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Tartu supone para Estonia lo que Oxford y Cambridge para Inglaterra. Al igual que en estas ciudades, la presencia de una universidad antigua de gran reputación y la población estudiantil le imprimen un carácter especial. Existe un museo casi en cada esquina y, por lo visto, un garito en cada sótano. En días soleados, la colina del centro de la ciudad resulta el mejor lugar para observar los eternos clichés de la vida universitaria: cotorreo, romance y alcohol a raudales.