Perú, el Viaje Espiritual

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Santuario de Machu Picchu, Perú

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El año pasado viajé a Perú para realizar un reportaje sobre la todavía desconocida civilización mochica (podéis leerlo en este blog). Fueron varios días pisando recintos arqueológicos enclavados en pleno desierto, fotografiando momias, tesoros, vasijas precolombinas y entrevistando a arqueólogos y conservadores. A lo largo de ese periplo por el noroeste peruano, y aunque nada tenga que ver con los mochicas, pude comprobar cuán arraigada está la práctica del chamanismo en este rincón del mapa. Tanto fue así que, entre momia y momia, hasta me aventuré a realizar un baño de florecimiento con un chamán. Os lo cuento en dos minutos, pero antes una breve introducción: el chamanismo es una práctica habitual en Perú, un uso que se pierde en los tiempos y que se ha perpetuado en muchos puntos del país como vehículo para interpretar y sanar enfermedades o desazones del alma o el corazón. Los chamanes encarnan una tradición milenaria y son personas altamente respetadas que basan parte de sus técnicas en un elevado conocimiento del mundo vegetal.

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Caballitos de Totora

Pues allí estaba yo, en una oquedad en pleno desierto donde un manantial de aguas cristalinas hacía las veces de piscina ceremonial. El chamán (no imagine el lector que fuera un señor pintoresco de piel pintada y plumas en la cabeza, sino que vestía unos simples vaqueros y una camiseta) entonó unos cánticos, encendió unas velas y me salpicó varias veces con el agua de la poza. Hablamos largo y tendido sobre lo humano y sobre lo divino y me recetó una serie de remedios caseros que debidamente puestos en práctica curarían todas mis inquietudes. Fue como una sesión de psicólogo solo que, en vez de en un diván, me senté en un pedrusco en el interior de una gruta. Después de aquello, la siguiente visita era casi obligada: la ciudad de Chiclayo, donde a diario se celebra un mercado de chamanes en el que se vende todo lo necesario para los ritos llevados a cabo por los curanderos (hierbas medicinales, cactus de San Pedro, velas, ekekos...) y también aquellos objetos utilizados por los brujos, que son las personas que realizan ceremonias de sangre o maldiciones. Nunca sabré si el baño de florecimiento me libró de mis demonios, pero la visita al chamán y el posterior paseo por el mercado fueron una experiencia que me conectó más con los orígenes, con las tradiciones del pasado peruano, que la propia de visitar las tumbas de los grandes señores de civilizaciones pretéritas.

Texto: Kris Ubach