Por qué visitar Alaska
Desde la experiencia casi mística de las auroras boreales hasta los glaciares, las extensiones naturales, las montañas, los valles y la fauna increíble, se descubrirá que Alaska es una región singular, vasta y preciosa. Alaska es el mayor de los 50 estados de los EE UU y tiene cinco regiones climáticas distintas. A menudo las distancias entre destinos no se expresan en millas sino en horas. Viajar por Alaska es todo un desafío, en comparación con otros estados del país. Más del 80% del estado son comunidades rurales que están desconectadas del sistema de carreteras y que solo son accesibles en avioneta o avión particular.
La población indígena, muy próspera en los negocios y vital para la economía de Alaska, es tan diversa y única como el propio estado. Los pueblos nativos de Alaska hablan unos 23 idiomas, y se dividen en varios grupos diferenciados: iñupiaq, yup’ik, aleutas (o unanga), eyak, tlingit, haida, tsimshian y atabascanos.
Cuándo ir
Verano (med mayo-med sep)
- En estos meses la fauna está más activa.
- Las carreteras remotas y los senderos están abiertos en todo el estado.
- Los días de sol se extienden hacia casi la medianoche; hay que ir preparado para adaptarse a la luz sin fin.
- La aurora boreal se produce las cuatro estaciones del año, aunque es más difícil de ver bajo el sol de la medianoche.
Presupuesto diario
- Habitación doble en hotel de precio medio: desde 470 €
- Cena en un restaurante local: 25-45 €
- Copa de vino: 8 €
- Pinta de cerveza: 6,50 €
- Tentempiés y complementos para los viajes en coche: 50-150 €
- Artículos de pesca (material, licencia, etc.): 90-150 €
- Crucero de medio día por los fiordos de Kenai y la bahía Resurrección: 115 € por persona
Itinerarios perfectos
Cómo explorar la inmensidad de Alaska en una semana
Tamborileros en el evento de Native Foundation, en Anchorage, Alaska. © Daniel H Bailey/Getty Images
Día 1: Abastecerse y explorar Anchorage
Al llegar a la Última Frontera, hay que instalarse en el lujoso Hotel Captain Cook de Anchorage. (En Alaska, “lujoso” normalmente no significa servicios cinco estrellas sino proximidad a la naturaleza). Si se llega con hambre, se puede ir al centro de Anchorage, a uno de mis lugares favoritos: Humpy’s, donde los precios son relativamente moderados y los huevos benedict con salmón desmenuzado y halibut fresco son deliciosos. El código de vestimenta casi en todas partes de Alaska depende del tiempo; la ropa tipo Carhartt casi siempre es apropiada. Nunca he comido en ninguna parte donde se exigiera americana o algo parecido (aunque llevar un abrigo ligero de invierno siempre es buena idea).
Otro gran lugar para comer o cenar es el Club Paris, un asador que lleva en funcionamiento desde los años cincuenta. Las varitas fritas de halibut de Alaska son un entrante delicioso, y todas las carnes de la carta son infalibles (en la carta se advierte que el establecimiento no puede garantizar la calidad y ternura de los bistecs que se pidan bien hechos).
Si se empieza el día temprano, se puede realizar una pequeña aventura al aire libre, como por ejemplo una excursión al monte Flattop, considerado la montaña más visitada de Alaska. El camino hasta la cima es desafiante; también hay varias rutas circulares ideales para principiantes o viajeros con limitaciones físicas. De hecho, muchos autocares turísticos paran en este punto por las vistas de la ciudad y las montañas.
A continuación se visita el Alaska Native Heritage Center para conocer mejor la cultura y la forma de vida de los indígenas de Alaska a través de visitas guiadas por nativos de Alaska, a menudo jóvenes. Un guía indígena puede llevar a los visitantes a ver impresionantes reproducciones de aldeas a tamaño natural, mientras que la colección permanente incluye insignias y otros objetos interesantes.
Esta semana se pasará en la carretera, así que hay varias cosas que se deberían hacer para prepararse. Primero, teniendo en cuenta que hay largas extensiones de carretera sin gasolineras, habría que habituarse a llenar el depósito siempre que se pueda. Es recomendable hacerse con espray para osos, que va bien llevar para hacer senderismo, o siempre que se esté fuera de un vehículo o edificio.
Como muchas de las zonas que se va a visitar no tienen cobertura telefónica, es recomendable imprimir los mapas e indicaciones en lugar de confiar en el GPS. También se puede pedir indicaciones a los lugareños, que además puede resultar divertido.
Hay que aprovisionarse de bebida y tentempiés en Anchorage. También se recomienda comprar mantas, que son muy baratas (y es mucho mejor que llevarlas en el avión). Son muy prácticas para playas o miradores ventosos. Como el tiempo cambia constantemente, va bien vestir con capas para adaptarse a los cambios de temperatura y a las distintas actividades de cada día.
Muflones de Dall. ©Gary Schultz / Design Pics/Gett
Día 2: Ruta hasta Girdwood
Es hora de tomar la Seward Highway, una de las rutas más bonitas de Alaska, que en 45 min lleva hasta Girdwood. La ruta va siguiendo los meandros del Turnagain Arm (una vía de agua que conecta con el golfo de Alaska). A mano izquierda se alzan los picos del Chugach State Park, a una altura de unos 915 m. Los muflones de Dall deambulan por las empinadas cornisas, e incluso se puede ver algún oso.
Al llegar a Girdwood, hay que instalarse en el Alyeska Resort (desde 300 €/noche), un resort en un valle rodeado de picos, glaciales y extensiones salvajes.
Como seguro que al viajero le gustan tanto como a mí las experiencias nuevas, recomiendo una sesión de bateo de oro en la Crow Creek Mine. Rodeado de edificios de época, rústicos equipos de minería y vistas magníficas de las montañas, se puede buscar oro en la zona del arroyo. Y si encuentra algo, el viajero se lo puede quedar.
Cerca de Girdwood hay senderos para hacer excursiones entre moderadas y exigentes; el sendero Winner Creek es bastante fácil. En sus 2,4 km se cruzan puentes sobre ríos caudalosos, para luego emprender un ascenso moderado hasta lo alto del desfiladero, con vistas impresionantes del valle. Si no se está preparado para tanto esfuerzo, hay que tomar el teleférico llamado Alyeska Resort Aerial Tram (35 €) y disfrutar de las vistas de la montaña subiendo rápidamente.
El restaurante Double Musky Inn de Aleyska (sin reserva; son habituales las esperas en fin de semana) sirve una comida sorprendente y deliciosa inspirada en Nueva Orleans. Se degustará comida cajún en un comedor rústico de madera con cuentas, espejos y demás parafernalia de Mardi Gras. Sirven entrantes como filete francés a la pimienta o filet mignon con salsa bearnesa. Hay que dejar espacio para el postre: la Musky Pie es una potente y cremosa tarta de chocolate con una corteza de nuez pecana y galleta.
Día 3: Cruzar el Moose Pass en dirección a Seward
Hoy se va a conducir por el resto del Turnagain Arm y hasta Seward, pasando por el Moose Pass. Es una ruta de 145 km que recorre la orilla del agua y luego se adentra en un valle montañoso. La carretera es muy frecuentada por autocaravanas, furgonetas camperizadas y camiones que remolcan barcas. Para adelantar, hay que tener paciencia. Abundan los miradores, ideales para hacer pausas; con suerte se podrá ver belugas o encontrar impresionantes olas de marea.
También se pasará por lugares curiosos de importancia histórica, muchos de ellos vinculados al catastrófico terremoto de 1964 que rebajó el nivel de la zona circundante hasta 3 m. Hay un establo gris abandonado que parece hundirse en los humedales. El “bosque fantasma”, con árboles que murieron debido a la inundación de agua salada tras el terremoto, es un melancólico recordatorio de la catástrofe.
Si uno se aleja del coche, debe ir con cuidado. Hay que asegurarse de hacer ruido para no sorprender a los osos. Y tener en cuenta que a los alces no les gustan los perros, así que hay que llevarlo atado con correa en todo momento.
Al llegar a Seward, se puede pasar dos noches en la Kodiak Cabin (desde 170 €/noche). Se aconseja ir al Alaska Sealife Center (30 €), que combina un acuario público (todos los animales son nativos de Alaska) con trabajos de investigación marina, proyectos educativos y asistencia a la fauna. A los niños (y adultos con alma de niño) les encanta la pecera de contacto, donde se pueden tocar pepinos de mar, anémonas, estrellas de mar y otras pequeñas criaturas marinas.
Hombre haciendo paddle en cerca del glaciar de Bear. ©James + Courtney Forte/Getty Images
Día 4: Admirar fiordos y glaciares espectaculares
La gastronomía de Seward se centra en el pescado y marisco local. Después del recorrido en coche, se puede dar un paseo por el muelle y comer en el Highliner Restaurant o en el Gold Rush Bistro.
El punto álgido del día es un crucero de 4 h a los fiordos de Kenai y la bahía Resurrección (115 €). Tras salir del muelle de Seward, se recorre una distancia de 88 km por una costa espectacular, con vistas increíbles de acantilados escarpados con colonias de aves marinas, playas rocosas donde descansan lobos marinos y el magnífico glaciar de Bear. Desde cubierta se pueden ver pasar ballenas, muflones de Dall, marsopas, nutrias de mar, cabras y águilas. Ver un grupo de orcas saltando es una de esas visiones que no se olvidan jamás. Hay que tener en cuenta que las aguas turbulentas pueden provocar mareo. Se recomienda llevar jengibre confitado, infusiones, caramelos de menta o pastillas contra el mareo.
El glaciar de Exit es accesible por carretera y explorable a pie. Si apetece una excursión, desde un sendero se podrá pasar muy cerca de un glaciar activo; otra opción es hacer una excursión guiada por un guardabosques para ver el hielo de cerca. Como alternativa, si aún se quedan tiempo y fuerzas, se puede ir a la zona de ocio de Lowell Point y el paseo por la costa. Es un lugar excelente para avistar aves y mamíferos marinos. Se debe llevar una linterna si se quiere explorar el abandonado Fort McGilvray, por si se hace de noche.
Día 5: Pescado y marisco de primera y fogatas en Homer
El siguiente tramo es un recorrido de 3½ h desde Seward hasta Homer. De camino se ven volcanes, paisajes montañosos y águilas calvas, que frecuentan esta zona de la península de Kenai.
El Old Town Bed & Breakfast ocupa un edificio de 1937 y es el alojamiento con más encanto de Homer. Como solo tiene tres habitaciones, reservar con antelación es esencial. En la planta baja está Bunnell Street Gallery, un espacio para exposiciones de arte, actuaciones y programas educativos, donde se suelen encontrar los creativos locales. A continuación se visita la Homer Spit, una pequeña península con playas rocosas y algunas zonas de arena, con numerosos bares y restaurantes. Se puede organizar una salida de pesca de halibut, un circuito de observación de osos o (por una suma cuantiosa) un recorrido en helicóptero por estos paisajes impresionantes.
Los restaurantes de Homer sirven el pescado y marisco más fresco que he comido en mi vida. Se puede comprobar en Captain Pattie’s, un local informal de pescado y marisco en la Spit. Salty Dawg Saloon, en un edificio que data de 1897, es toda una institución de Homer que atrae a turistas y lugareños por igual. Los más altos tendrán que agachar la cabeza para entrar en el bar. Si gusta la cerveza, no hay que perderse los tiradores con las novedades de la Homer Brewing Company.
Hay que tener en cuenta que en los meses más cálidos Homer puede llenarse de visitantes; se recomienda ir muy temprano por la mañana. A mi pareja y a mí nos gusta ir allí, hacer una fogata en la playa y asar salchichas y s’mores (y disfrutar de unas bebidas). Como la luz del día dura hasta tarde en verano, a veces uno se queda hasta más tarde de lo previsto. Al volver al B&B, se estará cansado y se olerá a fogata, señal ineludible de un día bien utilizado.
Tienda cerca del agua en Homer. ©Jay Yuan/Shutterstock
Día 6: Pasar el día en Homer
Si uno se levanta tarde, puede disfrutar de un buen desayuno en la Two Sisters Bakery. Se puede pasear por la Spit entre músicos locales y visitantes de todo el mundo. Uno puede dedicarse simplemente a ver pasar la gente.
Aunque no se sea un pescador experto (yo no lo soy), hay un lugar perfecto para intentarlo: la Nick Dudiak Fishing Lagoon (conocida como Fishing Hole), en la Spit. Después de hacerse con una licencia de pesca y el material adecuado, se puede intentar pescar salmón plateado o salmón real en esta laguna llena de peces.
Día 7: Pescar salmón y evitar osos
Toca ir a Kenai para empezar el regreso hacia Anchorage. Si el cielo está despejado, en el trayecto de 90 min no hay que perderse las vistas del monumental y majestuoso Denali, que queda a unos 250 km; los lugareños a menudo comprueban si “la montaña ha salido”. En la lengua atabascana de los koyukó, el nombre de la montaña significa “la Grande”, un nombre muy apropiado. Se recomienda alojarse en el Kenai Princess Wilderness Lodge, que ofrece servicios encantadores y buenas vistas.
Al cruzar el río Kenai y el río Russian, la carretera se estrecha, con riscos montañosos a un lado y aguas turquesas resplandecientes al otro. Los sedimentos molidos procedentes de los glaciares absorben y dispersan la luz solar, dándole al agua este aspecto tan vívido, casi mágico. En verano el río Russian está repleto de miles de salmones rojos, que atraen a numerosos pescadores.
Y no solo a pescadores. Si los osos están despiertos, es bastante probable que se vea alguno unos 200 m río abajo, buscando salmones también. Fue a orillas del río Russian donde tuve mi primer encuentro con un oso pardo salvaje: estaba recorriendo la orilla sur del río cuando escuché un característico gruñido grave. Me detuve de repente y empecé a caminar hacia atrás (nunca hay que darle la espalda o huir de un oso pardo) para regresar lentamente al sendero. Cuando volví con mi compañero de pesca, un oso pardo joven subió a lo alto de la colina donde yo estaba unos minutos antes, y entonces corrió hacia la orilla del río justo en el momento en el que otro pescador sacaba su presa del agua. El oso arrancó el salmón del hilo de pescar y subió a la colina. Toda las personas que estaban por allí pescando se pusieron a gritar... pero no sirvió de nada.
El senderismo por esta zona es excepcional (el sendero Russian Lakes es una gran opción para excursionistas de todos los niveles). Solo hay que ir siempre acompañado (nunca solo), hacer mucho ruido al avanzar por los senderos y no salir nunca sin espray para osos. Hay que llevar la comida bien guardada y evitar utilizar productos de higiene con aromas frutales.
Glaciar de Portage, en Whittier, Alaska. ©Susan Serna Photography/Getty Images
Día 8: Hacer algunas paradas de vuelta a Anchorage
El último tramo (3-5 h) lleva de vuelta a Anchorage. Hay quien querrá volver directo y pensar sobre lo que ha visto. Pero si se quiere ver todavía más, hay que hacer un pequeño desvío hacia Hope, una pequeña comunidad fundada en 1889 como pueblo de la fiebre del oro. Antes de llegar, a lo largo del arroyo de Resurrection, en el cielo se verán bandadas de águilas, que a veces vuelan a pocos metros de altura. Solo al verlos tan cerca se puede captar la inmensidad de sus alas.
Cerca de la salida de Portage está el Alaska Wildlife Conservation Center (19 €), que ayuda a preservar la fauna de Alaska a través de la conservación, la educación y la investigación; cuidan muchas especies de Alaska. Con suerte, uno puede encontrarte a unos pasos de los animales, que incluyen osos grises (hay verjas de seguridad). Una vez fui de visita y me encontré a los cuidadores dándoles de comer peces a los osos. Estaba tan cerca que a uno de los osos lo podía oler y lo oía respirar. Vi a un enorme macho adulto utilizando las garras como si fuese un delicado tenedor, desgarrando la carne del pez con precisión de chef, para luego acercarse la carne delicadamente a la boca. También se pueden ver águilas y alces, además de salmones saltando.
Dependiendo del tiempo que haga, también se puede visitar el glaciar de Portage, uno de los glaciares más accesibles de Alaska. Es un gran lugar para explorar y hacer excursiones, o simplemente para relajarse: muchas veces me siento junto al lago de origen glacial a contemplar el hielo azul claro flotando en el agua. Si hace viento, se necesitarán las mantas de las que te hablaba antes.
Al acercarse a la ciudad, se puede disfrutar de una dosis más de naturaleza en el santuario de aves de Potter Marsh, una zona protegida con una pasarela desde la que se puede avistar gansos de Canadá, ánades rabudos, patos lomiblancos, falaropos picofinos, somormujos cuellirrojos y alguna que otra águila calva. Es un lugar muy inspirador para terminar un viaje inolvidable.
El autor
Richard Perry
Soy yup’ik y gwich’in, del pueblo atabascano (los atabascanos se conocen habitualmente como nativos de Alaska). Soy artista y escritor, además de publicar regularmente como periodista. He vivido más de 18 años en Anchorage (Alaska), desde que me trasladé allí en el 2004 para cuidar de mi familia. Durante el tiempo que he pasado en Alaska he encontrado mucho más de lo que me esperaba. He aprendido acerca de mi familia y de las culturas indígenas a través de mi trabajo con comunidades nativas de Alaska. Esencialmente, he consolidado un sentido mayor de identidad. Si el viajero sigue este itinerario, espero que disfrute de una nueva perspectiva sobre las montañas, los glaciares, la naturaleza y la inmensidad de la región.