecimientos del pasado han determinado el presente de Jordania.
En un campo en bancales cerca de Madaba un pastor baja del burro, ata el animal a un cardo gigante y se refugia del sol del mediodía bajo un dolmen. Tendido bajo el techo de piedra fría de esta antigua cámara funeraria, casi se funde con el paisaje, hasta que su teléfono móvil irrumpe con un villancico versionado.
En Jordania la historia es parte viva y activa de la vida cotidiana, presente tanto en el tratamiento pragmático de objetos antiguos, como en el modo de vida de las personas. Los jordanos aprecian su patrimonio y no tienen prisa por renunciar a modos de vida que han funcionado durante siglos. Por consiguiente, el clásico enfoque lineal de la historia, donde cada hecho sucede a otro en una expectativa del llamado progreso, es casi irrelevante en un país donde pasado y presente se fusionan perfectamente.
La entidad de Jordania es un buen ejemplo. La situación política en las fronteras actuales es una creación moderna, pero engloba un territorio (al este del río Jordán) que ha albergado las civilizaciones más antiguas del mundo. Egipcios, asirios, babilonios, griegos, nabateos, romanos, cruzados y turcos comerciaron, construyeron ciudades y libraron guerras en este territorio y dejaron ricas influencias culturales, además de sentar las bases sobre las que los jordanos modernos han construido una identidad orgullosa.
Con un poco de creatividad, los abundantes indicios históricos diseminados por Jordania pueden organizarse en varios períodos de tiempo. Todos forman parte de las experiencias del visitante, no solo a través de una pila de columnas caídas junto a la carretera, también al tomar el té con los antiguos custodios del desierto o al regatear por un kílim con diseños heredados de la era bizantina.
El encuentro con la historia empieza al pisar Jordania. Cuando se visitan los dólmenes cerca de Madaba, por ejemplo, se entra en la cuna de la civilización; datan del 4000 a.C. y encarnan la sofisticación de los primeros pueblos del mundo. La era del comercio del cobre y el bronce aportaron riqueza a la región (1200 a.C.); se pueden encontrar forjas de las antiguas minas de cobre cerca del Feynan Ecolodge, en la Reserva de la Biosfera de Dana. Al recorrer la carretera del Rey, no solo se pisa el camino de la realeza, sino que también se percibe que ayudó a unificar ciudades-estado en una reconocible Jordania entre el 1200 a.C. y el 333 a.C.
Griegos, nabateos y romanos dominaron el período histórico más ilustre de Jordania (333 a.C.-333 d.C.) y dejaron los magníficos patrimonios de Petra y Jerash. La llegada de las dinastías islámicas es evidente a partir del s. vii las pruebas están literalmente esparcidas por los desiertos orientales del país en las intrigantes estructuras omeyas que salpican el desnudo paisaje. El conflicto entre el islam y el cristianismo, obvio en los castillos de los cruzados de Ajlun, Karak y Shobak, son un rasgo distintivo del milenio siguiente.
El imperialismo británico domina la historia de Jordania antes de la Revuelta Árabe de 1914. En camello por Wadi Rum aún se oyen los gritos “A Aqaba” suspendidos en el viento, como también el nombre de Lawrence, el oficial británico cuyas aventuras por el desierto han alimentado la imaginación de los visitantes hasta tal punto que hay montañas que llevan su nombre. La historia de Jordania trata de la independencia, la modernización y la cohabitación con sus difíciles vecinos.
Desde lo alto de la colina Shkarat Msaiad, en la poco transitada carretera de Siq Al Barid (Pequeña Petra) a Wadi Araba, se ven unos minúsculos montículos de piedra. A pesar de la aislada belleza del lugar, no hay mucho más que ver que unos muros de piedra. Sin embargo, es el típico lugar que adoran los arqueólogos porque como ellos lo definen, se trata de un “NPC”.
Un NPC, para los no iniciados, significa Neolítico Precerámico y es importante porque estos sitios indican un elevado grado de organización de las primeras comunidades. De hecho, en este protegido lugar en las colinas se encuentran los albores de la civilización. Los indicios de refugio, recogida de agua y agricultura demuestran la inmutabilidad básica de la vida.
Jordania cuenta con un número considerable de asentamientos primitivos, en gran parte gracias a su ubicación en el Creciente Fértil, el rico arco de tierras que comprendía Mesopotamia, Siria y Palestina. La fertilidad del suelo en esta región permitió a los primeros humanos pasar de una vida de cazador-recolector a establecerse en los primeros pueblos del mundo, que datan del 10 000-8500 a.C.
Uno de estos pueblos es Al Beidha, cerca de Petra. Se podría pensar en nuestros ancestros como personas sencillas con vidas sencillas, pero los habitantes de pueblos como este construían casas de piedra y madera; domesticaban, criaban y cocinaban animales domésticos; plantaban semillas silvestres, cultivaban la tierra, molían cereales y conservaban alimentos en vasijas de barro secado al sol; y empezaron a crear objetos decorativos, como las esculturas de la fertilidad de Ain Ghazal que datan del 6000 a.C. aprox. Estos primeros pobladores incluso dejaron constancia de su existencia en pinturas murales, como las de Teleilat Ghassul en el valle del Jordán.
Para disipar las dudas sobre la sofisticación de los antiguos, se puede visitar los campos de dólmenes (construidos en 5000-3000 a.C.) diseminados por todo el país. Los pastores locales probablemente se preguntarán el motivo de la presencia del viajero. Sería una buena pregunta para los antiguos que alinearon cuidadosamente sus últimas moradas por las lomas en vez de las cumbres de las colinas semiáridas.
Estos lugares obligan a reconsiderar a los pueblos primitivos: ¿cómo levantaban las monumentales piedras superiores para colocarlas y qué poder de la fe motivó tan laborioso y colaborativo esfuerzo? Muchos de los tesoros arqueológicos de Jordania generan más preguntas que respuestas en la cruzada humana para entender mejor nuestros orígenes.
Si se da suficiente importancia a un objeto, siempre habrá alguien que querrá uno también. Existen pruebas de que los primeros granjeros de Jordania se intercambiaban objetos deseables mucho antes del 4000 a.C., quizá despertando la rivalidad para fabricar y comerciar herramientas más precisas y adornos más bonitos. Una materia prima útil para las herramientas y para los adornos era el cobre, abundante en Jordania. Una visita a Khirbet Feynan en la actual Reserva Natural de Dana, con sus vastas zonas de escoria de cobre negro, ilustra la importancia de las minas de cobre para los antiguos de la región.
En un período de 1000 años, la experimentación con los metales dio lugar a la mezcla del cobre y el estaño para crear el bronce, un material más duro que permitió un rápido desarrollo de herramientas y, por supuesto, armas.
Durante la Edad del Bronce (3200-1200 a.C.) los asentamientos de la región mostraron más signos de acumulación de artículos de lujo, cada vez más ricos en índigo, sulfuro y azúcar (que se introdujo en Europa desde la zona del mar Muerto). No es casual que una mayor riqueza coincidiera con una preocupación por la seguridad, y se construyeran muros alrededor de ciudades como Pella. Algunos de los primeros invasores fueron los amoritas, cuya llegada a la zona se asocia con la violenta destrucción de las cinco Ciudades de la Llanura (cerca del extremo sur del mar Muerto), incluidas Sodoma y Gomorra.
Las invasiones no se limitaron a las fronteras de la moderna Jordania. Hacia finales de la Edad del Bronce (1500-1200 a.C.), todo Oriente Próximo parecía estar en guerra. Las ricas ciudades-estado de Siria se extinguieron, los egipcios se retiraron dentro de sus propias fronteras desde los puestos avanzados del valle del Jordán, y los extranjeros saqueadores (“pueblos del mar”) reformularon el paisaje político del Mediterráneo oriental. También llegaron los filisteos, que se asentaron en la orilla occidental del río Jordán y le dieron el nombre de Palestina.
Es difícil hablar de Jordania como una única entidad durante gran parte de su historia, ya que porque por lo menos hasta finales del s. xx d.C., sus fronteras se expandían y reducían y sus pueblos iban y venían, principalmente impulsados por las ambiciones políticas y las oportunidades de vecinos regionales más poderosos.
No obstante, hacia el 1200 a.C., algo parecido a una reconocible “Jordania” emergió del caos regional en la forma de tres reinos importantes: Edom en el sur, con su capital en Bozrah (moderna Buseira, cerca de Dana); Moab cerca de Wadi Mujib; y Ammon en el extremo del desierto de Arabia, con capital en Rabbath Ammon (actual Ammán). Es poco probable que estos tres reinos tuvieran contacto entre ellos hasta la fundación de la nueva ciudad-estado vecina de Israel.
Israel se convirtió pronto en un poder militar que había que tener en cuenta, pues dominaba la zona de Siria y Palestina y entraba en inevitables conflictos con sus vecinos. Bajo el rey David los israelitas consumaron una terrible venganza sobre Edom, masacrando casi toda la población masculina; Moab también sucumbió al control israelita y en Ammon la población fue obligada a trabajos forzados bajo los nuevos amos judíos. Sin embargo, el poder israelita resultó ser efímero y, después del breve pero ilustre reinado del rey Salomón, el reino se dividió en Israel y Judea.
A mediados del I milenio a.C. –quizá en respuesta a la agresión israelita– Ammon, Moab y Edom se convirtieron en una entidad unificada, conectada por una ruta comercial conocida hoy día como la carretera del Rey. Sin embargo, esta incipiente amalgama de tierras no era lo suficientemente fuerte para resistir ante el poder de sus hostigadores vecinos y pronto fueron arrollados por varios nuevos amos: asirios, babilonios y persas. Pasarían siglos antes de que Jordania lograra una identidad propia en sus fronteras actuales.
Las guerras e invasiones no fueron el peor desastre que tuvo que soportar la región. Situadas en pleno centro del puente de tierra entre África y Asia, las ciudades de la carretera del Rey estaban muy bien situadas para servir las necesidades de los ejércitos extranjeros de paso. También se beneficiaron de las caravanas que cruzaban los desiertos desde Arabia hasta el Éufrates, transportando el oro africano y el incienso de Arabia del sur a través de los puertos del mar Rojo en las actuales Aqba y Eilat. Griegos, nabateos y romanos capitalizaron estos botines de paso, dejando en contrapartida su legado cultural.
Hacia el s. iv a.C. la creciente riqueza de las tierras árabes atrajo la atención de un joven militar de Occidente, Alejandro de Macedonia. Más conocido hoy día como Alejandro Magno, este genio de 21 años arrasó la región en el 334 a.C., conquistando territorios desde Turquía hasta Palestina.
A su muerte, en el 323 a.C. en Babilonia, gobernaba un vasto imperio desde el Nilo hasta el Indo, con dimensiones comerciales similarmente vastas. En los siglos siguientes, el griego fue la lengua franca de Jordania (al menos escrita), dando acceso a los tesoros intelectuales de la era clásica. Las ciudades de Filadelfia (Ammán), Gadara, Pella y Jerash florecieron bajo el gobierno helénico, y prosperaron con el creciente comercio, especialmente con Egipto, que cayó bajo el mismo gobierno griego.
El comercio fue la clave del período de la historia más vibrante de Jordania, gracias a la creciente importancia de esta tribu árabe nómada del sur. Solo producían cobre y betún (para impermeabilizar los cascos de los barcos), pero sabían comerciar con bienes de naciones vecinas. Mediadores consumados, aprovechaban sus conocimientos únicos de las fortificaciones del desierto y el abastecimiento de agua para amasar riquezas del comercio de las caravanas, primero con el saqueo y luego cobrando un peaje sobre la mercancía que cruzaba las zonas bajo su control.
El comercio más lucrativo implicaba el transporte en camello del incienso y la mirra por la ruta del incienso desde el sur de Arabia hasta los puestos avanzados más al norte. Los nabateos también eran comerciantes exclusivos de especias enviadas a Arabia en barco desde Somalia, Etiopía y la India. Los suburbios de los cuatro extremos de la capital, Petra, recibían las caravanas y gestionaban la logística, procesando los productos y ofreciendo servicios bancarios y animales frescos antes de trasladar los bienes a Occidente a través del Sinaí hasta los puertos de Gaza y Alejandría para enviarlos a Grecia y Roma.
Los nabateos nunca poseyeron un “imperio” militar y administrativo en el sentido común de la palabra; al contrario, desde cerca del 200 a.C., establecieron una “zona de influencia” que se extendía de Siria a Roma. Cuando el territorio se expandió bajo el rey Aretas III (84-62 a.C.), controlaban y cobraban impuestos sobre el comercio en todo el Hiyaz (norte de Arabia), el Néguev, Sinaí, y Hauran, al sur de Siria. Su influencia llegaba hasta Roma, y todavía hay tumbas nabateas en el yacimiento de Madain Saleh, en Arabia Saudí.
En Jerash se entiende rápidamente la importancia de los romanos en Jordania, y la importancia de Jordania para Roma. Este complejo de ruinas es grandioso en una escala rara vez vista en proyectos de construcción modernos y muestra la riqueza que los romanos invirtieron en este puesto avanzado de su imperio. Jerash era claramente valiosa por su sal, y el comercio lucrativo asociado a los nabateos atrajo a Roma al principio. Como adecuado legado, el nombre de la moneda jordana, el dinar, procede del latín denarius (antigua moneda de plata romana).
Aportaron muchos beneficios a la región con la construcción de dos nuevas carreteras por el país: la Via Trajana Nova (111-114 d.C.) que unía Bosra con el mar Rojo, y la Strata Diocletiana (284-305 d.C.) que unía Azraq con Damasco y el Éufrates. También erigieron fuertes en el desierto del Este, en Qasr Al Hallabat, Azraq y Umm Al Jimal, para reforzar el borde oriental del imperio.
Los ss. ii y iii estuvieron marcados por una ferviente expansión del comercio cuando la Via Trajana se convirtió en la vía principal de caravanas, ejércitos y provisiones árabes. La riqueza benefició a Jerash, Umm Qais y Pella, miembros de la Decápolis, una asociación de ciudades provinciales que aceptaron la influencia cultural romana sin renunciar a su independencia
Con la caída del Imperio romano y la fractura de las rutas comerciales en los siglos siguientes, el liderazgo emprendedor de Jordania en la región jamás recuperó la misma condición.
Durante 1500 años tras el nacimiento de Jesús, la historia de Jordania se caracterizó por la expresión de la fe organizada de una u otra forma. Bajo la influencia de Roma, el cristianismo sustituyó a los dioses locales de los nabateos y varios cientos de años más tarde lo remplazó el islam, tras una batalla que dejó un legado prolongado y varios fuertes de los cruzados.
Al pensar en la historia de la religión cristiana, lógicamente muchos se centran en la Tierra Prometida al oeste del río Jordán. Y, sin embargo, a juzgar por pruebas recientes, la Iglesia cristiana puede que nunca hubiera evolucionado (por lo menos tal como la conocemos ahora) de no ser por la protección que se brindó a los primeros defensores de la fe en la orilla este del Jordán.
En el 2008, 40 km al noreste de Ammán, los arqueólogos hallaron la que consideran la primera iglesia del mundo. Data de los años 33-70 d.C., estaba enterrada bajo la iglesia de San Jorge de Rihab y parece que refugió a 70 discípulos de Jesús. Descritos en las inscripciones de los mosaicos del suelo como los “70 amados por Dios y el Divino”, estos primeros cristianos huían de la persecución en Jerusalén y vivieron secretamente, practicando sus rituales en la iglesia subterránea. La cerámica de los ss. iii-vii muestra que vivieron en la zona hasta finales del gobierno romano.
La conversión al cristianismo del emperador Constantino en el 324 d.C. finalmente legitimó su práctica en toda la región. Al este del río Jordán, se construyeron iglesias (a menudo con materiales de antiguos templos griegos y romanos) embellecidas con elaborados mosaicos todavía visibles hoy en Madaba, Umm Ar Rasas y Petra. Los peregrinos cristianos empezaron a buscar reliquias de la Tierra Prometida, y construyeron iglesias de camino a los lugares bíblicos, como Betania, el monte Nebo y la cueva de Lot. El redescubrimiento arqueológico de estas iglesias 1400 años más tarde confirmó la ubicación perdida de estos lugares bíblicos.
Los recuerdos del cristianismo están dispersos por Jordania, p. ej., en la observancia de la fe en ciudades como Madaba. Pero tras el sonido de las campanas, se oye inmediatamente después la llamada a la oración del muecín. El islam está presente no solo en las mezquitas, sino también en la ley, en la etiqueta social y en el modo de vida, tanto en los campamentos beduinos como en las ciudades modernas.
Desde el año 622 (10 años antes de la muerte del profeta Mahoma), los ejércitos del islam viajaron rápidamente hacia el norte, difundiendo fácilmente el mensaje de sumisión (islam) más allá de la península Arábiga. Aunque perdieron su primera batalla contra los bizantinos cristianos en Mu’tah (cerca de Karak) en el 629, regresaron siete años más tarde para ganar la batalla de Yarmuk. Jerusalén cayó en el 638 y Siria en el 640. El islam, bajo la dinastía suní de los omeyas, se convirtió en la religión dominante de la región, con cuartel general en la ciudad de Damasco, y el árabe sustituyó al griego como lengua principal. Al cabo de 100 años los ejércitos musulmanes controlaban un vasto imperio que se extendía de Siria a la India.
El rico legado arquitectónico de los omeyas incluía la mezquita Omeya de Damasco y la Cúpula de la Roca de Jerusalén. Al este de Jordania, el estrecho vínculo de los omeyas con el desierto llevó a la construcción de una serie de opulentos “castillos del desierto”, incluidos Qasr Kharana (710) y Qusayr Amra (711).
A pesar del florecimiento de la erudición islámica en medicina, biología, filosofía, arquitectura y agricultura en los tres siglos siguientes, la zona entre Jerusalén y Bagdad quedó aislada de la sofisticada corriente árabe. Este es uno de los motivos por los que Jordania atesora relativamente pocas demostraciones de la exuberancia cultural islámica.
Los ejércitos del islam y del cristianismo se han enfrentado muchas veces a lo largo de la historia y las consecuencias (y el lenguaje del conflicto religioso) todavía resuenan hoy en Oriente Próximo y en todo el mundo.
Las cruzadas de los ss. xii-xiii son los primeros conflictos más famosos entre musulmanes y cristianos. Al observar los poderosos muros de los grandes castillos de los cruzados de Karak y Shobak, es fácil ver que ambos lados iban en serio: eran las guerras santas (aunque atraían a mercenarios) en las que muchas personas sacrificaban voluntariamente su confort e incluso su vida por la fe en la esperanza de ganar la gloria en el más allá; irónicamente, al menos según el islam, un más allá compartido por los musulmanes y las “gentes del libro” (judíos, cristianos y sabeos).
Construidos por el rey Balduino I en el s. xii, los castillos formaban parte de una serie de fortificaciones diseñadas para controlar las carreteras de Damasco a El Cairo. Parecían inviolables, y quizá lo fueron salvo para Nureddin y Saladino, que ocuparon la mayor parte de los fuertes de los cruzados de la región, incluidos los de Transjordania (“al otro lado del Jordán”). Los ayubíes con base en Damasco, miembros de la familia de Saladino, se pelearon por su imperio a su muerte en 1193, lo cual permitió a los cruzados recuperar gran parte de su antiguo territorio en la costa.
Tras los ayubíes llegaron los mamelucos, que tomaron el control de la zona al este del río Jordán y reconstruyeron los castillos de Karak, Shobak y Ajlun. Usaron estas fortificaciones como puestos de observación y como escalas para las palomas mensajeras. Gracias a las excelentes comunicaciones que permitían esta estrategia única, se podría afirmar que los cruzados fueron derrotados no por el poder militar del islam, sino por las alas de sus palomas.
Los turcos otomanos tomaron Constantinopla en 1453 y crearon uno de los mayores imperios del mundo. Derrotaron a los mamelucos en la Jordania actual en 1516, pero concentraron sus esfuerzos en las lucrativas ciudades de la región, como la ciudad santa de Jerusalén y el centro comercial de Damasco. Una vez más, la zona al este del río Jordán quedó olvidada. Olvidada por el Imperio otomano, pero no totalmente ignorada por los intereses occidentales. El período de debilitación gradual de la ocupación otomana en los siguientes siglos propició una mirada cada vez más intensa de los europeos, en particular británicos y franceses.
En el prefacio de Les Orientales (1829), Victor Hugo escribió que parecía que todo el continente europeo “se inclinaba hacia Oriente”. No era un fenómeno nuevo. El comercio entre Occidente y Oriente existía desde hacía tiempo y las historias sobre la “perla y el oro barbárico” de Arabia pronto despertaron el interés de un público más amplio. A finales del s. xviii, los europeos viajaban por placer al desierto sirio, adoptaban detalles de los vestidos albanos y turcos, llevaban ediciones de bolsillo de historias persas y escribían sus propios folletos de viajes.
El redescubrimiento de Petra por parte del explorador suizo Jean Louis Burckhardt en 1812 disparó el interés por la región. Se fundaron sociedades para promover la exploración en Oriente Próximo, y los expertos empezaron a traducir textos persas, árabes y sánscritos. Muchos aspectos de Oriente fueron explorados en la ficción occidental, que atrajo un gran número de lectores entusiastas. A finales del s. xx la fascinación por el oriente árabe no era, según la frase de Edward Said, “una fantasía europea etérea” sino una relación compleja definida por científicos, eruditos, viajeros y escritores de ficción.
Con este telón de fondo cultural se representaban las maniobras políticas del s. xx.
Al escribir sobre la Revuelta Árabe que pasó por el corazón de Jordania a principios del s. xx, T. E. Lawrence describió el fenómeno como “una guerra hecha y dirigida por árabes con un objetivo árabe en Arabia”. Es una declaración significativa, ya que identifica un creciente sentimiento de identidad política del pueblo árabe a lo largo de la segunda mitad del s. xix y principios del s. xx. Esa conciencia panárabe creció prácticamente en proporción al interés territorial de las potencias occidentales por las tierras árabes. Lentamente, en lugar de intereses tribales sueltos, los árabes empezaron a definirse como una entidad unificada y única, quizá como un “otro” islámico frente a la amenaza europea cristiana en torno a Suez.
Los árabes estaban preparados para luchar por ese nuevo nacionalismo árabe, como explica Lawrence en Los siete pilares de la sabiduría, su relato sobre la Revuelta Árabe y su inspiración en el idealismo. Sin embargo, la historia demuestra que se necesitaba algo más que “riendas y espuelas” para crear estados árabes viables; una compleja diplomacia, tanto dentro de cada país como en su relación con Occidente, caracterizaron la búsqueda del nacionalismo durante el s. xx.
Irónicamente, el nuevo movimiento nacionalista árabe no dio sus primeros pasos ante un enemigo cristiano occidental sino ante los otomanos, los apáticos gobernadores musulmanes que dominaban gran parte de Oriente Próximo, incluyendo la zona a ambos lados del río Jordán. La revuelta la hicieron guerreros árabes a caballo, en ejércitos no estructurados bajo el emir Fáysal, gobernador de La Meca y guardián de los lugares santos musulmanes, que había tomado las riendas del movimiento nacionalista árabe en 1914. A él se unió su hermano Abdalá y el enigmático coronel británico T. E. Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia. Lawrence ayudó en la coordinación y provisión de suministros de los aliados, en el ataque al ferrocarril del Hiyaz controlado por los turcos, arrebató Aqaba a los otomanos y finalmente los expulsó de Damasco. En 1918 los árabes controlaban la moderna Arabia Saudí, Jordania y partes del sur de Siria. Fáysal estableció el gobierno en Damasco y soñó con un reino árabe independiente.
Contentos con el apoyo para debilitar el Imperio otomano (aliado de Alemania durante la I Guerra Mundial), los británicos prometieron ayudar a Fáysal. Sin embargo, la promesa se vio gravemente afectada por la Declaración Balfour de 1917, que daba apoyo expreso y práctico al establecimiento de un “hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina. Esta aceptación contradictoria de un hogar judío en Palestina y la preservación de los derechos de la comunidad palestina original está en el centro del aparentemente irreconciliable conflicto árabe-israelí.
La Revuelta Árabe quizá no logró directamente su objetivo durante las negociaciones de paz, pero llevó directamente (aunque tras más de dos décadas de disputas con los británicos) al nacimiento del estado moderno de Jordania.
En la Conferencia de Paz de París de 1919 los británicos llegaron a un acuerdo con Fáysal, al que se concedió jurisdicción sobre Iraq, mientras que su hermano mayor Abdalá fue proclamado gobernador de Transjordania, el territorio entre Iraq y la orilla oriental. Un joven Winston Churchill dibujó las fronteras en 1921 y Abdalá estableció la capital en Ammán. Gran Bretaña reconoció el territorio como estado independiente bajo su protección en 1923 y se creó una pequeña fuerza de defensa, la Legión Árabe, bajo oficiales británicos. Varios tratados después de 1928 dieron lugar a la plena independencia en 1946, cuando Abdalá fue proclamado rey.
Si un elemento define la historia moderna de Jordania es la relación con los pueblos al otro lado del río Jordán, no solo los judíos, sino también (y quizá más especialmente) los palestinos, que actualmente conforman la mayoría de su población.
Gran parte de los conflictos se derivan de la creación de una patria nacional judía en Palestina, donde los musulmanes árabes constituían cerca del 90% de la población. Su resentimiento fue comprendido por los árabes de toda la región y afectó a las relaciones árabe-israelíes durante el resto del s. xx.
En 1948 el resentimiento derivó en un conflicto entre las fuerzas árabes e israelíes que resultó en el control jordano de Jerusalén este y Cisjordania. El rey Abdalá, incumpliendo las garantías relativas a la independencia palestina, se anexionó el territorio y proclamó el nuevo Reino Hachemita de Jordania (RHJ). El nuevo estado obtuvo el reconocimiento inmediato de Gran Bretaña y EE UU, pero los poderes regionales rechazaron la anexión, y una inmigración sin precedentes de refugiados palestinos produjo un gran impacto los limitados recursos nacionales.
En julio de 1951 el rey Abdalá fue asesinado fuera de la mezquita Al Aqsa de Jerusalén. El trono pasó a su nieto de 17 años, Hussein, en mayo de 1953. Hussein ofreció una forma de ciudadanía a todos los refugiados árabes palestinos en 1960, pero se negó a ceder territorio palestino. En parte como respuesta a ello, se creó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1964.
Tras un período de paz y prosperidad relativas, el conflicto entre las fuerzas árabes e israelíes estalló de nuevo en la década de 1960, culminando en la Guerra de los Seis Días, provocada por los asaltos de la guerrilla palestina a Israel desde Siria. Cuando los sirios anunciaron que Israel estaba reclutando tropas para preparar un asalto, Egipto respondió pidiendo a la ONU que retirara las Fuerzas de Emergencia de la frontera egipcio-israelí. Entonces, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser cerró los estrechos de Tirán (la entrada al mar Rojo), bloqueando así el puerto de Eliat. Cinco días más tarde, Jordania y Egipto firmaron un pacto de defensa mutuo, arrastrando Jordania en futuras hostilidades.
El 5 de junio de 1967 los israelíes realizaron una incursión de madrugada que aniquiló a las Fuerzas Áreas egipcias en tierra. En los días siguientes, destrozaron las tropas egipcias en el Sinaí, las jordanas en Cisjordania e invadieron los Altos del Golán en Siria.
El resultado fue desastroso para Jordania: perdió toda Cisjordania y su parte de Jerusalén, sus dos principales fuentes de ingresos: la agricultura y el turismo. También provocó otra gran ola de refugiados palestinos.
Tras la derrota de 1967, los frustrados palestinos de Jordania se hicieron cada vez más militantes y en 1968 los combatientes palestinos fedayeen (guerrilla) actuaban eficazmente como un estado dentro de un estado, desafiando abiertamente a los soldados jordanos.
En 1970 los militantes palestinos incendiaron la caravana del rey Hussein y tomaron 68 rehenes extranjeros en un hotel de Ammán, mientras el inconformista Frente Popular para la Liberación de Palestina secuestraba y destruía tres aviones occidentales frente a unos horrorizados equipos de televisión. Siguió la ley marcial y la lucha sangrienta (que se cobró 3000 vidas). Yasir Arafat fue sacado de Ammán disfrazado de jeque kuwaití para asistir a la cumbre de la Liga Árabe en El Cairo. Se firmó un frágil alto el fuego, pero hasta mediados de 1971 la resistencia final (alrededores de Ajlun) no fue derrotada. Las guerrillas fueron obligadas a reconocer la autoridad de Hussein y los palestinos tuvieron que elegir entre el exilio y la sumisión. Muchos optaron por el exilio al Líbano.
En 1974 el rey Hussein renunció a regañadientes a las reclamaciones jordanas de Cisjordania al reconocer a la OLP como el único representante de los palestinos con derecho a establecer un gobierno en cualquier territorio liberado. En 1988 el rey había cortado todos los vínculos administrativos y legales de Jordania con Cisjordania.
Mientras, los profundos cambios democráticos, incluido un fuerte ascenso de la población, especialmente de jóvenes, había remodelado Jordania. La migración económica, tanto del campo a la ciudad como de Jordania a los cada vez más ricos países del Golfo, junto con una mejor educación, cambió las estructuras sociales y familiares. Y los palestinos ya no formaban una minoría tensa de refugiados sino que ocuparon su lugar como la mayoría de la población jordana.
La integración total de los refugiados palestinos en todos los aspectos de la vida convencional jordana se debe en gran parte a la habilidosa diplomacia del rey Hussein. Los numerosos intentos de asesinato (por lo menos 12) que asolaron los primeros años de su reinado dieron paso a un creciente respeto por su genuina y profunda preocupación por la grave situación de los palestinos, algo muy significativo en una región donde pocos países estaban dispuestos a soportar la carga.
El 26 de octubre de 1994, Jordania e Israel firmaron un tratado de paz trascendental que preveía la retirada de las barreras económicas entre ambos países y una cooperación más estrecha en seguridad, agua y otras cuestiones.
Pero hay un giro en el último capítulo de las relaciones entre Jordania y Palestina del s. xx. Una cláusula del tratado reconocía “el papel especial del rey hachemita de Jordania en los santuarios musulmanes de Jerusalén”. Esta inclusión despertó las sospechas de algunos palestinos en relación con las intenciones del rey Hussein, que al final de su larga carrera había desempeñado algo más que un “papel especial” en la orilla occidental del Jordán. El tratado hizo Jordania impopular en la región en aquella época, pero a largo plazo apenas ha ensombrecido el ilustre reinado de uno de los gobernadores más apreciados de Oriente Próximo.
Ha pasado mucho tiempo desde el histórico tratado de paz de 1994 y el efecto a largo plazo de la paz con Israel todavía se está valorando. Aunque algunos palestinos tildaron el tratado de traición, todo el mundo lo consideró un paso muy significativo para unos vínculos Oriente-Occidente esenciales. Aún se producen enfrentamientos entre ambas naciones, no solo sobre el destino del pueblo palestino sino también sobre asuntos como el abastecimiento de agua, que muchos consideran el sucesor del petróleo como centro del conflicto en las próximas décadas y, más recientemente, sobre la custodia y el acceso a la mezquita Al Aqsa de Jerusalén.
Durante las dos últimas décadas, Jordania se ha preocupado más por sus vecinos del este que del oeste, debido primero a la Guerra del Golfo y después a la invasión de Iraq liderada por EE UU.
Dado que los padres fundadores de los estados modernos de Jordania e Iraq eran hermanos, no es de extrañar que los dos países hayan vivido períodos de estrecha colaboración a lo largo de los años. En 1958 el rey Hussein intentó capitalizar su dimensión dinástica estableciendo la Federación Árabe, una efímera alianza entre Jordania e Iraq que pretendía contrarrestar la formación de la República Árabe Unida entre Egipto y Siria. Aunque la alianza no duró mucho, la conexión entre vecinos permaneció fuerte, especialmente en términos comerciales.
Cuando Saddam Hussein invadió Kuwait en 1990, Jordania se encontró en una situación imposible. Por un lado, la mayoría palestina de Jordania apoyaba la invasión de Saddam, porque este aseguraba que el enfrentamiento daría solución al problema palestino en Cisjordania. Por otro, el rey Hussein reconoció que, poniéndose del lado de Iraq, contrariaría a los aliados occidentales y pondría en riesgo el comercio y la ayuda de EE UU. Como solución, apoyó públicamente a Bagdad al tiempo que cumplía, por lo menos oficialmente, el embargo de la ONU sobre el comercio con Iraq. Debido a ello, aunque las ayudas de EE UU y Arabia Saudí se suspendieron temporalmente, los préstamos y la ayuda llegaron de otros países, especialmente Japón y Europa.
A pesar de las nuevas líneas de ingresos, la Guerra del Golfo supuso una fuerte sanción financiera para el pequeño y relativamente pobre estado sin petróleo de Jordania. Irónicamente, sin embargo, la tercera ola de refugiados a Jordania en 45 años supuso un cierto alivio, ya que 500 000 jordanos y palestinos regresaron de los países del Golfo. Llevaron consigo una ganancia inesperada de 500 millones de US$ que estimularon la economía durante la década de 1990 y ayudaron a convertir Ammán, en particular, en una ciudad moderna y cosmopolita.
El resentimiento continuo sobre el resultado de la crisis de los refugiados iraquíes es uno de los motivos del enfriamiento de las relaciones entre Jordania e Iraq; otro motivo es la preocupación sobre el debilitado estado de Iraq, que dio lugar a una vulnerabilidad general de la región frente al terrorismo radical, motivo por el cual se reintrodujo la pena de muerte en Jordania en el 2014. La inquietud por la porosidad de las fronteras iraquíes y las incursiones de los militantes del Estado Islámico aún existe, y en Jordania muchos temen que un Iraq débil deje Jordania vulnerable frente a una creciente influencia iraní y chiita.
Las fuertes tensiones entre Jordania e Iraq aumentaron en el 2014, cuando más de 150 líderes suníes de varios grupos se opusieron al Gobierno oficial de Iraq en una reunión de dos días celebrada en la capital de Jordania, donde solicitaron que se destituyera a Nouri al-Maliki, primer ministro iraquí. El Gobierno jordano se negó a participar en la promoción de una alianza de oposición y el iraquí respondió amenazando con revisar los acuerdos relativos a los precios del petróleo. Afortunadamente para Jordania no lo hizo, pero el país quedó afectado por la inestabilidad de los últimos años ocasionada por el control del Estado Islámico de gran parte de la provincia iraquí de Anbar, justo al otro lado de la frontera con Jordania. Esta situación generó una caída importante de los ingresos en las exportaciones de las zonas libres de impuestos jordanas, ya que el Estado Islámico impuso elevados impuestos a todos los camiones jordanos que pasaban por la provincia de Anbar. Queda por ver el efecto que tiene en el comercio jordano-iraquí la aparente desaparición del Estado Islámico en Mosul en el 2017.