Un recorrido por 10 sorprendentes, peculiares y enigmáticas urbes
El urbanismo guarda mil secretos para sorprender al viajero. Por ejemplo, pueblos de pescadores invadidos por la vegetación, aldeas destruidas por la brutalidad nazi o paisajes devastados por explosiones nucleares. ¿Quién se anima a descubrir rocas que evocan el fuego rojo del infierno, poblaciones abandonadas o ciudades sumergidas desde hace siglos?
1. Houtou Wan, isla de Shengshan, China
Houtou Wan, la ciudad fantasma de la isla de Shengshan, China © Tada Images / Shutterstock
Las ciudades fantasma suelen ser lugares desolados, pero este pueblo de pescadores de la isla de Shengshan, cubierto de vegetación, tiene un aire mágico. Muchas islas del archipiélago de Zhoushan, frente a la costa este de China, se despoblaron con la migración a las ciudades, y en Houtou Wan solo quedan unas decenas de vecinos.
En su mayoría son ancianos fieles a su pueblo, pero no pueden evitar la invasión de los árboles y las trepadoras. El lugar tiene un aire misterioso, con sus casas que cubren la ladera hasta el mar, tapizadas de verde hasta el último escalón y la última pasarela. Muchas están vacías, y sus muebles cubiertos de polvo se han convertido en una curiosidad para los turistas.
Desde Shanghái salen ferris a la isla de Shengsi, y de ahí a la de Shengshan.
2. La martirizada aldea de Oradour-sur-Glane, Alto-Vienne, Francia
La aldea destruida en la II Guerra Mundial de Oradour-sur-Glane, Alto-Vienne, Francia © ricochet64 / Shutterstock
Los restos de Oradour-sur-Glane, la aldea francesa donde se masacró a 642 habitantes durante la II Guerra Mundial, se dejaron tal cual como advertencia a las futuras generaciones; ni un solo coche calcinado se retiró. El 10 de junio de 1944, los soldados nazis entraron en Oradour-sur-Glane. Separaron a los aldeanos entre los graneros y la iglesia, y los asesinaron. Los pocos supervivientes recuerdan que, antes de matarlos, dispararon a los hombres en las piernas para que no pudieran escapar. Se encerró a mujeres y niños en una iglesia, le prendieron fuego y dispararon a aquellos que intentaron huir. Un piloto estadounidense llegó a ver incluso una crucifixión.
Fue el peor exterminio nazi de aldeanos franceses de la II Guerra Mundial, y los historiadores aún se preguntan por qué escogieron Oradour. Las represalias por ataques de partisanos eran algo habitual, pero la pequeña Oradour no era ningún centro de la Resistencia francesa. Tras la contienda, Charles De Gaulle anunció la reconstrucción de Oradour-sur-Glane al noroeste de la aldea original, de la que conservarían los escombros carbonizados, convirtiéndola en un caso único de aldea destruida en Europa; la mayoría de los pueblos destruidos se reconstruyeron en el mismo lugar o se recordaron con monumentos. En la entrada hay el rótulo “Souviens-toi” (recuerda).
El centro conmemorativo (www.oradour.org) y el pueblo están 20 km al noroeste de Limoges.
3. Villa Epecuén, Carhué, Argentina
El pueblo fantasma de Villa Epecuén, Carhu © Pablo Gonzalez / Flickr
Ha sido comparada a la Atlántida o a Pompeya. Pero vayamos por partes. Geográficamente, Epecuén nunca había estado en una codiciada localización de lujo: el pueblo estaba en la provincia de Buenos Aires, a cientos de kilómetros de la capital. Pero sí que estaba a orillas de uno de los lagos más salados del mundo. Desde la fundación del pueblo en la década de 1920 hasta su apogeo en los años setenta, las aguas curativas del lago Epecuén atrajeron a muchos veraneantes que llegaban en tren, se registraban en sus hoteles o disfrutaban de un almuerzo, y luego se zambullían en el lago. Eso era así hasta que una catástrofe natural insólita cambió para siempre el destino de este retiro.
En 1985, las condiciones climatológicas en el lago causaron un seiche, u ola vertical, que rompió las paredes de la presa. Las aguas salinas fueron inundando poco a poco todo el pueblo, dejando las calles, tiendas y hogares en el fondo de un lago profundo y salado. Villa Epecuén estaba bajo las aguas: todo el mundo se fue, llevándose lo que pudieron. Pero adelantemos hasta el 2009 cuando, por fin, las aguas retrocedieron, dejando al descubierto un pueblo fantasma de edificios maltrechos y árboles muertos. Los restos extraterrenales del pueblo submarino fascinan a arqueólogos y fotógrafos por igual, pero de sus habitantes originales solo ha regresado uno, el octogenario Pablo Novak. Su heladería y su local nocturno favoritos son ahora un espectro de hormigón pero él recuerda con cariño cómo era la vida aquí antes de la catástrofe.
Las ruinas de Villa Epecuén están cerca de Carhué, a unas 8 horas en autobús de Buenos Aires.
4. Zona de Exclusión de Chernóbil, Ucrania
Restos de la Zona de Exclusión de Chernóbil © Wendelin Jacober / Flickr
«"¡No toquen el musgo!", nos grita nuestro guía. Nos encontramos en la Zona de Exclusión de Chernóbil, donde hay unos niveles de radiación 10 veces superiores a los normales, y las plantas como los musgos la absorben como esponjas. Antes incluso de entrar en la zona, mi mente recrea una imagen muy clara: la de un paisaje soviético devastado por un desastre nuclear, sin rastro de vida, donde nadie se atreve a entrar. Pero cuando noto los cristales rotos bajo las botas, en el pueblo fantasma de Pripyat, me veo rodeado de naturaleza. Los pájaros pían en los árboles, los peces gato nadan por el río y los prados están cubiertos de hierba. Por su parte, la iglesia del lugar, la de San Elías, está recién pintada. La Zona de Exclusión de Chernóbil no es el vertedero monocromo que me imaginaba.
El 26 de abril de 1986, una prueba fallida del sistema de seguridad de la central nuclear de Chernóbil desató el mayor desastre nuclear de la historia, de grado 7 en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares (no hay grado 8). Una explosión reventó el Reactor 4, liberando partículas radioactivas que llegaron hasta el Reino Unido y Escandinavia. Pripyat era un lugar creado específicamente para los trabajadores de la central, y sus 50 000 habitantes fueron los primeros que tuvieron que abandonar sus casas.
Pripyat, aún deshabitada, es como una imagen del pasado de la Ucrania socialista. Su noria y su parque infantil, construidos poco antes del accidente, se erigen como oxidados símbolos de la inocencia perdida. Los bloques de pisos se cubren de plantas trepadoras y las paredes y las escaleras están cada vez en peor estado. Atravieso cautelosamente el umbral de una vieja escuela y veo los montones de libros y máscaras de gas de tamaño infantil. Pero decir que la naturaleza se ha apropiado de Chernóbil quizá sea una exageración.
Ocasionalmente se avista algún oso y se oye el canto de pájaros, pero la fauna en las zonas contaminadas es menor de lo esperado. La población humana también es escasa, pero ahí está. Las residentes más famosas de Chernóbil son sus “abuelas”. Estas mujeres han regresado a las granjas de las que fueron desalojadas al considerar que prefieren la radiación al exilio. Los tremendos niveles de depresión entre las personas desplazadas tras el desastre apoyan esta idea. Paseando por Pripyat, más de una vez aparto una botella de vodka vacía con el pie. Resulta que la zona de exclusión es un lugar donde la gente acude a desmadrarse como si no hubiera un mañana.» Por Anita Isalska.
Hay excursiones desde Kiev; llévese ropa de manga larga. El operador www.chernobylwel.com organiza excursiones fotográficas.
Un viaje virtual a Chernóbil para entrar en el corazón de las tinieblas
5. Hashima, Nagasaki, Japón
La isla fantasma de Hashima © Morten Falch Sortland / Getty Images
«El barco parte del puerto de Nagasaki en dirección a la 'isla fantasma' de Hashima, y a mí me cuesta mantener la calma. No dejo de escanear el horizonte en busca de la silueta en forma de barco que le ha dado el apodo de “isla Acorazado”. Nos alejamos de la costa, dejando atrás botes, barcazas e islotes deshabitados, y de pronto alguien anuncia: “¡Ahí está!”.
La isla parece flotar en el agua como un barco de guerra perfilado contra el cielo azul. Hacía años que quería visitar Hashima, primero durante los años que pasé en Japón en los noventa, y luego cuando empezaron a circular imágenes de este paisaje urbano abandonado, que entre otras cosas se usó en el 2012 para recrear el refugio del malo en la película de James Bond Skyfall. Paradójicamente, hubo un tiempo en que Hashima, propiedad de una empresa del carbón, era el lugar más densamente poblado de todo Japón. Pero cuando la mina de carbón cerró, en 1974, solo tardaron cuatro meses en dejarla abandonada. Sus viviendas, equipo, escuelas, clínicas y templos se quedaron vacíos de pronto, como en un sueño posapocalíptico. Los edificios se han ido desmoronando, dejando a la vista muñecas olvidadas, TV y pequeños electrodomésticos.
Los callejones, invadidos por las enredaderas, están sembrados de escombros. Desembarcamos y recorremos unas pasarelas que nos llevan a un mundo de ciencia ficción. El pozo de la mina parece una enorme boca. Parpadeo y me parece ver los fantasmas de los mineros saliendo de las profundidades, tiznados de la cabeza a los pies. Paramos a una distancia de seguridad de los edificios, por si se producen derrumbamientos. El grupo, compuesto en su mayoría por parlanchines turistas japoneses, se ha quedado de pronto mudo. Me imagino lo que sería pasar una noche en la isla, viendo ponerse el sol tras el cemento. Es un lugar impresionante, no solo carente de vida humana, sino carente de vida en general. No se ve ni una gaviota en el cielo. Cuando volvemos al barco, pienso en los incas, los mayas, los faraones egipcios. ¿Será este el aspecto que tendrán un día Tokio, Nueva York o París? “¿Quién vivió aquí? –se preguntará la gente, pasando por los caminos marcados– ¿Por qué se fueron? ¿Adónde fueron?”. Cuando por fin regresamos a puerto, los grupitos de personas que me rodean me parecen un bien muy preciado, frágil. Y esa es una sensación que tardará en desaparecer.» Por Ray Bartlett
Solo se puede acceder con una visita guiada desde el puerto de Nagasaki; hay una o dos salidas diarias. Véase www.gunkanjima-concierge.com
48 horas en Nagasaki, una ciudad diversa
6. Hell (Infierno), Gran Caimán, Islas Caimán
El paisaje "infernal" de Hell © Hank Shiffman / Shutterstock
Cuando se visita la isla de Gran Caimán, la frase “ir al infierno y volver” adquiere su sentido más literal. En pleno paraíso tropical se esconde Hell, un conjunto de antiguas formaciones de roca caliza en West Bay. Las rocas, afiladas, negras y yermas, evocan el inframundo, aunque también se reservan una faceta más saludable emparejada a ese ambiente espeluznante.
En rojo intenso se ha pintando la oficina de correos y la tienda que, además, se han engalanado con un cálido “Welcome to Hell” (Bienvenidos al infierno); se puede entrar para conocer al “Satanás” residente, quien, de hecho, se llama Ivan Farrington y disfruta haciendo juegos de palabras demoníacos.
Hell está a 15 minutos en coche de Seven Mile Beach, en la Hell Road; entrada gratis.
7. Lyngstøylvatnet, Valle Norangsdal, Noruega
La ciudad sumergida en la presa Lyngstøylvatnet © www.fjordnorway.com
Quienes van a Noruega se quedan hipnotizados por los excelsos acantilados y fiordos cristalinos. Pero también hay maravillas debajo del agua: un pueblo entero aguarda en el lecho de Lyngstøylvatnet. En 1908 hubo un desprendimiento de rocas en el monte Keipen que creó una presa natural, Lyngstøylvatnet, y engulló cabañas, puentes, partes de un bosque y de una vieja carretera.
Hoy, los submarinistas expertos se calzan su traje más grueso para sumergirse en las aguas gélidas, donde pueden hacer cabriolas entre los viejos muros de piedra y pasar por debajo de un puente. Al lago, solo apto para submarinistas con experiencia, es más fácil ir en coche.
Combínese el viaje con una visita a la iglesia de Sunnylven y las cascadas Hellesylt, a 35 km.
La belleza espectacular de los fiordos de Noruega
8. Villa Puerto Edén, Isla Wellington, Chile
La aldea de pescadores Villa Puerto Edén © W. Bulach / CC
¿El lugar más lluvioso del planeta? Posiblemente. En Villa Puerto Edén, una aldea de pescadores inmersa en los fiordos del sur de Chile, caen casi 6000 mm de precipitaciones al año. Con semejante cantidad de agua, las carreteras se inundan y los lugareños –176 almas, según el último censo– no tienen otra opción que moverse por el pueblo por las pasarelas peatonales o en sus barcas.
La aldea, que no queda lejos de la punta meridional de América del Sur, además es uno de los lugares más aislados del planeta, al que solo se puede llegar por mar. El transporte público no siempre es directo: una compañía local de ferris, Navimag, recala en Villa Puerto Edén como parte de su recorrido de cuatro días por los fiordos. Al llegar aquí, en la costa oriental de la enorme isla Wellington, esta larga travesía cobra sentido (siempre y cuando las cortinas de lluvia permitan ver algo). Lo que impacta primero son las casas y cabañas rudimentarias pero pintadas en alegres colores y encaradas al frente marítimo. Por detrás acechan las montañas del Parque Nacional Bernardo O’Higgins, nevadas incluso en verano. Villa Puerto Edén destaca porque es el hogar de los últimos miembros de la tribu alacalufe en el mundo, depositarios únicos de su idioma y cultura.
Navimag ofrece un ferri de cuatro días hasta Villa Puerto Edén desde Puerto Montt (vi) y desde Puerto Natales (ma); véase www.navimag.com
9. Chicken, Alaska
Chicken, uno de los últimos pueblos para buscadores de oro en Alaska © Justin Foulkes / Lonely Planet
«Quería un territorio salvaje, aventura y conducir. Y me pareció ideal salir rumbo a Alaska por la Top of the World Highway, una zigzagueante carretera de montaña, hasta que llegué a Chicken (pollo). Este pueblo, con unas cuantas cabañas de troncos y rodeado de naturaleza, es una manchita en un paisaje colosal, despiadado y crudo. Ah, y tiene un saloon con un cañón que dispara bragas. De hecho, cuesta encontrar la barra entre tanta ropa interior, gorras de béisbol, matrículas y notas.
Chicken es uno de los últimos vestigios de la fiebre del oro en Alaska –cuando cierra la carretera en octubre la población se reduce a menos de 10 habitantes–. En verano, los buscadores de oro, intrépidos conductores de autocaravanas, se abren paso hasta aquí para probar suerte en los arroyos, conocer la historia fronteriza o apuntarse una aventura loca más en la lista.
Los primeros buscadores de oro llegaron aquí a finales del s. XIX y sobrevivieron a su primer invierno gracias a la gran población de perdices de las nieves. En 1902, el pueblo necesitaba un nombre y los mineros querían bautizarla con el nombre del ave local, pero como nadie se puso de acuerdo en cómo pronunciarlo, optaron por llamarla Chicken (pollo). La tienda de objetos de regalo está llena de tazas donde reza “I got laid in Chicken” (eché un polvo en Chicken) y camisetas con “Cluck it” (cacaréalo), los arroyos aún sueltan alguna que otra pepita de oro y se puede salir de circuito por una mina en funcionamiento o incluso cribar oro con una batea. También se pueden hacer trampas y alquilar un detector de metales.
Es un lugar extraño y maravilloso, habitado por bichos raros y excéntricos, e ideal para bajar en kayak por ríos solitarios, con alces y osos como única compañía. Eso si no se llega durante el Chickenstock, el festival anual de música, cuando casi 1000 fiesteros bajan al pueblo para escuchar folk y bluegrass. Mientras suena la música, los alegres asistentes van a trompicones hasta los retretes públicos al exterior y las mujeres disparan sus bragas desde un cañón. Todo tiene un fuerte tufo a viejo Salvaje Oeste. Cualquier cosa puede pasar cuando se está tan lejos de la civilización.» Por Etain O’Carroll
No hay transporte público y la carretera cierra de octubre a abril. Se puede volar desde Tok, pero eso sería hacer trampa. Véase www.townofchicken.com.
10. Ciudad sumergida en Lago Fuxián, Provincia de Yunnan, China
En el Lago Fuxián se hallaron restos de una antigua ciudad © HelloRF Zcool / Shutterstock
Tras años de historias populares sobre una ciudad sumergida en el agua, los submarinistas descubrieron los restos de una antigua ciudad cubierta de líquenes en el tercer lago más profundo de China. Primero se detectaron adoquines y muretes cubiertos de musgo; poco después, un yacimiento de 2,5 km2.
Gracias a la datación por radiocarbono, los científicos han podido fechar las ruinas en el año 260 d.C., y el examen de las tallas en piedra halladas han revelado imágenes místicas, con símbolos de fertilidad, objetos rituales con representaciones del Sol y de la Luna e incluso máscaras de animales.
La exploración arqueológica aún prosigue, así que puede que solo se pueda acceder a la orilla.
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