El centro de Milán es compacto y todo queda a mano. La catedral ocupa una extensa plaza llena de turistas y vendedores ambulantes. Desde allí se puede escoger entre lo divino, lo material, lo artístico o lo musical, o abarcar los cuatro temas visitando la museo Galleria Vittorio Emanuele II, el Teatro alla Scala, las galerías del Palazzo Reale y la Gallerie d’Italia.
Hay que dirigirse temprano al Duomo para pasear entre los santos que adornan los pretiles. Si hace sol, incluso pueden divisarse los Alpes sobre los tejados. Luego se puede hacer una pausa de media mañana ante un spritz (cóctel con prosecco) en Camparino y consultar la exposición más reciente del Palazzo Reale. Para almorzar, risotto al azafrán en la Trattoria Milanese, antes de sumergirse en la exposición modernista del Museo del Novecento. Después llega la hora de unirse a los compradores de la Galleria Vittorio Emanuele II. Los amantes de la ópera y el ballet que deseen ir al Teatro alla Scala deberán programarlo con antelación.