Breve guía para naufragar en el Pacífico

© Gloria Manna - Flickr
Tahití, Pacífico

Cómo encontrar la isla perfecta

Entre 20 000 y 30 000 islas: ni los geógrafos ni los viajeros se ponen de acuerdo en cuántas islas hay en el Pacífico. Algunas son enormes, como Nueva Zelanda o Papúa, otras son archipiélagos dispersos en miles de islitas e islotes, como las Cook o las Salomón, o pequeños atolones perdidos en la inmensidad del océano a los que nadie ha llegado nunca… No es extraño que el Pacífico haya inspirado historias de náufragos reales o literarios. Y en medio de este islario infinito, seguro que hay una isla a medida de cada viajero. 

Para náufragos en busca del paraíso: Polinesia Francesa

Desde el siglo XVIII Tahití arrastra su fama de elegante y relajado paraíso poblado por polinesios engalanados con flores que reciben al visitante con cantos y sonrisas. En el siglo XXI sigue siendo el sueño viajero para las parejas de recién casados, para poetas, escritores y artistas en busca de inspiración.

La Polinesia Francesa (aquella que enamoró a Gauguin, a Jacques Brel, Herman Melville o Jack London), es mucho más que Tahití: ahí están Moorea, Raiatea, Tahaa, Bora Bora o las islas Marquesas que atraparon para siempre a R.L. Stevenson (sí, el de La isla del tesoro). Y así hasta 118 islas, con algunos de los resorts más paradisíacos del mundo, y muchos en forma de palafitos sobre el agua en los que no falta ninguna comodidad. Es la imagen perfecta de los mares del sur, con aguas surcadas por ballenas jorobadas, fondos submarinos increíbles y una cultura polinesia sofisticadamente sencilla y deliciosa. 

Para una experiencia extrema: Vanuatu

¿Pensabas que el puenting se inventó en Nueva Zelanda? Pues no. En realidad, su antecedente lo encontramos en Vanuatu, la isla que los españoles bautizaron como del Espíritu Santo y los ingleses como Nuevas Hébridas. Allí, concretamente en la isla de Pentecostés, se sigue la tradición de los saltos al vacío. Al comienzo del año seleccionan las tablas, construyen las torres de madera y eligen las enredaderas. Luego, de abril a junio tiene lugar la temporada de naghol (salto al vacío), una especie de puenting autóctono que dio origen a este fenómeno en todo el mundo. Hay varios niveles de salto: los más jóvenes y algún que otro turista lo suelen hacer desde menor altura.

Hay también otras aventuras extremas, como bucear en la isla de Santo, en especial entre los restos de un trasatlántico de lujo que naufragó en la zona y del amplio vertedero submarino estadounidense de la II Guerra Mundial. También podemos acampar cerca del volcán activo del monte Marum, rodeado de jungla, lechos de lava y llanuras de ceniza o ascender a la caldera humeante. Para los menos intrépidos está la sencilla aventura de beber kava, una bebida ligeramente alucinógena que se toma en las ceremonias o como bienvenida a los visitantes y que es común a muchas islas polinesias. 

Para náufragos sibaritas: islas de la Gran Barrera de Coral

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Gran Barrera de Coral © Paul Arps
 Gran Barrera de Coral © Paul Arps - www.flickr.com/photos/slapers/5339590197

En la costa australiana encontramos el mayor arrecife coralino del mundo, la Gran Barrera de Coral, de una belleza apabullante. Con más de 2000 km del litoral de Queensland, es un complejo ecosistema habitado por deslumbrantes corales, lánguidas tortugas marinas, rayas, tímidos tiburones de arrecife y peces tropicales de todos colores. Aquí también es donde encontramos algunas de las islas privadas más exclusivas del mundo, con resorts donde es posible sentirse por unos días como un náufrago de lujo, como en la Isla Hayman donde los no residentes solo tienen acceso en avión para pasar el día en la isla; los alojados pueden disfrutar de sus piscinas, bosques, playas y unos fondos submarinos excepcionales.

En el resto del Pacífico no faltan islas privadas, algunas en venta. Marlon Brando se enamoró de una tahitiana y se compró la isla Tetiaroa en las Islas de la Sociedad. Es un pequeño atolón a unos 50 km al noreste de Tahití a donde solo se puede llegar en avión privado para disfrutar de un resort ecológico de lujo, el Brando Resort, con 35 villas de estilo polinesio. En Fiyi está Wakaya, una isla privada, comprada en el siglo XIX por 200 dólares y convertida por su actual propietario, David Gilmour, en uno de los mejores hoteles de todo el Pacífico. 

Para encontrar barcos hundidos: Islas Salomón

Las remotas Islas Salomón son uno de los destinos más auténticos e inusuales del mundo, con mucho que ofrecer a quien se atreva a llegar hasta ellas: vestigios de la II Guerra Mundial dispersos por la jungla, aldeas donde perdura la cultura tradicional, paisajes dignos de un documental de Discovery Channel, islas volcánicas, manglares infestados de cocodrilos y volcanes para animarse a subir hasta su cima. Pero lo que es insuperable es la experiencia bajo el mar, por ejemplo en la isla de Tulagi, obligada para los aficionados a los pecios. En sus aguas reposan magníficos pecios de la II Guerra Mundial, como el USS Kanawha, un petrolero de 150 metros de eslora que yace en vertical o el USS Aaron Ward, un destructor de 106 metros famoso por su arsenal de armas pesadas. Algunos solo son accesibles para submarinistas con experiencia. Hay además zonas impresionantes para bucear, como los Twin Tunnels con dos chimeneas que empiezan en lo alto de un arrecife a unos 12 metros y Manta Passage, cerca de Maravagi, donde se avistan con regularidad enormes pastinacas. 

Para encontrarse con tribus prehistóricas: Papúa Nueva Guinea

Playas rodeadas de coral, volcanes humeantes, selvas tropicales y aldeas tradicionales en los que se pueden encontrar tribus que viven como en la prehistoria. Papúa Nueva Guinea es el paraíso de los antropólogos y etnólogos porque les permite encontrarse con culturas tribales intactas, como las de los altiplanos, las remotas provincias isleñas o las islas Trobriand. Aquí todavía es posible embarcarse en un viaje auténtico, lejos de los complejos turísticos convencionales. Estas remotas islas fascinan especialmente a los antropólogos: albergan una cultura polinesia curiosamente intacta, con tradiciones únicas, basadas en una estricta sociedad matrilineal, y una cosmología propia. Son conocidas por sus cañas de ñame pintadas de vivos colores, las desenfrenadas fiestas de la cosecha y los festivos partidos de críquet, acompañados de bailes y cánticos. 

Para bucear entre peces de colores: Fiyi

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© Jared Wiltshire
 © Jared Wiltshire - www.flickr.com/photos/jaredw_1986/102993803

Un verdadero paraíso de postal: playas ribeteadas con palmeras, arrecifes llenos de peces, lugareños sonrientes y más de 300 islas para elegir. Pero además, las Fiyi son un auténtico paraíso para las inmersiones. Hasta los buceadores más experimentados quedan asombrados ante la claridad del agua y la cantidad de experiencias que ofrece: desde emocionantes encuentros con enormes tiburones sarda en la laguna Beqa hasta una plácida exploración del gran Arrecife de Astrolabio, frente a Kadavu, Fiyi cuenta con una amplia selección de inmersiones a elegir. Se pueden buscar emociones fuertes pero también disfrutar sencillamente de la observación de los corales. 

Para encontrarse con Robinsón Crusoe: Palaos y Juan Fernández

Hay miles de islas desperdigadas por el océano Pacífico así que no resulta difícil naufragar en alguna de ellas, como hizo el famoso Robinson Crusoe, el más célebre de todos los náufragos, aunque hubo muchos, muchísimos, a lo largo de los últimos cinco siglos. La isla imaginada por Defoe podría estar en cualquier rincón del Pacífico, por ejemplo en cualquiera de las Palaos, hoy convertidas en un paraíso para submarinistas que pueden bucear en la más estricta intimidad entre 350 especies de coral y 1400 tipos de peces. Uno de sus rincones más remotos, donde probablemente más de un navegante haya naufragado, son las islas del Suroeste, a 600 km de las más importantes de las Palaos, es decir, en medio de la nada. La joya de este destino micronesio son sin embargo las Islas Rocosas, 200 islotes calizos erosionados en forma de seta, y más concretamente Chelbacheb, totalmente cubierto de verde jungla y principal reclamo turístico del país, con 80 lagos salinos y rincones increíbles para el buceo.

Pero la isla donde naufragó Robinson Crusoe existe de verdad: está en el archipiélago chileno de Juan Fernández. Allí fue abandonado Alejandro Selkirk, quien inspiró a Daniel Defoe para escribir su célebre relato, como castigo por no obedecer las órdenes del capitán de su barco. Permaneció solo en la isla durante cuatro años y cuatro meses hasta que fue rescatado por un barco inglés. Refugio de piratas y prisión de delincuentes durante siglos, el archipiélago de Juan Fernández está a unos 670 km de la costa y unos 1000 habitantes guardan celosamente sus leyendas. 

Para vigilar el océano: isla de Pascua

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Isla de Pascua © Nano Anderson
 Isla de Pascua © Nano Anderson - www.flickr.com/photos/nanderson/8322362031

Dicen que la isla de Pascua es la más alejada de cualquier territorio continental. Ciertamente, está muy lejos de la costa chilena, de la que depende políticamente. Es una referencia clásica entre los amantes de las aventuras insulares por sus enigmáticos moái, las estatuas que son la omnipresente imagen de esta isla conocida también como Rapa Nui. Diseminadas por toda la isla, estas enormes figuras talladas sobre plataformas de piedra parecen títeres colosales en un marco sobrenatural. La playa de Anakena, bella zona de ocio de arena blanca entre un resplandeciente mar turquesa y campos de cocoteros, es ideal para ver estos singulares yacimientos arqueológicos. 

Para revivir el motín del Bounty

Por ser el territorio más pequeño del mundo y uno de los destinos más remotos de la Tierra, la isla Pitcairn resulta tan claustrofóbica como estimulante. Es famosa porque aquí fue donde terminaron los amotinados del Bounty y sus 65 habitantes actuales son los descendientes de aquellos marineros. Estos anglo-polinesios se sienten muy orgullosos de conservar su legado y de vivir en Pitcairn, y razones no les faltan: una naturaleza salvaje, con especies endémicas de aves terrestres, cuevas y piscinas marinas y la sensación de estar al otro lado del mundo. 

Para saltar la línea del tiempo: Tonga

Tonga vive a otro ritmo. Este reino, el único “nunca colonizado de la Polinesia” es diferente a todo. Con costumbres originales que se mantienen incluso en tiempos de internet, las islas no viven tanto del turismo como de las remesas que envían los tonganos residentes en el extranjero. Es el territorio preferido de las ballenas jorobadas y sus 169 islas están bajo una monarquía original que impone sus propias reglas, como poner a régimen a toda la población a la vez para adelgazar junto a su rey. Pero si por algo sale en la prensa mundial este pequeño archipiélago del Pacífico es porque se encuentra justo encima de donde el horario termina… o empieza. 

Para viajar en el tiempo: Galápagos

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Islas Galápagos © m e a n d r e a
 Islas Galápagos © m e a n d r e a - www.flickr.com/photos/adw/435717768

Para ver especies prehistóricas, solo tendríamos que “naufragar” en las Galápagos. Aunque no es fácil porque hoy por hoy es uno de los grandes destinos turísticos del turismo de naturaleza, con un número limitado de visitantes al día para preservar su frágil entorno. Ajenas al ruido de los turistas, las especies de lagartos iguana únicas que habitan el archipiélago ni se inmutan y prosiguen con su parsimonioso quehacer. Las iguanas marinas grises o negras yacen al sol, amontonadas torpemente en forma de pirámide, mientras las imponentes iguanas terrestres amarillas se alimentan mordisqueando los cactus.

No son las Bahamas, ni la Polinesia, es decir, que no es un paraíso tropical al uso. De hecho, el paisaje se parece más a la luna que a Hawái, pero dicho esto lo cierto es que viven más humanos de lo que se cree, muchos de ellos dedicados al boyante sector turístico. No es necesario ser biólogo u ornitólogo para apreciar la belleza de este lugar, uno de los pocos del planeta en el que la huella humana se mantiene en su mínima expresión. 

Para cabalgar sobre las olas: Hawái

En Hawái, el surf era considerado el deporte de los dioses: solo los nobles podían practicarlo y cabalgar sobre las olas les elevaban sobre el resto de los mortales. Hoy la playa de Waikiki, en Honolulú, es uno de los destinos preferidos por los surfistas de todo el mundo, donde pueden cabalgar olas de nueve metros. En realidad, todo Hawái es un paraíso para los surfistas y las tablas son uno de los símbolos de las islas. La costa norte de Oahu es famosa como centro mundial de este deporte y las olas durante los meses del invierno pueden rebasar los 10 metros. Concretamente en Waimea se encuentra una de las grandes olas más famosas del mundo, mítica desde 1957 cuando llegaron los primeros surfistas.

Quienes busquen olas “menos turísticas” que las hawaianas, pueden ir a Vanuatu. En esta remota isla están algunas de las mejores y más salvajes olas del planeta, que pueden surcarse durante todo el año gracias a un clima muy benigno. 

Para sentirse en el fin del mundo: Estados Federados de Micronesia

Pero si hay algunas islas realmente remotas y desconocidas para nosotros, son las de Micronesia. Los hoy conocidos como Estados Federados de Micronesia incluyen las islas Marinas y Carolinas que fueron colonizadas por españoles. En los actuales estados de Kosrae, Pohnpei, Chuuk y Yap, no queda apenas más de algún resto de una iglesia y unas pocas palabras locales. Viajar hasta aquí es tan complicado como llegar al fin del mundo pero una vez allí se encuentran lugares únicos, como Kosrae, la isla más bella, o Pohnpei, que alberga misteriosas ruinas antiguas ocultas tras una densa vegetación y cantidad de bosques. También puede visitarse Chuuk, conocido por su submarinismo en pecios o Yap, un estado que conserva un auténtico espíritu isleño y fieles tradiciones en la arquitectura, costumbres y en sus originales monedas gigantes de piedra que todavía se usan como dinero.