Un día en la vida de Yamaa el Fna, Marrakech, Marruecos
La plaza principal de Marrakech es el eje mágico de la ciudad, un escenario que alberga espectáculos callejeros durante todo el día. Como un buen mago, Yamaa el Fna no revela sus trucos enseguida, así uno disfruta más del show. Este es un relato de lo que uno puede esperar durante la mañana, la tarde y la noche.
Mañana
Los vendedores de zumos son los primeros en instalarse, con sus carros llenos de pirámides de naranjas. Los vendedores de agua ataviados con fez les pisan los talones, repicando sus campanas mientras patrullan la principal arteria en dirección a la Mezquita de la Kutubia; cuyo minarete dorado preside el caos de la ciudad desde 1162. Bajo el cielo azul de la mañana, Yamaa el Fna es como cualquier otra plaza antigua, una amplia extensión de pavimento gris rodeada de cafés.
A media mañana una dispar tropa de vendedores ambulantes esperanzados ha invadido el pavimento, colocando parasoles para marcar su territorio. Los tatuadores de henna llegan pertrechados con jeringas y carpetas de dibujos, mientras que los herbolarios exponen sus pociones parar curar eccemas, dolores de barriga y la impotencia. Los dentistas se sientan en sillas de plástico parapetados tras las muestras de los dientes que han extraído con éxito cerca de las lonas donde los vendedores de baratijas exponen sus recuerdos baratos.
Yamaa el Fna, Marrakech, Marruecos © Montse PB / www.flickr.com/photos/montseprats/5340583888
El quejido agudo de la flauta del encantador de serpientes es la banda sonora de la mañana. En medio de la plaza, el flautista despliega su selección de grandes éxitos a base de melodías extrañas y lamentosas ante una audiencia de serpientes letárgicas. Sus cómplices se esfuerzan para llamar la atención, mostrando serpientes a quien pase por allí. El concierto no termina de arrancar; la plaza todavía no está despierta del todo.
Tarde
El sol impenitente obliga a Yamaa el Fna a bajar un poco el ritmo. Los domadores de animales se abren paso entre grupos de viajeros curiosos, seguidos por monos de torpes andares ataviados con tutús rosas o blandiendo halcones de mirada aburrida, para que los turistas se retraten con ellos. Troupes de acróbatas formadas por muchachos fibrados se exhiben con piruetas de todo tipo al borde de la plaza, con la esperanza de conseguir unas monedas de los bebedores de té de menta de los cafés. Los artistas de la henna tienen el ojo puesto en los turistas, mientras que los vendedores ambulantes ofrecen jirafas de madera de mirada triste a cualquiera que se quede quieto un momento.
Yamaa el Fna, Marrakech, Marruecos © Michael Heffernan / Lonely Planet
Cuando el peor calor del día empieza a bajar y las sombras se alargan en la plaza, un escuadrón bien preparado de hombres tirando de carros entra en la plaza en medio de un recital de sonidos metálicos. Alzan postes de metal, colocan bancos y asientos, y cuelgan un toldo viejo. Son los puestos de comida de Yamaa el Fna, que van tomando forma para la noche, preparados para dar de comer a los transeúntes de la plaza con platos económicos de tajín y carnes a la parrilla, como han hecho cada noche durante décadas.
Un puñado de músicos toma posiciones; un par de malabaristas calientan lanzando bastones al aire… Y mientras los puestos de comida empiezan a funcionar, la gente comienza a llenar la plaza y se respira expectación.
Noche
Al caer la noche, el flujo de gente en la plaza se vuelve constante. La que en el pasado fuera la plaza pública de las ejecuciones de Marrakech, con estacas donde se clavaban las cabezas de los condenados (el nombre de la plaza significa ‘reunión de los muertos’) evolucionó de aquel pasado cruel para convertirse en el centro del ocio de la ciudad durante el s. XIX. Se encienden las luces y las primeras columnas de humo se alzan por encima de los puestos de comida, donde ya se calientan las parrillas. Montañas de moluscos invitan a los clientes a tomar caldo de caracol mientras los camareros patrullan la zona, cartas en ristre, buscando comensales.
Yamaa el Fna, Marrakech, Marruecos © www.hacienda-la-colora.com
Bandas musicales aporrean tambores, empiezan a tocar los violines, cantan y afinan sus laúdes preparándose para la gran batalla sinfónica de la noche. Las melodías de las bandas se mezclan en el alboroto de la plaza con el voceo de los cocineros y el sonido de la flauta de los encantadores de serpientes.
Pequeños grupos de gente se acercan a escuchar a los narradores de historias, que casi tienen que gritar para que se les oiga. En una esquina de la plaza otro grupo se reúne en torno a un espectáculo de comedia donde un hombre golpea a otro con un palo. Músicos gnaoua tocan una melodía rítmica mientras diversos grupos populares bereberes tientan al público incorporando trucos a la actuación, ¿quién podría resistirse a un cantante con un gallo en la cabeza?
Yamaa el Fna, Marrakech, Marruecos © www.hacienda-la-colora.com
Los flecos del fez se agitan, los bailarines giran y los monos se rascan la cabeza. Al caer la noche, Yamaa el Fna no se detiene ni para tomar aire mientras los puestos de comida se llenan con clientes ávidos de tajín y los artistas lo dan todo actuando. Es el momento más vivo de la plaza, como si esta se hubiera tomado una poción de los puestos de los divinos y se sintiera en plena forma, con espectadores y artistas formando un revuelto mar de sonidos y espectáculos.
A medianoche el cansancio hace mella, y el corazón de Marrakech baja el ritmo mientras todo el mundo recoge sus bártulos. A la 1.00 la fiesta se ha desvanecido, solo quedan los barrenderos que borran los últimos restos de la juerga y preparan el espacio para que uno de los mayores espectáculos del planeta empiece de nuevo al día siguiente.
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