Brasil, el quinto país más poblado del planeta, reúne a gentes procedentes de África, Asia, Europa y otras zonas de América. Esto ha generado una de las sociedades más interraciales del mundo. El modo en que llegaron, se mezclaron y desarrollaron la excepcional identidad brasileña es una turbulenta historia de valor, codicia, fuerza y crueldad que, solo al final, ha podido encauzarse hacia la democracia que hoy disfruta el país.
En general, se cree que los primeros pobladores del continente americano llegaron en oleadas desde Siberia entre el 12 000 y el 8000 a.C., tras cruzar la tierra actualmente sumergida bajo las aguas del estrecho de Bering. Luego se extendieron hacia el sur a lo largo de varios milenios. Sin embargo, algunos eruditos creen que los humanos llegaron mucho antes (entre el 35000 y el 25000 a.C.) cruzando el Pacífico en botes.
Investigaciones de la remota Serra da Capivara, en el estado nororiental de Piauí, han hallado algunos de los vestigios más antiguos de presencia humana en Brasil. Respecto a la Amazonia, los restos más remotos son una serie de pinturas rupestres de 12 000 años de antigüedad halladas cerca de Monte Alegre.
Al tiempo de la llegada de los portugueses, la población autóctona podría cifrarse entre dos y cuatro millones.
El curso de la historia de lo que hoy es Brasil cambió para siempre en 1500, cuando 12 buques portugueses con cerca de 1200 hombres fondearon en las cercanías del actual Porto Seguro. Les esperaban un comité de recepción indígena.
El escribano de la expedición relató asombrado al monarca portugués: “Había 18 o 20 hombres. Eran de piel oscura, todos desnudos, sin nada que les cubriera sus partes pudendas. Llevaban en las manos arcos y flechas”.
La celebración no duró mucho. Después de dar gracias a Dios y oficiar la primera misa en lo que bautizaron como Terra da Vera Cruz, los portugueses se hicieron de nuevo a la mar. Con tan lucrativos mercados de especias, marfil y diamantes que explotar en Asia y África, Portugal no se interesó mucho por las nuevas tierras. Los primeros colonos lusos no aparecieron hasta 1531.
Para los indios de Brasil, el 22 de abril de 1500 supone el primer capítulo de su exterminio. Los exploradores europeos del s. XVI encontraron grandes pero muy dispersos grupos de indígenas a lo largo de la Amazonia, algunos de los cuales ya conocían la agricultura mientras que otros aún eran cazadores-recolectores nómadas. Los pueblos de la costa pertenecían a tres grupos principales: el guaraní (al sur de São Paulo y en las cuencas de los ríos Paraguay y Paraná tierra adentro), el tupí o tupinambo (a lo largo de casi todo el resto de la costa) y el tapuia (que habitaban tramos cortos del litoral entre los grupos tupí y los guaraní). Los grupos tupí y guaraní compartían muchos rasgos lingüísticos y culturales. Más tarde, una adaptación europea de la lengua tupí-guaraní se extendió por el Brasil colonial y hoy todavía lo hablan algunas gentes de la Amazonia.
En los siglos siguientes, el estilo de vida autóctono se combatió en cuatro frentes: cultural, físico, territorial y biológico. Muchos nativos murieron víctimas de los bandeirantes, grupos de aventureros que durante los ss. XVII y XVIII, en su exploración del interior de Brasil, saquearon los asentamientos que encontraron. Sin embargo, el peor enemigo de los indios fueron las enfermedades traídas por los europeos, ante las cuales no tenían defensas naturales. Otros muchos perecieron en las plantaciones azucareras.
Brasil no poseía el marfil o las especias de África y las Indias Orientales. Lo único que interesó a los portugueses al principio fue un árbol duro como una piedra conocido como pau brazil (palo brasil), del que se extraía un apreciado tinte rojo. Los comerciantes empezaron a enviar varios barcos al año para su recolección y envío a Europa. De hecho, la colonia fue rebautizada como Brasil en honor a dicho árbol. Por desgracia, los ejemplares más accesibles fueron diezmados rápidamente y los indios pronto dejaron de prestarse como trabajadores voluntarios. Pero después de la colonización en 1531, los colonos comprobaron que la caña de azúcar crecía bien en estas tierras, y así fue como el azúcar, un producto muy codiciado por el hambriento mercado europeo, donde se usaba para medicinas, para dar sabor a las comidas e incluso en la elaboración del vino, irrumpió en la historia de Brasil en 1532.
Los colonos acertaron al volcarse en esta nueva industria, aunque en sus previsiones obviaron un elemento esencial: la mano de obra.
Alrededor de 1550 comenzaron a entrar africanos de forma masiva en Brasil, procedentes de Angola, Mozambique, Guinea, Sudán y Congo. Poco importaban sus orígenes o su cultura, todos acababan en los mercados de esclavos, p. ej., el del Pelourinho en Salvador o el de Ver-o-Peso en Belém. Cuando en 1888 se abolió la esclavitud en Brasil, los africanos que habían entrado en el país sumaban 3,6 millones, aproximadamente el 40% de todos los que llegaron al Nuevo Mundo.
Los africanos eran valorados tanto por ser buenos trabajadores como por su mayor resistencia a contraer enfermedades. En definitiva, eran más rentables. Pero estas consideraciones poco o nada importaban a los hacendados a la hora de su trato, absolutamente inhumano, que comenzaba por la separación de sus familias y con su transporte, en condiciones de hacinamiento, en barcos mugrientos en una travesía de un mes.
Para aquellos que sobrevivían al calvario de la captura y el viaje, en Brasil solo les esperaba más sufrimiento y crueldad. Por supuesto, los amos condescendientes eran la excepción. El trabajo en las plantaciones era despiadado, con jornadas de hasta 17 h, para después retirarse a descansar a las senzalas (alojamientos de esclavos), en donde sobrevivían en condiciones inmundas, en barracones atestados. La disentería, el tifus, la fiebre amarilla, la malaria, la tuberculosis y el escorbuto estaban al orden del día; la malnutrición era otra constante; y la sífilis se convirtió en toda una plaga entre los esclavos, a los que sus amos también sometían sexualmente.
El resultado de tal promiscuidad fue el temprano surgimiento de una gran población mestiza. Fuera de las plantaciones escaseaban las mujeres blancas, por lo que muchos colonos blancos pobres vivían con mujeres indígenas o negras. A principios del s. XVIII, Brasil ya era famoso por su permisividad sexual.
La oposición a la esclavitud adoptó muchas formas. Los documentos de esa época mencionan la desesperación de los esclavos, que se dejaban morir de hambre, mataban a sus bebés o huían. El sabotaje y el robo eran frecuentes, así como los paros y las revueltas.
Otros buscaron consuelo en la religión y la cultura africanas. La mezcla de catolicismo y tradiciones africanas generó una religión sincrética, conocida hoy como candomblé. Los esclavos disfrazaban sus costumbres prohibidas con una apariencia de santos y rituales católicos. La capoeira también tiene su origen en estas comunidades.
Muchos escapaban de sus amos y terminaban por formar quilombos o palenques, comunidades de esclavos fugitivos que se extendieron rápidamente por zonas poco accesibles. El más famoso, la República de Palmares, sobrevivió durante gran parte del s. XVII y albergó a unas 20 000 personas antes de su destrucción por las tropas federales.
A medida que crecía el sentimiento abolicionista durante el s. XIX, se daban numerosas rebeliones de esclavos (sin éxito), los quilombos recibían un creciente apoyo y cada vez más esclavos escapaban de las plantaciones. Solo la abolición de la esclavitud en 1888 detuvo el crecimiento de estas organizaciones.
También los bandeirantes decidieron adentrarse en Brasil. Estas bandas de exploradores vagaban por el interior del país en busca de esclavos indígenas, cartografiando territorios desconocidos y exterminando a las comunidades que se encontraban ocasionalmente en el camino.
El nombre “bandeirantes” provenía del abanderado que encabezaba las incursiones, una seña característica de las mismas. A lo largo de los ss. XVII y XVIII se sucedieron grupos de bandeirantes que partían desde São Paulo. Muchos de ellos eran mestizos, de padre europeo y madre indígena, por lo cual dominaban, además del portugués, el tupí-guaraní, las técnicas de supervivencia indígenas y las armas europeas.
A mediados del s. XVII se habían extendido hasta las estribaciones andinas del actual Perú y las tierras bajas de la Amazonia. Gracias a estas incursiones, las fronteras del país aumentaron hasta su tamaño actual. En 1750, tras cuatro años de negociaciones con los españoles, sus conquistas quedaron aseguradas con la firma del Tratado de Madrid, por el cual se entregaba a los portugueses más de 6 millones de km2 y se establecía la frontera occidental del país más o menos donde está en la actualidad.
Los bandeirantes vestían chaquetas de algodón bien acolchadas para protegerse de las flechas indias y libraron una guerra sin cuartel contra los nativos de Brasil, a pesar de que no pocas de sus madres eran indígenas. Muchos indios huyeron tierra adentro, en busca de refugio en los reductos jesuitas, pero había pocos escondites; los bandeirantes eliminaron o esclavizaron a más de 500 000 indios.
“Todavía no hay forma de saber si es oro, plata o algún otro tipo de metal o hierro”, informaba Pero Vaz de Caminha a su rey en 1500.
Aunque no fue descubierto hasta casi dos siglos después, ciertamente había oro en el país. Como era de esperar, fueron los bandeirantes los que lo descubrieron durante sus correrías por la Serra do Espinhaço, en Minas Gerais.
Durante parte del s. XVIII, Brasil se convirtió en el mayor productor de oro del mundo, origen de la riqueza que ayudó a construir muchas de las ciudades históricas de Minas Gerais. El nombre completo de Ouro Preto, una de las principales beneficiarias de esta época, es Vila Rica de Ouro Preto (Villa Rica del Oro Negro).
A resultas de esta prosperidad, en los valles surgieron otras ciudades, como Sabará, Mariana y São João del Rei, en las que los acaudalados comerciantes levantaron mansiones opulentas y financiaron espectaculares iglesias barrocas, muchas aún en pie.
El oro provocó un gran movimiento de población en Brasil, desde el noreste al sureste. Cuando se descubrió el preciado metal, no había colonos blancos en el territorio de Minas Gerais. Poco después, en 1710, su población ascendía a 30 000, y a finales del s. XVIII, llegaban a 500 000. Aproximadamente un tercio de los dos millones de esclavos llevados a Brasil en esa centuria acabó en los yacimientos de oro, donde las condiciones de vida todavía eran peores que en los campos de azúcar.
Pero la fiebre del oro no duró mucho. En 1750, las regiones mineras ya estaban en declive y la zona costera de Brasil recuperaba su protagonismo. Muchos de los buscadores de oro acabaron en Río de Janeiro.
En 1807, Brasil se convirtió en un santuario provisional para la familia real portuguesa. En su huida de Napoleón, cuyo ejército avanzaba hacia Lisboa, unos 15 000 cortesanos, encabezados por el príncipe regente, Dom João, embarcaron hacia Río de Janeiro.
Al igual que otros muchos estrangeiros que llegaban a Brasil, el príncipe regente se quedó prendado del lugar y se concedió el privilegio de convertirse en el gobernante del país. En 1822 abrió al público el Jardim Botânico en Río, donde actualmente se localiza el distinguido barrio homónimo (Jardim Botânico).
Incluso después de la derrota de Napoleón en Waterloo en 1815, Dom João no quiso abandonar Brasil. Cuando al año siguiente murió su madre, Dona Maria I, ya como rey, estableció en Río la capital del Reino Unido de Portugal y Brasil, de tal manera que Brasil pasó a ser la única colonia del Nuevo Mundo en la que reinaba un monarca europeo.
La independencia se logró en 1822, 30 años después de la Inconfidência Mineira, una insurrección contra la colonización portuguesa. Según el mito nacionalista, en las orillas del río Ipiranga, en São Paulo, el entonces regente de Brasil, Dom Pedro, hijo de João VI, ante la intención de las Cortes portuguesas de devolver el estatuto colonial a Brasil, desenvainó su espada al grito de “Independência ou morte”, y se autoproclamó emperador con el nombre de Dom Pedro I.
Los portugueses cedieron enseguida a la idea de un imperio brasileño. Sin que se disparase un solo tiro, Dom Pedro I se convirtió en el primer emperador de un Brasil ya independiente. Sin embargo, el povo brasileiro (pueblo brasileño) no era tan partidario suyo como él pensaba. Dom Pedro era un ser incompetente en todos los sentidos, y sus hazañas sexuales (y la consecuente retahíla de hijos) horrorizaban hasta a los más liberales. Después de nueve años de aventuras falderas, fue obligado a abdicar, y el poder pasó a su hijo Dom Pedro II, de 5 años de edad.
A este período le sucedió otro de crisis, pues el heredero al trono era solo un niño. Entre 1831 y 1840, Brasil fue gobernado mediante regencias, una época de confusión política y rebeliones. Al final se resolvió dictar una nueva ley que declaraba mayor de edad al jovencito Dom Pedro II.
Con solo 15 años, Dom Pedro II recibió el título de emperador y defensor perpetuo de Brasil, a la par que se abría uno de los períodos más prósperos de la historia del país, a excepción del paréntesis de la guerra con Paraguay en 1865. Invadido por su vecino, Brasil se unió a Argentina y Uruguay en la llamada Guerra de la Triple Alianza y se alzó con la victoria.
Paraguay quedó destrozado y su población se vio reducida a 200 000 almas, 180 000 de ellas mujeres. Brasil también sufrió unas 100 000 bajas, en buena parte esclavos.
Desde el s. XVI la esclavitud había sido el pilar de una sociedad con enormes desigualdades. El abolicionista Joaquim Nabuco se lamentaba en 1880: “Todos los aspectos de nuestra existencia social están contaminados”.
Revertir algo tan profundamente arraigado en el modo de vivir de los brasileños no fue tarea fácil. Brasil anduvo con rodeos durante casi 60 años antes de tomar cualquier tipo de resolución. En el s.xix hubo una serie de tímidos intentos legislativos para abolir la esclavitud, pero todos fracasaron.
En 1850 se prohibió el tráfico de esclavos en Brasil, pero esta práctica continuó de forma clandestina. Otra ley, en 1885, liberó a todos los esclavos mayores de 65 años. Claramente, los legisladores obviaron que la esperanza media de vida de un esclavo era de 45 años. Hasta el 13 de mayo de 1888 (81 años después de que Gran Bretaña liberara a sus esclavos) no se prohibió la esclavitud en Brasil. Sin embargo, este logro no supuso una gran diferencia para el bienestar de los 800 000 liberados, en su mayoría analfabetos y básicamente mano de obra no cualificada. Miles de ellos, sin ningún tipo de apoyo oficial, acabaron en la calle. Muchos murieron, mientras que otros inundaron las ciudades, lo que provocó la aparición de las primeras barriadas pobres. Incluso a día de hoy, los negros, en general, son uno de los grupos más pobres y con los niveles de educación más bajos del país.
El fin de la esclavitud coincidió con el del Imperio Brasileiro. En 1889, un golpe militar apoyado por los terratenientes del café instauró la república. El emperador moriría unos años más tarde en el exilio.
Una camarilla militar gobernó Brasil durante cuatro años hasta que se celebraron elecciones, en las que solo pudo votar el 2% de la población. Se produjeron pocos cambios, excepto que el poder de los militares y el de los cafetaleros aumentó y el de los magnates del azúcar descendió.
En la última década del s. XIX, Brasil abrió sus fronteras. Millones de inmigrantes, procedentes de Italia, Japón, España, Alemania, Portugal y otros lugares, inundaron el país para trabajar en las fazendas (haciendas) de café y empezar una nueva vida en ciudades cada vez más grandes, en especial Río y São Paulo. Estas gentes enriquecieron la mezcla étnica brasileña y confirmaron el movimiento del centro económico del país del noreste al sureste.
Los inmigrantes no dejaron de llegar a Brasil durante todo el s. XX. El país se convirtió en un paraíso para los judíos que huían de los nazis, y seguidamente para los nazis que evitaban ser juzgados por crímenes de guerra. Los árabes, a los que los brasileños llaman turcos, también figuraban entre los recién llegados. Gran parte de los comerciantes del rastro de Rua Uruguaiana, en Río de Janeiro, proceden de Oriente Medio.
En la década de 1930, miembros de la recién fundada Alianza Liberal decidieron alzarse en armas tras la derrota de su candidato, Getúlio Vargas, en las elecciones presidenciales. La revolución estalló el 3 de octubre en Rio Grande do Sul y se extendió rápidamente por otros estados. Tan solo 21 días después, el presidente Júlio Prestes fue depuesto y, el 3 de noviembre, Vargas se convirtió en presidente “provisional”.
La formación del Estado Novo (Nuevo Estado), en noviembre de 1937, convirtió a Vargas en el primer presidente brasileño con poder absoluto. Inspirado por los gobiernos fascistas de Salazar en Portugal y Mussolini en Italia, prohibió los partidos políticos, encarceló a los opositores y censuró a los artistas y la prensa.
Pero Vargas era muy querido. “Padre” de los obreros brasileños, introdujo nuevas leyes laborales y su popularidad no menguó durante todo su mandato. En 1951 fue elegido presidente, esta vez de forma democrática. Por supuesto, la corrupción campaba a sus anchas entre su nueva administración. Ante las peticiones de los militares para que dimitiera, el 24 de agosto de 1954 el presidente respondió inesperadamente con su suicidio (un disparo en el corazón) y una breve nota: “Dejo esta vida para entrar en la historia”.
En 1964, el presidente de izquierdas João Goulart fue depuesto en una llamada revolução, que fue, en realidad, un golpe de estado militar. Muchos brasileños creen que los golpistas contaban con el apoyo del gobierno de EE UU, y el presidente Lyndon B. Johnson no ayudó a desmentir tales teorías al enviar un telegrama de inmediato para desearle lo mejor a la nueva administración.
El régimen militar de Brasil no fue tan brutal como el de Chile o Argentina, lo que dio lugar al cruel dicho de que “Brasil ni siquiera es capaz de organizar bien una dictadura”. Sin embargo, durante casi 20 años, la libertad de expresión fue un concepto desconocido y los partidos políticos estuvieron prohibidos.
Pero la economía brasileña vivió una etapa de prosperidad. A finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, la economía creció más de un 10% anual, al tiempo que los gobernantes pedían grandes préstamos a los bancos internacionales. Pero a falta de una reforma agraria, millones de personas se vieron obligadas a emigrar a las ciudades, y las favelas llenaron los espacios que encontraban.
A esta época se debe también la obsesión gubernamental por los proyectos grandilocuentes (muchos de ellos fallidos), incluidos los de la carretera Transamazónica, el puente Río-Niterói y la Ilha do Fundão, que sería sede de la Universidad Federal de Río.
A finales de la década de 1970, la bonanza económica declinaba y la oposición al régimen comenzó a extenderse desde la clase media culta hasta la trabajadora. Una serie de huelgas en la industria automovilística de São Paulo provocaron el nacimiento de Nuevos Trabajadores, el movimiento activista al frente del cual estaba Luíz Inácio “Lula” da Silva.
El Partido dos Trabalhadores (PT), el primer gran partido político de Brasil que hablaba en nombre de los pobres, surgió a raíz de estas huelgas y contribuyó a preparar el terreno para la abertura, un regreso cauteloso al gobierno civil entre 1979 y 1985. A sabiendas de la pujanza de la oposición, el Ejército anunció un cambio paulatino hacia la democracia.
En 1985 se elegía presidente, pero los únicos que votaron fueron los miembros del Congreso Nacional. Inesperadamente, Tancredo Neves, que se enfrentaba al candidato militar, venció y millones de brasileños se echaron a las calles para celebrarlo.
Inmediatamente surgieron los problemas: Neves murió de un ataque al corazón antes de que pudiera asumir la presidencia y el candidato a vicepresidente, el bigotudo José Sarney, asumió el poder.
Sarney, que había apoyado a los militares hasta 1984, ocupó el cargo hasta 1989, período en el que la galopante inflación ayudó a que Brasil acumulara una descomunal deuda externa.
En las elecciones presidenciales de 1989, las primeras que pueden considerarse democráticas en el país, el arribista político del noreste Collor de Mello derrotó al candidato del Partido de los Trabajadores, Lula da Silva, por un estrecho margen.
Fernando Collor de Mello, exgobernador del pequeño estado de Alagoas, revolucionó las leyes de protección al consumidor; pero las fechas de caducidad no le salvaron de la desgracia. Los escándalos implicaron a Collor y a su socio P. C. Farias en una supuesta corrupción a gran escala, tratos con la droga y luchas familiares. Todo ello llevó a la apertura de una investigación del Congreso, a enormes protestas estudiantiles y, más tarde, a una moción de censura que perdió.
Ya fuera del cargo, “Fernandinho” logró evitar una condena de cárcel, que quedó en poco más que una inhabilitación de ocho años para ejercer en la política. Declarado inocente de “corrupción pasiva” por el Tribunal Supremo en 1994, se instaló en Miami. Collor regresó a Brasil en 1998 y, tras varios intentos fallidos por reincorporarse a la política, finalmente fue elegido para el Congreso como senador de Alagoas. En agosto del 2015 fue imputado por corrupción en relación con el escándalo de Petrobras y hoy está bajo investigación.
Tras el procesamiento de Collor, el vicepresidente Itamar Franco le sustituyó como presidente. A pesar de su fama de excéntrico, su administración hizo gala de eficacia y honestidad. Su gran logro fue estabilizar la errática economía del país con la introducción de una nueva moneda, el real. Vinculado al dólar estadounidense, el real hizo que la inflación cayese desde el 5000% a finales de 1993 hasta por debajo del 10% en 1994.
El Plan Real generó un boom económico que duró dos décadas, aunque fue su sucesor, el exministro de Finanzas Fernando Henrique Cardoso, quien ocupó la presidencia a mediados de la década de 1990 mientras la economía crecía y la inversión extranjera alcanzaba cifras récord. Se le atribuye el mérito de haber puesto las bases para frenar la hiperinflación, pero al precio de desatender los problemas sociales.
Lula, que se presentaba por cuarta vez a la presidencia en el 2002, moderó su retórica socialista y prometió liquidar la deuda externa que atenazaba al país. Esto le valió una contundente victoria sobre el candidato de centro-derecha José Serra. Por primera vez en su historia, Brasil tenía un Gobierno de izquierdas y un presidente que sabía lo que era la pobreza. En el currículum de Lula, uno de los 22 hijos de un granjero analfabeto del noreste, figuraban empleos como limpiabotas, mecánico y, por último, líder sindical.
Su acceso al poder alarmó inicialmente a los inversores, que presagiaban estragos en la economía. Pero sorprendió a propios y extraños con una de las administraciones económicamente más prudentes de los últimos años, y aun así hizo frente a los problemas sociales más acuciantes del país.
Cuando Lula dejó el cargo en el 2010, la prosperidad económica de Brasil era evidente. El país se convirtió en acreedor neto internacional por primera vez en el 2008 y capeó la recesión económica mundial mejor que cualquier otra nación en desarrollo. Lula también logró un éxito notable con las medidas para paliar la pobreza y ayudó a que millones de personas entrasen en la clase media, lo que explica por qué es el presidente más querido de la historia de Brasil; en los últimos meses de su mandato, su índice de popularidad alcanzaba el 80%.
Aprovechando los éxitos de Lula, la también integrante del partido Dilma Rousseff fue la primera mujer elegida presidenta de Brasil, en el 2010. La “Juana de Arco de la guerrilla” se opuso enérgicamente a la corrupción, por lo menos al principio. Durante su primer año de mandato, seis de sus ministros fueron destituidos por su implicación en escándalos de corrupción. Su segundo mandato, sin embargo, se desmoronó cuando se relacionó a varios altos dirigentes de su partido con una enorme trama de corrupción. Pero la popularidad de Rousseff ya flaqueaba incluso antes de que esto saliera a la luz debido, en parte, a la indecente cantidad de dinero gastada en la Copa del Mundo de Fútbol del 2014. Los manifestantes reclamaban que dicho dinero se invirtiera en materia de salud, educación y reducción de la pobreza. Por si esto no bastara, la pujante economía brasileña se había estancado, con un PIB que creció un mero 2% anual durante su primer mandato y que se redujo clamorosamente en el segundo. Tras varios escándalos y luchas por el poder político, el 31 de agosto del 2016, tras un proceso procesamiento, que algunos han calificado de golpe de Estado encubierto, Dilma Rousseff fue destituida y sustituida por el vicepresidente Michel Temer.