La vida en Provenza es muy parecida a la del resto de Francia: pasión por la comida, la familia y la buena vida. Pero esta es una región ferozmente orgullosa de su historia, su patrimonio y su cultura, y es importante conocer las pasiones provenzales para entender qué es lo que mueve a su gente.
Jóvenes o ancianos, la gente del sur tiende a compartir una lealtad inquebrantable por el pueblo o la ciudad en que viven. Los marselleses, en concreto, sienten un apasionado apego por su ciudad, una urbe portuaria famosa por sus estereotipados habitantes toscos, célebres entre los franceses por sus exageraciones y sus fantasías, como el cuento de la sardina que bloqueó el puerto de Marsella.
Más latinos en cuanto a aspecto y temperamento, los nizardos exhiben un gusto por la buena vida como el de sus vecinos italianos; y los monegascos, siempre elegantes, son respetuosos con la ley y discretos. En las zonas rurales, donde los árboles genealógicos se remontan varias generaciones y los oficios están enraizados en el terruño, la identidad va profundamente arraigada con la tradición.
Los extranjeros ricos que compran propiedades en la región obligan a algunas comunidades tradicionales a cuestionarse su propia (y cambiante) identidad. Con el 20% de las viviendas privadas convertidas en résidences secondaires (segundas residencias), hay tiendas que luchan para abrir todo el año mientras que los precios de las propiedades se han disparado muy por encima de los salarios.
La semana laboral en Provenza es como la de cualquier otra región de un país desarrollado: rutina, desplazamientos para ir al trabajo o llevar a los niños al colegio; aunque con más sol que en otros lugares.
El fin de semana, sin embargo, es cuando la vida en Provenza realza su singularidad. Ir al mercado el sábado o el domingo es cita obligada, no solo para comprar los mejores ingredientes con los que elaborar un delicioso almuerzo o cena, también para ponerse al día de las novedades del pueblo o tomar algo en un café.
El deporte es otra de las aficiones del fin de semana: fútbol, ciclismo, excursionismo, vela, esquí y buceo son actividades muy populares en la región. Entre abril y octubre, mucha gente va a la playa por la tarde.
Los fines de semana también son para salir. Los más jóvenes se amontonan en los bares y locales nocturnos (estos últimos no abren hasta las 23.00, así que la fiesta termina bien entrada la madrugada); los más maduros se arreglan y salen a cenar a un restaurante o a casa de algún amigo, disfrutando de aperitivo, cena de tres platos, café y una copita de digestif.
Si existe una imagen que resuma el estilo de vida provenzal es una partida de petanca al atardecer.
La pétanque (que en el resto de Francia se llama boules) se inventó en La Ciotat, cerca de Marsella, en 1910, cuando un señor llamado Jules Le Noir, aquejado de artritis, se vio incapaz de dar los largos pasos previos al lanzamiento en las partidas de longue boule. Como era el campeón local, se mantuvo de pie para lanzar, un estilo que se hizo conocido como pieds tanqués (en provenzal, “pies atados”, y de ahí surgió el término pétanque).
Las normas para jugar una partida son:
Baluarte del fútbol nacional, el Olympique de Marseille (OM; www.om.net) fue campeón de la liga francesa cuatro veces consecutivas entre 1989 y 1992, y también en el 2010, pero desde entonces su suerte ha sido desigual. En el 2016, el empresario estadounidense Frank McCourt compró el club y prometió devolverle sus días de gloria.
El equipo posee una base de acérrimos hinchas, y de la ciudad han surgido grandes futbolistas, siendo el más destacado Zinedine Zidane Zizou, que capitaneó a la selección francesa en la victoria de la Copa del Mundo de 1998. El partido más importante del año es Le Classique, que enfrenta al Olympique con su archirrival, el Paris St-Germain.
El entrenador del Arsenal Arsène Wenger y el goleador Thierry Henry iniciaron sus carreras en el otro club fuerte de la región, el A. S. Monaco (ASM).