La isla de Formentera, con una extensión de 20 km de longitud (12 120 hab.), es un precioso lugar para escapar de todo. El ritmo de vida es lánguido y gozoso, los días transcurren apaciblemente en algunas de las playas más exquisitas de Europa: playas de arena blanca lamidas por increíbles aguas de tono azul, turquesa, y lapislázuli. El turismo está sometido a un estricto control medioambiental; no hay gran cosa que visitar y la vida nocturna es escasa.
Se puede empezar visitando las tiendas de la pequeña ‘capital’ de la isla, Sant Francesc Xavier, con su iglesia-fortaleza encalada, para dirigirse luego a alguna de las playas.
En la península de Sa Mola, al sureste, se halla el famoso Far de Sa Mola, del s. XIX. Desde aquí, hay que retroceder un corto trecho hasta la Platja de Migjorn, donde se concentran chiringuitos y restaurantes de marisco.