A lo largo de los siglos, las islas griegas han sido las piedras pasaderas entre el norte de África, Asia Menor y Europa por las que han saltado guerreros, mercaderes, conquistadores e incluso civilizaciones. Desde tiempos remotos, las islas han sido objeto de disputa y reclamadas como botín por sucesivos invasores. Su posición estratégica en un mundo marítimo convirtió a muchas de ellas en prósperos y autónomos centros del comercio. Algunas fueron dominadas por potencias extranjeras, como recuerdan los puertos venecianos, acueductos romanos y castillos francos que aún se conservan.
La civilización cicládica –de las islas Cícladas– comprendía un puñado de pequeñas comunidades de pescadores y agricultores con un refinado temperamento artístico. Los historiadores la dividen en tres períodos: arcaico (3000-2000 a.C.), medio (2000-1500 a.C.) y tardío (1500-1100 a.C.).
Las famosas estatuillas cicládicas, labradas en mármol de Paros, son su legado más valioso, aunque han quedado también utensilios y armas de bronce y obsidiana, joyas de oro y vasos de piedra y arcilla. Aquellos escultores alcanzaron renombre por los kouroi de tamaño natural (estatuas humanas de mármol) del período arcaico.
Los cicládicos fueron asimismo marineros consumados que comerciaron con Creta, Grecia continental, Asia Menor (el oeste de la actual Turquía), Europa y el norte de África.
Los minoicos –por el rey Minos, soberano mítico de Creta (y padrastro del Minotauro)– crearon la primera civilización avanzada de Europa a imagen de las grandes culturas mesopotámica y egipcia.
La civilización minoica (3000-1100 a.C.) alcanzó su apogeo durante el período medio; hacia el 2000 a.C. se erigieron los grandiosos complejos palaciegos de Cnosos, Festos, Malia y Zakros, que suponen un gran avance con respecto a la vida en los pueblos del Neolítico. Los restos excavados indican la existencia de una sociedad refinada, con edificios espléndidos y frescos detallados, y una agricultura muy desarrollada.
La llegada del bronce les permitió construir grandes naves que les ayudaron a establecer una poderosa talasocracia (poder marítimo) y un próspero comercio; con gran pericia produjeron cerámica y metalistería de gran belleza, y exportaron sus mercaderías por toda Grecia, Asia Menor, Europa y el norte de África.
Los estudiosos discuten todavía la secuencia de acontecimientos que condujeron a su desaparición. Las pruebas científicas apuntan a que fueron debilitados por un tsunami y una lluvia de cenizas atribuidos a un cataclismo volcánico registrado en Santorini (Tera) hacia el 1500 a.C. Algunos señalan que un segundo y violento terremoto un siglo después diezmó su sociedad, o tal vez fueron los invasores de Micenas. La decadencia de los minoicos coincidió con el auge de la civilización micénica en tierra firme (1600-1100 a.C.).
Los dorios fueron un pueblo helénico que se estableció en el Peloponeso en el s. VIII a.C. En el s. XI o XII a.C. este pueblo belicoso se extendió hasta ocupar buena parte de la tierra firme griega, apoderarse de los reinos micénicos y esclavizar a sus habitantes. Los dorios llegaron también a las islas griegas, donde fundaron las ciudades de Camiros, Iálisos y Lindos en Rodas hacia el 1000 a.C., mientras que los jónicos huidos a las Cícladas desde el Peloponeso establecieron un santuario en Delos.
El período que abarca los 400 años siguientes suele denominarse la “edad oscura” de Grecia. En favor de los dorios, sin embargo, puede decirse que introdujeron el hierro y concibieron un nuevo y complejo estilo de cerámica con vistosos motivos geométricos; también trajeron el politeísmo.
Hacia el 800 a.C., los dorios se habían convertido en una clase de aristócratas terratenientes y Grecia se había dividido en un conjunto de ciudades-Estado independientes. Encabezadas por Atenas y Corinto (que se apoderó de Corfú en el 734 a.C.), las ciudades-Estado crearon la Magna Grecia, con la Italia meridional como integrante principal. En la mayoría de estas ciudades se abolió la monarquía y el monopolio de la aristocracia, se promulgaron leyes que redistribuyeron la riqueza y se permitió a los ciudadanos recuperar el control de la tierra.
Durante la llamada edad arcaica, aproximadamente desde el 800 hasta el 650 a.C., la cultura griega progresó rápidamente, con muchos avances en la literatura, escultura, teatro, arquitectura y pensamiento; este renacimiento se solapó con la edad clásica. Entre los hitos de este período se cuenta el alfabeto griego; los poemas épicos de Homero la Ilíada y la Odisea; la institución de los Juegos Olímpicos; y la creación de santuarios como el de Delfos.
La edad de oro de Grecia, entre los ss. VI y IV a.C., supuso una explosión de creatividad cultural sin precedentes. El progreso económico y político de las ciudades-Estado hicieron florecer la literatura y el teatro.
El rápido crecimiento de Atenas comportó una fuerte dependencia de la importación de alimentos desde el mar Negro, mientras que la expansión imperial de Persia amenazaba las rutas comerciales a través de Asia Menor. El apoyo de Atenas a una rebelión de las colonias persas desató las Guerras Médicas.
En el 477 a.C., Atenas fundó la Liga de Delos, una alianza naval con base en Delos creada para liberar a las ciudades-Estado todavía ocupadas por Persia y, en general, para defenderse de los persas. La Liga incluía casi todas las islas del Egeo y algunas de las ciudades-Estado jónicas de Asia Menor. Para formar parte de ella había que jurar lealtad a Atenas y efectuar una contribución anual al erario en forma de barcos (más adelante solo dinero).
Cuando Pericles se convirtió en líder de Atenas en el 461 a.C., trasladó el tesoro de Delos a la Acrópolis y lo utilizó para construir edificios y templos más grandiosos que sustituyeran a los destruidos por los persas.
Con el mar Egeo bajo su mando, Atenas empezó a mirar hacia el oeste. Uno de los principales desencadenantes de la Primera Guerra del Peloponeso (431-421 a.C.), que enfrentó a Atenas con Esparta, fue el apoyo ateniense a Córcira (la actual Corfú) en contra de Corinto, la ciudad madre de la isla. Atenas se rindió finalmente a Esparta tras interminables luchas.
Mientras Alejandro Magno forjaba su vasto imperio por el este, los romanos habían extendido el suyo hacia el oeste y no veían la hora de adentrarse en Grecia. Tras varios enfrentamientos sin éxito, derrotaron a Macedonia en el 168 a.C. En el 146 a.C. la Grecia continental pasó a ser la provincia romana de Acaya. Creta cayó en el 67 a.C. y la ciudad meridional de Gortina se convirtió en la capital de la provincia romana de Cirenaica, que incluía una gran porción del norte de África. Rodas resistió hasta el 70 d.C.
Como Roma veneraba la cultura griega, Atenas mantuvo su condición de centro del saber; de hecho, los romanos adoptaron muchos aspectos de la cultura helénica, que extendieron a través del imperio. A lo largo de una sucesión de emperadores –concretamente Augusto, Nerón y Adriano–, todo el imperio experimentó cierta paz, la Pax Romana, que perduró casi 300 años.
La Pax Romana empezó a desmoronarse en el 250 d.C. cuando los godos invadieron la actual Grecia; fueron los primeros de una sucesión de invasores.
En un intento por resolver el conflicto en la región, en el año 324 el emperador Constantino I, cristiano converso, trasladó la capital del imperio de Roma a Bizancio, que a partir de entonces tomó el nombre de Constantinopla (la actual Estambul). Mientras Roma entraba en una decadencia irreversible, la capital oriental despuntaba como cabeza de un Estado cristiano. En los siglos posteriores, la Grecia bizantina vivió bajo la constante presión de venecianos, francos, normandos, eslavos, persas y árabes; los persas se apoderaron de Rodas en el 620, pero fueron derrotados por los sarracenos (árabes) en el 653. Los árabes también conquistaron Creta en el 824. Otras islas del Egeo permanecieron bajo control bizantino.
El Imperio bizantino empezó a fracturarse cuando los caudillos francos renegados de la Cuarta Cruzada decidieron que Constantinopla ofrecía un mejor botín que Jerusalén. Constantinopla fue saqueada en el año 1204, y buena parte del Imperio bizantino se fraccionó en feudos gobernados por los príncipes autodenominados “latinos” (en su mayoría francos o germanos del oeste). Los venecianos, mientras tanto, habían afianzado su posición en Grecia y durante los siglos siguientes se apoderaron de los principales puertos de tierra firme, las Cícladas y Creta en 1210; eran los comerciantes más poderosos del Mediterráneo.
El 29 de mayo de 1453, Constantinopla cayó bajo el dominio de los turcos otomanos (para los griegos, turkokratia). Grecia volvió a ser un campo de batalla, esta vez entre turcos y venecianos. Con el tiempo, a excepción las islas Jónicas, que los venecianos mantuvieron, Grecia acabó integrada en el Imperio otomano.
El poder otomano alcanzó su cénit con el sultán Solimán el Magnífico [1520-1566]. Su sucesor, Selim el Beodo, añadió Chipre al imperio en 1570, y aunque los otomanos tomaron Creta en 1669 tras una campaña de 25 años, la incapacidad de los sultanes entre los ss. xvi y xvii contribuyó al lento declive del imperio.
Venecia expulsó a los turcos del Peloponeso en tres años (1684-1687), durante los cuales las bombas de la artillería veneciana alcanzaron la pólvora almacenada en la Acrópolis y dañaron gravemente el Partenón.
Los otomanos restauraron el poder en 1715, aunque nunca como antes. A finales del s. XVIII surgieron facciones de oficiales turcos, aristócratas y griegos influyentes que controlaban a los campesinos. Pero también existía un grupo creciente de griegos, entre ellos intelectuales expatriados, que aspiraban a la emancipación.
En 1814 se fundó el primer partido independentista griego, la Filikí Etería (Sociedad de Amigos), cuyo ideario se propagó con rapidez. El 25 de marzo de 1821, los griegos iniciaron la Guerra de la Independencia con levantamientos casi simultáneos en la mayor parte de Grecia y las islas ocupadas. La lucha fue despiadada por ambos bandos; en el Peloponeso, 12 000 turcos murieron tras la captura de la ciudad de Tripolitsa (la actual Trípoli), mientras que los turcos se vengaron con matanzas en Asia Menor, sobre todo en la isla de Quíos.
La campaña se intensificó y en un año los griegos, que ganaban terreno, proclamaron la independencia el 13 de enero de 1822 en Epidauro.
En dos ocasiones las disputas regionales derivaron en guerras civiles (1824 y 1825). Los otomanos se aprovecharon y en 1827 los turcos (con refuerzos egipcios) recuperaron el control. Las potencias occidentales intervinieron con una flota combinada de rusos, franceses y británicos que hundió la escuadra turco-egipcia en la bahía de Navarino, en octubre de 1827. Con todas las de perder, el sultán Mahmut II proclamó una guerra santa y obligó a Rusia a destacar tropas a los Balcanes para enfrentarse al ejército otomano. La lucha continuó hasta 1829 cuando, con los rusos a las puertas de Constantinopla, el sultán aceptó la independencia griega con la firma del Tratado de Adrianópolis. El reconocimiento formal de la independencia se produciría en 1830.
En abril de 1827 Grecia eligió al corfiota Ioannis Kapodistrias como primer presidente de la República. Nauplia, en el Peloponeso, se convirtió en la capital, pero Kapodistrias fue asesinado en 1831. En medio de la consiguiente anarquía, Gran Bretaña, Francia y Rusia convirtieron Grecia en una monarquía y sentaron en el trono a un extranjero, el príncipe de 17 años Otón de Baviera, que llegó a Nauplia en enero de 1833. El nuevo reino, instituido por la Convención de Londres en 1832, estaba constituido por el Peloponeso, Sterea Ellada (Grecia central), las Cícladas y las Espóradas. Otón reinó hasta su deposición en 1862.
La política exterior de Grecia, denominada la “Gran Idea”, era extender su soberanía sobre la diseminada población griega. Con el trasfondo de la Guerra de Crimea, Gran Bretaña y Francia, que veían peligrar sus intereses, mostraban inquietud ante una alianza de Grecia y Rusia contra los otomanos.
La influencia británica en las islas Jónicas empezó en 1815 (después del pimpón político entre venecianos, rusos y franceses). Los británicos mejoraron las infraestructuras de las islas y muchos autóctonos adoptaron sus costumbres (como el críquet en Corfú). Sin embargo, la independencia griega forzó a Gran Bretaña a ceder soberanía, y en 1864 los británicos se marcharon, no sin antes instalar en el trono griego al joven príncipe Guillermo de Dinamarca, coronado como Jorge I en 1863, cuyo reinado duró 50 años.
En 1881 Grecia recibió Tesalia y parte del Epiro tras la guerra entre Rusia y Turquía, pero fracasó estrepitosamente cuando intentó atacar a Turquía para lograr la enosis (unión) con Creta, ansiosa de sacudirse el yugo otomano. Solo la oportuna intervención diplomática de las grandes potencias evitó que los turcos tomaran Atenas.
Creta quedó bajo administración internacional. La gestión de los asuntos cotidianos de la isla se cedió gradualmente a los griegos, y en 1905 el presidente de la Asamblea cretense, Eleftherios Venizelos (más tarde nombrado primer ministro), anunció la unión de Creta con Grecia, algo que no se reconoció internacionalmente hasta 1913.
Los otomanos, a pesar de su decadencia, conservaban Macedonia, lo que desencadenó las guerras de los Balcanes de 1912 y 1913. El resultado fue el Tratado de Bucarest (agosto de 1913), que expandió el territorio griego hasta la parte sur de Macedonia (con inclusión de Salónica, gran centro cultural y estratégico en las rutas comerciales por los Balcanes), una parte de Tracia, otra porción del Epiro y las islas Egeas del noreste; el tratado reconocía también la unión con Creta.
Los aliados (Gran Bretaña, Francia y Rusia) presionaban cada vez más a la neutral Grecia para que se les uniera en la lucha contra Alemania y Turquía, con promesas de concesiones en Asia Menor. Las tropas griegas se distinguieron en el bando aliado, pero cuando terminó la guerra en 1918 la tierra prometida en Asia Menor no tenía perspectivas de llegar. El primer ministro Venizelos impulsó entonces una campaña diplomática para promover la “Gran Idea” y envió tropas a Esmirna en mayo de 1919; en septiembre de 1921, Grecia había avanzado hasta Ankara. Pero para entonces el apoyo extranjero a Venizelos había menguado, y las fuerzas turcas, al mando de Mustafá Kemal (después llamado Atatürk), frenaron la ofensiva. El ejército griego se retiró, Esmirna cayó en 1922 y decenas de miles de los griegos de la ciudad fueron asesinados.
El resultado de estas hostilidades fue el Tratado de Lausana de julio de 1923, por el que Turquía recuperaba la Tracia oriental y las islas de Imbros y Ténedos, y los italianos se quedaban con el Peloponeso (lo habían comprado temporalmente en 1912 y lo conservarían hasta 1947).
El tratado establecía también un intercambio de población entre Grecia y Turquía para impedir conflictos futuros. Casi 1,5 millones de griegos abandonaron Turquía y unos 400 000 turcos se marcharon de Grecia. Aquel intercambio supuso una pesada carga para la economía griega y grandes penalidades para los afectados. Muchos helenos dejaron atrás una vida privilegiada en Asia Menor para vivir como pobres de Atenas y Salónica.
Durante un tiempo tumultuoso, en 1924 se proclamó la República en medio de una sucesión de golpes y contragolpes. En noviembre de 1935, el rey Jorge III nombró primer ministro al general derechista Ioannis Metaxas, que asumió poderes dictatoriales con el pretexto de impedir un golpe republicano de inspiración comunista. El sueño de grandeza de Metaxas era crear una utópica Tercera Civilización Griega fundamentada en su glorioso pasado antiguo y bizantino; después envió al exilio o encarceló a sus oponentes, prohibió los sindicatos y el recién constituido Kommounistiko Komma Elladas (KKE, Partido Comunista Griego), impuso la censura de prensa y creó una policía secreta y un movimiento juvenil de estilo fascista. Pero a Metaxas se le recuerda sobre todo por responder ohi (no) al ultimátum de Benito Mussolini para que permitiera el paso de sus tropas. Igualmente, los italianos invadieron el país, pero los griegos les hicieron retroceder hasta Albania.
A pesar de la ayuda de los aliados, las tropas alemanas entraron en Grecia el 6 de abril de 1941 y se apoderaron rápidamente del país. Los nazis utilizaron Creta como base aérea y naval para atacar a las fuerzas británicas en el Mediterráneo oriental. La población civil sufrió lo indecible, y muchos murieron de hambre. Los nazis juntaron a más de la mitad de la población judía y la trasladó a campos de exterminio. Los numerosos movimientos de resistencia que surgieron entonces acabaron en una facción monárquica y otra comunista, que lucharon entre sí con la misma saña que contra los alemanes, a menudo con resultados devastadores para la población civil.
Los alemanes empezaron a retirarse de Grecia en octubre de 1944, pero los grupos de resistentes continuaron enfrentados. El resultado fue una sangrienta Guerra Civil que duró hasta 1949 y sumió a Grecia en el caos, políticamente crispada y económicamente deshecha. En tres años de feroz contienda murieron más griegos que en toda la II Guerra Mundial, y un cuarto de millón de personas se quedó sin hogar. El resultado fue un éxodo masivo: se abandonaron pueblos y hasta islas enteros y casi un millón de griegos partieron principalmente a Australia, Canadá y EE UU.
En febrero de 1964 llegó al poder Yorgos Papandreu, el fundador de la Unión del Centro (EK), y no tardó en adoptar medidas radicales: liberó a los presos políticos, permitió el regreso de los exiliados, bajó los impuestos y el presupuesto de defensa, e incrementó el gasto en servicios sociales y educación. Esta tolerancia con la izquierda puso nerviosa a la derecha, y un grupo de coroneles encabezados por Georgios Papadopoulos y Stylianos Pattakos dio un golpe de Estado el 21 de abril de 1967. El resultado fue la instauración de una Junta Miliar, con Papadopoulos como primer ministro.
Los coroneles declararon la ley marcial, prohibieron los partidos políticos y los sindicatos, impusieron la censura y encarcelaron, torturaron y exiliaron a miles de disidentes. En julio de 1972 Papadopoulos declaró la República y se nombró presidente.
El 17 de noviembre de 1973, los tanques asaltaron un edificio del Instituto Politécnico de Atenas para acabar con la ocupación por los estudiantes, que llamaban a sublevarse contra la Junta Militar apoyada por EE UU. Aunque todavía se discute sobre el número de víctimas (supuestamente más de 20 estudiantes muertos y cientos de heridos), aquellos sucesos rubricaron la sentencia de muerte de la Junta castrense.
Poco después, el jefe de la policía militar, Dimitrios Ioannidis, depuso a Papadopoulos e intentó imponer la unidad con Chipre en una iniciativa desastrosa que condujo a la división de Chipre y la caída de la Junta.
Se pidió a Constandinos Karamanlís que abandonara su exilio parisino para tomar las riendas del país, y su partido Nueva Democracia (ND) obtuvo una amplia mayoría en las elecciones de 1974 frente al recién formado Movimiento Socialista Panhelénico (PASOK), liderado por Andreas Papandreu (hijo de Yorgos). El 69% de la población votó contra la restauración de la monarquía y se suspendió la prohibición de los partidos comunistas.
Cuando Grecia se convirtió en el décimo miembro de la UE en 1981, era el más pequeño y más pobre de los países socios. En octubre de 1981, el PASOK de Andreas Papandreu ganó las elecciones; era el primer Gobierno socialista de Grecia y gobernó durante casi dos décadas (salvo 1990-1993). El PASOK prometió una ambiciosa reforma laboral, cerrar las bases de EE UU y la salida de la OTAN. La presencia militar estadounidense se redujo, pero la tasa de desempleo era elevada y las reformas en educación y asistencia social, limitadas. Las mujeres corrieron mejor suerte: se abolió la dote, se legalizó el aborto y se aprobaron el matrimonio civil y el divorcio. Pero en 1990, los problemas políticos y económicos agotaron la paciencia del electorado, que devolvió el poder al ND, con Constantinos Mitsotakis al frente.
Decidido a corregir los problemas económicos del país (alta inflación y elevado gasto público), Mitsotakis impuso medidas de austeridad, como la congelación del sueldo de los funcionarios y aumentos de las tarifas de los servicios públicos.
A finales de 1992 las acusaciones de corrupción salpicaron al Gobierno y muchos aliados de Mitsotakis abandonaron; el ND perdió la mayoría parlamentaria y en octubre regresó al poder el PASOK.
Andreas Papandreu dejó el cargo a principios de 1996 por motivos de salud y murió el 26 de junio, lo que provocó un espectacular cambio de rumbo en el partido, que abandonó las políticas izquierdistas y eligió como nuevo primer ministro al economista y abogado Costas Simitis, quien obtuvo una cómoda mayoría en las elecciones de octubre de 1996.
Grecia ingresó en la eurozona en el 2001, no sin las reticencias de otros países miembros, que consideraban que la economía helena no estaba preparada: la deuda pública y la inflación eran demasiado elevadas. Muchos se lamentan hoy de que el cálculo erróneo del valor del dracma frente al euro encareciera desproporcionadamente la vida de la noche a la mañana. Con todo, miles de millones de euros se destinaron a ambiciosos proyectos de infraestructuras por todo el país, como el nuevo plan urbanístico de Atenas. Sin embargo, el aumento del desempleo, la deuda pública, la inflación y las restricciones del crédito al consumo acabaron por pasar factura. La opinión pública se crispó aún más en el 2007 por la mala gestión del Gobierno conservador (tras las elecciones del 2004) de la ola de incendios que asoló Grecia aquel verano. Pese a todo, los conservadores volvieron a ganar las elecciones de septiembre del 2007, aunque con menos mayoría.
Una cadena de huelgas generales con seguimiento masivo puso de manifiesto el descontento del electorado. Cientos de miles de personas protestaron contra el proyecto de reforma del mercado laboral y el sistema de pensiones, y contra los planes de privatización que, según los expertos, ayudarían a reducir el déficit público. La violenta reacción en contra del Gobierno de ND, enfangado además en escándalos políticos, alcanzó su clímax en diciembre del 2008 con revueltas urbanas generalizadas encabezadas por jóvenes atenienses que protestaban por la muerte de un joven de 15 años en un tiroteo de la policía.
La preocupación por los tejemanejes políticos continuó con las investigaciones sobre la supuesta corrupción de altos cargos (de uno y otro color político) en relación con el grupo Siemens Hellas. A esto siguió las dudosas permutas de terrenos entre un monasterio y el Estado, que en opinión de algunos favorecieron descaradamente al monasterio en perjuicio de los contribuyentes. Las elecciones generales de octubre del 2009, en mitad del mandato de Karamanlis, dieron una victoria aplastante al PASOK (con Yorgos Papandreu al frente).
En el 2009 un cóctel mortal de elevado gasto público y evasión de impuestos generalizada, combinado con el retraimiento en la concesión de créditos por la recesión global, amenazó con paralizar la economía griega. En el 2010 los países de la Eurozona acordaron conceder a Grecia 125 000 millones de € (la mitad de su PIB) para levantar el país, aunque con estrictas condiciones: el Gobierno del PASOK, todavía con Papandreu, debía aplicar reformas de austeridad y reducir el déficit. A continuación vinieron cuantiosos recortes, entre ellos la reducción del 10% del salario de los funcionarios, pero los acreedores extranjeros exigían tipos de interés cada vez más altos por sus préstamos.
Grecia se vio navegando, como Ulises (Odiseo) pero en la vida real, entre Escila y Caribdis: para beneficiarse de otro imprescindible crédito el país debía aplicar reformas que penalizaban todavía más a la clase media, lo que empujaba a los ciudadanos apolíticos a la revolución. Algunos anhelaban el retorno al dracma; sin embargo, muchos creían que aun así la deuda sería ingente, junto a la inestabilidad monetaria.
El primer ministro Papandreu convocó un referéndum sobre el rescate de la UE, pero no logró formar una coalición de gobierno y abandonó el cargo. En noviembre del 2011 se convirtió en primer ministro Lucas Papadimos, antiguo vicepresidente del Banco Central Europeo. Antonis Samaras, líder del partido Nueva Democracia, le sucedió al año siguiente y consiguió articular una coalición con el PASOK (tercer partido más votado) y grupos más pequeños. Un segundo rescate por valor de 130 000 millones de € vino acompañado de nuevas exigencias de austeridad, y Atenas se convirtió de nuevo en escenario de huelgas masivas en protesta por los recortes: 22% en el salario mínimo, 15% en las pensiones y un tijeretazo de 15 000 puestos de trabajo en el funcionariado. Los suicidios aumentaron un 40% en la capital. También creció el apoyo a la organización de extrema derecha Amanecer Dorado, que trajo aparejada una oleada de racismo y xenofobia contra la población inmigrante.
Corrían tiempos difíciles para el griego medio, con recortes salariales que rondaban el 30% y hasta 17 “nuevos” impuestos que mermaban aún más su nómina. Aunque inicialmente la UE y el FMI predijeron que Grecia volvería a crecer en el 2014, la imposibilidad de muchos griegos de pagar sus impuestos al final del año dejó el crecimiento en un mísero 0,4%. En enero del 2015, el partido Nueva Democracia perdió las elecciones frente al izquierdista Syriza. El nuevo primer ministro Alexis Tsipras, de 40 años, ganó las elecciones con un programa opuesto a la austeridad.
Aquella fue la primera victoria en las urnas del radical Syriza, partido que para alcanzar una mayoría se alió con el partido de derecha Griegos Independientes (ANEL): dos inopinados compañeros de cama unidos por su condena al rescate.
Al principio Tsipras se mantuvo en sus trece y en junio del 2015 Grecia se convirtió en el primer país occidental que se retrasó en el pago a la UE y el FMI. Los intentos de negociar un nuevo rescate e impedir la suspensión de pagos resultaron infructuosos porque Tsipras le planteó la cuestión al pueblo griego en referéndum. Más del 61% del electorado se mostró en contra de aceptar las condiciones del rescate.
La semana siguiente fue turbulenta. Los bancos griegos cerraron y empezaron a quedarse sin efectivo, y los mercados mundiales cayeron cuando la UE elaboró un minucioso plan para un posible “Grexit”: la salida de Grecia de la UE.
En el último momento, Tsipras obtuvo un préstamo de 86 000 millones de €, pero las medidas restrictivas que lo acompañaban fueron incluso más rigurosas que las anteriores al referéndum, y a muchos les pareció que, con los bancos al borde de la quiebra, Tsipras se había visto obligado a aceptar los términos. Las nuevas subidas de impuestos, las reformas de las pensiones y la privatización de empresas públicas por valor de 50 000 millones de € convirtieron a Grecia, a ojos de muchos, en un país financieramente tutelado por Europa.
Las discrepancias entre Syriza y ANEL motivadas por los extremistas que se oponían al rescate, llevaron a Tsipras a dimitir en agosto del 2015 y volver a las urnas en septiembre; eran las cuartas elecciones en poco más de tres años. El resultado fue una amplia victoria para Tsipras, solo a seis escaños de la mayoría absoluta. A pesar de todo, la participación fue del 57%, la más baja en la historia de Grecia. Para muchos griegos, elegir entre las medidas de austeridad y el “Grexit” venía a ser como recolocar las tumbonas en el Titanic.