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Al adentrarse en los oscuros pasadizos medievales de este templo, lo primero que asalta al visitante es un profundo ambiente de sobrecogimiento. Colas de peregrinos anonadados remontan las escaleras pasando por puertas y murales centenarios, deteniéndose brevemente para rellenar los cientos de lámparas de mantequilla que parpadean en la penumbra. Bienvenidos al s. XIV en el palpitante corazón espiritual del Tíbet.