Chile, un destino sorprendente
Chile es conocido por ser un país de poetas en todo el mundo de habla hispana y más allá. Tal fama es, en parte, un reconocimiento al hecho de que dos chilenos recibieron el Premio Nobel de Literatura por su poesía. Primero fue Gabriela Mistral, en 1945; pero fue el segundo premiado, Pablo Neruda, quien fijó la reputación del país como puntal de la poesía.
Peregrinar a los lugares que inspiraron a uno de los poetas más traducidos del s. XX es una de las experiencias más intensas de la cultura chilena.
Tres portales al alma poética de Chile
Un viaje para descubrir el alma azotada por el mar de Chile no puede dejar de incluir una inmersión en la vida y el legado del extravagante Neruda. La Academia Sueca dijo de él, al concederle el premio literario más prestigioso del planeta en 1971, que “daba vida al destino y los sueños de un continente” pero, aunque su obra elogiaba a toda Latinoamérica, de México al Machu Picchu y la Patagonia, Chile fue el país sobre el que escribió de una forma más extensa y evocadora. Sus paisajes le ayudaron a componer sus mejores obras, y su inspiración brotó a raudales en los lugares en los que vivió.
A lo largo de su vida, Neruda tuvo tres casas en Chile, y es en ellas donde su espíritu –y también el del país– brilla hoy, 44 años después de su muerte, con más fulgor. Las antiguas residencias del poeta se hallan en el bohemio barrio de Bellavista, en Santiago, en el áspero y animado puerto marítimo de Valparaíso y en el idílico retiro de Isla Negra, en una escarpada costa, 70 km al sur. A lo largo de sus agrestes 4250 km de punta a punta, Chile es una cueva del tesoro de famosas atracciones naturales, pero estos tres fotogénicos destinos en la zona central de la nación ofrecen una visión fascinante de la cultura de todo el país.
La Chascona, Bellavista, Santiago
El barrio bohemio de la capital chilena durante medio siglo, Bellavista, tiene unas vistas que hacen honor a su nombre. Sube por los laterales del segundo cerro más alto de Santiago, el cerro San Cristóbal (880 m), y cuenta con casas de colores vivos que flanquean un impresionante despliegue de restaurantes y bares; pero su encanto vanguardista surgió cuando su primer residente famoso, Pablo Neruda, se instaló allí en los años cincuenta.
En una fuerte pendiente con gradas, encaramada en la ladera de la colina que mira a las montañas de Chile, y con un arroyo que cruza el recinto se halla La Chascona, tan cerca del zoo de la ciudad, en el cerro San Cristóbal, que se oye rugir a los leones, según decía Neruda. El poeta empezó a construirla como refugio para él y su entonces amante y futura esposa, Matilde Urrutia. Su influencia en la construcción fue inmediata y llamativa: al ver los planos del arquitecto, con la casa orientada al alba y a la ciudad, Neruda decidió cambiarlos para que la casa mirara al noreste, a los Andes. La residencia se convirtió en la fantasía del poeta. Neruda era coleccionista, y sus casas, como su poesía, se convirtieron en reflejos de lo que coleccionaba.
En su residencia de Santiago los objetos coleccionados son muy ‘chilenos’. Las típicas vides de esta región del país decoran el camino de entrada. La inspiración marina se hace evidente en todas partes, desde las muchas boyas de pesca de cristal hasta los pilares de madera de deriva, un salón que parece un faro y un comedor diseñado como el camarote de un capitán. En este país estrecho y alargado que abraza la costa, el mar nunca queda lejos; y en las casas de Neruda está siempre presente, impregnado en la estructura de los edificios.
Neruda puso de moda Bellavista como refugio de artistas e intelectuales, y La Chascona acogió a muchos de ellos, incluido el muralista mexicano Diego Rivera, que pintó un retrato de dos caras de Urrutia que permanece en la casa. Una de las caras muestra a la Urrutia que la gente conocía, la otra, a la Urrutia que Neruda amaba, con la cara del poeta reflejada en sus cabellos rizados. Fueron esos cabellos rizados de su amada los que dieron nombre a La Chascona, y la casa está llena de los detalles íntimos de su historia de amor, de objetos que fueron pasiones, secretos y bromas compartidas. Reina la sensación de que tanto Neruda como Urrutia pueden aparecer en cualquier momento, riéndose, saliendo de cualquier habitación. En este sentido, La Chascona va más allá de su rol de museo: uno se siente como si visitara la casa en el pasado, junto al poeta y su musa. “he aquí levantada la casa chascona”, escribió Neruda, “con agua que corre escribiendo en su idioma".
La Sebastiana, Valparaíso
Neruda tenía mucho que decir de su amada ‘Valpo’, la excéntrica y chapada a la antigua ciudad portuaria de Valparaíso: sus callejones entrelazados y los ascensores traqueteantes que suben por laterales de acantilados vertiginosos captaron la imaginación del poeta de un modo que la capital no supo hacer. “Santiago es una ciudad prisionera, cercada por sus muros de nieve. Valparaíso, en cambio, abre sus puertas al infinito mar, a los gritos de las calles, a los ojos de los niños”, escribió.
Como muchas casas de Valparaíso, La Sebastiana se halla sobre un laberinto de callejones, en precario equilibrio sobre las cuestas empinadas por encima del puerto.
Neruda describe esta casa como “colgada del firmamento, de la estrella, de la claridad y de la oscuridad”. En su interior hay una Valparaíso en miniatura de calles estrechas y escaleras empinadas, que a menudo solo llevan hasta ventanas, paredes y balcones. El poeta quería que La Sebastiana evitara los límites de la arquitectura convencional: convirtió la tercera planta en una jaula de pájaros donde las aves eran libres, y la azotea, en un helipuerto para posibles viajes a las estrellas. El mobiliario es más normal que el de La Chascona, apropiado para una casa que fuera la puerta al mundo de Chile, y para un propietario que obtuvo fama internacional por su poesía. Mapas exóticos y recuerdos reflejan los muchos viajes de Neruda como diplomático, una carrera en la que se aventuraban muchos escritores chilenos.
Vista desde fuera, con la chimenea que se alza desde el tejado, la casa recuerda a los barcos de vapor que todavía llegaban a Valparaíso en la época de Neruda. Como los barcos que veía a través de la ventana, Neruda capitaneaba La Sebastiana como su propio bajel, quizá rumbo al mar de su consciencia. El poeta se refería a sí mismo como un marinero de estuario, cautivado por el mar pero que prefería la estabilidad de tierra firme para contemplarlo.
Casa de Isla Negra, Isla Negra, El Quisco
Al sur de la rocosa costa de Valparaíso, Isla Negra es una zona de escarpado litoral que los residentes ricos de Santiago frecuentan y convierten en un lugar tranquilo de retiros vacacionales, marisquerías increíbles y olas imponentes. También es una comunidad de escritores y artistas, sobre todo porque su antiguo residente, Neruda, pasó la mayor parte de su vida en Chile en esta casa.
Como resultado, la casa de Isla Negra contiene más objetos de Neruda que ninguno de sus otros hogares, incluidas elaboradas vitrinas para los ‘tesoros’ que el océano Pacífico entregaba a Chile: hay salas llenas de mascarones de proa, anclas, cartas náuticas, conchas… Neruda describió los restos de naufragios que arribaban a la costa con las olas; y en una ocasión el mar le dejó el escritorio de un barco, que él después usó para escribir.
No sorprende que Neruda escribiera muchos de sus mejores poemas en Isla Negra, un hogar bañado por esa mágica luz que solo tienen las localidades costeras, enmarcado por un tramo de costa escarpada y el mar tempestuoso. Neruda y Urrutia están enterrados en el exterior de la casa. “Después, cuando no viva”, escribió en Yo volveré, “aquí buscadme, buscadme entre piedra y océano, a la luz procelaria de la espuma”.
Y los visitantes le siguen buscando; son tantos que dan cuenta de lo importante que fue Neruda para Chile y para el mundo, por su personalidad desbordante, que dejó tras de sí enormes dosis de belleza que disfruta el resto de la humanidad.