No sería exagerado decir que la historia de Polonia se ha caracterizado por una serie de ascensos épicos, declives catastróficos y recuperaciones desde el borde del abismo.
El país que se conoce hoy se forjó en los albores del primer milenio, con la conversión al cristianismo del duque Miecislao I en el 966. Sus primeros años, al igual que en los reinos aledaños, estuvieron marcados por las guerras, conquistas e invasiones mongolas, pero salió a flote. En el s. XIV, el reinado de Casimiro III el Grande [1333-1370] fue de lo más próspero, y en 1364 fundó en Cracovia, la capital real, uno de los primeros centros de educación superior de Europa central, la actual Universidad Jagellónica.
En 1410 se logró un triunfo de suma importancia con la derrota de los Caballeros Teutones a manos de una fuerza compuesta por polacos y lituanos. Algo más de un siglo más tarde, en 1569, los polacos y los lituanos formalizaron su unión y crearon durante un tiempo el país más extenso de Europa.
El pueblo de Varsovia tenía motivos para celebrar la unión, pues suponía el traslado de la capitalidad desde Cracovia en torno al año 1600. No obstante, el resto del s. xvii fue un cúmulo de despropósitos. Polonia se vio sumida en varias guerras, incluido un conflicto con Suecia que le costó un cuarto de su territorio y un tercio de su población.
Sumamente debilitada en el s. XVIII, Polonia se antojó una presa muy tentadora para las vecinas Prusia, Rusia y Austria, que se repartieron el país y lo hicieron desaparecer de los mapas hasta el final de la I Guerra Mundial.
La nueva Polonia independiente partió de cero desde una posición aceptable, pero su emplazamiento entre Alemania y la Unión Soviética resultaba bastante peligroso. Tanto Hitler como Stalin codiciaban territorios polacos y, finalmente, fueron a la guerra para conseguirlos. Polonia perdió casi una quinta parte de su población durante la II Guerra Mundial, incluida la práctica totalidad de los casi tres millones de judíos del país.
La guerra terminó desplazando la frontera de Polonia unos 200 km hacia el oeste, al tiempo que la afianzó en el Bloque del Este, controlado por los soviéticos. El comunismo fue una época de estancamiento, superada al fin con la caída en 1989 de los regímenes del Este respaldados por la Unión Soviética.
En términos generales, el país ha prosperado desde la caída del comunismo como miembro de la Unión Europea, aunque con un crecimiento desigual, mayor en las grandes ciudades y regiones occidentales que en zonas del sur y el este.
El territorio actual de Polonia lleva habitado desde la Edad de Piedra, cuando numerosas tribus del este y el oeste se establecieron en sus fértiles llanuras. En muchos museos pueden verse hallazgos arqueológicos de aquel tiempo y de la Edad del Bronce, pero el ejemplo más valioso de la presencia de pobladores anteriores a los eslavos se encuentra en Biskupin. Su aldea fortificada de la Edad de Hierro fue levantada por los lusacianos hace unos 2700 años. Después, pueblos celtas, germánicos y bálticos se asentaron consecutivamente en territorio polaco, pero no fue hasta la llegada de los eslavos cuando este empezó a moldearse como nación.
Aunque se desconoce la fecha exacta de la llegada de las primeras tribus eslavas, los historiadores coinciden en que comenzaron a poblar la región entre los ss. V y VIII. A partir del s. VIII, los asentamientos más pequeños empezaron a juntarse para formar mayores núcleos de población y establecerse con carácter permanente en lo que sería Polonia. El apelativo del país proviene de una de aquellas tribus, los polanos (literalmente, “gente de los campos”), que se instalaron a orillas del río Warta, cerca de la actual Poznań. En el s. X, su jefe, el legendario Piast, consiguió unir a los grupos próximos y crear una sola entidad política a la que dio el nombre de Polska (después Wielkopolska, que significa “Gran Polonia”). Hubo que esperar hasta la llegada del bisnieto de Piast, el duque Mieszko I, para que gran parte de Polonia quedara unificada bajo una dinastía, la Piast.
Convertido al cristianismo, el duque Mieszko siguió el ejemplo de los primeros gobernantes cristianos y se lanzó a la conquista de sus vecinos. Pronto toda la región costera de Pomerania (Pomorze) estuvo bajo su soberanía, junto con Śląsk (Silesia), al sur, y Małopolska (Pequeña Polonia), al sureste. En el 992, cuando murió, sus fronteras eran similares a las actuales, con la capital y el arzobispado en Gniezno.
Por aquel entonces, ciudades como Gdańsk, Szczecin, Poznań, Wrocław y Cracovia ya existían. El hijo de Mieszko, Boleslao el Valiente, continuó la labor de su padre e incluso extendió por el este la frontera polaca hasta Kiev. El centro administrativo del país se trasladó de Wielkopolska a Małopolska, menos vulnerable, y a mediados del s. XI la corte se estableció en Cracovia.
Cuando los paganos de Prusia, en el extremo noreste de la actual Polonia, atacaron el ducado de Mazovia en 1226, el duque Conrado de Mazovia solicitó ayuda a los Caballeros Teutones, orden militar y religiosa alemana que pasó a la historia durante las Cruzadas. Los Caballeros no tardaron en dominar a las tribus paganas, pero después se volvieron contra sus aliados y erigieron imponentes castillos en territorio polaco, conquistaron la ciudad portuaria de Gdańsk (a la que rebautizaron como Dánzig) y, en la práctica, tomaron posesión de toda la Polonia septentrional; ejercían el mando desde el más formidable de sus castillos, en Malbork, y en cuestión de décadas se convirtieron en una potencia militar europea de primer orden.
Durante el reinado de Casimiro III el Grande [1333-1370], Polonia se fue convirtiendo en un Estado próspero y poderoso. Casimiro recuperó la soberanía de Mazovia, y luego conquistó vastas zonas de Rutenia (hoy Ucrania) y Podolia, con lo que consiguió expandir sus dominios hacia el sureste.
Casimiro también fue un gobernante ilustrado, muy activo en los asuntos internos. Promovió e instituyó reformas y fundamentó sólidas bases legales, económicas, comerciales y educativas. Asimismo, promulgó una ley que otorgaba privilegios a los judíos, que encontraron entonces en Polonia un hogar seguro para los siglos venideros. Fundó unas 70 localidades. La capital real, Cracovia, floreció, y en 1364 nació una de las primeras universidades europeas. También edificó una extensa red de castillos y fortificaciones para incrementar la seguridad. Hay un refrán que dice que este rey “encontró una Polonia de madera y la dejó convertida en piedra”.
Los últimos años del s. XIV vieron cómo Polonia forjaba una alianza dinástica con Lituania, un matrimonio político que, de la noche a la mañana, multiplicaba por cinco su territorio y que duró cuatro siglos. De esta alianza salieron beneficiadas ambas partes: Polonia ganó un socio para las escaramuzas que mantenía contra tártaros y mongoles, y Lituania recibió ayuda en su lucha contra los Caballeros Teutones.
Durante el reinado de Vladislao II Jagellón [1386-1434], la alianza finalmente derrotó a los Caballeros Teutones en 1410 en la batalla de Grunwald, y recuperó Pomerania Oriental, parte de Prusia y el puerto de Gdańsk.
Durante 30 años, el Imperio polaco fue el mayor estado europeo, que se extendía desde el Báltico hasta el mar Negro.
Pero aquello no iba a durar mucho. Las amenazas se manifestaron hacia finales del s. XV, cuando, los otomanos desde el sur, los tártaros de Crimea desde el este y los zares moscovitas desde el norte y el este, por separado o formando alianzas, invadieron y asaltaron una y otra vez los territorios orientales y meridionales, e incluso consiguieron llegar una vez hasta Cracovia.
El Renacimiento llegó a Polonia a principios del s. XVI, y durante los reinados de Segismundo I el Viejo [1506-1548] y su hijo Segismundo II Augusto [1548-1572] florecieron las artes y las ciencias. Esta época se conoce como la “edad dorada” del reino.
Por aquella época, el grueso de la población polaca lo integraban polacos y lituanos, pero se contaban también minorías de los países vecinos.
Políticamente, durante el s. XVI Polonia pasó a ser una Monarquía parlamentaria que otorgaba la mayoría de los privilegios a la szlachta (pequeña nobleza feudal), aproximadamente el 10% de la población. En contraste, el estatus de los campesinos se iba deteriorando y casi acabaron siendo meros esclavos.
Con la esperanza de fortalecer la monarquía, el Sejm (una temprana forma de Parlamento privativo de la nobleza) se reunió en Lublin en 1569, unió Polonia y Lituania en un único estado, y nombró a Varsovia sede de los futuros debates. A partir de aquel momento no habría heredero directo al trono, sino que la sucesión real dependería del deseo de los nobles, que tendrían que ir a Varsovia a votar.
La “República Real” hace referencia a la elección de los monarcas por parte de la nobleza, una medida dudosa que se puso en práctica cuando Segismundo II Augusto murió sin descendencia. La decisión de barajar candidatos extranjeros casi condujo al desmoronamiento de la república. En cada elección real, las potencias extranjeras promocionaban a sus candidatos mediante contubernios y sobornos. Durante este período gobernaron Polonia nada menos que 11 reyes, de los cuales solo cuatro fueron polacos.
El primer rey electo, Enrique de Valois, se retiró a su tierra natal para ceñirse la Corona francesa cuando solo llevaba un año en el trono polaco. Su sucesor, Esteban Batory [1576-1586], príncipe de Transilvania, fue una elección mucho más acertada. Batory, junto con su hábil jefe militar y canciller Jan Zamoyski, libró una serie de exitosas batallas contra Iván el Terrible y estuvo cerca de formar una alianza con Rusia frente a la amenaza otomana.
Después de la prematura muerte de Batory, se ofreció la Corona al sueco Segismundo III Vasa [1587-1632], con el que Polonia alcanzó su máxima extensión territorial: casi el triple de la que ocupa hoy. Pese a todo, a Segismundo se le recuerda más por haber trasladado la capital polaca de Cracovia a Varsovia entre 1596 y 1609.
Los albores del s. xvii marcaron un giro en el destino de Polonia. El aumento del poder de la nobleza socavó la autoridad del Sejm. El país fue dividido en enormes propiedades privadas, y los nobles, frustrados por un gobierno ineficaz, decidieron alzarse en armas.
Mientras tanto, los invasores extranjeros no cejaban en su presión fronteriza. Juan II Casimiro Vasa [1648-1668], el último miembro de la dinastía Vasa, fue incapaz de resistir el acoso de los rusos, tártaros, ucranianos, cosacos, otomanos y suecos, que acechaban por todos los frentes. La invasión sueca de 1655-1660, conocida como “el Diluvio”, resultó especialmente desastrosa.
El último momento brillante en el largo declinar de la República Real fue el reinado de Juan III Sobieski [1674-1696], un espléndido comandante que lideró victorioso varias batallas contra los otomanos; la más famosa fue la de Viena, librada en 1683 y en la que derrotó a los turcos, con lo que consiguió frenar su avance hacia Europa occidental.
A principios del s. XVIII, Polonia se hallaba sumida en la decadencia y Rusia se había convertido en un imperio poderoso y expansionista. Los zares reforzaron sistemáticamente su tenaza sobre el convulso país, y los soberanos polacos se convirtieron en sus marionetas, como se puso de manifiesto durante el reinado de Estanislao Augusto Poniatowski [1764-1795], cuando Catalina la Grande, emperatriz de Rusia, intervenía directamente en los asuntos de Polonia. El derrumbe del Imperio polaco estaba a la vuelta de la esquina.
Al visitar el país es probable que el viajero oiga alguna alusión al Reparto, el período de finales del s. xviii en que Polonia fue repartida entre sus vecinos más poderosos: Prusia, Rusia y Austria. Dicho período se prolongó hasta el final de la I Guerra Mundial. Durante 123 años, Polonia desapareció del mapa.
El Reparto condujo en un principio a reformas inmediatas y a una nueva Constitución liberal, y Polonia permaneció relativamente estable. Catalina la Grande no podía tolerar esta peligrosa democracia y envió sus tropas. A pesar de la resistencia, las reformas fueron abolidas por la fuerza.
Aquí entra en escena Tadeusz Kościuszko, héroe de la Guerra de Secesión estadounidense, quien, con la ayuda de fuerzas patrióticas, promovió una rebelión armada en 1794, con la que ganó rápidamente el apoyo popular y algunas victorias tempranas. Sin embargo, el Ejército ruso, más fuerte y mejor armado, acabó con ellos en menos de un año.
A pesar de las circunstancias, el país continuó existiendo como entidad espiritual y cultural y, en secreto, se crearon varias sociedades nacionalistas. La Francia revolucionaria fue el principal valedor en la lucha polaca, por lo que algunos de sus líderes huyeron a París.
A pesar de que la mayoría de los combates de la I Guerra Mundial (al menos en el frente oriental) tuvieron lugar en territorio polaco y ocasionaron una enorme pérdida de vidas y destrucción, paradójicamente, la guerra condujo a la independencia del país.
Por un lado, se enfrentaban el Imperio austrohúngaro y Alemania (incluida Prusia); por el otro, Rusia y sus aliados occidentales. Al no tener un Estado, ni un ejército que los defendiera, casi dos millones de polacos fueron obligados a unirse a los ejércitos ruso, alemán o austriaco y batallar entre ellos.
Tras la Revolución de Octubre de 1917, Rusia se sumergió en una guerra civil que la llevó a perder el control de los asuntos polacos. El hundimiento final del Imperio austriaco en octubre de 1918 y la retirada de los alemanes de Varsovia en noviembre hicieron el resto. El mariscal Józef Piłsudski tomó Varsovia el 11 de noviembre de 1918, declaró la soberanía de Polonia y se autoproclamó jefe del Estado.
Las hostilidades de la I Guerra Mundial concluyeron con la firma del Tratado de Versalles en 1919, que establecía la creación de una Polonia independiente y, por ende, el nacimiento de la Segunda República.
El tratado otorgó a Polonia la parte occidental de Prusia y, consecuentemente, el acceso del país al mar Báltico. La ciudad de Gdánsk, sin embargo, no fue incluida y pasó a ser la ciudad libre de Dánzig. El resto de la frontera occidental de Polonia fue redibujada durante diversos plebiscitos, con el resultado de que el país se quedó con grandes zonas industriales de la Alta Silesia. Las fronteras orientales quedaron delimitadas cuando las fuerzas polacas derrotaron al Ejército Rojo durante la guerra polaco-soviética de 1919-1920.
Cuando terminó el conflicto territorial, la Segunda República abarcaba casi 400 000 km2 y contaba con 26 millones de habitantes, un tercio de los cuales eran de etnia no polaca, sobre todo judíos, ucranianos, bielorrusos y alemanes.
Después de que Piłsudski se retirara de la vida política en 1922, el país vivió cuatro años de cierta inestabilidad hasta que el gran militar tomó de nuevo el poder como consecuencia de un golpe de Estado en mayo de 1926. El Parlamento fue perdiendo competencias poco a poco, pero, a pesar de la dictadura, la represión política apenas afectó a la gente de a pie. La situación económica se mantuvo relativamente estable y la vida cultural e intelectual conoció un período de cierta prosperidad.
El 23 de agosto de 1939, los ministros de asuntos exteriores de Alemania y la Unión Soviética, Ribbentrop y Molotov, sellaron en Moscú un pacto de no agresión. Dicho acuerdo incluía un protocolo secreto según el cual Stalin y Hitler tenían previsto repartirse Polonia.
Si en la década de 1930 se le hubiera preguntado a los polacos cuál podría ser el peor escenario imaginable para su país, más de uno habría respondido que Alemania y la Unión Soviética se enzarzaran en una disputa por Polonia, y eso es a grandes rasgos lo que sucedió.
La guerra que redibujó las fronteras del país estalló al alba, el 1 de septiembre de 1939, con la invasión alemana. La lucha comenzó en Gdańsk (entonces ciudad libre de Dánzig), donde los nazis se toparon con una fuerte resistencia en Westerplatte. La batalla duró una semana. Simultáneamente, otro frente alemán asaltaba Varsovia, que acabó por claudicar el 28 de septiembre. A pesar de la valiente respuesta polaca, no había posibilidad de frenar a los alemanes, abrumadoramente superiores en número y en armamento; los últimos grupos resistentes fueron aplastados a principios de octubre.
La política de Hitler consistió en borrar Polonia del mapa y germanizar su territorio. Cientos de miles de polacos fueron deportados a campos de trabajo en Alemania, mientras que otros, principalmente la élite cultural, fueron ejecutados en un intento de dejar al país sin liderazgo espiritual ni intelectual.
La consigna fue que los judíos tenían que ser eliminados por completo; al principio los segregaron y confinaron en guetos, para después trasladarlos a campos de exterminio diseminados por todo el país. Casi toda la población judía de Polonia y casi un millón de polacos no judíos murieron en estos campos. En numerosos guetos y campamentos estallaron brotes de resistencia, el más famoso de los cuales fue el Levantamiento de Varsovia.
Semanas después de la ocupación alemana, la Unión Soviética penetró en Polonia y reclamó la mitad oriental del país, con lo cual Polonia quedó dividida nuevamente. A esto siguieron detenciones masivas, exilios y ejecuciones. Se calcula que entre uno y dos millones de polacos fueron enviados a Siberia, el Ártico soviético y Kazajstán entre 1939 y 1940. Al igual que los alemanes, los soviéticos emprendieron su propio proceso de genocidio intelectual.
Poco después del estallido de la II Guerra Mundial se formó en Francia un Gobierno en el exilio presidido por el general Ladislao Sikorski. Al general le sucedió Estanislao Mikołajczyk, quien, en junio de 1940, al desplazarse el frente de guerra al oeste, se refugió en Londres.
El curso de los acontecimientos cambió por completo cuando Hitler atacó por sorpresa la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. Los soviéticos fueron expulsados del este de Polonia y todo el país quedó bajo control alemán. El Führer se instaló en Polonia y permaneció allí durante más de tres años.
Ya desde el principio de la guerra había entrado en acción un movimiento de resistencia a escala nacional, concentrado en las ciudades, que actuaba en los sistemas educativo y judicial y en las comunicaciones. De los grupos armados formados por el Gobierno en el exilio en 1940 surgió el Armia Krajowa (AK; Ejército Nacional), que desempeñó un papel preeminente en el Levantamiento de Varsovia.
La derrota sufrida por Hitler en Stalingrado en 1943 marcó el punto de inflexión de la guerra en el frente oriental y, a partir de entonces, el Ejército Rojo avanzó sin tropiezos hacia el oeste. Después de que los soviéticos liberaran la ciudad polaca de Lublin, el 22 de julio de 1944 se formó el procomunista Comité Polaco de Liberación Nacional (PKWN), que asumió las funciones de gobierno provisional. Una semana más tarde, el Ejército Rojo llegaba a las inmediaciones de Varsovia, ocupada por los alemanes.
En un último intento de establecer una administración polaca independiente, el AK quiso hacerse con el control de la ciudad antes de que llegaran las tropas soviéticas, con resultados desastrosos. El Ejército Rojo prosiguió su avance hacia el oeste y al cabo de pocos meses llegó a Berlín. Los alemanes capitularon el 8 de mayo de 1945.
Al término de la II Guerra Mundial, Polonia estaba literalmente en ruinas. Más de seis millones de polacos habían muerto en el conflicto, en torno al 20% de la población de antes de la guerra. De los tres millones de judíos polacos que había en 1939, solo sobrevivían unos 90 000. Las ciudades habían quedado reducidas a escombros; en Varsovia, solo el 15% de los edificios continuaba en pie. Muchos polacos exiliados prefirieron no regresar debido al nuevo orden político.
Pese a que Polonia emergió de la II Guerra Mundial entre las potencias ganadoras, tuvo la desgracia de caer en el Bloque del Este, dominado por la Unión Soviética.
Los problemas afloraron durante la Conferencia de Yalta en febrero de 1945, cuando los tres líderes aliados, Roosevelt, Churchill y Stalin, acordaron dejar Polonia bajo control soviético. La frontera oriental polaca seguiría más o menos la línea de demarcación nazi-soviética de 1939. Seis meses después, los líderes aliados fijaron las lindes occidentales de Polonia a lo largo de los ríos Óder (Odra en polaco) y Nysa (Neisse); en la práctica, el país retornó a sus fronteras medievales.
Los radicales cambios fronterizos fueron seguidos por la redistribución masiva de la población, unos 10 millones de personas. Finalmente, el 98% de los polacos era de origen polaco.
Tan pronto como Polonia cayó bajo el control comunista, Stalin lanzó una intensiva campaña de sovietización. Los líderes de la resistencia fueron acusados de colaborar con los nazis, juzgados en Moscú y ejecutados o encarcelados tras juicios sumarísimos. En junio de 1945 se estableció en Moscú un Gobierno provisional polaco, que posteriormente fue transferido a Varsovia. En 1947, tras unas elecciones amañadas, el nuevo Sejm eligió presidente a Bolesław Bierut.
En 1948 se creó el Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR), partido comunista del país, con objeto de monopolizar el poder, y en 1952 se adoptó una Constitución de corte soviético. El cargo de presidente quedó abolido y el poder pasó a manos del secretario general del Comité Central del Partido. Polonia ingresó en el Pacto de Varsovia.
El fanatismo estalinista nunca arraigó tanto en Polonia como en los países vecinos, y poco después de la muerte de Stalin, en 1953, desapareció casi por completo. El poder de la policía secreta disminuyó y se hicieron algunas concesiones a las demandas populares. Se liberalizó la prensa y se resucitaron los valores culturales polacos.
En junio de 1956 estalló en Poznań una gran manifestación que exigía “pan y libertad”. Las protestas se reprimieron brutalmente y poco después se nombró secretario general del Partido a Ladislao Gomułka, antiguo prisionero político en la época de Stalin. Al principio se ganó el favor popular y, a pesar de su actitud cada vez más autoritaria –la presión contra la Iglesia y el acoso a la intelligentsia–, fueron la crisis económica y el aumento oficial de los precios en 1970 los que provocaron nuevas revueltas populares en Gdańsk, Gdynia y Szczecin. Una vez más se recurrió a la fuerza para acallar las protestas, con el resultado de 44 muertos. El Partido, para salvar la cara, destituyó a Gomułka y puso en su lugar a Edward Gierek.
En 1976, otro intento de incrementar los precios provocó nuevas manifestaciones, esta vez en Radom y Varsovia. Atrapado en una espiral de ineficacia, Gierek aceptó más préstamos y, para poder devolverlos, decidió retirar bienes de consumo del mercado y venderlos en el extranjero. En 1980, la deuda externa polaca ascendía a 21 millones de US$ y la economía había caído en un pozo sin fondo.
La oposición se vio fortalecida y respaldada por numerosos intelectuales. En julio de 1980, el anuncio de un nuevo aumento de los precios de los alimentos desató los acontecimientos: las huelgas y las disputas se extendieron como la pólvora por todo el país y en agosto se paralizaron los principales puertos, las minas de carbón de Silesia y los astilleros Lenin de Gdańsk.
A diferencia de otras protestas anteriores, las de 1980 no fueron violentas y los manifestantes no salieron a la calle sino que permanecieron en sus fábricas.
El final del comunismo en Polonia se dilató en exceso y se remonta a 1980, coincidiendo con el nacimiento del sindicato Solidaridad.
El 31 de agosto de ese año, tras largas y hostiles negociaciones en el astillero de Gdańsk, el Gobierno firmó el acuerdo de Gdańsk, el cual obligaba al Partido a aceptar la mayoría de las exigencias de los obreros, incluidos el derecho a la huelga y a organizar sindicatos independientes. Como contrapartida, los trabajadores acataban la Constitución y aceptaban el poder supremo del Partido.
Las delegaciones proletarias de todo el país fundaron Solidarność (Solidaridad), un sindicato de ámbito nacional, independiente y autogestionado. Lech Wałęsa, que había liderado la huelga de Gdańsk, fue elegido su presidente.
El efecto expansivo de Solidaridad no tardó mucho en afectar al Gobierno. Gierek fue sustituido por Estanislao Kania, que a su vez lo fue por el general Wojciech Jaruzelski en octubre de 1981.
Donde más se notó la influencia sindical fue en la propia sociedad. Tras 35 años de moderación, los polacos se lanzaron al vacío de una democracia espontánea y caótica: se debatía el proceso de reforma de Solidaridad y florecía la prensa independiente. La verdad del pacto entre Stalin y Hitler o la masacre de Katyń, asuntos que habían sido tabú, salieron a la luz por vez primera.
Naturalmente, los 10 millones de afiliados del sindicato representaban posturas bien diversas, desde los que optaban por la confrontación abierta hasta los que se inclinaban por planteamientos más conciliadores. Fue en gran medida la autoridad carismática de Wałęsa lo que mantuvo la moderación y el equilibrio internos de Solidaridad.
Pese al compromiso por reconocer Solidaridad, el Gobierno polaco siguió sometido a la presión tanto de soviéticos como de los radicales locales para evitar introducir reformas de calado.
Esto condujo a un mayor descontento y, ante la ausencia de una alternativa política, a más huelgas. Entre tantos altercados, la crisis económica se agudizó. En noviembre de 1981, tras el infructuoso diálogo entre el Gobierno, Solidaridad y la Iglesia, las tensiones sociales se dispararon y se llegó a un jaque mate político.
Cuando el general Jaruzelski apareció de improviso en televisión a primera hora de la mañana del 13 de diciembre de 1981 para proclamar la Ley Marcial, los tanques ya estaban en las calles, en cada esquina había un puesto de control del Ejército y los grupos paramilitares habían sido destinados a las zonas potencialmente más problemáticas. El poder fue cedido al Consejo Militar de Salvación Nacional (WRON), un grupo compuesto por oficiales bajo el mando directo de Jaruzelski.
Las actividades de Solidaridad fueron suspendidas; todas las reuniones públicas, manifestaciones y huelgas, prohibidas; y millares de personas, incluida la mayoría de líderes de Solidaridad y el mismo Wałęsa, detenidos. Las manifestaciones espontáneas y las huelgas subsiguientes fueron reprimidas, un férreo control militar se impuso en todo el territorio y el país retrocedió a los tiempos anteriores a Solidaridad.
En octubre de 1982, el Gobierno disolvió Solidaridad y puso en libertad a Wałęsa, pero el sindicato continuó sus actividades en la clandestinidad, gozando de un amplio respaldo popular. En julio de 1984 se anunció una amnistía limitada y algunos miembros de la oposición política fueron liberados, aunque continuaron los arrestos tras cada protesta popular y no fue hasta 1986 cuando la totalidad de presos políticos quedaron en libertad.
La elección de Mikhail Gorbachov como líder de la Unión Soviética en 1985, unida a sus programas conocidos como glasnost y perestroika, supusieron un gran impulso a las reformas democráticas a lo largo y ancho de Europa central y la Europa del Este.
A principios de 1989, Jaruzelski permitió a la oposición presentarse a las elecciones parlamentarias. Estas elecciones “semilibres” (al menos en el sentido de que fuera cual fuese el resultado, los comunistas tendrían garantizado un número de escaños) se celebraron en junio de 1989 y confirmaron el triunfo de Solidaridad, con una mayoría abrumadora de sus candidatos al Senado, la cámara alta del Parlamento. Los comunistas, sin embargo, se reservaron para sí mismos el 65% de los escaños del Sejm.
Jaruzelski fue nombrado presidente, con el objetivo de garantizar los cambios políticos tanto en Moscú como en Polonia. Como contrapeso, Tadeusz Mazowiecki, contrario al comunismo, fue elegido primer ministro gracias a la presión de Wałęsa. Este reparto de poderes, con un jefe de Gobierno no comunista por primera vez desde la II Guerra Mundial, allanó el camino para el colapso político en todo el bloque soviético. El partido comunista, tras perder confianza y afiliados, procedió a su histórica disolución en 1990.
En noviembre de 1990, el líder de Solidaridad, Lech Wałęsa, ganó las primeras elecciones libres y se estableció la Tercera República de Polonia. Para Wałęsa fue el culmen de su carrera, mientras que para Polonia supuso el inicio de un renacer lleno de dificultades.
En los primeros meses de la nueva república, el ministro de Finanzas del Gobierno, Leszek Balcerowicz, introdujo un paquete de reformas a fin de pasar de la noche a la mañana de un sistema comunista centralista a uno de libre mercado. Su plan económico, conocido como “terapia de choque” por la celeridad de su ejecución, permitió la libertad de precios, acabó con los subsidios, restringió el dinero en circulación y devaluó bruscamente la moneda para que fuera convertible frente a las divisas occidentales.
El efecto fue casi instantáneo. En pocos meses, la economía pareció estabilizarse y los alimentos dejaron de escasear. Por contra, los precios y el desempleo se dispararon. La ola inicial de optimismo y de paciente resignación se trocó en incertidumbre y descontento, y las drásticas medidas de austeridad mermaron la popularidad del Ejecutivo.
En cuanto a Wałęsa, pese a haber sido un líder sindicalista muy capaz y carismático, como presidente no gozó del mismo éxito. Durante sus cinco años de mandato, Polonia conoció nada menos que cinco Gobiernos y cinco primeros ministros. Su estilo presidencial y sus logros fueron repetidamente cuestionados por casi todas las fuerzas políticas y la mayoría del electorado.
Wałęsa fue derrotado por el excomunista Aleksander Kwaśniewski en las elecciones presidenciales de 1995. Pese a lo ajustado de los resultados, estas marcaron el descenso de Solidaridad y de Wałęsa.
Con el cargo de primer ministro en manos de otro excomunista como Włodzimierz Cimoszewicz, y el Parlamento girando también a la izquierda, el país que había encabezado el movimiento anticomunista en Europa central y del Este se encontró curiosamente con un Gobierno de izquierdas declarado (o un “triángulo rojo”, como advirtió Wałęsa).
La Iglesia, muy favorecida durante la presidencia de Wałęsa, también sintió la derrota y no dejó de alertar a sus fieles contra el peligro del “neopaganismo” por el que abogaba el nuevo régimen.
El estilo político del presidente Kwaśniewski resultó ser mucho más exitoso que el de Wałęsa. Durante su mandato aportó la ansiada calma política y supo cooperar con éxito tanto con la izquierda como con la derecha. Esto le permitió renovar su mandato en las elecciones de octubre del 2000. Wałęsa, que se presentó una vez más, recibió un tremendo varapalo tras obtener solo el 1% de los votos.
El 1 de mayo del 2004, bajo la presidencia de Kwaśniewski, Polonia ingresó en la UE junto con otros siete países de Europa central y del Este.
Más allá de los habituales vaivenes de la política polaca, en el 2010 se produjo una tremenda tragedia en el liderazgo del país, que afectó tanto a la izquierda como a la derecha y sumió a Polonia en un largo duelo.
El 10 de abril de ese año, un avión de las Fuerzas Aéreas polacas con 96 pasajeros a bordo, incluidos el presidente Lech Kaczyński, su esposa y una alta delegación compuesta por 15 diputados polacos, se estrelló cerca de la ciudad rusa de Smolensk. No hubo supervivientes. La aeronave había despegado de Varsovia y se dirigía a una ceremonia en homenaje a los militares polacos asesinados en el bosque de Katyń durante la II Guerra Mundial.
El piloto trató de aterrizar en una base militar donde había niebla espesa, se golpeó con un árbol y perdió el control de la nave. En principio, una comisión rusa de investigación concluyó que el accidente se debió a un error del piloto, si bien un informe del Gobierno polaco, publicado en el 2011, repartió las culpas entre el lado polaco y los controladores aéreos rusos.
El pueblo polaco reaccionó con consternación y duelo y se organizaron funerales de Estado. De alguna manera, el accidente sirvió para unir –si acaso brevemente– a su fracturada clase política y, en última instancia, para demostrar la fortaleza de la democracia polaca.
Tras el desastre, la presidencia recayó en el portavoz parlamentario Bronisław Komorowski, quien no tardó en convocar elecciones anticipadas. Komorowski, de la conservadora Plataforma Cívica, se impuso en la última vuelta al hermano gemelo del presidente difunto, Jarosław Kaczyński. Komorowski fue presidente hasta las elecciones del 2015, en las que fue derrotado por Andrzej Duda, de centroderecha.