A pesar de no ser la catedral, muchos barceloneses consideran a la basílica de Santa Maria del Mar su templo más querido ‒de hecho, es conocida popularmente como “catedral del mar” o “catedral de La Ribera”‒. Gracias a la armonía de sus proporciones, es uno de los ejemplos más perfectos de arquitectura gótica, y el interior transmite serenidad a todo aquel que se sienta en sus bancos. Con tres naves y altas columnas, forma una estructura que ninguna otra construcción medieval superó en todo el mundo. Al entrar, vale la pena recorrerla y darse la vuelta para admirar su enorme rosetón, destruido durante un terremoto y reconstruido en el s. XV, y si se coincide con un concierto, no hay nada más inspirador que asistir a él en este templo de acústica perfecta, y si es de órgano, mejor que mejor.