Pequeñas calas rodeadas de acantilados rocosos conforman gran parte del paisaje de la Costa Brava, el tramo litoral más agreste de Cataluña, que se extiende a lo largo de 214 km desde Portbou hasta la desembocadura del río Tordera, cerca de Blanes, frente a un mar azul que, cuanto más al norte, más embravecido se presenta. Esta costa, amada e inmortalizada por pintores y escritores de la talla de Salvador Dalí o Josep Pla, guarda rincones tan singulares como el aislado pueblo de Cadaqués, célebre por su vinculación con el propio Dalí; el golfo de Roses, siempre atento al canto de los pájaros que anidan en el Parc Natural dels Aiguamolls de l’Empordà, uno de los humedales más importantes de la península Ibérica; el archipiélago de las Illes Medes, con un fondo submarino que parece extraído de un reportaje del malogrado Jacques Custeau; Begur, pueblo de aire medieval donde los haya; Calella de Palafrugell, que luce una de las calas más bellas de toda la costa y donde cada verano se oye cantar habaneras mientras se bebe un cremat; Palamós, célebre por sus gustosas gambas de un rojo intenso; Sant Feliu de Guíxols, ciudad de aspecto señorial con un festival de música de talla internacional; o Tossa de Mar, con su propio recinto amurallado frente al mar. Pero la Costa Brava es mucho más que la suma de sus paisajes y localidades, pues en sus playas cada verano se celebran actividades acuáticas de todo tipo y el número de restaurantes de calidad, cuyas cartas se nutren de la mejor cocina marinera y de las típicas recetas ampurdanesas, crece día a día.