Tras pasar un día o dos en Palma explorando su colosal catedral, sus callejones y sus impresionantes galerías y palacios, se va al suroeste hasta la bonita playa de Ses Illetes, la portuaria Port d’Andratx y la tranquila Sant Elm, desde donde se cruza a la isla de Sa Dragonera. Resultan admirables las vistas de las montañas y los acantilados que brinda la espectacular carretera que parte de Andratx hacia el noreste. Después de pasear por los callejones de Estellencs y Banyalbufar, cabe hacer noche en el bonito pueblo de montaña de Valldemossa, donde residió Chopin. No hay que perderse las románticas mansiones de Miramar y Son Marroig, antaño propiedad de un archiduque. Al norte, la fotogénica Deià asciende en artística espiral por una ladera. Tras refrescarse en su cala se pone rumbo al norte hasta Sóller, encajada en un valle, para recorrer sus callejas y apreciar sus tesoros modernistas, picassos y mirós. Si queda tiempo, convendría desviarse hasta los encantadores pueblos de Orient, Biniaraix o Fornalutx, o montar en un desvencijado tranvía de época hasta Port de Sóller. Cuando la Ma10 empieza a serpentear hacia el interior, hay que tomar la espeluznante carretera que baja hasta Sa Calobra, en ruta al Monestir de Lluc, un lugar de peregrinación. Los picos de la Tramuntana se desvelan en todo su esplendor mientras se desciende hasta la típica Pollença.
Costa oeste
