Huir de la vida moderna en la campiña de Moldavia

Escrito por
Anita Isalska, autora de Lonely Planet

13 Diciembre 2017
5 min de lectura
© Uladzik Kryhin_Shutterstock
Monasterio Viejo Orhei, Moldavia

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Por las carreteras de Chişinău circulan camiones y motocicletas danzando entre cuatro carriles. Analizando el agresivo tráfico, mis compañeros de viaje discuten sobre quién tiene más temple para salir conduciendo de la capital de Moldavia. Pero en cuanto nuestro vehículo se aleja del centro, el paisaje cambia las carreteras congestionadas por carros tirados por caballos en la campiña.

En un instante la civilización parece haberse esfumado. Pastos llenos de vacas yacen al pie de los montes bajos de Moldavia y los agricultores sacan agua de pozos junto a la carretera. Hay carros de caballos que trotan tan rápido que sorprende, y sospecho que son más robustos que nuestro pequeño coche de alquiler.

 

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Butuceni, Parque Nacional Viejo Orhei, Moldavia © Alexander Spatari / Getty Images
 Butuceni, Parque Nacional Viejo Orhei, Moldavia © Alexander Spatari / Getty Images

Explorar un país que el tiempo olvidó

A pesar de los vuelos de bajo coste a Chişinău desde Europa occidental, los viajeros no acuden en tropel a este pequeño país emparedado entre Rumanía y Ucrania. Desde la II Guerra Mundial, Moldavia formó parte de la Unión Soviética durante cinco décadas; y sigue ignorado como si viviera todavía en aquella época. Es verdad que la Chişinău moderna conserva vestigios de la era soviética, como el maltrecho edificio del circo estatal (Strada Circului 33) y los tanques reunidos en el exterior del Museo de Historia Militar; aunque la ciudad se ve revitalizada por parques llenos de fuentes y bulevares arbolados.

Pero si Chişinău parece atrapada en los años setenta, el resto de Moldavia se congeló en el tiempo siglos atrás. En nuestro trayecto hacia el norte vemos mujeres con pañuelos en la cabeza que andan junto a la carretera recogiendo ramos de flores silvestres para vender a los motoristas, aunque por un momento parece que nos inviten a visitar la campiña moldava, anclada en el tiempo.

 

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Monasterio Viejo Orhei, Moldavia © Alexander Spatari / Getty Images
 Monasterio Viejo Orhei, Moldavia © Alexander Spatari / Getty Images

De excursión por las solitarias carreteras del Viejo Orhei

Nuestro destino es Orhei, una región de pastos y bosques situada 45 km al norte de Chişinău. El coche avanza con cautela entre apacibles pueblos como Ivancea y Brăneşti, y enseguida se alzan ante nosotros los acantilados de caliza de creta.

Son como dos manos que acunan el paraje más sagrado de Moldavia, el Viejo Orhei. Desde el s. XIII los monjes se dedicaron a la contemplación silenciosa dentro de cuevas excavadas en la roca, una práctica que perduró durante 500 años. El centro de este lugar sagrado es la iglesia de Santa María de la Ascensión (1905), cuya brillante cúpula atrapa la luz del Sol más allá del río Răut.

Ya no quedan monjes moradores de cuevas, pero el Viejo Orhei sigue siendo un lugar para la contemplación: uno puede andar varios kilómetros sin encontrarse un alma. Mientras recorro la carretera de Ivancea-Viejo Orhei no me cruzo con ningún vehículo; apenas algún carro tirado por caballos que transporta agricultores y que me adelanta entre miradas sorprendidas.

En los pueblos las casas están pintadas de color azul y verde, y tienen como telón de fondo espectaculares acantilados blancos y negros. Las celosías de los jardines están llenas de enredaderas, a la sombra de las cuales descansan y gluglutean los pavos. Ante escenas que parecen propias de un cuento bucólico, es imposible no aminorar el paso para seguir el ritmo de la vida rural moldava.

 

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Trebujeni, Moldavia © Shevchenko Andrey / Shutterstock
 Trebujeni, Moldavia © Shevchenko Andrey / Shutterstock

Probar la vida de granja en Trebujeni

A Trebujeni, al sureste de Orheiul Vechi, se llega por carreteras llenas de baches y polvo. La gran mayoría de los lugareños de estos tres pueblos se dedica a la ganadería, y el goteo de turistas y peregrinos no genera una industria turística. Sin embargo, hay un puñado de sitios donde alojarse, señalizados con decorativos carteles tallados con la palabra pensiunea (pensión) en los patios delanteros.

Mientras nos adentramos en coche en Trebujeni, los gansos se apartan de nuestro camino y se nos planta un caballo. En algún punto de estas carreteras llenas de hoyos uno de los tapacubos se desprende de la rueda.

La pensión donde nos alojaremos, Casa din Lunca (+373 794 55 100, Trebujeni), tiene un ambiente rústico a conjunto con el entorno; desde la clásica puerta que chirría hasta los bordados de la abuela, es un sitio auténtico. Al dejar la mochila sobre la cama, se levanta polvo de la colcha y vemos un patio trasero donde merodean gatos que maúllan, alfombras tan raídas como la señal de wifi y una piscina triste y vacía.

“Estaré en mi habitación”, me dice Jane, mi compañera de viaje, “con mi libro”, añade. Nos animamos cuando nuestra anfitriona llena la mesa exterior con bandejas de cocina tradicional. Hay tablas de carne ahumada, robustas jarras de vino tinto, ensaladas y crema agria. Y probamos porciones esponjosas de mămăligă, una tarta de polenta.

Durante nuestro festín, la Moldavia rural despliega su magia. A la sombra de un toldo cubierto de enredaderas, con los sonidos de los animales de las granjas, el ambiente compensa el tapacubos perdido.

 

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Monasterio de Saharna, Moldavia © Andrienko Anastasiya / Shutterstock
 Monasterio de Saharna, Moldavia © Andrienko Anastasiya / Shutterstock

Visitando monasterios silenciosos

El norte de Trebujeni alberga otro tipo de maravillas. Un 93 % de los moldavos pertenecen a la iglesia ortodoxa, y los monasterios del país son como los pararrayos de la espiritualidad más intensa.

Algunos de los monasterios más bonitos están sobre el río Dniéster, la sinuosa línea de color pizarra que recorre Moldavia y la república disidente de Transdniestr. Tipova, 30 km al norte de Trebujeni, es uno de los monasterios en cuevas más grandes y antiguos de Moldavia. Igual que en el Viejo Orhei, la zona está llena de grutas que fueron refugios de monjes y de otros mitos: según cuentan, Orfeo visitó Tipova y hay historias que sostienen que el mítico poeta griego halló el portal al inframundo en una de sus cuevas.

Otros 12 km al norte, acurrucadas entre cerros boscosos, se alzan las cúpulas dorados del monasterio de Saharna. Mientras paseamos por sus jardines, los jardineros, curiosos, alzan la vista de los parterres de tulipanes. Incluso nuestros suspiros parecen estar al máximo volumen.

Pero una vez a la semana Saharna se vuelve ensordecedor. Ha cobrado notoriedad como enclave de exorcismos en masa: hay encuentros entre semana, a medianoche, con creyentes de toda Moldavia que quieren desprenderse de los espíritus malignos con ceremonias en las que gritos histéricos interrumpen el monótono canto de los sacerdotes.

Mientras paseamos a la sombra del refinado campanario de Saharna, entre cuidados parterres de flores, nos cuesta imaginar semejante cacofonía. Y es que entre leyendas y cuevas espirituales, está claro que el punto fuerte de Moldavia es su halo de misterio. Este rincón sin pulir de Europa te arrebata el corazón, los tapacubos y cualquier deseo de regresar a la vida moderna.

 

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