Con sus espectaculares fuentes, sus palazzi barrocos y su abigarrado despliegue de artistas callejeros, vendedores ambulantes y turistas, Piazza Navona es el elegantísimo escenario del centro de Roma. Construida sobre el estadio de Domiciano (del s. I), se pavimentó en el s. XV y, durante casi 300 años, fue la sede del principal mercado de la ciudad.
Para coger la plaza en su momento más cautivador, lo suyo es ir a primera hora de la mañana --antes de que llegue el gentío-- o ya oscurecido, con las fuentes iluminadas. Para rellenar la botella de agua, uno de los llamados nasoni ofrece agua potable al norte de la plaza.
Es típico el mercado navideño que instalan en diciembre (hasta el 6 de enero).
Aquí la gran pieza central es la Fontana dei Quattro Fiumi, de Bernini, una suntuosa fuente con un obelisco egipcio y musculosas personificaciones de los ríos Nilo, Ganges, Danubio y Plata. Es fama que la figura del Nilo se está protegiendo los ojos para evitar ver la iglesia de Sant’Agnese in Agone, diseñada por Borromini, el acérrimo rival de Bernini. Lo cierto es que Bernini había completado su fuente dos años antes de que Borromini empezara a trabajar en la fachada del templo, y el gesto solo indicaba que, en ese entonces, las fuentes del Nilo seguían pendientes de descubrir.
También destaca la Fontana del Moro, en el extremo sur de la plaza; la diseñó Giacomo della Porta en 1576. Bernini añadió el moro a mediados del s. XVII, pero los tritones circundantes son copias del s. XIX. En el extremo norte de la plaza, la decimonónica Fontana del Nettuno representa a Neptuno luchando con un monstruo marino y rodeado de ondinas.
Merece la pena admirar, además de las fuentes, la iglesia de Sant’Agnese in Agone. Con su teatral fachada y su rico interior con cúpula, es típica del estilo barroco de Francesco Borromini. Esta iglesia, que alberga regularmente conciertos de música clásica, se dice que se ubica en el lugar en que la mártir Inés obró un prodigio antes de que la mataran. Según la leyenda, cuando sus verdugos la desnudaron, su pelo creció milagrosamente hasta cubrir su cuerpo, preservando su pudicia.
También es notable el Palazzo Pamphilj encargado por Giovanni Battista Pamphilj para celebrar su elección como papa Inocencio X. Este elegante palacio barroco fue construido, entre 1644 y 1650, por Borromini y Girolamo Rainaldi. Dentro hay una serie de imponentes frescos de Pietro da Cortona, pero al edificio, que desde 1920 funge de embajada de Brasil, solo se puede acceder en visitas guiadas reservadas con antelación.
Como tantos iconos de la ciudad, esta plaza se ubica sobre un monumento antiguo, en este caso el estadio de Domiciano, que tenía cabida para 30 000 espectadores y a cuyos restos subterráneos se puede acceder por Via di Tor Sanguigna. Aquí se celebraban competiciones atléticas; de ahí el nombre Navona, corrupción del griego agon (= juegos públicos). Pero aquel estadio se fue deteriorando, y no fue hasta el s. XV que se pavimentó, tomando el testigo del Capitolio como sede del principal mercado de la ciudad.
Restaurantes cercanos
Alrededor de Piazza Navona, Campo de’ Fiori y el Panteón, hay todo tipo de sitios para comer, entre ellos algunos de los mejores restaurantes de la capital (tanto modernos, como tradicionales), varias heladerías excelentes y una serie de recomendabilísimos locales de comida callejera. (También hay centenares de carísimas trampas para turistas.) Al sur, el cautivador gueto es perfecto para probar la cocina judía romana tradicional.
Situado en la planta baja del Palazzo Braschi --en el confín sur de la plaza--, Vivi Bistrot es un lugar encantador para comer algo a mediodía. Otra buena opción es Etablì, un bar-restaurante muy cool del dédalo de callejas que hay al oeste de la plaza.
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