El pasado siempre está presente en Berlín. Basta pasear por sus barrios y bulevares para dar con enclaves míticos que evocan la gloria de la época prusiana, los días oscuros del Tercer Reich, la crispación de la época de la Guerra Fría y la euforia de la reunificación.
Tras la proclamación del elector Federico III como rey Federico I en 1701, Berlín subió de rango como sede de la corte real y se transformó. La ciudad floreció con Federico II el Grande, un monarca ávido de conquistas, bélicas y arquitectónicas. En el s. XIX, Prusia capeó los vientos de revoluciones y de la industrialización para forjar la creación del Segundo Reich alemán, que duraría hasta el fin de la monarquía, en 1918.
La Alemania nazi fue el poder político de mayor impacto en el devenir del s. XX. La megalomanía de Hitler sembró la destrucción por toda Europa, segó la vida de 50 millones de personas y creó un nuevo orden mundial. Quedan pocos edificios de la época, pero abundan los museos y monumentos en recuerdo de la barbarie.
Tras la II Guerra Mundial, la Guerra Fría se centró en Alemania, un país escindido por las ideologías de los poderes victoriosos y las fronteras físicas internas. Aún se percibe la disparidad en el desarrollo de las dos zonas, no solo en restos del Muro como la East Side Gallery, sino en las diferencias abismales de la planificación urbanística y los estilos arquitectónicos de ambas partes.