Es uno de esos momentos mágicos que no pueden anunciarse en las guías de viaje, un instante con el que tropiezas sin buscarlo y que, al final de un recorrido de casi un mes por la India, es de los que recuerdas con una más amplia sonrisa. Sin monumentos ni grandes celebraciones, sólo unas cometas, un atardecer y las risas de unos niños en las azoteas. Estamos en Jodhpur, en el Rajastán indio, cuando vimos volar las cometas.
Jodhpur es la ciudad azul de la India. La mayoría de las casas de su ciudad vieja están pintadas de ese color. Al parecer, azules eran las viviendas de los brahmanes, la casta más importante, pero pronto el color fue imitado por el resto de la población. Dicen que el azul repele el calor y ahuyenta a los mosquitos. En ciudades de Marruecos o de Túnez lo saben bien. Entrar en los callejones de la ciudad vieja de Jodhpur es sumergirte en una atmósfera mágica, en un paisaje azuladamente irreal.
Siempre con el imponente Fuerte Mehrangarh sobre nuestras cabezas camino por sus calles. Jodhpur fue fundada en 1459 por Rao Jodha, un jefe del clan rajputa de los rathores, gobernante del reino conocido como Marwar. Rao Jodha levantó el fuerte sobre un inaccesible risco de piedra y a su alrededor surgió Jodhpur, la ciudad de Jodha. Asciendo lentamente por las empinadas y estrechas calles de la ciudad vieja. En la parte más alta entramos en un pequeño hotel familiar para tomar algo en su azotea. Son las seis de la tarde y el sol ya ha comenzado a bajar.
Es entonces cuando se produce el momento que quedará grabado en nuestras retinas. El cielo se llena de cometas, recortadas sobre la luz del atardecer, sobre el azul de las casas y sobre el mármol blanco del Jaswant Thada, el cenotafio de un maharajá. Aprovechando el frescor del ocaso, docenas de niños (y también mayores) han subido a las azoteas de sus casas y elevado sus cometas al cielo, voladas con cuerdas de varias decenas de metros. Juegan a subirlas lo más alto posible, a hacer espectaculares pasadas y a romper las cuerdas de las de sus vecinos. La tarde en Jodhpur se llena de risas y gritos infantiles. Imposible entender por qué, no hace mucho, unos iluminados de un país muy cerca de aquí prohibieron jugar con las cometas.
Hasta la dueña del hotel saca su cometa y nos invita a intentar volarla. Nadie se acuerda de los refrescos que hemos pedido y que aún no han servido. Tampoco nosotros. Nuestra mirada se pierde en el cielo, intentando seguir los vuelos de estos juguetes multicolores. La fiesta acaba cuando el sol desaparece tras el horizonte. Las cometas, todas hechas en casa, se guardan entonces hasta el siguiente atardecer.
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