Por qué visitar Dresde
Hay quien, como yo, cree que el Elba aminora su paso al pasar por su querida Dresde para besar ambas orillas antes de seguir su curso hacia el mar. La belleza de esta ciudad se puede descubrir tanto en las frondosas laderas llenas de vides a lo largo del río, como en el casco antiguo: en las plazas enmarcadas por edificios históricos, en las afiladas agujas y torres de sus iglesias, en los livianos patios adoquinados y, sobre todo, en las galerías de sus suntuosos museos. Tras quedar prácticamente reducida a escombros durante la II Guerra Mundial, Dresde se ha reconstruido con mucho cariño y ahora aguarda a ser descubierta por viajeros exigentes amantes de la cultura, la historia y –por supuesto– el vino.
Cuándo ir
Temporada media (mar-may, sep-oct)
- En primavera (mar y abr) la nieve se derrite y llega el buen tiempo. Los hoteles tienen precios más bajos.
- Mayo es un buen mes para disfrutar de las laderas vinícolas y las orillas verdes del Elba a bordo de un crucero por el río.
- Principios de otoño también es buena época, antes de las lluvias de noviembre y el frío de diciembre, y se evitan las multitudes de turistas que invaden la ciudad para ver los mercados navideños.
Presupuesto diario
- Habitación doble en hotel de precio medio: 110-200 €
- Cena en un restaurante local: 25-50 €
- Entrada a un museo: 6-14 €
- Copa de vino: 7 €
- Pinta de cerveza: 5 €
Itinerario perfecto
Un día en Dresde
Mañana
8.30 – Si se llega a Dresde en tren es buena idea comprar un tentempié en Le Crobag y salir de la estación principal por Prager Strasse. Antaño era la calle comercial más cara de la ciudad, pero quedó destruida por completo en una sola noche durante la II Guerra Mundial. Se reconstruyó en la década de 1960 para convertirla en la cara internacional de la Alemania Oriental socialista, con nuevos apartamentos, tiendas, esculturas y fuentes en una zona peatonal.
Siguiendo el río de gente se llega a la amplia Altmarkt (plaza del antiguo mercado), donde en diciembre se instala el mercado navideño más antiguo de Alemania. Allí se encuentra el enorme y acristalado Kulturpalast (o la «Casa de la Cultura Socialista»), construido a principios de los años sesenta, que hoy alberga una biblioteca, una sala filarmónica y otras instalaciones. Si se pasea un poco más, se llega al corazón barroco de Dresde, que permaneció en ruinas durante el régimen de Alemania Oriental hasta que fue restaurado tras la Guerra Fría.
Al avanzar hacia Neumarkt se divisa la imponente Frauenkirche, reconstruida en todo su esplendor original con piedras recuperadas de entre las ruinas. Es el epítome del espíritu resiliente de Dresde, y un símbolo de perdón y reconciliación. Se aconseja pasear entre los restaurantes de la estrecha y adoquinada Münzgasse y luego subir las escaleras hasta la Terraza de Brühl, a la que Goethe llamaba «el balcón de Europa», para admirar las vistas de la ciudad y del Elba. Tras torcer a mano derecha al final de la terraza y bajar a la Schlossplatz, se pueden contemplar la espléndida catedral de Dresde y el Palacio Real. Dentro de la catedral destaca el extraordinario órgano Silbermann, que se desmanteló y guardó a buen recaudo durante la guerra para poder volver a instalarlo después.
9.30 – Para ver más de la ciudad, se puede optar por el autobús turístico de paradas libres o poner rumbo a la orilla del río y montarse en uno de los históricos barcos de la flota blanca de Dresde. El autobús pasa por la impresionante Gläserne Manufaktur (Fábrica de Cristal) de Volkswagen, por el bellísimo Grosser Garten (Gran Jardín) y el puente Loschwitz, del s. XIX. Es recomendable comprobar los horarios de los barcos y reservar los billetes con antelación.
El balcón de Europa. © Elizaveta Kovaleva/Lonely Planet
10.00 – Antes de empezar el circuito en autobús, conviene dedicar unos minutos a averiguar por qué Dresde es conocida como «la ciudad del chocolate». El autobús pasa ante El Desfile de los Príncipes (uno de los murales de porcelana más grandes del mundo) y por la Georgentor (una puerta esculpida muy elaborada), y llega a Camondas, el emporio del chocolate. Allí se puede catar chocolate a la taza (muy sabroso con un poquito de chile), helado de chocolate, un amplio surtido de trufas y bombones de chocolate, y visitar un pequeño museo… es un auténtico paraíso del chocolate.
10.30 – Si se opta por el crucero en barco (muy recomendable), hay que conseguir sitio en la parte de arriba para disfrutar de las mejores vistas del valle del Elba. Con sus laderas vinícolas, prados e imponentes «castillos» (en realidad, espléndidas villas del s. XIX), la armonía entre paisaje y arquitectura le ha valido al valle una denominación de la Unesco. Durante los 90 min que dura el crucero la vida toma un ritmo onírico y sinuoso mientras el barco desfila ante otros barcos, niños que reman, pescadores, caballos, personas que leen, que preparan una barbacoa, que pasean el perro o que montan en bicicleta.
Mediodía/Tarde
12.30 – Se regresa a Neumarkt dando un paseo y pensando en dónde ir a comer, porque abundan las opciones. Al bajar las escaleras de la antigua torre de la pólvora se llega al restaurante Pulverturm, o se puede pedir mesa en el alegre y bullicioso Dresden 1900, que sirve auténtica cocina sajona (rica sopa de patata y Schnitzel con cremosa salsa de setas; aunque, si hay hambre, conviene pedir el codillo de cerdo gigante). Para disfrutar de una comida relajada y tranquila se puede ir al elegante Grand Cafe Cosel. Si se prefiere seguir explorando la ciudad, lo mejor es comprar un rollito, una porción de Torte y un café en alguna de las panaderías de la zona y comer en la plaza viendo a la gente pasar.
Restaurante Pulverturm. © Elizaveta Kovaleva/Lonely Planet
14.00 – Es hora de la dosis de historia, cultura, edificios emblemáticos e historias interesantes con un circuito a pie de 2 h a cargo de un guía oficial; totalmente imprescindible.
16.30-18.00 – Para seguir disfrutando de la cultura, se puede visitar uno de los famosos museos de Dresde. Mi favorito es el Palacio Real (Residenzschloss), que combina salas de palacio reconstruidas y espacios de museo moderno con los que ofrece un recorrido por el Renacimiento y el Barroco. Destacan el trono original de Sajonia, los vestidos y joyas de los ss. XVI-XVIII y los retratos de la familia gobernante, además de armaduras, armas y otros objetos personales fabricados con metales y piedras preciosas.
Tarde/Noche
18.30 – Antes de abandonar el Casco Antiguo conviene comprobar si hay mercado en Altmarkt. Además del famoso mercado navideño, se celebran otros mercados más pequeños que marcan el cambio de estación con varios puestos pintorescos que ofrecen comida regional, artesanía y bebidas.
Si es época de vendimia, se puede probar un vino espumoso Federweisser, joven y salvaje. En Navidad un Glühwein caliente es imprescindible: Zum Wohl! (¡Salud!).
Ha llegado el momento de descubrir la otra cara de Dresde: la de la grunge, vanguardista y bohemia Neustadt (Ciudad Nueva). Se puede llegar en tranvía o a pie cruzando el puente Augustus, el más antiguo de la ciudad, en dirección a la estatua del Jinete Dorado, que representa al rey conquistador sajón Augusto II El Fuerte cabalgando con decisión hacia Polonia. Si se sigue por Hauptstrasse –antaño un callejón barroco destruido en la guerra y recreado como bulevar en los años setenta según el estilo típico de Alemania Oriental–, se llega a la Albertplatz, con sus dos enormes fuentes adornadas con sirenas y sirenos.
Al torcer a mano derecha en dirección a la iglesia de Martín Lutero, del s. XIX y de estilo neogótico, se puede contemplar una parte de la poca arquitectura Guillermina que se conserva en Dresde, que presenta lujosas decoraciones de estuco en las fachadas, ventanas saledizas y torrecillas, y puertas de hierro forjado.
Al pasear por Neustadt el objetivo es perderse, para así descubrir arte urbano, descifrar grafitis, recorrer callejones y toparse con preciosos patios, como el de Roskolnikoff, un pequeño restaurante al cual nadie parece haber informado de la caída de Alemania Oriental. Destaca el Kunsthofpassage, una serie de patios conectados, antaño abandonados, que los artistas han transformado en un bonito paisaje urbano con pequeñas boutiques.
Paseando por Neustadt. © Elizaveta Kovaleva/Lonely Planet
19.30 – La milla cuadrada de Neustadt acoge más de 200 bares y restaurantes, algunos de ellos tan pequeños que apenas caben cinco comensales. Si hay partido de fútbol, es buena idea ir a Katy’s Garage, un bar al aire libre con pantallas de TV gigantes. Conviene pedir una copa de su Erdbeerbowle, un potente ponche elaborado con fresas frescas (en temporada).
21.00 – Se puede ir de pubs o aposentarse en uno de los varios bares de shisha de Neustadt (Habibi, en la esquina de Louisenstrasse con Martin Luther Strasse es un restaurante, café y bar de shisha con mucho ambiente). El día puede terminar a lo grande en Franks Bar, en Alaunstrasse. Ilya, su joven propietario, se pasó la pandemia experimentando con ingredientes para crear su obra maestra: la versión líquida (y con mucho alcohol) de la tarta Selva Negra. Si es demasiado fuerte, sus daiquiris de fruta fresca son ideales para las noches calurosas de verano.
Para terminar se puede ir hasta el puente Carola para admirar la vista nocturna de Dresde y prolongar la despedida de la ciudad mientras el Elba fluye bajo los pies.
El autor
Seema Prakash
Dresde me cautivó en cuanto vi el sol del amanecer sobre sus cúpulas y su perfil urbano barroco una mañana mágica del 2009. Viajaba sola, escapaba de una profunda crisis personal y quería darme un tiempo para plantearme mi futuro, cuando la historia de la Dresde que resurgió de sus cenizas resonó con mi propia historia y me encaminó a convertirme en guía profesional (o, como dice mi madre, ¡en «psicohistoriadora»!). Más de una década después, conozco bien todas las caras bonitas de Dresde y enseñar la ciudad de manera entretenida, informativa y atractiva es mi credo personal.
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