La historia de Arabia Saudí incluye el distintivo olor a incienso, el desarrollo del orgulloso patrimonio de los nómadas beduinos y el rico legado del oro negro. Todo esto son minucias en comparación con el nacimiento del islam en las dos ciudades santas de La Meca y Medina. Durante los 14 siglos desde entonces, mientras el eco de la llamada a la oración resonaba en todo el país, se ha ido tejiendo una intrincada interacción entre religión y política que continúa hasta la fecha.
El sinfín de reinos e imperios que surgieron de las arenas del desierto de Arabia antes del profeta Mahoma tenían una cosa en común: el incienso. Los antiguos dioses eran aplacados con humo sagrado y los pueblos de Arabia se enriquecieron proporcionando incienso a los ávidos devotos del Antiguo Egipto, Persia y Roma. De estos estados comerciantes uno de los más fascinantes fue el de los nabateos: clanes beduinos que se congregaron en las extraordinarias ciudades gemelas excavadas en la roca de Madain Saleh (Arabia Saudí) y Petra (Jordania).
Los ejércitos de inspiración islámica crecieron de forma espectacular e hicieron añicos los decadentes imperios bizantino y sasánida, pero tras la muerte de Mahoma en el 632, Arabia volvió a caer en el letargo y se convirtió en un lugar económicamente insignificante en comparación con los sofisticados califatos omeya y abasí. Arabia solo se salvó de ser un lugar totalmente irrelevante gracias a la importancia espiritual de La Meca y Medina.
Las caravanas comerciales aún cruzaban el desierto, conectando las ciudades y pueblos del Hiyaz y del interior con las grandes ciudades del resto del mundo islámico, pero en 1517 los poderosos otomanos, dirigidos por Selim I, invadieron Arabia y se apoderaron de las dos ciudades santas. La conquista de la región por parte de no árabes fue muy mal recibida por la mayoría de los habitantes de la península.
En 1703 nació un hombre en la insignificante aldea-oasis de Al Uyaynah en Wadi Hanifa (Arabia central). Ese hombre, Mohammed Ibn Abd Al Wahhab, acabaría transformando la vida de todos los habitantes de la península Arábiga. Tras un período itinerante estudiando con eruditos religiosos, Al Wahhab volvió a Al Uyaynah y predicó su mensaje de purificación del islam y de regreso a los valores originales proclamados por Mahoma.
El programa reformista de Al Wahhab inicialmente tuvo mucho éxito e incluso logró convertir al jeque local. Sin embargo, los severos castigos que Al Wahhab impuso a quienes acusaba de brujería, adulterio y otros delitos hicieron que las autoridades locales se pusieran nerviosas y le desterraran. Al Wahhab buscó refugio en Diraiyah, a 65 km de Al Uyaynah, donde el emir local, Mohammed Ibn Al Saud, le ofreció protección. Al Wahhab proporcionó legitimidad religiosa a los Al Saud, que, a cambio, le ofrecieron protección política. Juntos construyeron una base de poder cimentada en la formidable combinación de política y religión.
Con la creciente indignación en toda Arabia porque las ciudades santas de La Meca y Medina estaban bajo el control no árabe de los otomanos, el emirato saudí-wahabita empezó a expandirse rápidamente. A la muerte de Al Saud le sucedió su hijo Abdul Aziz, que en 1765 tomó Riad, la ciudad rival de Diraiyah en Arabia central. En 1792 murió Al Wahhab, pero la inexorable expansión del emirato saudí-wahabita continuó.
En 1803 el ejército saudí-wahabita marchó sobre las ciudades santas del Hiyaz y derrotó al jerife Hussain de La Meca. El emirato saudí-wahabita fue reconocido por las autoridades de La Meca. Este primer imperio saudí se extendía desde Al Hasa, al este, hasta el Hiyaz, al oeste, y Najran, al sur.
Pero esa situación no duró mucho. El sultán otomano Mahmud II ordenó a su poderoso virrey de Egipto, Mohammed Ali, que recuperara el Hiyaz en nombre del sultán. Apoyados por muchas tribus árabes resentidas por el dominio de los saudíes-wahabitas, los ejércitos de Mohammed Ali capturaron La Meca y Medina en 1814 y conquistaron Diraiyah, el baluarte saudí-wahabita, el 11 de septiembre de 1818. Mohammed Ali coronó su triunfo ejecutando a Abdullah Ibn Al Saud (el sucesor de Abdul Aziz).
Los Al Saud pasaron el resto del s. XIX luchando contra los otomanos, contra tribus rivales y entre ellos sin aparentes logros. La batalla decisiva para el futuro de la Arabia moderna llegó en 1902, cuando Ibn Saud, de 21 años, y su pequeño grupo de seguidores asaltaron Riad al amparo de la noche y capturaron la fortaleza.
Con hábil diplomacia y el impulso que le dio su exitosa campaña militar, Ibn Saud orquestó un congreso en el que el clero islámico de Arabia condenó al jerife Hussain (jefe superior de La Meca) por ser una marioneta de los turcos. El jerife Hussain respondió autoproclamándose rey de los árabes. En 1925 los saudíes-wahabitas tomaron La Meca y Medina; al año siguiente Ibn Saud se autoproclamó rey del Hiyaz y sultán del Najd, y el 22 de septiembre de 1932 anunció la creación del Reino de Arabia Saudí.
En 1933 Arabia Saudí firmó su primera concesión petrolera. Cuatro años más tarde, la Arabian American Oil Company (Aramco) descubrió cantidades comerciales de petróleo cerca de Riad y Dammam. En 1943 el presidente Roosevelt proclamó la importancia política del reino al declarar que Arabia Saudí era “vital para la defensa de EE UU”.
En 1964 el rey Faisal empezó a hacer que sus súbditos disfrutaran de una parte de los beneficios económicos del petróleo: introdujo la sanidad gratis para todos los saudíes e inició un boom de la construcción que hizo que Arabia Saudí pasara de ser un empobrecido reino del desierto a ser una nación con infraestructuras modernas.
En respuesta al apoyo incondicional de EE UU a Israel, Arabia Saudí impuso un embargo de petróleo en 1974 que cuadruplicó el precio mundial del petróleo y sirvió para recordar al mundo la importancia de este país en una economía totalmente dependiente del petróleo.
Aunque el petróleo ha hecho que sea uno de los países más ricos del mundo, Arabia Saudí siempre ha sabido que este era finito y en abril del 2016 lo hizo público formalmente al anunciar el plan Saudi Vision 2030, cuyo objetivo principal es desligar la economía de la excesiva dependencia de los ingresos del petróleo. Se trata del mayor reconocimiento público por parte de uno de los países del Golfo de que esta fuente de riqueza pronto se agotará.
En 1975 el rey Faisal fue asesinado por un sobrino y el trono pasó a manos de Khaled, un hermano de Faisal. En 1979 la Gran Mezquita de La Meca fue tomada por 250 fanáticos seguidores de Juhaiman Ibn Saif Al Otai, un líder wahabita, que proclamaba que Mahdi (el mesías islámico) aparecería en la mezquita ese día. Durante dos sangrientas semanas de lucha murieron 129 personas. En 1980 estallaron disturbios en la población de Al Qatif (centro de los 300 000 chiíes del reino) que fueron brutalmente reprimidos. Ambos sucesos dejaban al descubierto las tensiones latentes en la sociedad saudí.
Cuando el rey Khaled murió en 1982, su hermano Fahd se convirtió en rey y una de sus prioridades fue demostrar que el reino era un amigo moderado y de fiar de Occidente. En 1986 se autoproclamó “custodio de las dos sagradas mezquitas”, un título que confirmaba la soberanía saudí sobre las ciudades más sagradas del islam, La Meca y Medina, en un intento de otorgar legitimidad a la familia real saudí a ojos del resto del mundo islámico.
Sin embargo, esta legitimidad quedó socavada cuando Iraq invadió Kuwait en 1990 y Arabia Saudí permitió a tropas militares extranjeras operar desde suelo saudí. En 1991 intelectuales liberales enviaron al rey Fahd una petición que reclamaba reformas y una mayor apertura. Acto seguido, los conservadores islámicos enviaron una petición en contra. Esta lucha se mantiene hasta hoy.
En 1993 el rey Fahd sufrió una grave apoplejía y el control del reino pasó a manos de su hermanastro, el por entonces príncipe heredero Abdalá. Este tuvo que lidiar con los atentados terroristas del 11 de septiembre en EE UU, en los que estuvieron implicados varios saudíes, y prometió reformas religiosas y educativas. Tras la muerte de Fahd en el 2005 y su ascensión al trono, Abdalá también supervisó
el primer gran cambio que benefició a las mujeres. Por primera vez estas pudieron competir en los Juegos Olímpicos y se les dio derecho a votar en los consejos municipales. El hermanastro de Abdalá y actual rey, Salman, heredó el trono a los 79 años tras la muerte de Abdalá en el 2015.
El reinado de Salman ha destacado por los continuos cambios de príncipe heredero. Su hermanastro, el príncipe Muqrin Bin Abdulaziz Al Saud, fue el primero, antes de ser rápidamente sustituido por su sobrino, el príncipe Mohammed Bin Nayef. Dos años después, el príncipe Nayef falleció y fue sustituido por el hijo del rey Salman, Mohammed Bin Salman, el auténtico impulsor de las actuales reformas sociales y económicas, y ampliamente considerado como el que realmente ostenta el poder en la sombra.