La riqueza de las Maldivas
Hace 1800 años los mercaderes árabes idearon un mote para las Maldivas que, a día de hoy, sigue muy vigente: ‘las islas del dinero’. En aquella época sus abundantes conchas de cauri eran una poderosa divisa internacional, ahora estas paradisíacas islas son refugio de la gente rica y la muy rica.
El arquetipo de las islas paradisíacas: un día normal en las Maldivas © Matteo Colombo / Getty Images
Para muchos viajeros los resorts de lujo internacionales siguen siendo la principal atracción, pero toda moneda –o concha de cauri– tiene dos caras, y combinar el confort de un resort con un encuentro cultural en una de las docenas de islas de las Maldivas puede enriquecer mucho un viaje a este archipiélago.
Apreciar la riqueza natural de las Maldivas
Motes aparte, la etimología del nombre ‘Maldivas’ hace referencia a la extraordinaria geografía de este archipiélago tan extenso. Las ‘islas guirnalda’ son como un collar que flota en el Océano Índico por debajo del pendiente en forma de lágrima de Sri Lanka; un tesoro creado con los materiales más refinados: arena blanca y dorada con un reborde turquesa, aguas cristalinas como diamantes y brillantes puestas de sol enmarcadas por una cortina de palmeras. Cada segundo que se pasa en estas islas es un momento para pellizcarse y asegurarse de no estar soñando.
Un delfín acróbata de hocico largo salta sobre el agua, Maldivas © Pete Atkinson / Getty Images
En términos de altitud las Maldivas son el país más bajo del mundo y, por ello, las primeras en la lista de territorios amenazados por el cambio climático, lo cual hace que sus maravillas naturales se vean aún más valiosas, sobre todo su fauna. Los observadores de animales, los buceadores con tubo y los submarinistas disfrutarán en Addu (también conocido como Seenu), el atolón más meridional, viendo delfines acróbatas de hocico largo, tortugas marinas, tiburones ballena y charranes blancos, unas sorprendentes aves marinas que solo viven en las Maldivas.
El Índico para submarinistas
Addu también alberga algunos de los puntos de interés más noveles de la isla: un campo de golf de nueve hoyos con vistas a la laguna, una de las carreteras más largas de Maldivas (de 16 km, se recorre mejor en bicicleta) y el monte más alto de la nación, que se alza sobre Villingili a la espectacular altitud de 5 metros.
Villingili, isla de Maldivas, © Diego Fiore / Shutterstock
Descubrir las islas habitadas
Alojarse en un resort de lujo las 24h del día, 7 días a la semana, entregado a todo tipo de lujos, es parte la experiencia que ofrece Maldivas, pero los tratamientos de spa y las cenas de cinco estrellas son tan solo la mitad del viaje. Para descubrir de verdad cómo es la vida en Maldivas hay que visitar una de las islas oficialmente declaradas desiertas, donde tienen su hogar la mayor parte de los 345 000 habitantes del país. Hasta el 2009, las restricciones del gobierno obligaban a los viajeros a tramitar un permiso para explorar y alojarse en las islas que no tienen resorts, pero hoy muchas de ellas están abiertas al turismo para excursiones de un día e incluso para pasar la noche; y es obligatorio por ley que el 50 % del personal que allí trabaja sean lugareños, lo cual hace más accesible la cultura de la isla.
Azmy ofrece a los visitantes una visión menos comercial y más amable de las Maldivas © Emma Sparks / Lonely Planet
Después de disfrutar de la vida en el resort Shangri-La, en el atolón de Addu, me reuní con el guía local Azmy para emprender un circuito en bicicleta por Addu City –una adormecida hilera de islas desiertas al otro lado de la laguna de mi burbuja de felicidad– y descubrir ‘las auténticas Maldivas’. Esta ‘ciudad’ tan relajada tiene una atmósfera muy apacible (lo habitual a estas alturas del Ecuador), pero las obras de arte urbano político, las abundantes mezquitas, las concurridas teterías y las sonrisas de bienvenida revelan una inesperada energía comunitaria.
“Aquí no cerramos la puerta de casa con llave, todos nos conocemos”, explica Azmy con una sonrisa mientras aparcamos las bicicletas frente a la casa de su familia. He aprovechado su invitación para ver –y probar– un undholi, uno de los asientos-columpio tradicionales maldivos tan habituales en casi todas las casas de los atolones. A la esposa y la suegra de Azmy parece divertirles mi entusiasmo por sentarme en la hamaca de madera de su salón, pero son muy amables conmigo. Y sí, es tan genial como imaginaba.
Monumentos conmemorativos de la época británica en la antigua base aérea de Gan, Maldivas © Emma Sparks / Lonely Planet
Riqueza en historia y cultura
Los habitantes de Addu suelen hablar un inglés excelente, ya que, entre los años cuarenta y setenta, los británicos establecieron varias bases militares en la isla Gan. El abuelo de Azmy trabajó allí como cocinero, y su padre, concejal del ayuntamiento, espera poder abrir un museo militar algún día para contar la historia de aquella base, considerada un destino terrible por los pilotos británicos por ser tan remota y aislada.
Sin embargo, incluso sin museo hay mucha historia que descubrir. Pasamos pedaleando por delante de una oficina de correos abandonada y cubierta de musgo, ante monumentos conmemorativos llenos de amapolas, un cine de aspecto anticuado (pero que de vez en cuando todavía funciona) y un espeluznante viejo centro de cuarentena para los enfermos de filariasis linfática, una enfermedad que transmiten los mosquitos y que no se erradicó oficialmente hasta el 2016. Huelga decir que no quise echar un vistazo de cerca a aquellas instalaciones.
El cine de estilo 'art déco' de Gan, Maldivas © Emma Sparks / Lonely Planet
En la actualidad, los barracones de la RAF son parte de uno de los varios resorts económicos que proliferan por todo el archipiélago, y la pista de aterrizaje ha cambiado los bombarderos por los aviones comerciales. El aeropuerto de Gan recibió sus primeros vuelos internacionales de pasajeros procedentes de Colombo en el 2016, y se espera un auge del turismo en los atolones del sur, así que ahora es buen momento para visitarlos antes de que se masifiquen.
Reservar tiempo para Malé
Si bien la vida de sol y playa es un elemento esencial de Maldivas, su capital, Malé, sigue siendo el centro neurálgico del transporte y merece una visita para contemplar su versión en miniatura de la vida en ‘la gran ciudad’. Puede que solo ocupe 5,8 km2, pero comparada con las islas más remotas, esta manchita del océano tan densamente poblada es de lo más cosmopolita. Sus habitantes a menudo combinan dos trabajos, desplazándose en ciclomotor por las calles atestadas de tráfico y ensombrecidas por los rascacielos de los bancos y edificios de oficinas. Los mercados bullen de actividad y el asfalto crepita hasta que la llamada a la oración interrumpe el zumbido urbano.
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La bonita Old Friday Mosque y el cementerio de Malé, Maldivas © bumihills / Shutterstock
Si solo hay tiempo para una visita en Malé, es buena idea ir a ver la Old Friday Mosque de Malé. Construida en piedra de coral en 1656, tiene los muros decorados con prolijos detalles y –como el coral que se encuentra en el mar– son ásperos al tacto. Las lápidas del cementerio (las de los hombres terminan en punta, las de las mujeres, no), desgastadas por el tiempo, se yerguen, descentradas, como una multitud de espectadores que pugna por ver la mezquita. La humilde tumba de Abdul Barakat Yoosuf Al Barbary, el hombre al cual se le atribuye la conversión de las Maldivas del budismo al islam en el s. XII, está al otro lado de la calle.
El botín del océano para los amantes del buen comer
'Mas huni', gastronomía Maldivas © Yashrib / Getty Images
Pasear por la calle bajo el sol tropical da hambre; e incluso los fans del spa y los del sol necesitan comer. El territorio de las Maldivas ocupa 90 000 km2 de océano, por lo cual no sorprende que el marisco sea comida habitual, y se pesca atún a diario. Este sabroso pescado protagoniza platos como el mas huni, un desayuno que combina chile, coco, cebolla y atún, y que se come con pan plano (roti). También es el ingrediente básico de un montón de ‘bocaditos’ picantes –tentempiés fritos muy populares– y del curri de atún que los lugareños comen a todas horas.
Mercado de pescado en Malé, Maldivas © byvalet / Shutterstock
Muchos resorts y tour operadores ofrecen excursiones en barco para ver de cerca la técnica de pesca tradicional con caña que la industria pesquera de Maldivas sigue utilizando, y probar a ver si pican. Otra opción es visitar bien temprano los mercados de pescado y otros alimentos de Malé para ver la pesca del día y comprar algún recuerdo típico. Si los chips de pescado, el atún ahumado o el paté de atún no son del gusto del viajero, una buena y dulce alternativa es el bounty, un rico tentempié local elaborado con pulpa de coco, azúcar y miel.
Emma Sparks viajó a las Maldivas con el apoyo de Shangri-La Villingili Resort & Spa.
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