¿Qué sintió el misionero francés Charles Emile Bouillevaux en 1850 al ser uno de los primeros occidentales de la era moderna en pisar los templos camboyanos de Angkor Wat? ¿O qué impresión les causó ese mismo lugar a los españoles y portugueses que le precedieron dos siglos antes? Es difícil que el viajero actual pueda sentir esa sensación de ser el primero en pisar en algún sitio perdido durante siglos. Pero hay un lugar, lejano y solitario, en el que puedes intentar imaginar esa sensación. Está en el sur de Laos. Es el Wat Phu de Champasak.
Laos, el país donde se sientan a escuchar crecer el arroz, tiene en el sur del país los mejores ejemplos de ese sosiego del que hacen gala los laosianos. Lejos del bullicio turístico de ciudades del norte como Luang Prabang o Vang Vieng, la provincia de Champasak ofrece lugares poco frecuentados por el turismo. Uno de ellos son las ruinas del antiguo complejo religioso jemer de Wat Phu. Lo visité en pleno mes de agosto y apenas me crucé con una veintena de turistas y tres familias laosianas.
Las primeras construcciones en este lugar se remontan al siglo V, pero las que podemos ver ahora son más recientes, de cinco siglos después. En su origen fueron templos de culto hinduista y su estilo de arquitectura jemer recuerda poderosamente a los templos de Angkor Wat, en Camboya, aunque en un tamaño mucho menor. Por eso, la soledad es uno de los grandes atractivos de Wat Phu. Quizá otro es el estado aún ruinoso de muchas de sus construcciones.
La escasa restauración de los edificios hace que el viajero pueda percibir aquí, con mayor claridad, el estado habitual de este tipo de recintos arqueológicos tras el paso del tiempo y el empuje de la naturaleza. Cuando paseas entre muros caídos, columnas ricamente decoradas semienterradas en el suelo y piedras ocultas bajo un manto vegetal, la imaginación te hace pensar lo que puede sentirse al ser el primero en llegar a lugares como este.
El Wat Phu de Champasak está construido en la ladera de una montaña, en tres niveles diferentes. La entrada es espectacular: un pasillo delimitado por hitos de piedra y un "baray", un estanque a cada lado con flores de loto flotando en el agua. Desde la base sólo pueden verse los dos primeros pabellones pero, conforme vas subiendo hacia la cima, descubres el resto de construcciones que permanecen a la sombra de los árboles. En el nivel más alto llegamos al santuario propiamente dicho, con un altar dedicado hoy al culto budista, donde los fieles rezan y dejan sus velas encendidas frente a la imagen de Buda.
Desde lo alto se tiene la mejor perspectiva de lo grandioso del entorno. La montaña está sobre una gran llanura, intensamente verde, y con el río Mekong visible a seis kilómetros de distancia. La Unesco ya percibió el valor del lugar cuando en 2001 lo declaró Patrimonio de la Humanidad. La inversión económica es necesaria, no tanto para reconstruir, sino para evitar que desaparezca lo que aún queda debido al empuje de las aguas subterráneas. Ya se está trabajando en el lugar, sólo hace falta que lleguemos a tiempo.
Más información: www.vatphou-champassak.com
Texto y fotos: Marino Holgado