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Para empezar lo que atrapa es la escarpada inmensidad del cañón, una hendidura de dos mil millones de años que desgarra el paisaje. Pero es la mano artística de la naturaleza (crestas moteadas por el sol, aisladas muelas carmesí, oasis exuberantes y un río serpenteante) lo que llama la atención y obliga a regresar. Se puede explorar el cañón a pie, en bicicleta, por el río o sobre una mula. O sentarse junto al Rim Trail y ver cómo la tierra cambia de color.