Llevo una semana trabajando en Chamonix y todavía no he visto la cumbre del mítico Mont Blanc, el techo de Europa. A pesar de que sus 4.810 metros presiden el paisaje de este valle alpino, la niebla está haciendo la vida imposible a los que han venido hasta aquí para disfrutar de las montañas. Se conoce que aquí están acostumbrados a los caprichos de la climatología, por lo que afortunadamente la localidad está bien surtida de todo tipo de actividades alternativas en forma de tiendas, cafés con encanto, spas y museos. No fuera a ser que el mal tiempo arrastrara a los turistas hacia otros lares.
Tras recorrer todas las chocolaterías de la localidad descubro, en una placita del centro de Chamonix, una estatua de dos caballeros mirando hacia el lugar donde —detrás de las nubes, se supone— se erige la cima del Mont Blanc. Uno de ellos (el que apunta con el dedo) no es otro que Jacques Balmat, el primer hombre que ascendió la cumbre mítica. Balmat no era un héroe, ni un aristócrata en busca de fama, ni un alpinista, concepto que en el siglo XVIII ni siquiera estaba forjado. Era un simple cazador local que trabajaba recolectando las piedras semipreciosas que pueblan estas latitudes alpinas. Cuando Balmat se enteró de que un médico del pueblo, el señor Michel-Gabriel Paccard, tenía la intención de ascender al monte no dudó ni un momento en ofrecérsele como guía. El Doctor Paccard tenía una rencilla personal con un reputado científico de Ginebra con quien se disputaba ciertas verdades no contrastadas sobre la cima de la mítica cumbre alpina. Así pues, la rivalidad profesional fue la mecha que encendió la determinación que llevó al doctor, y por extensión a su guía, a emprender la ascensión al Mont Blanc en agosto de 1786.
Y así, con sus toscas cuerdas de cáñamo, sus ropajes de lana y sus aparatos de medición los dos hombres se lanzaron a conquistar la gran montaña en solitario. La ascensión no estuvo exenta de dificultades, accidentes y penurias, pero contra todo pronóstico Balmat y Paccard alcanzaban la cima a las seis y media de la tarde del 7 de agosto de 1786. Plantaron un bastón en la cima con una bufanda roja atada ondeando al viento y emprendieron un descenso que fue largo y penoso, sobretodo para Paccard que se había quedado casi ciego por el resplandor de la nieve. Le faltaron las gafas de sol que se inventarían un siglo más tarde.
Volviendo a mirar la estatua me sorprendo al ver que el caballero que acompaña a Balmat en este retrato de inmortalidad no es el doctor Paccard, sino un tal Horace-Bénédict de Saussure. Este elegante señor no es otro que aquel científico de Ginebra, quien no contento con la gesta conseguida por su rival, se propuso (y lo consiguió) ascender él mismo el Mont Blanc un año más tarde. A la cima también le acompañó Balmat además de un equipo formado por su mayordomo personal y diecisiete guías. A Saussure se le considera el padre del alpinismo moderno y de ahí que su estatua presida hoy la plaza central de Chamonix. ¿Y qué fue de Paccard? ah, sí, a Paccard también le hicieron una estatua, más tarde, más modesta y algo más escondida. Al fin y al cabo él solo era un modesto doctor de pueblo.
Más información: www.chamonix.com y www.rendezvousenfrance.com
Texto: Kris Ubach