Un recorrido a vista de pájaro
Desde siempre, el hombre ha tenido la aspiración de volar. ¿Quién no ha soñado con elevarse para contemplarlo todo desde arriba, consciente de que a vista de pájaro los problemas cotidianos se hacen insignificantes, los paisajes adquieren una dimensión nueva y se puede experimentar una total sensación de libertad? Lo cierto es que todo esto está al alcance de la mano en un recorrido por el interior del norte de Cataluña, a veces en coche, a veces a pie y a veces desde el aire, disfrutando esta abrupta tierra desde todas las alturas posibles.
Espectaculares vistas desde el camino al Pedraforca © Selbach / Agència Catalana de Turisme
Subir a la cima de una alta montaña para contemplar a nuestros pies paisajes que se alargan hasta el infinito, o montar en un globo aerostático que nos vaya alejando lentamente del suelo en un divertido desafío a la ley de la gravedad son trucos que hemos ideado para suplir la carencia de las alas que la naturaleza no quiso otorgarnos.
Si a eso le añadimos la posibilidad de que algunos de estos paisajes tengan trazas volcánicas y que a ras de suelo podamos deslizarnos sobre la más fina de las nieves, de disfrutar los mejores embutidos y la contundente cocina de montaña, de saludar al monasterio que dio origen a todo un país, de recorrer minúsculas villas que parecen robadas de un belén o de seguir los pasos del mismísimo Picasso en un pueblo perdido en la falda de una sierra, el reto se hace irresistible.
Se puede subir al Pedraforca desde el pequeño pueblo de Gòsol que en 1906 inspiró a Picasso © CRISTIAN IONUT ZAHARIA / Shutterstock
Tras las huellas de Picasso
Y qué mejor lugar para iniciar dicha ruta que la sierra del Cadí, presidida por el imponente Pedraforca, en cuyas encrespadas paredes se ven desde lejos motas de color en lento movimiento y que no son otra cosa que osados escaladores de camino hacia su cima. Que nadie se asuste, para disfrutar de este paisaje no hacen falta cordadas ni crampones, solo basta con acercarse al diminuto pueblo de Gòsol y pasear por las mismas callejuelas, hoy empedradas, que en 1906 Pablo Picasso recorrió mientras dejaba atrás sus épocas rosa y azul y se asomaba al cubismo.
Cocina de montaña en el plato
Luego hay que franquear la granítica sierra por sus entrañas, recorriendo los 5 km del Túnel del Cadí, para llegar a Puigcerdà, uno de los enclaves con mayor personalidad del Pirineo y un buen lugar para descubrir qué es eso de la comida de montaña. Desde allí, se impone hacer un salto a Llívia, curioso enclave catalán en medio de Francia con una célebre farmacia, para a continuación dar media vuelta y enfilar hacia La Molina donde, en invierno, toca deslizarse por sus pistas sobre unos esquíes o una tabla de snowboard, y en verano, perderse por sus senderos y contemplar, desde lo alto y entre abetos, el gran valle que se extiende hacia Bellver de Cerdanya y Martinet.
Desde la masia La Canal de Gombrèn pueden hacerse excursiones al valle de Núria o a Ripoll © Agència Catalana de Turisme
Un empinado tren-cremallera
Y como la cosa va de alturas, es menester subir de nuevo al coche para cruzar la Collada de Toses por una carretera que depara espectaculares vistas en cada una de sus muchas curvas, y llegar a Ribes de Freser, punto de partida del tren-cremallera que en un vertiginoso ascenso llega al santuario de Núria, un auténtico Shangri-La inaccesible en coche y rodeado de desgreñadas montañas por todas partes.
El Monasterio de Ripoll, fundado por Guifré el Pilós © Agència Catalana de Turisme
Una portada románica única en el mundo
Continuando hacia el sur, pronto aparece Ripoll, cuyo monasterio, fundado por el legendario Guifré el Pilós y con una de las portadas románicas más espectaculares de todo el planeta, es el auténtico bressol de Catalunya, la cuna del país. Luego, circulando en paralelo al río Ter, se llega a Camprodon, villa rica en señoriales casas modernistas y en tiendas repletas de olorosos embutidos de montaña, desde donde parte una sinuosa carretera que, literalmente, muere en Beget, pequeñísimo pueblo medieval, lo más parecido a un pesebre que uno pueda imaginarse.
Vista de los volcanes de La Garrotxa desde un globo aerostático © Viatgers Inquiets / Shutterstock
Contemplar viejos volcanes desde un globo
Como la carretera no continúa hacia ninguna parte, hay que volver a Camprodon, con su bello Pont Nou sobre el Ter, y seguir por un nuevo túnel, esta vez el de Capsacosta, para visitar Olot, capital de La Garrotxa, que se permite el lujo de tener en el corazón de su núcleo urbano un volcán, para tranquilidad de propios y extraños ya extinguido. Esta comarca con una fuerza telúrica impresionante ha modelado unos paisajes cuya magnitud solo puede apreciarse desde el aire, a vista de pájaro, montando en uno de los globos aerostáticos que prácticamente a diario se elevan junto a otro volcán, el viejo Croscat. También desde el cielo se tendrá una amplia panorámica de la Fageda d’en Jordà, mágico hayedo escapado de un cuento de hadas.
Asomarse a un precipicio y luego bajar al mercado
De nuevo en tierra firme, vale la pena cruzar la Vall d’en Bas, que se desparrama a los pies del monte Puigsacalm, seguir por la sierra de Collsacabra y llegar a Rupit, otro pueblo de belén, también con una gastronomía montañesa de primera, para después asomarse al mirador sobre el acantilado que forman los Cingles de Tavertet, desde donde se alcanzan vistas de vértigo que se pierden más allá del sinuoso pantano de Sau.
Mercado de la Plaça Major de Vic © Agència Catalana de Turisme
Y como tras cualquier viaje por las alturas toca tomar tierra, nada mejor que aterrizar en Vic, ciudad célebre por sus embutidos, en cuya porticada y amplia Plaça Major, cada martes y sábado se monta un mercado donde es obligado comprar un buen fuet o un rechoncho bull negre. ¡Feliz vuelo y buen provecho!
Lonely Planet ha escrito este artículo con el apoyo de la Agència Catalana de Turisme. Los autores de Lonely Planet aseguran su integridad y su independencia editorial siguiendo su propio criterio al margen de las instituciones que han prestado algún tipo de colaboración y nunca prometiendo nada a cambio como, por ejemplo, reseñas positivas.