Con sus formidables fortalezas, sus estratégicas ubicaciones y sus laberínticos callejones, los cascos antiguos de los pueblos blancos gaditanos son herencia de la arquitectura medieval islámica; bajo muchos de sus edificios aún se esconden cimientos de esta época y un gran número de las iglesias de la provincia son adaptaciones de anteriores mezquitas. Ejemplos de fortificaciones de aquellos años son, por ejemplo, el alcázar de Jerez o el castillo de San Marcos, en El Puerto de Santa María. Por su parte, la capital remonta su historia a la antigua ciudad fenicia, luego cartaginense y romana, fundada en un destacado enclave portuario rodeado por el Atlántico.
En el s. XIV, tras la reconquista de esta zona de Andalucía, comenzó a llegar la influencia gótica desde el resto de Europa, destacando, por ejemplo, la iglesia de San Miguel de Jerez (gótica en sus inicios, aunque reformada con trazas barrocas; la iglesia del Divino Salvador en Vejer de la Frontera o la de Santa María, en Arcos. Sin embargo, la época de máximo esplendor en la arquitectura gaditana se produjo durante el s. XVIII, con el fin del monopolio comercial del puerto de Sevilla en el comercio español con las Américas en 1717. Con el consecuente desarrollo económico se levantaron lujosas casas-palacio en Cádiz, El Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda, Grazalema, Arcos, Jerez y más allá, caracterizadas por sus patios con escaleras y galerías. Más tarde, muchas de ellas fueron transformadas en tradicionales casas de vecinos en las que vivían numerosas familias. En el ámbito religioso, el barroco aportó bellas creaciones como el oratorio de San Felipe Neri en Cádiz, la iglesia de San Pedro en Arcos y algunos elementos de la catedral de San Salvador y de la iglesia de San Miguel en Jerez. Con el neoclásico, se remodelaron importantes edificios, algunos de la mano de celebrados arquitectos como el gaditano Torcuato Benjumeda, el original diseñador del mercado de abastos de Cádiz. De esta época datan también la mayoría de las distintivas torres-mirador de la capital, que comenzaron a edificarse a partir del s. XVII; además de defender la ciudad, se convirtieron en símbolos de riqueza y poder.
Ya en el s. XX se alzaron edificios como el Gran Teatro Falla de Cádiz y el balneario neomorisco de la playa de la Caleta, mientras que el s. XXI ha sido testigo de la cuidadosa rehabilitación de edificios destacados, algunos de ellos convertidos ahora en románticos alojamientos turísticos, además de la construcción del magnífico puente de la Constitución de 1812, obra de Javier Manterola, que cruza la bahía de Cádiz desde el 2015.
El arte en esta parte de Andalucía se remonta a las maravillosas pinturas rupestres paleolíticas de caballos, peces y otras criaturas que se esconden en las profundidades de sus muchas cuevas, entre las que destacan la de La Pileta (en Málaga, pero cerca de Grazalema), la cueva del Moro en Tarifa y las de Benalup-Casas Viejas. De la Gades romana, se han heredado hermosas esculturas ornamentales, mientras que dos excepcionales sarcófagos esculpidos en mármol, en el Museo de Cádiz, se cuentan entre las obras más importantes de la época fenicia. Durante el Siglo de Oro, entre finales del s. XVI y el s. XVII, Cádiz se benefició del auge del arte andaluz proveniente de Sevilla; en la provincia gaditana se conserva la huella del extremeño Francisco de Zurbarán (pasó la mayor parte de su vida en Sevilla), cuyas dramáticas obras se pueden apreciar tanto en el Museo de Cádiz como en la catedral de Jerez, además de la del sevillano Bartolomé Esteban Murillo, encargado del altar mayor del antiguo convento de los Capuchinos de Cádiz. En Jerez, también destaca el escultor flamenco José de Arce. En el s. XIX el movimiento romántico llegó a Cádiz, con pintores costumbristas como Juan Rodríguez Jiménez ‘El Panadero’, Joaquín Manuel Fernández Cruzado, José Utrera y Cadenas, Salvador Viniegra y José Pérez Siguimboscum. Ya en el s. XX, destacan los artistas gaditanos Felipe Abárzuza, Federico Godoy, José Cruz Herrera y Ramón Puyol, mientras que Cecilio Chaves, Guillermo Pérez Villalta, Javier Palacios y Lola Montero se cuentan entre los contemporáneos de renombre.