Las Feroe, naturaleza y sentimiento de comunidad
Pese a su espectáculo natural –grandes acantilados de lava basáltica, cascadas vertiginosas, páramos verde esmeralda–, es la calidez de su comunidad tan unida lo que hace de las islas Feroe un destino tan adorable.
La cena en el B&B de Oda © Eric Stoen
La naturaleza se luce a lo grande en las Feroe. Este remoto archipiélago –parada volcánica de aves migratorias a medio camino entre Islandia y Escocia– está lleno de acantilados míticos, cascadas atronadoras que desembocan en el Atlántico Norte y escarpadas colinas de color verde esmeralda bañadas por rayos crepusculares. Y hay algo que une todo esto: el sentimiento de comunidad.
El puesto de gofres y café, con dos clientes, en Tjørnuvik © Eric Stoen
Ni importa si se visitan para ir de excursión, practicar escalada, relajarse o simplemente maravillarse, es difícil sentirse turista en las Feroe. Los visitantes reciben una cálida bienvenida en restaurantes y tiendas, o se les para por la calle para charlar. En el pueblo de Tjørnuvik se disfruta, entre gofres y cafés, de la compañía de gente que lleva allí toda la vida. Y si hay que preguntar para ir a algún sitio, incluso puede que los lugareños acompañen en persona al viajero.
Cada abril las islas cierran por mantenimiento y acogen a 100 voluntarios que llegan para arreglar senderos, reconstruir hitos y preservar sus maravillosos paisajes naturales. Pero quien de verdad quiera sentirse parte de la comunidad debería visitar las islas en Ólavsøka, el Día Nacional de las Feroe, que se celebra cada 29 de julio en Tórshavn y reúne a casi la totalidad de los 52 000 habitantes de la isla, que bailan, cantan y beben con alegría.
La guía local Oda Wilhelmsdóttir Andreasen © Eric Stoen
Y para gozar de la hospitalidad feroesa en su máxima expresión se puede tomar el ferri de la tarde de Sørvágur a Mykines y alojarse en la única pensión de la isla. Además de ver a miles de frailecillos que veranean allí, Oda, la propietaria, recoge a los viajeros en el muelle del ferri, les prepara una rica cena a base de pescado y les lleva de excursión a ver una puesta de sol inolvidable.
De primera mano
“Lo que adoro de las Feroe es el aire fresco, las montañas y que siempre vemos el océano. Los domingos voy en coche a Gjógv y almuerzo en Gjáargarður Guesthouse. Tienen un plato increíble de albóndigas caseras y ensalada de patata. Les pedí la receta de las albóndigas, pero me dijeron que es un secreto. Y sus tortitas caseras con mermelada de ruibarbo y nata son una delicia”.
Oda Wilhelmsdóttir Andreasen, propietaria de la pensión de Mykines.