A través de invasiones e imperios, del nacimiento de religiones y la caída de civilizaciones, de grandes saltos hacia adelante e innumerables cataclismos, la India, en palabras del primer ministro Jawaharlal Nehru, ha demostrado ser “un conjunto de contradicciones unidas por unos hilos fuertes aunque invisibles”. Su historia no es la de una nación sino la de una legión de comunidades y culturas que tras siglos de conflictos han hallado mayor fuerza juntas que separadas. La nación resultante es un mosaico cultural, ensamblado con las ideas y comportamientos de algunas de las mayores civilizaciones de Asia.
Este valle, a caballo de la frontera entre la India y Pakistán, es la cuna de la civilización del subcontinente. Sus primeros pobladores fueron tribus nómadas que cultivaban la tierra y tenían animales domésticos. A lo largo de varios milenios, fue surgiendo una cultura urbana, sobre todo desde el 3500 a.C. Hacia el 2500 a.C. ya se habían fundado grandes ciudades, cuyos núcleos se conocieron como cultura harappa, que florecería durante más de mil años.
Las grandes ciudades del período harappa tardío fueron Moenjodaro y Harappa en el actual Pakistán, pero aún puede visitarse Lothal, cerca de Ahmedabad; el precioso y cuidado diseño de su planta permite vislumbrar la sofisticación de esta civilización de hace 4500 años. Las ciudades harappa eran asombrosamente uniformes, pese a estar muy desperdigadas. Hasta sus obras de ladrillo y calles estaban edificadas y trazadas con patrones comunes. Solían tener una acrópolis aparte, lo que sugiere una función religiosa, y grandes estanques, quizá utilizados para abluciones rituales. Las principales ciudades destacaban además por su tamaño; se estima que Moenjodaro llegó a tener 50 000 habitantes en su momento de máximo explendor.
A mediados del tercer milenio antes de Cristo, la cultura del valle del Indo posiblemente estaba a la altura de otras grandes civilizaciones. Los harappa comerciaban con Mesopotamia y desarrollaron un sistema de pesos y medidas. Los objetos recuperados, como maquetas de carretas de bueyes y joyas, constituyen la prueba más antigua de una cultura india propia. De hecho, muchos elementos de la cultura harappa serían asimilados posteriormente por el hinduismo.
Las figuritas de barro halladas en excavaciones sugieren el culto a una diosa Madre (luego personificada como Kali) y un dios varón de tres caras en postura de yogui (al parecer el Shiva histórico) servido por cuatro animales. También se han descubierto columnas de piedra negra (asociadas al culto fálico de Shiva) y figuras de animales (destacando un toro encorvado; más tarde la montura de Shiva, Nandi). En el Museo Nacional de Delhi puede verse la “bailarina”, estatuilla de una joven cuya desenfadada mirada ha aguantado más de 4500 años; indica una sociedad muy desarrollada, tanto por la habilidosa escultura como por manifestar la posibilidad de pasatiempos.
La civilización harappa entró en decadencia al comienzo del milenio ii a.C. Algunos historiadores atribuyen el fin del imperio a las inundaciones y sequías, que amenazaron su base agrícola. Pese a las escasas pruebas arqueológicas o menciones escritas en los antiguos textos indios, la teoría más aceptada, aunque no exenta de polémica, vincula el fin de los harappa a una invasión aria. Una teoría antagónica asegura que los arios (“noble” en sánscrito) fueron los habitantes originarios de la India. No hay pruebas que evidencien que los arios procedieran de otro lugar, y es incluso cuestionable que fueran una raza distinta, de modo que la ‘invasión’ podría referirse solo a la entrada de ideas nuevas procedentes de culturas vecinas.
Quienes defienden la teoría de la invasión creen que desde el 1500 a.C. diversas tribus arias procedentes de Afganistán y Asia central comenzaron a llegar al noroeste de la India. Pese a su superioridad militar, su avance fue gradual, con sucesivas tribus luchando por el territorio y los recién llegados adentrándose más al este por la llanura del Ganges. Con el tiempo, estas tribus dominaron el norte de la India, llegando incluso hasta las colinas de Vindhya. Según esta teoría, los drávidas, los habitantes originarios del norte de la India, fueron desplazados hacia el sur.
Lo que sí es cierto es que los arios fueron los artífices de la gran tradición literaria en sánscrito. Durante este período de transición (1500-1200 a.C.), fueron redactados los Vedas, las sagradas escrituras hindúes, y se formalizó el sistema de castas. La espiritualidad y la historia de la India no podrían entenderse sin estas composiciones.
A medida que la cultura aria fue extendiéndose por la llanura del Ganges a finales del s. vii a.C., sus miembros se integraron en 16 reinos principales, amalgamados a su vez en cuatro grandes estados. De ellos surgió la dinastía Nanda, que llegó al poder en el 364 a.C., y gobernó grandes franjas del norte de la India. Durante este período, el centro del país evitó por muy poco dos invasiones procedentes del oeste que, de haber triunfado, podrían haber alterado significativamente el curso de su historia. La primera fue impulsada por el soberano persa Darío (521-486 a.C.), que se anexionó el Punyab y Sind (a ambos lados de la actual frontera indo-pakistaní). En el año 326 a.C., Alejandro Magno avanzó hacia la India desde Macedonia, toda una hazaña ya de por sí, pero dio media vuelta en el Punyab, sin adentrarse más en el subcontinente.
Este período también se distingue por el auge de dos de las religiones más significativas, el budismo y el jainismo, que emergieron en el año 500 a.C. (aprox.) en las llanuras del norte. Tanto Buda como Mahavira (fundador del jainismo) cuestionaron los Vedas y fueron críticos con el sistema de castas, atrayendo así a las castas inferiores.
Si la cultura harappa fue la cuna de la civilización india, Chandragupta Maurya forjó el primer gran Imperio indio, que abarcaba desde Bengala a Afganistán y Gujarat. Llegó al poder en el 321 a.C. tras expulsar del trono a los Nanda, y no tardó en ampliar sus dominios al incorporar el valle del Indo previamente conquistado por Alejandro Magno.
Desde su capital en Pataliputra (la actual Patna), con su palacio hipóstilo, la dinastía Maurya dominó casi todo el norte de la India y llegó hasta la actual Karnataka. Hay mucha documentación sobre este período en los textos contemporáneos jainistas y budistas, además de la muy detallada representación del arte de gobernar indio en el antiguo texto del Arthasastra. El imperio alcanzó su apogeo bajo el emperador Asoka, que se convirtió al budismo y difundió la fe por el subcontinente; fue tal su capacidad de liderar y unir que a su muerte en el 232 a.C. no se halló a nadie que mantuviera unidos los dispares elementos del imperio Maurya. Este se desintegró rápido, hasta su definitiva caída en el 184 a.C.
Ninguno de los imperios que le sucedieron inmediatamente pudo igualar su estabilidad ni su imperecedero legado histórico, aunque hubo al menos una dinastía que destacó por su patrocinio de las artes y por su capacidad para mantener un grado de cohesión social relativamente alto. Los Satavahana acabaron controlando la totalidad de Maharashtra, Madhya Pradesh, Chhattisgarh, Karnataka y Andhra Pradesh. Bajo su dominio, entre el 230 a.C. y el 200 d.C., florecieron las artes, sobre todo la literatura y la filosofía, se difundieron las enseñanzas de Buda y el subcontinente gozó de una época de gran prosperidad. El sur de la India compensó su carestía de vastas y fértiles llanuras al estilo de las del norte creando estratégicos vínculos comerciales a través del océano Índico, y por tierra con el Imperio romano y China.
Los imperios que sucedieron a los Maurya reivindicaban grandes zonas del territorio indio como propias, pero muchas ejercieron solo un poder simbólico sobre sus dominios. En todo el subcontinente eran las pequeñas tribus y reinos los que controlaban su territorio y los asuntos locales.
En el 319 Chandragupta I, tercer rey de una de estas tribus (los poco conocidos Gupta), cobró importancia al contraer matrimonio con la hija de los Liccavi, una de las más poderosas del norte. El poder de los Gupta creció rápidamente, alcanzando su mayor extensión bajo el mandato de Chandragupta II [375-413]. El peregrino chino Fahsien, que visitaba la India en esa época, describía al pueblo como “rico y contento”, gobernado por reyes ilustrados y justos.
La poesía, la literatura, la astronomía, la medicina y las artes florecieron, y algunas de las mejores obras se realizaron en Ajanta, Ellora, Sanchi y Sarnath. Los Gupta eran tolerantes e incluso apoyaron las prácticas budistas y el arte. Sin embargo, hacia el final del período, el hinduismo se convirtió en la fuerza religiosa dominante, y su renacimiento eclipsó al jainismo y al budismo.
Las invasiones de los hunos a comienzos del s. vi señalaron el fin de esta época; en el 510 el ejército de los Gupta fue derrotado por el jefe huno Toramana. El norte de la India se fragmentó de nuevo.
El sur de la India ha reivindicado siempre su propia historia. Aislado de los acontecimientos políticos del norte por la distancia que los separaba, surgieron allí un conjunto de poderosos reinos, como el de Kalinga o los de las dinastías Satavahana y Vakataka. Pero fue en los territorios tribales de las fértiles llanuras costeras donde los mayores imperios sureños (Chola, Pandya, Chalukya, Chera y Pallava) alcanzaron su mayor poder.
La dinastía Chalukya gobernó sobre todo la región del Decán, en el centro-sur del país, aunque su poder se amplió en ocasiones más al norte. En el extremo sur, los Pallava gobernaron entre los ss. iv y ix y promovieron la arquitectura dravídica, con su estilo exuberante, casi barroco. Cimeros ejemplos de ella se hallan por todo Tamil Nadu, incluida Kanchipuram, la antigua capital de la dinastía Pallava.
La prosperidad del sur se basaba en sus vínculos comerciales tradicionales con otras civilizaciones, como Egipto y Roma. A cambio de especias, perlas, marfil y seda, los indios recibían oro romano. Los mercaderes indios ampliaron también su influencia al sureste asiático. En el 850 los Chola ascendieron al poder y reemplazaron a los Pallava, convirtiendo pronto la trascendental influencia comercial del sur en conquistas territoriales. Bajo el mandato de Rajaraja Chola I [985-1014] controlaron casi todo el sur de la India, la meseta del Decán, Sri Lanka, zonas de la península malaya y el reino de Srivijaya, en Sumatra.
Sin embargo, no toda su atención se dirigió al exterior, y los Chola dejaron tras de sí algunos de los mejores ejemplos de arquitectura dravídica.
En todo momento, el hinduismo siguió siendo la base de la cultura del sur de la India.
Los primeros musulmanes que recalaron en la India fueron algunos mercaderes recién convertidos que cruzaron el mar de Arabia a principios del s. vii para establecerse en puertos del sur, y los primeros ejércitos árabes que llegaron el año 663 desde el norte. En siglos posteriores se produjeron escaramuzas esporádicas pero no hubo grandes confrontaciones hasta finales del s. x, momento a partir del cual se sucedieron los asaltos por tierra que empezaron a convulsionar el norte.
Al frente de la expansión islámica se hallaba Mahmud de Ghazni, quien a comienzos del s. xi, convirtió Ghazni (en el Afganistán actual) en una de las más espléndidas capitales del mundo gracias al saqueo de los territorios vecinos. Entre el 1001 y el 1025, Mahmud llevó a cabo 17 incursiones en la India, entre las que destaca la del famoso templo de Shiva de Somnath. Estas incursiones acabaron con el equilibrio de poder en el norte de la India y permitieron a posteriores invasores adueñarse de la región.
Tras la muerte de Mahmud en el 1033, Ghazni fue ocupada por los turcos selyúcidas y más tarde, por los ghur, procedentes del oeste de Afganistán y que también tenían los ojos puestos en la gran riqueza india. En 1191 Mohammed de Ghori se adentró en la India, pero fue vencido por una confederación de soberanos hindúes en una importante batalla. Obstinado, volvió al año siguiente y aplastó a sus enemigos. Uno de sus generales, Qutb-ud-din Aibak, capturó Delhi y fue nombrado gobernador; durante su reinado se construyó el gran icono de Delhi, el complejo del Qutb Minar, que alberga la primera mezquita del país. En Bengala se creó un reino islámico independiente, y en poco tiempo casi todo el norte de la India se hallaba bajo control musulmán.
A la muerte de Mohammed de Ghori en 1206, Qutb-ud-din Aibak se convirtió en el primer sultán de Delhi. Iltutmish, su sucesor, volvió a colocar Bengala bajo el control central y defendió el imperio de un intento de invasión por parte de los mongoles. Ala-ud-din Khilji llegó al poder en 1296 y extendió las fronteras del imperio al sur, a la vez que rechazaba nuevas ofensivas de las hordas mongolas.
Ala-ud-din murió en 1320, y Mohammed Tughlaq ascendió al trono en 1324. En 1328 Tughlaq se apoderó de los bastiones meridionales de la dinastía Hoysala. Sin embargo, aunque el dominio musulmán anterior a los mogoles alcanzó su mayor extensión bajo su gobierno, su ambición desmedida también sembró las semillas de su desintegración. A diferencia de sus antepasados, Tughlaq soñaba no solo con ampliar su influencia indirecta en el sur, sino con integrarlo como parte de su imperio.
Tras una serie de victoriosas campañas, decidió trasladar la capital desde Delhi a un emplazamiento más céntrico. La nueva capital se llamó Daulatabad y estaba cerca de Aurangabad, en Maharashtra. Tughlaq intentó poblarla obligando a todos los habitantes de Delhi a marchar 1100 km hacia el sur. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que esta medida dejaba el norte desprotegido y por tanto volvió a trasladar la capital allí. La magnífica fortaleza elevada de Daulatabad se alza hoy como el último monumento a su visionaria megalomanía.
Los días del imperio de los Ghur estaban contados. Firoz Shah, el último de los grandes sultanes de Delhi, murió en 1388 y el destino del sultanato quedó sellado cuando Tamerlán realizó una devastadora incursión desde Samarcanda (en Asia central) en 1398. El saqueo de Delhi fue despiadado; algunas versiones afirman que sus soldados asesinaron a todos los habitantes hindúes.
Tras la retirada de Tughlaq del sur, surgieron varios reinos escindidos. Los dos más relevantes fueron el reino islámico de Bahmaní, que surgió en 1345 y fijó su capital en Gulbarga y posteriormente en Bidar, y el Imperio vijayanagara, hinduista, fundado en 1336 y con capital en Hampi. Las batallas entre ambos fueron los episodios más sangrientos de violencia sectaria de la historia de la India.
Mientras el Imperio vijayanagara vivía sus últimos días, surgía el siguiente gran poder indio. El Imperio mogol era enorme, abarcó en su apogeo casi todo el subcontinente. Su trascendencia, sin embargo, no residía solo en su tamaño. Los emperadores mogoles presidieron una época dorada para las artes y la literatura, y su fiebre constructora produjo parte de la mejor arquitectura de la India, como el sublime Taj Mahal.
El fundador del linaje mogol, Babur [1526-1530], era descendiente del Genghis Khan y de Tamerlán. En 1525 partió de su capital en Kabul y conquistó el Punyab. Gracias a la superioridad tecnológica de las armas de fuego y a su consumada destreza para emplear a la vez la artillería y la caballería, Babur derrotó a los ejércitos del sultán de Delhi, muy superiores en número, en la batalla de Panipat (1526).
Pese a este éxito inicial, Humayun [1530-1556], el hijo de Babur, fue derrotado en 1539 por Sher Shah. A la muerte de Sher Shah en 1545, Humayun volvió para reclamar su reino y acabó conquistando Delhi en 1555. Sin embargo, murió al año siguiente y fue sucedido por su joven hijo Akbar [1556-1605], que durante sus años de reinado logró ampliar y consolidar el imperio hasta gobernar una gigantesca extensión de territorio.
Fiel a su nombre, Akbar (que significa “grande” en árabe) fue quizá el más destacado de los mogoles: no solo poseía la destreza militar que se exigía a un gobernante en esa época, sino que además era sabio y culto. A diferencia de los anteriores soberanos musulmanes, supo ver que no podía someter a los hindúes de la India porque eran demasiados y los integró en su imperio, utilizándolos como consejeros, generales y administradores.
Akbar además mostró gran interés por las cuestiones religiosas y pasó muchas horas debatiendo con expertos de todos los credos, cristianos y parsis incluidos. No obstante, su tolerancia a otras culturas fue relativa, pues durante su reinado las masacres de hindúes y otras minorías fueron frecuentes.
A su muerte subió al trono Jahangir [1605-1627], que mantuvo intacto el imperio paterno pese a varios desafíos a su autoridad. En períodos de estabilidad Jahangir pasaba tiempo en su querida Cachemira, y de hecho murió en 1627 camino de esa región. Fue sucedido por su hijo, Sha Yahan [1627-1658] que aseguró su posición ejecutando a todos los parientes varones que se interpusieron en su camino. Durante su reinado se construyeron algunos de los ejemplos más perdurables del esplendor mogol; además del Taj Mahal, supervisó la construcción del imponente Fuerte Rojo de Delhi y convirtió el fuerte de Agra en un palacio que acabaría siendo su prisión.
Aurangzeb [1658-1707], el último de los grandes mogoles, encarceló a su padre, Sha Yahan, y subió al trono tras dos años de lucha con sus hermanos. Fanático religioso, dedicó sus recursos a ampliar las fronteras del imperio, cometiendo un error similar al de Mohammed Tughlaq unos 300 años antes. La combinación de la decadente vida cortesana y el descontento entre la población hindú por los elevados impuestos, junto con la intolerancia religiosa, debilitaron el dominio mogol.
El imperio se enfrentaba además a serios retos por parte de los maratha del centro de la India y de los británicos en Bengala. A la muerte de Aurangzeb en 1707, su poder se debilitó rápidamente y Delhi fue saqueada por el soberano persa Nadir Shah en 1739. Los emperadores mogoles siguieron gobernando hasta la I Guerra de Independencia, en 1857, pero eran emperadores sin imperio.
A lo largo del período mogol hubo potencias hindúes que se mantuvieron fuertes, sobre todo los rajputas, dominadores hereditarios del Rajastán. Los rajputa eran una orgullosa casta de guerreros con una apasionada creencia en los dictados de la caballería, tanto en el combate como en los asuntos de Estado. También se oponían a cualquier incursión extranjera en su territorio, pero nunca se mantuvieron unidos. Cuando no luchaban contra la opresión extranjera, malgastaban sus energías enfrentándose entre sí, por lo que sus territorios acabaron siendo vasallos del Imperio mogol. Sin embargo, su destreza en la batalla era notoria y varios de los mejores militares de los ejércitos mogoles eran rajputa.
Por su parte, los maratha eran menos aguerridos, aunque en última instancia resultaron más efectivos. Adquirieron importancia por primera vez gracias a su gran líder, Shivaji, también conocido como maharajá Chhatrapati Shivaji, que se ganó el apoyo popular defendiendo la causa hindú contra los soberanos musulmanes. Entre 1646 y 1680 Shivaji llevó a cabo varios actos heroicos al hacer frente a los mogoles por todo el centro de la India. Capturado por estos, fue trasladado a Agra, pero logró huir y siguió con sus correrías. Los relatos sobre sus impresionantes hazañas siguen siendo populares entre los narradores itinerantes. Es un héroe sobre todo en el estado de Maharashtra, escenario de muchas de sus aventuras más disparatadas; de hecho, el nombre de Shivaji es omnipresente por todo Bombay. Además, es venerado por pertenecer a la casta de los shudrás, la de los siervos, la última sin contar a los dalits (parias), y demostrar que los grandes líderes no tenían necesariamente que pertenecer a la casta de los chatrías (militares y políticos).
Su hijo fue capturado, cegado y ejecutado por Aurangzeb, y su nieto no poseía su resistencia y tenacidad, por lo que el dominio maratha prosiguió gracias a los peshwa, ministros con cargo hereditario que se convirtieron en los auténticos gobernantes y que paulatinamente fueron invadiendo más zonas de poder del debilitado gobierno mogol.
La expansión del poder maratha se detuvo abruptamente en 1761 en Panipat. En la misma ciudad donde Babur había ganado la batalla que fundó el Imperio mogol más de 200 años antes, los maratha fueron derrotados por Ahmad Shah Durrani, venido de Afganistán. Su avance hacia el oeste se detuvo, y aunque consolidaron su control en el centro, acabaron cediendo ante los británicos, el último poder imperial de la India.
En el s. xv los portugueses buscaban una ruta marítima al Lejano Oriente para comerciar directamente con especias. También esperaban hallar el reino cristiano del Preste Juan, donde estaba la fuente de la juventud, pero en lugar de ello descubrieron lucrativas oportunidades de comercio en la costa india e, inusitadamente, una próspera comunidad cristiana siria.
En 1498 Vasco da Gama llegó a la costa de la actual Kerala tras doblar el cabo de Buena Esperanza. La apertura de esta ruta otorgó a los portugueses un siglo de monopolio comercial con la India y el Lejano Oriente. En 1510 tomaron Goa y en 1531, Diu. De hecho, Goa fue el último enclave colonial que se devolvió a la India, en 1961. En su momento álgido, se decía que el comercio que pasaba por “la dorada Goa” era comparable al de Lisboa. Sin embargo, los portugueses no disponían de los recursos para mantener un imperio a escala mundial y se vieron pronto eclipsados y aislados tras la llegada de británicos y franceses.
En 1600 la reina Isabel I concedió, mediante una cédula, el monopolio del comercio británico en la India a una empresa de Londres. En 1613 los representantes de la Compañía de las Indias Orientales crearon su primer puesto comercial en Surat (Gujarat), al que se sumaron los de Madrás (1639), Bombay (1661) y Calcuta (1690), administrados y gobernados por representantes de la empresa. Durante casi 250 años la India británica fue dirigida por una empresa comercial y no por el Gobierno.
En 1672 los franceses se habían establecido en Pondicherry (Puducherry), un enclave que conservaron incluso tras la marcha de los británicos y donde quedan restos arquitectónicos de esa época. El escenario ya estaba listo para más de un siglo de rivalidad entre británicos y franceses por el control del comercio indio. En cierto momento los franceses parecían dominar la situación, pero en la década de 1750 habían perdido gran parte de su influencia en el subcontinente. De hecho, sus aspiraciones acabaron en 1750, cuando los directores de la Compañía Francesa de las Indias Orientales decidieron que sus representantes estaban demasiado inmersos en la política y poco dedicados al comercio. Se despidió a cargos importantes y se cerró un acuerdo con los británicos, una decisión que descartó a Francia como poder relevante en el subcontinente.
La transformación de los británicos de comerciantes a gobernadores comenzó casi por casualidad. Tras obtener una licencia de los mogoles para comerciar en Bengala y fundar un nuevo puesto comercial en Calcuta en 1690, los negocios se ampliaron rápidamente. Bajo la recelosa mirada del nabab (gobernante local), las actividades mercantiles de los británicos se ampliaron y las ‘fábricas’ asumieron un aspecto cada vez más permanente (y fortificado).
Llegado un momento, el nabab decidió que el poder británico había crecido demasiado. En junio de 1756 atacó Calcuta y, tras apoderarse de la ciudad, recluyó a los prisioneros británicos en una diminuta celda. En un espacio tan reducido y con una ventilación tan escasa, muchos habían muerto a la mañana siguiente.
Seis meses más tarde, Robert Clive, empleado en el servicio militar de la Compañía de las Indias Orientales, lideró una expedición para recuperar la ciudad y llegó a un acuerdo con uno de los generales del nabab para derrocar a este. Así ocurrió en junio de 1757 en la batalla de Plassey (hoy llamada Palashi); el general que le había ayudado fue situado en el trono. Con Bengala en manos británicas, los agentes de la Compañía vivieron un período de cuantiosas ganancias. Cuando un nabab posterior se levantó en armas para defender sus intereses, fue derrotado en la batalla de Baksar (1764), una victoria que confirmó a los británicos como máxima potencia del este de la India.
En 1771 Warren Hastings fue nombrado gobernador de Bengala. Durante su mandato la Compañía amplió notablemente su control, a lo que contribuyó el vacío de poder en el país, motivado por la desintegración del Imperio mogol. Los maratha, el único poder auténticamente indio capaz de cubrir ese hueco, se hallaban divididos. Hastings firmó varios pactos con gobernantes locales, uno de ellos con el principal líder maratha. A partir de 1784, el Gobierno de Londres asumió un papel más relevante en la supervisión de los asuntos indios, aunque el territorio siguió administrado simbólicamente por la Compañía de las Indias Orientales hasta 1858.
En el sur la situación era confusa debido a la gran rivalidad entre británicos y franceses y a que se fomentó el enfrentamiento entre los distintos soberanos, algo muy evidente en las guerras de Mysore, en las que Hyder Ali y su hijo, el sultán Tipu, libraron una valerosa y decidida campaña contra los británicos. Durante la IV Guerra de Mysore (1789-1799), el sultán Tipu murió en Srirangapatnam, y el poder británico avanzó un paso más. La larga lucha con los maratha finalizó varios años más tarde, dejando solo el Punyab (en manos sijs) fuera del dominio británico, aunque el territorio cayó finalmente en 1849 tras las dos Guerras Sijs.
Al comienzo del s. xix la India se hallaba de facto bajo control británico, pese a seguir siendo un mosaico de Estados, muchos teóricamente independientes y gobernados por maharajás y nababs. Aunque estos Estados principescos administraban sus propios territorios, se creó un sistema de gobierno centralizado. Los modelos burocráticos británicos se copiaron en el Gobierno indio y en la administración pública, un legado que sigue hoy vivo.
El comercio y los beneficios eran aún el principal objetivo del dominio británico en la India, con trascendentales efectos. Se desarrolló la minería del hierro y el carbón, y el té, el café y el algodón se convirtieron en los principales cultivos. Además, se inició la construcción de la vasta red ferroviaria utilizada todavía hoy, se emprendieron proyectos de irrigación y se estimuló el sistema de los zamindar (terratenientes) de la época de los mogoles, lo que contribuyó aún más al aumento de un campesinado empobrecido y desprovisto de tierras.
Los británicos además impusieron el inglés como idioma local de la administración, algo esencial en un país con tantas lenguas distintas, pero que mantuvo las distancias entre los nuevos gobernantes y el pueblo indio.
La oposición a los británicos creció a principios del s. xx, encabezada por el Congreso Nacional Indio, el partido político más antiguo del país, también conocido como Partido del Congreso o, simplemente, el Congreso.
Se reunió por primera vez en 1885 y no tardó en reclamar su participación en el Gobierno. En 1905 un polémico plan británico para dividir Bengala motivó manifestaciones masivas y dejó al descubierto la oposición de los hindúes; la comunidad musulmana creó su propia liga e hizo campaña por la defensa de sus derechos en cualquier acuerdo político futuro. A medida que aumentaba la presión, en círculos hindúes surgió una escisión entre moderados y radicales; estos últimos recurrieron a la violencia para publicitar sus objetivos.
Con el estallido de la I Guerra Mundial, la situación política se serenó. La India contribuyó enormemente a la guerra: más 1 000 000 de voluntarios fueron reclutados y enviados al extranjero, y más de 100 000 cayeron en la contienda. Esta contribución fue aprobada por los líderes del Congreso, en gran medida con la esperanza de ser recompensados después de la guerra. Tales recompensas no se materializaron y la desilusión se extendió. Los disturbios fueron especialmente intensos en el Punyab, y en abril de 1919 un contingente del Ejército británico fue enviado a sofocar la rebelión. Bajo órdenes directas del oficial al mando, los soldados dispararon despiadadamente contra una multitud de manifestantes desarmados en Jallianwala Bagh. Las noticias de la masacre se propagaron por todo el territorio, convirtiendo a muchos indios apolíticos en partidarios del Congreso.
Fue entonces cuando el movimiento del Congreso halló un nuevo líder en Mohandas Gandhi, abogado educado en Inglaterra que propuso una nueva ruta hacia el autogobierno indio utilizando la ahimsa, resistencia no violenta al dominio británico. No todos los implicados en la lucha estaban de acuerdo ni seguían su política de no violencia, pero el Partido del Congreso y Gandhi se pusieron al frente de la Independencia del país.
Como el acceso al poder político parecía cada vez más probable y el movimiento masivo liderado por Gandhi iba cobrando fuerza, los musulmanes reaccionaron pensando en su propio futuro inmediato. A la amplia minoría musulmana no se le escapaba que una India independiente estaría dominada por los hindúes y pese al enfoque imparcial de Gandhi, otros miembros del Congreso eran más reacios a compartir el poder. Hacia la década de 1930 los musulmanes ya planteaban la posibilidad de un Estado islámico independiente.
Los acontecimientos políticos se vieron parcialmente interrumpidos por la II Guerra Mundial, ya que un gran número de partidarios del Congreso fueron encarcelados para evitar impedimentos al esfuerzo bélico.
Una de las grandes figuras del s. xx, Mohandas Karamchand Gandhi nació el 2 de octubre de 1869 en Porbandar (Gujarat). Tras estudiar en Londres (1888-1891), ejerció como abogado en Sudáfrica, donde adquirió conciencia política, combatió la discriminación y no tardó en convertirse en portavoz de la comunidad india y en defensor de la igualdad.
Gandhi volvió a la India en 1915 con la doctrina de la ahimsa (no violencia), fundamental para sus planes políticos, y adoptó una forma de vida sencilla y disciplinada. Fundó el Sabarmati Ashram de Ahmedabad, muy innovador porque admitía a intocables.
En menos de un año ya había logrado su primera victoria al defender a los campesinos de Bihar de la explotación. Fue entonces cuando se dice que recibió de un admirador (quizá el poeta bengalí Rabindranath Tagore) el título de mahatma (alma grande). La aprobación en 1919 de las discriminatorias Leyes Rowlatt, que permitían juzgar determinadas causas políticas sin jurados, lo animó a emprender nuevas acciones y a organizar una protesta nacional. Tras la masacre de manifestantes desarmados en Amritsar, Gandhi empezó a idear su estrategia de desobediencia civil no violenta contra los británicos.
En 1920 Gandhi era una figura clave del Congreso Nacional Indio. Su campaña nacional de no cooperación o satyagraha (protesta no violenta) contra el dominio británico acabó por alentar el nacionalismo y ganarse la enemistad eterna de los británicos. A principios de 1930 captó la atención del país, y del mundo, al liderar una marcha de varios miles de sus seguidores desde Ahmedabad hasta Dandi, en la costa de Gujarat. Al llegar, con gran ceremonia, obtuvo sal evaporando agua del mar, desafiando así públicamente el odiado impuesto que gravaba este producto; fue encarcelado, y no era la primera vez. Liberado en 1931 para representar al Congreso Nacional Indio en la segunda ronda de conversaciones celebrada en Londres, se ganó el corazón de muchos británicos, pero no logró concesión alguna del Gobierno.
Desilusionado con la política, renunció a su escaño en 1934. En 1942 volvió espectacularmente a la brecha con la campaña “Quit India”, en la que instaba a los británicos a abandonar el país de inmediato. Sus acciones fueron consideradas subversivas y fue encarcelado junto con la mayoría de los líderes del Congreso.
En las frenéticas negociaciones por la Independencia que siguieron al final de la II Segunda Guerra Mundial, Gandhi se vio en gran parte excluido y asistió impotente a los preparativos para la partición del país, lo que a sus ojos representaba una gran tragedia. Gandhi se quedó casi solo en la defensa de la tolerancia y la preservación de una India unida, y su labor en nombre de miembros de todas las comunidades provocó el resentimiento de algunos extremistas hindúes. El 30 de enero de 1948, cuando se dirigía a un encuentro para orar en Delhi, fue asesinado por el fanático hinduista Nathuram Godse.
En julio de 1945, la victoria del Partido Laborista en las elecciones británicas alteró completamente el panorama político. Por primera vez, la independencia de la India era aceptada como una aspiración legítima. Aun así, este clima favorable no aportó planteamientos nuevos para reconciliar los deseos divergentes de los dos principales partidos indios. Mohammed Ali Jinnah, líder de la Liga Musulmana, abogaba por un Estado islámico independiente, mientras que el Partido del Congreso, liderado por Jawaharlal Nehru, defendía la creación de una India unida e independiente.
A principios de 1946, una misión británica intentó sin éxito unir ambas facciones, pero no fue más que una tapadera: posteriormente se demostró que los británicos alimentaron el resentimiento entre ambas confesiones para impedir una resistencia unificada, y el país casi se sume en una guerra civil. Una “jornada de acción directa”, convocada por la Liga Musulmana en agosto de 1946, provocó la matanza de hinduistas en Calcuta y las represalias posteriores contra los musulmanes. En febrero de 1947 el inquieto Gobierno británico tomó la trascendental decisión de conceder la Independencia en junio de 1948. Entretanto, el virrey lord Archibald Wavell fue reemplazado por lord Louis Mountbatten.
El nuevo virrey animó en vano a las facciones rivales a aceptar una India unida. Al final se tomó la decisión de dividir el país, con Gandhi como único oponente incondicional. Enfrentado a una escalada de violencia, Mountbatten decidió adelantar precipitadamente la independencia al 15 de agosto de 1947.
La división del país en territorios hinduistas y musulmanes era una tarea extremadamente ardua, y la línea divisoria resultaba casi imposible de trazar. Algunas zonas estaban claras, pero otras tenían poblaciones mixtas y existían comunidades aisladas en zonas predominantemente pobladas por otras religiones. Además, las dos regiones con una abrumadora mayoría musulmana se hallaban en extremos opuestos del país y, por lo tanto, Pakistán tendría inevitablemente una mitad oriental y otra occidental separada por una India hostil. La inestabilidad de este acuerdo resultaba evidente, pero pasaron 25 años antes de que la división se consumara y el Pakistán oriental se convirtiera en Bangladés.
Un árbitro británico independiente recibió el odioso encargo de trazar las fronteras, muy consciente de que sus efectos serían catastróficos para muchas personas. Las decisiones estaban repletas de dilemas imposibles. Calcuta, con su mayoría hindú, instalaciones portuarias y fábricas de yute, fue separada de Bengala Oriental, que tenía mayoría musulmana, y producción de yute a gran escala, pero que carecía de fábricas e instalaciones portuarias. Un millón de bengalíes se convirtieron en refugiados con el desplazamiento masivo hacia el otro lado de la nueva frontera.
El problema fue peor en el Punyab, donde los antagonismos entre comunidades estaban ya al rojo vivo. El Punyab, una de las regiones más fértiles y prósperas del país, albergaba numerosas comunidades musulmanas, hinduistas y sijs. Los sijs ya habían luchado sin éxito por un Estado propio y ahora veían su tierra natal dividida por la mitad. La nueva frontera pasaba entre Lahore y Amritsar, las dos principales ciudades de la región.
El Punyab reunía todos los ingredientes para un desastre de grandes proporciones, pero el baño de sangre fue mucho peor de lo previsto. Se produjeron desplazamientos masivos de población. Trenes repletos de musulmanes que huían hacia el oeste fueron asaltados y sus pasajeros masacrados por hordas de hindúes y sijs. Los hindúes y sijs que huían hacia el este corrieron la misma suerte a manos de los musulmanes. El Ejército enviado para mantener el orden se mostró totalmente inoperante y, en ocasiones muy proclive a unirse a las matanzas sectarias. Cuando acabó el caos en el Punyab, más de 10 millones de personas habían emigrado y un mínimo de 500 000 habían sido asesinadas.
En 1947 India y Pakistán se convirtieron en naciones soberanas como estaba previsto, pero continuó la violencia, las migraciones y la integración de unos pocos estados, sobre todo Cachemira. La Constitución india se aprobó por fin en noviembre de 1949 y entró en vigor en enero de 1950, y la India independiente se convirtió oficialmente en república.
Jawaharlal Nehru intentó conducir a la India hacia una política de no alineación, combinando unas cordiales relaciones con Gran Bretaña y la pertenencia a la Commonwealth con aproximaciones a la antigua URSS, en parte debido a los conflictos con China y el apoyo de EE UU hacia su eterno enemigo, Pakistán.
Los años sesenta y setenta fueron tumultuosos para el país. Una guerra fronteriza con China en la que entonces era conocida como North-East Frontier Area (NEFA; actualmente los Estados del Noreste) y Ladakh, ocasionó la pérdida de Aksai Chin (Ladakh) y zonas más pequeñas de la NEFA. Además, las guerras con Pakistán en 1965 (por Cachemira) y 1971 (por Bangladés) fomentaron en muchos indios la idea de que había enemigos en todas partes.
En medio de todo ello, el enormemente popular Nehru murió en 1964 y su hija, Indira Gandhi, fue elegida primera ministra en 1966. Al igual que su padre, ocupó un lugar preponderante en el país que gobernó, pero a diferencia de Nehru fue una figura muy controvertida y su legado histórico sigue siendo muy polémico.
En 1975, para hacer frente a una fuerte oposición y descontento popular, declaró el estado de emergencia. Liberada de las trabas parlamentarias, Gandhi impulsó la economía, controló la inflación sorprendentemente bien e incrementó la eficacia de la administración. En el aspecto negativo, los políticos de la oposición eran encarcelados a menudo, el sistema judicial se convirtió en una farsa y se coartó a la prensa.
Su gobierno fue desalojado del poder en las elecciones de 1977, pero en 1980 regresó con una mayoría más amplia que nunca, estableciendo los cimientos de la dinastía Nehru-Gandhi, que seguiría al frente de la política nacional durante décadas. Indira Gandhi fue asesinada en 1984 por uno de sus guardaespaldas sijs tras tomar la decisión de atacar el Templo Dorado ocupado en ese momento por el predicador fundamentalista sij Sant Jarnail Singh Bhindranwale. Su hijo Rajiv ocupó su puesto y, posteriormente, fue asesinado en un ataque suicida en 1991. Su viuda, Sonia, se convirtió en presidenta con Manmohan Singh como primer ministro. Pero el Partido del Congreso perdió popularidad al desacelerarse la economía y ser acusado de enchufismo y corrupción.
En las elecciones generales del 2014 el impopular Partido del Congreso sufrió una humillante derrota bajo el liderazgo de Rahul Gandhi, nieto de Indira. El partido Bharatiya Janata (BJP) liderado por Narendra Modi subió al poder tras una victoria arrolladora, prometiendo reformar la política india y dar paso a una nueva era económica neoliberal. Modi había sido gobernador de Gujarat, al que convirtió en un centro neurálgico de la economía; su enérgico y carismático estilo gustó mucho a los líderes empresariales y a los tradicionalistas hindúes nacionalistas del BJP, y también al ciudadano de a pie.
Sin embargo, algunos siguen cuestionando el papel de Modi en las sangrientas revueltas de Gujarat del 2002, donde murieron asesinadas casi 1000 personas, la mayoría musulmanes. Pese a una investigación oficial en el 2014 que exculpaba al primer ministro de cualquier crimen, se sigue acusando al Gobierno de Gujarat de cómplice de la violencia generada después de un mortífero incendio provocado en un tren que llevaba a peregrinos hinduistas desde Ayodhya.
No obstante, como primer ministro Modi ha mostrado hasta ahora visión y esperanza, y un enfoque aconfesional que ha apaciguado a muchos de sus críticos. Pese al creciente apoyo a causas nacionalistas hindúes –como la prohibición de sacrificar vacas en muchos estados–, ha aplicado un programa ampliamente inclusivo, centrándose en la economía más que en pugnas religiosas y reduciendo la burocracia para fomentar la inversión.