Célebre por sus carismáticos emperadores, poderosos ejércitos y refinada cultura, su legado artístico y cultural es extraordinario.
Se cree que la ciudad de Bizancio fue fundada en el año 667 a.C. por unos colonos de Megara (población al noroeste de Atenas). Tras una alianza con los romanos, la ciudad fue incorporada al imperio en el 79 d.C. A finales del s. III, el emperador Diocleciano [284-305] dividió el Imperio romano en una parte oriental y otra occidental, lo que desencadenó una guerra civil en la que Constantino I salió victorioso. En el año 330, Constantino trasladó la capital a Bizancio y la llamó “Nueva Roma”, aunque pronto sería conocida como Constantinopla.
Constantino murió en el año 337, pero la ciudad siguió creciendo bajo el reinado de emperadores como Teodosio I el Grande [379-395], Teodosio II [408-450] y Justiniano [527-565]. Los imperios de Oriente y Occidente habían estado separados desde la muerte de Teodosio I, aunque el último vínculo con Roma no se rompió hasta el año 620, cuando Heraclio I [610-641] introdujo el griego en detrimento del latín (hasta entonces lengua oficial), que marcó el inicio del Imperio bizantino.
Durante los ocho siglos posteriores, el imperio afianzó su independencia de Roma y adoptó el cristianismo ortodoxo. Gobernado por una serie de dinastías familiares, se erigió en la primera potencia económica, cultural y militar de Europa hasta que los turcos selyúcidas conquistaron buena parte de su territorio en el 1071.
En 1204, Constantinopla cayó en manos de los cruzados. Las poderosas familias bizantinas se exiliaron, y el imperio se desmembró. En 1261, Miguel VIII Paleólogo, emperador de Nicea, se afanó en restaurar el Imperio bizantino, pero este se hallaba sumido en guerras civiles. Finalmente cedió ante los otomanos en 1453, año en que Mehmed II Fatih el Conquistador, entró en Constantinopla. El último emperador bizantino, Constantino XI Paleólogo, murió defendiéndose de Mehmed.
En el s. XIII, un caudillo turco llamado Osmán (1258) y conocido como “Gazi” (Guerrero de la Fe) heredó un pequeño territorio de su padre. A partir de entonces se llamó a sus seguidores “osmanlíes” (nombre del que deriva la palabra “otomano”).
Osmán murió en 1324. Su hijo Orhan arrebató Bursa a los bizantinos en 1324, la convirtió en su base y se autoproclamó sultán del Imperio otomano. Salónica fue tomada a los venecianos en 1387, y Kosovo a los serbios en 1389, lo que marcó el inicio de la expansión otomana hacia Europa. La toma de la gran ciudad de Constantinopla y el control de las rutas comerciales terrestres entre Europa y Asia pronto se convertiría en el principal objetivo de la dinastía.
En 1451, con solo 21 años Mehmed II fue coronado sultán. El 29 de mayo de 1453, su ejército entró en Constantinopla y tomó la ciudad, lo que supuso el fin del Imperio bizantino. Mehmed recibió el título de Fatih (Conquistador) y encargó la reconstrucción y repoblación de la ciudad.
Mehmed murió en 1481, pero su obra fue continuada por dignos sucesores como Selim I [1512-1520] o Solimán I el Magnífico [1520-1566].
Tras la muerte de Solimán, el imperio fue perdiendo su poder. En 1683, el ejército otomano fue aplastado por el del Sacro Imperio Romano Germánico en la batalla de Viena, hecho que marcó el final de su supremacía militar y de su expansión hacia Europa.
Luego, una serie de sultanes incompetentes terminaron de agravar la situación. Hubo algunas excepciones (como Selim III [1789-1807), que intentó en vano modernizar el ejército, o Mahmut II [1808-1839], quien finalmente lo logró), pero fueron escasas. En el s. xix, las reformas políticas introducidas por Mahmut II y continuadas por Abdülmecit I [1839-1861] supusieron cierto avance hacia la modernidad, pero no bastaron para salvar el sultanato, que fue abolido en 1922. El último sultán de la dinastía de Osmán, Mehmed VI [1918-1922], se exilió en esta época, y Mustafa Kemal Atatürk pasó a ser presidente de la nueva República de Turquía.