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Con su alegre comunidad multiétnica, la cosmopolita capital de Nueva Caledonia es a la vez refinada y sencilla, elegante e informal; se asienta en una gran península, rodeada por bahías, y ofrece actividades variadas. Se puede comer en los animados restaurantes franceses del Barrio Latino, los bistrós a orillas del mar o, por las noches, en las furgonetas que sirven platos por una verdadera miseria en un aparcamiento. Los adictos a las compras pueden quemar sus ahorros con la moda parisina más actual o bien ir a la caza de gangas en textiles asiáticos importados.