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La cuenca que en otro tiempo ocupaba un enorme glaciar, en el corazón de los Alpes de Feltre, es actualmente una sinuosa pradera (“los llanos eternos”) con hendiduras, barrancos y profundísimas grutas que se alternan con amplios pastos salpicados de establos y cabañas alpinas en las que se producen unos quesos extraordinarios. En verano el paisaje es una maravilla, con rebecos que corretean entre los pinos negros y marmotas que dan la alarma con sus silbidos en cuanto ven intrusos a lo lejos.