Descubriendo Corea del Sur al volante: desde Seúl hasta Busan
Corea del Sur es mucho más que su capital de neón. En concreto, una costa oriental dotada de playas, una “ciudad dorada” olvidada por el tiempo y el bullicioso puerto de Busan.
Un antiguo proverbio coreano dice: “Aunque tengas que ir de rodillas, visita Seúl”. Hoy, Seúl, la capital de Corea del Sur –un mastodonte de 10 millones de habitantes– concentra la atención del país. De las calles rápidas que rodean las boutiques de Apgujeong a los bares y restaurantes modernos de Hongdae y Edae, es un océano vibrante de actividad y neón que bulle de vida. Para quienes buscan algo más tranquilo y quieren conocer la auténtica Corea, más allá de las agitadas orillas catódicas del río Han, está la ruta a Busan.
La segunda ciudad de Corea del Sur emite una señal leve en el radar turístico, diminuta ante la imponente presencia de Seúl, a 320 km; pero es una animada ciudad portuaria y un destino global por derecho propio, con más de 3,5 millones de habitantes, famosa por su marisco, sus termas naturales, sus montañas y su alegre ambiente costero.
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Hay muchas opciones para viajar en coche entre ambas ciudades (en el mapa, en diagonal desde arriba a la izquierda), pero nosotros elegimos la más pintoresca: una ruta de 459 km en forma de 7. Salimos de Seúl rumbo al este, a la costa, donde viramos a la derecha y empezamos el suave descenso a Busan, con el mar de Japón siempre a nuestra izquierda.
Las carreteras surcoreanas son finas, modernas y cuidadas; pero como sucede en todas las grandes ciudades, liberarse de los tentáculos del tráfico que sale de las entrañas de Seúl es toda una proeza. Cuando llegamos al océano en Gangneung ya es media tarde del día uno, y estamos más que dispuestos a aparcar, probar el extraordinario marisco local y explorar la preciosa playa Gyeongpo.
Playa Gyeongpo, Gangneung, Corea del Sur © Luke W. Choi / Shutterstock
Nuestro alojamiento es de los más extraordinarios que he visto o conocido jamás. El Haslla Art World Museum Hotel está diseñado como una colosal obra de arte, explorando la armonía entre la humanidad y la naturaleza. Cada una de sus 24 habitaciones es única, y la mía tiene un enorme bol de madera para dormir que representa el útero materno. Al lado, una bañera de piedra con forma de corazón ofrece grandes vistas de la costa, con los amorfos picos de Corea del Norte al fondo.
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Estamos muy cerca de la frontera y son muchos los indicios de que Corea es una nación dividida. A la mañana siguiente pasamos con el coche ante un “indicio” monumental en las afueras de Gangneung; un submarino norcoreano cautivo, exhibido con orgullo como un trofeo de caza. La nave, de 35 m de largo, apresada en 1996 mientras espiaba las instalaciones mineras de la zona, hoy está en el Parque de la Unificación, un museo al aire libre sobre la Guerra de Corea.
Cerezos en flor en la carretera a Gyeongju, Corea del Sur © ST Travel / Shutterstock
Desde aquí nuestro trayecto al sur es agradable y tranquilo: la Carretera Nacional 7 sigue la escarpada costa hasta Busan, y nos lo tomamos con calma, serpenteando entre arrozales, bosques y túneles de montaña mientras las playas doradas menguan y desaparecen a nuestra izquierda.
Paramos a almorzar cerca de Samcheok y nadamos en la playa Maengbang, que parece un pedacito de California. Todo, desde el atuendo de los socorristas –al más puro estilo Los vigilantes de la playa– hasta la perfecta arena blanca, las olas que se enroscan y las torres de vigilancia parece gritar “Santa Mónica” a pleno pulmón; excepto el socorrista con el megáfono, que grita que la playa va a cerrar, y tenemos que irnos.
El objetivo de nuestra segunda noche es Gyeongju, la “ciudad dorada”, desde donde la todopoderosa dinastía Silla gobernó Corea durante más de 1000 años. En su momento álgido, en el s. IX, tenía un millón de habitantes y era comparable a la Roma de su época. Hoy es un fascinante recuerdo a gran escala: “el museo sin paredes”.
Para ponernos en modo histórico pasamos la noche en un hanok tradicional de madera en el que, a pesar de solo contar con una yo (colcha) y calefacción en el suelo, dormimos un sueño plácido.
A la mañana siguiente, pasear por los bellos templos, palacios y jardines de Gyeongju es como dar una vuelta por las páginas ilustradas de un cuento de hadas. El punto de interés más destacado de la antigua capital –visible desde casi todas partes– son las tumbas reales silla. Los 56 gobernantes de la dinastía yacen en ellas; son la versión coreana de las pirámides, y es posible pasear entre estos túmulos cubiertos de hierba que alcanzan hasta los 40 m de altura.
Observatorio Cheomseongdae, Corea del Sur © photo_jeongh / Shutterstock
De camino a almorzar kimchi pasamos ante otra construcción extraordinaria: el Observatorio Cheomseongdae. Construido a mediados del s. VII por orden de una reina silla, esta torre de aspecto sencillo es en realidad un diabólico puzle de piedra, diseñado para fracturar la luz del sol y la de la luna con algún propósito que los expertos todavía analizan a día de hoy.
Nos alejamos en coche bajo la atenta mirada del majestuoso buda Seokguram, el coloso silente de la colina que hay sobre Gyeongju y que lleva más de 1300 años custodiando la ciudad dorada.
Desde aquí hay solo 80 km hasta la costa sur y la bulliciosa ciudad portuaria de Busan. Como una hermana pequeña traviesa de Seúl, es un hormiguero de actividad junto al mar de la China Oriental, donde montañas, playas, bares frente al mar y puestos de comida callejera forman una de las ciudades más divertidas y subestimadas de la región.
Mercado Jagalchi en Busan, Corea del Sur © Roman Babakin / Shutterstock
Pedimos una humeante selección de marisco en el extenso mercado de pescado de Jagalchi (incluidos gusanos de mar, más apetitosos de lo que el nombre sugiere) y nos sentamos a comer en Haeundae, la mejor playa de la ciudad, brindando por el fin de nuestro recorrido por el país.
Corea del Sur no es un país grande, pero resulta extraordinariamente bello, rico y cautivador cuando uno deja atrás las marcas internacionales y las luces brillantes de Seúl. Quizá ha llegado el momento de darle la vuelta al antiguo proverbio coreano: “Aunque tengas que superar el tráfico, sal de Seúl”.
Playa Haeundae de Busan, Corea del Sur © Teerachat paibung / Shutterstock
Hoja de ruta
- Inicio Tómese la Yeongdong Expressway (Route 50) que sale de Seúl, en dirección este hacia Gangneung.
- Final La Route 7 termina en la costa sur, en el distrito Jung de Busan (literalmente, “distrito central”)
- Distancia 459 km
- Cómo llegar a Seúl Volar al aeropuerto Incheon de Seúl (ICN); allí abunda la oferta de alquiler de vehículos.
- Cuándo ir En temporada media. En mayo y septiembre, la campiña surcoreana se viste de colores extraordinarios y todavía hace buen tiempo para bañarse en la playa. Conviene evitar los meses de noviembre a marzo, cuando la temperatura cae y suele nevar.
- Dónde alojarse En Seúl es buena idea alojarse en una pensión tradicional de madera, un hanok, en Bukchon o Ikseon-dong.
- Más información www.visitkorea.or.kr