Bélgica, conocida por sus excelentes mejillones, sus patatas fritas y su delicioso chocolate, era antaño popular por su cocina tradicional, pero, en la actualidad, presenta influencias internacionales, sobre todo de la gastronomía mediterránea y oriental. No obstante, los platos de siempre, desde las albóndigas al estofado de conejo, han tomado un nuevo auge, reinventados con nuevos giros. En las Ardenas sigue destacando la carne de caza.
Bélgica cuenta con numerosas especialidades.
Mejillones con patatas El plato más típico de Bélgica son las raciones de moules-frites (en neerlandés, mosselen-friet). Los suculentos mejillones de Zelanda son bastante más grandes que los españoles. Se comen con las manos, al estilo del país, utilizando una concha de mejillón vacía a modo de pinza. Hay que recordar que los mejillones frescos se abren solos durante la cocción, así que si se encuentra alguno cerrado debe desecharse.
‘Waterzooi’ Estofado a base de pollo o pescado, patatas, verduras y nata.
Anguila Paling in ‘t groen/anguilles-au-vert, anguila con una salsa verde de acedera o espinacas; típica de Flandes.
Conejo El konijn met pruimen/lapin aux pruneaux es conejo guisado en salsa con ciruelas.
‘Carbonade’ El sabroso estofado conocido como carbonade flamande en francés se puede llamar en neerlandés stoverij, stoofvlees o Vlaamse stoofkarbonade. La receta puede variar, pero básicamente se trata de un guiso espeso a la cerveza con tacos de carne (de buey, a veces, de caballo), sabrosos pero generalmente de baja calidad.
Albóndigas Hasta la década de 1990, las ballekes/boulettes (albóndigas) eran consideradas la típica comida que un ama de casa de los años cincuenta preparaba cuando tenía la despensa vacía; sin embargo, en la actualidad se están volviendo a poner de moda los platos tradicionales con un toque gourmet. En Lieja, las boulette Liègoise servidas con una salsa afrutada siempre han triunfado.
‘Stoemp’ Otro plato casero tradicional. Se trata, básicamente, de puré de patatas con verduras, que se sirve como acompañamiento, o como plato principal si se le añade salchichas o beicon y salsa.
Endivias Una verdura mucho más común que la col de Bruselas; suele servirse envuelta en jamón y cubierta de una salsa blanca de queso, una receta llamada gegratineerde witloof/chicons au gratin.
‘Gibier’ (caza) Las Ardenas son famosas por sus embutidos, patés y, sobre todo en otoño, por su carne de caza, como el jabalí.
Los belgas se atribuyen la invención de las frieten/frites, las patatas fritas. En un frituur/friture (freiduría) como mandan los cánones, las frieten/frites se fríen dos veces antes de servirlas en un cucurucho de papel y bañarlas por lo usual con mayonesa u otra salsa (que se paga aparte). Existen decenas de salsas; si resulta difícil elegir por la variedad, pruébese la andalouse, ligeramente picante.
En primavera, se preparan los asperges (espárragos blancos), típicos de Malinas; aunque entre mayo y junio se encuentran por todo el país. La temporada de los mejillones va de septiembre a febrero, pero ya casi se pueden comer todo el año. Y en las Ardenas, en otoño es típica la gibier, carne de caza (jabalí, faisán, etc.).
En las ciudades grandes cada vez hay más restaurantes vegetarianos, y en muchos establecimientos ofrecen comida de cultivo ecológico. Pero en las zonas rurales, los vegetarianos cuentan con pocas opciones. Se suelen ofrecer ensaladas, pero muchas veces contienen queso o carne. Siempre se puede recurrir a los platos sin carne de los omnipresentes restaurantes chinos, vietnamitas o tailandeses, que además resultan económicos.
Se trata de una mezcla de pasta de cacao, azúcar y manteca de cacao, en diversas proporciones. En el negro se usa más pasta de cacao, al chocolate con leche se le añade leche en polvo y el blanco lleva manteca de cacao, pero no pasta de cacao. El delicioso chocolate belga se considera el mejor del mundo porque se ciñe a estos ingredientes. Otros países permiten grasas vegetales más baratas en vez de la manteca de cacao (según la normativa europea, hasta un 5%).
Los bombones belgas más famosos son los pralinés y los cremosos manons, que se encuentran en las numerosas tiendas especializadas llamadas chocolaterie. Los dependientes enguantados envuelven pacientemente los que el cliente selecciona del tentador expositor. No obstante, se considera normal comprar uno solo. También se puede optar por una ballotin (caja) de 125 g a 1 kg, ya preparada y decorada con una cinta. El precio (al peso) no varía.
Durante los últimos 20 años, han aparecido choco-artistas que se dedican a experimentar con este ingrediente. Pierre Marcolini fue el primero en ofrecer pralinés de menor tamaño, rellenos de originales sabores (p. ej.: té azul) y presentados en una caja negra; el maestro chocolatero Dominic Persoone, de The Chocolate Line, escandalizó a medio mundo al diseñar una máquina para los Rolling Stones con la que se puede esnifar chocolate; Jean-Philippe Darcis, el rey de los macaron belgas, se hizo famoso por utilizar granos de cacao puro y es el responsable del magnífico museo del chocolate de Vervier; y una de las chocolaterías artesanas más fascinantes en la actualidad es la de Benoit Nihant, en Lieja, cuyo cacao proviene de una plantación familiar en Perú, que después se tuesta y muele en máquinas antiguas.
Los gofres (wafel/gaufre) son de origen belga. Suelen venderse con nata, fruta o chocolate; pero tradicionalmente se comen calientes y solo espolvoreados con azúcar glas. Los gofres de Bruselas son ligeros, crujientes, rectangulares y con profundas marcas. El gaufre de Liège presenta los bordes más redondeados y una masa más consistente, con un punto de canela. Véanse otras versiones en www.gaufresbelges.com.
En una cafetería o un pub típico belga, el café es parecido a un americano por el estilo y la intensidad, normalmente acompañado por una galleta o chocolate; y, a diferencia de Francia, no se suele pagar extra por la leche (normal o evaporada). No obstante, en los últimos años, la cultura del café internacional ha llegado pisando fuerte a Bélgica, y las ciudades más grandes rebosan hoy en día de cafeterías especializadas que ofrecen café de gran calidad, hecho por camareros expertos y, a menudo, una gran variedad de cafés: expreso, macchiato, flat white, cortado, etc.; además de café de filtro y el café nitro o nitrogenado (infusionado en frío y servido mediante un grifo, como si fuese una cerveza). Hasta el té se trata con un nuevo respeto y han aparecido nuevas teterías que proporcionan temporizador para asegurar el tiempo ideal de infusionado; otras preparan kambucha helada (bebida fermentada a base de té). El salón del té Biochi de Amberes es un auténtico templo del té chino, donde sirven y venden algunas de las variedades más raras del mundo.
La cerveza es la estrella en Bélgica, pero el vino (wijn/vin), normalmente francés, es el acompañamiento más común en una comida formal. En los campos de Hesbaye se encuentran algunas cosechas de escasa producción; sin embargo, en el valle del Mosela, en Luxemburgo, los viñedos son mucho más productivos, y se elabora algunos vinos blancos de calidad; en particular, destacan los espumosos crémant.
La jenever (genièvre en francés, pékèt en valón) es un licor típico belga aromatizado con bayas de enebro; precursor de la ginebra moderna, se bebe solo, no con tónica. Existen versiones más dulces y afrutadas, sin embargo, la clásica jenever es la witteke (literalmente: “blanquita”), que puede ser casi incolora (jonge) o amarillenta (oude). En la ciudad de Hasselt hay un museo dedicado a esta bebida y cada año se celebra la feria de la jenever; mientras que en las animadas fiestas del barrio de Outremeuse en Lieja, que tienen lugar a mediados de agosto, son tradicionales los chupitos de pékèt.
Aunque pueda sorprender a algunos, la juventud de Bélgica como Estado nación (menos de dos siglos) no es única en Europa. Eso sí, el patriotismo belga no es el más fuerte del mundo… salvo si se trata de fútbol. La división lingüística entre flamencos, de habla neerlandesa, y francófonos valones es muy acusada; no obstante, ambas partes comparten un trasfondo cultural e histórico, la tendencia a ser autocríticos y el gusto perspicaz por el surrealismo.
En Bélgica el idioma supone una cuestión capital. La población belga está dividida en dos. Los flamencos, que hablan neerlandés, integran en torno al 60% de la población, principalmente en el norte del país, Flandes (Vlaanderen), mientras que en la Bélgica meridional, Valonia (Wallonie), el grueso de la población habla francés. Para complicar más la situación, en los cantones orientales valones, Ost Kantonen, viven unos 70 000 hablantes de alemán. Luego está Bruselas, oficialmente bilingüe, pero de mayoría francófona y geográficamente rodeada por Flandes.
La mayoría de los francófonos se consideran belgas y, secundariamente, valones, aunque cada vez menos hablan valón, lengua románica de la misma rama que el francés pero diferente a él. Sin embargo, el grueso de los habitantes de Flandes se consideran ante todo flamencos, en un sentido cada vez más nacionalista. Todo, desde los medios de comunicación hasta los partidos políticos, se encuentra dividido por criterios lingüísticos. Esto provoca una notable y creciente falta de comunicación entre Valonia y Flandes. Los francófonos suelen estereotipar a los flamencos como arrogantes y sin sentido del humor, mientras que los flamencos ven a los francófonos como perezosos o faltos de ambición.
Hace un siglo, Valonia era la mitad más rica de Bélgica, pero sus industrias pesadas cayeron en la década de 1970. Mientras, Flandes invirtió en nuevas empresas y sus puertos experimentaron una eclosión al socaire del comercio global. Hoy, con la economía de Flandes en auge, a muchos de sus habitantes les molesta financiar al sur, más pobre, tendencia que se ha visto exacerbada por las tribulaciones económicas a escala mundial. Durante décadas, los nacionalistas flamencos han estado exigiendo una mayor autonomía e incluso la independencia; no obstante, tales demandas fueron en cierta medida satisfechas con el cuantioso traspaso de poderes a las regiones que tuvo lugar en el 2012. Por el contrario, el nacionalismo valón es casi inexistente y, aunque la televisión integra a casi todos los belgas francófonos en la cultura popular gala, muy pocos sopesarían siquiera la posibilidad de unirse a Francia en caso de división nacional. De hecho, los belgas francófonos se muestran muchísimo más desdeñosos con los franceses que con sus conciudadanos flamencos.
Las principales comunidades inmigrantes de Bélgica las forman marroquíes, franceses, turcos e italianos, a los que se añade una notable población de las antiguas colonias africanas (Congo, Ruanda y Burundi). La primera ola de inmigración se produjo tras la II Guerra Mundial para trabajar en las minas.
Recientemente, como en muchos otros países europeos, la actitud hacia la inmigración se ha endurecido, y el partido Vlaams Belang, que se opone activamente a esta, ha ido ganando votos. El extremismo islámico tampoco ha ayudado a la causa: tras los atentados del aeropuerto de Bruselas y la estación de metro de Maalbeek en el 2016, algunos periódicos describieron a Bélgica como “la cuna del terror”, diciendo que unos 400 musulmanes belgas se habían radicalizado y unido al ISIS en la guerra civil siria. Las fuentes de inteligencia occidentales a menudo señalan que las ciudades posindustriales como Verviers son las más vulnerables al extremismo. Sin embargo, tras los titulares sensacionalistas una abrumadora mayoría de los ciudadanos convive en paz.
El cristianismo se asentó pronto en la región, cuyas poderosas abadías y monasterios constituyeron la principal fuerza político-administrativa en algunas zonas (sobre todo Lieja) durante siglos. El protestantismo irrumpió en el s. XVI y, cuando los Países Bajos se dividieron, Holanda abrazó la fe protestante mientras que el futuro Flandes belga se mantuvo mayoritariamente fiel al catolicismo romano. A pesar de las profanaciones religiosas al rebufo de la Revolución francesa, el catolicismo perdura como un rasgo distintivo de la identidad nacional tanto en Bélgica como en Luxemburgo. Pero la asistencia al culto ha caído en picado desde la década de 1970 y en la actualidad solo el 3% de la población acude con regularidad a misa. Con todo, en torno al 75% de los belgas y el 87% de los luxemburgueses se consideran católicos, al menos nominalmente.
El poderoso sustrato católico de Bélgica postergó cuestiones que afectaban a las mujeres. La legalización del aborto (1990) provocó un drama nacional cuando el rey Balduino renunció temporalmente para no sancionar la ley. Sin embargo, estas actitudes han cambiado; Bélgica fue el segundo país europeo, después de Holanda, que reconoció legalmente las uniones entre personas del mismo sexo (2003) y la eutanasia (2002).