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¿Qué sentiría un humilde jornalero medieval al contemplar por primera vez los mosaicos dorados del s. XII que adornan las cúpulas de la Basilica di San Marco? No cuesta mucho imaginárselo: cada paso adelante de la imaginación humana parece insignificante comparado con las imágenes divinas que conforman los millones de piedrecitas. De hecho, nunca basta con una visita: el enorme tamaño de la basílica, sus innumerables detalles y la luz en constante cambio prometen un sinfín de revelaciones.