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La capital se hace llamar “belleza en el agua”, un nombre muy acertado. Sus resplandecientes canales reflejan la sesgada luz del norte sobre los rojizos edificios, y perderse en las sinuosas calles adoquinadas de Gamla Stan es pura magia. Virtudes estéticas aparte, Estocolmo ofrece museos y restaurantes de primera y todas las tiendas imaginables. Su limpio y eficiente transporte público y sus habitantes políglotas facilitan enormemente los desplazamientos, y la jornada puede acabar en un cómodo hotel de diseño.