Declarada Patrimonio de la Humanidad, Cuenca es una de las ciudades más memorables de España. Su casco antiguo es como un escenario que reúne evocadores edificios medievales, muchos de ellos pintados de vivos colores, amontonados en un pronunciado promontorio allí donde convergen dos profundas gargantas fluviales. Sus calles, estrechas y sinuosas, separan casas altas con balcones de madera que, literalmente, dan a los altísimos acantilados. Y a pesar de su antigüedad y de estar catalogada por la Unesco, en un giro irónico de guion Cuenca se ha erigido en un vórtice del arte moderno abstracto. Dos de sus edificios más emblemáticos –incluido el de las famosas Casas Colgadas– han transformado su interior para convertirse en galerías modernas; una tendencia que han seguido la mayoría de hoteles, museos y restaurantes de la ciudad. Como sucede con muchas ciudades, la parte nueva de la ciudad, que rodea la antigua, se ve moderna y anodina. Lo mejor no prestarle mucha atención al llegar, y es que sobre el cerro rocoso un mundo totalmente distinto aguarda al viajero.