Las islas secretas del norte de Alemania
Las islas siempre han ocupado un lugar especial en la imaginación viajera. Definidas por su geografía finita, ofrecen la perspectiva romántica de huir de todo, aunque estén cerca de la costa. Al imaginar una escapada isleña, Alemania no es el primer destino en el que uno piensa, ni el segundo; excepto si uno es alemán. Ellos saben que no hace falta ir al Mediterráneo o al Caribe para encontrar mares cerúleos, playas blancas y horizontes sin fin.
Unas 50 islas del mar del Norte y el mar Báltico pertenecen a Alemania. y casi todas ellas son apacibles santuarios naturales. Los dos mares son muy diferentes; mientras que el mar del Norte queda expuesto a vientos marinos y olas temibles, el Báltico es como un gigante resguardado con aguas calmas y un ambiente más tranquilo. Estas son, a continuación, cuatro de sus mejores islas.
1. Sylt: belleza y elegancia
Debido a su reputación de colonia dionisíaca de celebridades y miembros de la jet-set, Sylt se compara a menudo con Martha’s Vineyard y Saint Tropez.
Es verdad que hay bares selectos como el elegante chiringuito Sansibar, flamantes restaurantes con estrella Michelin como Söl’ring Hof y un montón de BMW y ferrari descapotables; pero Sylt es mucho más que todo esto. Alargada, estrecha y unida al continente por una vía de tren, tiene todos los ingredientes para convertirse en el clásico destino veraniego.
Con más de 40 km de playas blancas rodeadas de dunas es fácil dar con un sitio donde plantar la toalla en total soledad. La ventosa costa oeste atrae a expertos windsurfistas durante la copa mundial anual de este deporte, mientras que, en el lado este, más resguardado, el ritmo del mar muestra el turbio lecho marino cuando baja la marea. Un paseo descalzo por el agua es una experiencia típica si se visita Sylt.
Otros puntos a visitar son los faros, pintados a rayas como los caramelos; casitas de campo frisias con siglos de historia; y una misteriosa cámara funeraria de la Edad de Piedra. Es fácil rendirse a los encantos de la isla más septentrional de Alemania, no en vano es conocida como ‘la reina del mar del Norte’.
2. Helgoland: la isla-roca
San Francisco tiene Alcatraz, pero Alemania también tiene su ‘roca’, si bien nunca ha sido una prisión de alta seguridad. A 70 km del continente, Helgoland es una pequeña mancha de arenisca roja azotada por el viento que emerge en el mar del Norte como un Uluru inundado. El trayecto en barco es para estómagos resistentes, aunque todo se olvida cuando uno pisa esta isla casi mística, que, tras una violenta tormenta en 1720, quedó dividida en dos.
La historia de Helgoland es tan pintoresca como las casitas típicas de pescadores que flanquean su diminuto puerto. Danesa hasta 1807, fue cedida a Gran Bretaña tras las guerras napoleónicas, y en 1890 esta se la intercambió a Alemania por la isla africana de Zanzíbar. Fue un gesto mal visto a posteriori, dado que los alemanes aprovecharon la posición estratégica de Helgoland en ambas guerras mundiales.
Hoy atrae sobre todo a excursionistas de un día que vienen de Hamburgo, Bremerhaven y Cuxhaven, para disfrutar de las ofertas del duty-free y de la famosa langosta de la isla. Pero solo aquellos que pasen un poco más de tiempo allí disfrutarán de su aire limpio (no está permitida la circulación de automóviles) y del templado clima marítimo, cortesía de la Corriente del Golfo.
Un icono muy retratado es la Lange Anna (Anna la alta), un pináculo de 47 m que emerge del mar. También hay búnkeres de la II Guerra Mundial y ruinas por explorar, y cada vez más focas grises del Atlántico.
3. Rügen: polifacética y sencilla
La isla más grande de Alemania, Rügen alberga tanta naturaleza, historia y arquitectura como un país pequeño. Rodeada por 60 km de playas de arena, esta isla del Báltico se está convirtiendo en la escapada de moda entre los berlineses ávidos de naturaleza (la capital está a tan solo 300 km), pero tiene en su haber una larga y reputada tradición como destino vacacional.
Bismarck, Einstein y Christopher Isherwood son algunos de los ricos y famosos que veranearon en ella antes de la II Guerra Mundial. Y antes que ellos, la visitó el pintor romántico Caspar David Friedrich, quién supo captar la enigmática belleza de Rügen en sus emotivos paisajes. Entre sus parajes favoritos estaban los famosos acantilados blancos que se precipitan en el mar de color jade del extremo norte de la isla. También son blancas las molduras decorativas de las villas de primera línea de mar de Binz, la localidad principal de Rügen desde su auge en el s. XIX.
En los años treinta los nazis construyeron Prora, un horrible pero fascinante complejo turístico pensado como recinto de asueto para 20 000 seguidores del partido que nunca llegó a completarse. Tras languidecer durante décadas, el coloso está reformándose como refugio de lujo, un gesto que algunos consideran criticable y en el que otros ven la señal de que Alemania emerge de su capítulo más oscuro.
4. Fehmarn: soleada y familiar
Pregunta de Trivial: ¿dónde dio su último concierto Jimi Hendrix? Respuesta: en el Love & Peace Festival, en la isla alemana de Fehmarn, en septiembre de 1970. Esta belleza báltica que apenas aparece en el radar de los viajeros extranjeros es muy popular entre el turismo nacional por su entorno natural y su tranquilidad.
Unida al continente por un puente de 963 m de largo, es una de las zonas más soleadas del país. Sus 78 km de amplias playas que se inclinan suavemente hacia el mar son ideales para las familias, mientras que los fotógrafos le sacan partido en primavera, cuando las colinas se llenan de flores amarillas.
Los aficionados a la observación de aves visitan la isla todo el año, prismáticos en ristre, para deleitarse viendo garzas azuladas, porrones moñudos y somormujos cuellirrojos. La calidad del viento y las olas ha hecho de Fehmarn una meca de kitesurfistas y la sede de varias competiciones, incluida la prestigiosa Kite Surf World Cup.
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